Chet Baker - Like Someone In Love

sábado, 16 de mayo de 2015

Fragmento del Ramayana - Valmiki - India


I
DE CÓMO EL GANGES DESCENCIÓ DEL CIELO

Temerarios como el que desafía al tigre en su guarida, el que despoja al hijo de corta edad a su madre y el que interrumpe al sabio en su profunda meditación. Los sesenta mil descendientes del rey Sagara que encontraron la muerte, como las aguas tumultuosas llenan los valles después de la estación de las lluvias, poblaban la tierra y, en su ingente número, no se asemejaban a una familia de hermanos, sino a un terrible ejército.

Los sesenta mil príncipes, hijos todos de un mismo padre, con el ruido de sus trompas de caza atronaban las selvas. Temblaban las montañas, las fieras se dispersaban y los piadosos ascetas que viven solitarios en el bosque se ocultaban en las cuevas profundas. Las cacerías de los príncipes sagaritas se asemejaban a una guerra asoladora. Ellos solos hubiesen podido tomar una ciudad populosa; todos ellos, guerreros de estirpe regia, profusamente adornados, manejando el arco y la jabalina, se movían uniformemente por propio impulso como bandas de patos salvajes. No temían el desierto ni el país extraño, pues todo lo poblaban con su número aterrador. Nada resistía a su ímpetu.

Uno solo de entre todos los hombres que presenciaban asustados el avance de los hijos de Sagara permanecía indiferente, sin dejarse avasallar por el temor. Era el sabio Kapila. Su mente estaba sumergida en las brumas de la meditación, o se elevaba de pronto hasta las más altas verdades. Sus oídos permanecían insensibles y su vista no se fijaba en las cosas de la tierra. Arrebatado en la soledad, habitaba en la alta cumbre de una montaña que dominaba la extensa llanura del noreste y asistía, sin inmutarse, al griterío de los sesenta mil guerreros que se agitaban como hormigas a sus pies.

Pero no bastó a los imprudentes jóvenes con inundar la llanura donde se hallaba en meditación el sabio. Pronto sonaron las roncas conchas de caza; el relinchar de los corceles atronó el recinto sagrado y, semejantes a las abejas que se dirigen en columna hacia su panal, llenaron con sus pisadas y sus gritos el elevado bosque en cuya profundidad estaba Kapila.

¡Nunca lo hubiesen hecho! El sabio, encolerizado por aquella profanación, invocó contra aquellos insolentes la maldición de los dioses. Un súbito terror de causa desconocida se apoderó de los sagaritas y, antes que pudiesen emprender la huída, como si los atacara un fuego invisible, sus cuerpos, armaduras, caballerías y arneses se vieron reducidos a cenizas. Una parte de ellos quedó, ennegreciendo la falda de la montaña, con sus restos carbonizados. Los demás, que aún no habían subido, se encontraron muertos en la llanura. Los millares de cuerpos quemados despedían un hedor insoportable; pero el aire permanecía puro en la zona retirada donde el sabio estaba. Entonces, para borrar los restos de aquella destrucción, los dioses, desciendieron del cielo y corrieron por la tierra a lo largo del inmenso valle cubierto por los cadáveres annegrecidos. Su corriente sagrada fertiliza los surcos, alimenta a los vivos y purifica todavía a los hombres de la presencia de los cadáveres. Desde aquel día el Ganges corre hacia el mar, y sus fuentes se confunden entre el cielo y la tierra, entre encumbradísimas montañas.

El Ramayana es quizá el libro más popular de la India. Escrito hacia el siglo III a.C,, narra en 24.000 versos, distribuidos en siete libros o capítulos (kānda), las gestas de Rama (avatar de Vishnu), hijo del rey Dasaratha, a quien va a suceder en el trono. A causa de unas intrigas palaciegas, Rama es desterrado a la selva junto a su esposa Sita. Allí, Sita es raptada por el rey de los demonios y transportada a la isla de Lanka. Rama se alía con el ejército de monos para ir en su busca y liberarla. Al final, Rama y Sita vuelven al palacio y asumen el trono.
La leyenda dice que el poeta Valmiki compuso el libro por orden del dios Brahmā.

7 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Del cielo vino entonces el tiempo. Son tan sugerentes estas historias... Uno inevitablemente se queda un rato como rebotando (no sé si es la palabra) entre sus imágenes, hechos y personajes.

Juan Nadie dijo...

Son historias muy sorprendentes, con todos esos monstruos y los miles de dioses de infinitas caras y avatares, que cambian de aspecto continuamente...
Todo muy alejado de la civilización occidental greco-romana, que es la nuestra.

marian dijo...

Pues a mí, con estas historias, me entra un mareo...

Juan Nadie dijo...

No es para menos. Es que son realmente raras.

Sirgatopardo dijo...

No me extraña que los,hindües anden tan confundidos...

Juan Nadie dijo...

Y además sus religiones han hecho lo indecible para mantener sin apenas cambios el sistema de castas.

marian dijo...

Cuanto más abigarrada es una religión (que todas los son -más o menos-) más difícil es cualquier cambio. Ahí está la gracia o la trampa.