Chet Baker - Like Someone In Love

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domingo, 23 de septiembre de 2018

Fragmento de Los Miserables - Víctor Hugo - Francia


PRIMERA PARTE
Libro segundo

8. La ola y la sombra

¡Un hombre al mar!
¡Qué importa! El navío no se detiene por esto. El viento sopla; la sombría nave tiene un camino trazado, que debe recorrer necesariamente. Y pasa.

El hombre desaparece, luego reaparece, se sumerge y sale de nuevo a la superficie, llama, extiende los brazos, no le oyen; el navío, extremeciéndose bajo el huracán, continúa sus maniobras, los marineros y los pasajeros no ven al hombre sumergido; su miserable cabeza no es más que un punto en la enormidad de las olas.

Lanza gritos desesperados en las profundidades. Esa vela que se aleja parece un espectro. La mira, la contempla frenéticamente. Pero la vela se aleja, decrece, desaparece. Allí estaba él hacía un momento, formaba parte de la tripulación, iba y venía sobre el puente con los demás, tenía su parte de respiración y de sol, era un ser vivo. Ahora, ¿qué ha sucedido? Resbaló, cayó. Todo ha terminado.

Se encuentra sumergido en la monstruosidad de las aguas. Bajo sus pies no hay más que olas que huyen y se desploman. Las olas, rotas y rasgadas por el viento, le rodean espantosamente; los vaivenes del abismo le arrastran; los harapos del agua se agitan alrededor de su cabeza; una turba de olas escupe sobre él; confusas cavernas amenazan devorarle; cada vez que se hunde entrevé precipicios llenos de oscuridad; terribles vegetaciones desconocidas le sujetan, le atan los pies, le atraen; siente que se covierte en abismo, que forma parte de la espuma, que las olas se lo lanzan de una a otra; bebe toda su amargura, el océano traidor se encarniza con él para ahogarle; la inmesidad juega con su agonía. Parece que toda el agua se haya convertido en odio.

Pero lucha, sin embargo; trata de defenderse, trata de sostenerse, hace esfuerzos, nada. Él, pobre fuerza agotada ya, combate contra lo inagotable.

¿Dónde está el navío? Allá, a lo lejos. Apenas visible en las pálidas tinieblas del horizonte.

Las ráfagas soplan; las espumas le cubren. Levanta la mirada y no ve más que la lividez de las nubes. Asiste, agonizando, a la inmensa demencia del mar. La locura de las olas es su suplicio. Oye ruidos extraños al hombre, que parecen venir de más allá de la tierra; de un lugar desconocido y horrible.

Hay pájaros en las nubes, lo mismo que hay ángeles por encima de las miserias humanas; ¿pero qué pueden hacer por él? Ellos vuelan, cantan y se ciernen en los aires, y él agoniza.

Se siente sepultado entre dos infinitos, el océano y el cielo; uno en su tumba, el otro en su mortaja.

La noche desciende; hace ya horas que nada; sus fuerzas se agotan; aquel navío, aquella cosa lejana donde había hombres, ha desaparecido. Se encuentra solo en el formidable antro crepuscular, se sumerge, se estira, se retuerce, siente debajo de sí los vagos monstruos de lo invisible; grita.

Ya no hay hombres. ¿Dónde está Dios?

Llama. ¡Alguien! ¡Alguien! Llama sin cesar.

Nada en el horizonte. Nada en el cielo.

Implora al espacio, a la ola, a las algas, al escollo; todo ensordece. Suplica a la tempestad; la tempestad, imperturbable, no obedece más que al infinito.

A su alrededor, la oscuridad, la bruma, la soledad, el tumulto tempestuoso e inconsciente, el repliegue indefinido de las aguas feroces. Dentro de sí, el horror y la fatiga. Debajo de él, el abismo sin un punto de apoyo. Imagina las aventuras tenebrosas del cadáver en medio de la sombra ilimitada. El frío sin fondo le paraliza. Sus manos se crispan, se cierran y apresan la nada. Vientos, nubarrones, torbellinos, estrellas inútiles. ¿Qué hacer? El desesperado se abandona; quien está cansado, toma el partido de morir, se deja llevar, se entrega a su suerte, y rueda para siempre en las lúgubres profundidades del abismo.

¡Oh, destino implacable de las sociedades humanas! ¡Pérdidas de hombres y de almas en vuestro camino! ¡Océano en el que cae todo lo que la ley deja caer! ¡Desaparición siniestra del socorro! ¡Oh, muerte moral!

El mar es la inexorable noche social donde la penalidad arroja a sus condenados. El mar es la miseria inmensa.

El alma, naufragando en este abismo, puede convertirse en un cadáver. ¿Quién la resucitará?
Traducción de Aurora Alemany

sábado, 12 de diciembre de 2015

Puisque j'ai mis ma lèvre / Plenitud - Víctor Hugo - Francia


Puisque j'ai mis ma lèvre

Puisque j'ai mis ma lèvre à ta coupe encor pleine;
Puisque j'ai dans tes mains posé mon front pâli;
Puisque j'ai respiré parfois la douce haleine
De ton âme, parfum dans l'ombre enseveli;

Puisqu'il me fut donné de t'entendre me dire
Les mots où se répand le cœur mystérieux;
Puisque j'ai vu pleurer, puisque j'ai vu sourire
Ta bouche sur ma bouche et tes yeux sur mes yeux;

Puisque j'ai vu briller sur ma tête ravie
Un rayon de ton astre, hélas ! voilé toujours;
Puisque j'ai vu tomber dans l'onde de ma vie
Une feuille de rose arrachée à tes jours;

Je puis maintenant dire aux rapides années:
- Passez ! Passez toujours ! je n'ai plus à vieillir;
Allez-vous-en avec vos fleurs toutes fanées;
J'ai dans l'âme une fleur que nul ne peut cueillir!

Votre aile en le heurtant ne fera rien répandre
Du vase où je m'abreuve et que j'ai bien rempli.
Mon âme a plus de feu que vous n'avez de cendre!
Mon cœur a plus d'amour que vous n'avez d'oubli!


Plenitud

Puesto que apliqué mis labios a tu copa llena aún,
y puse entre tus manos mi pálida frente;
puesto que alguna vez pude respirar el dulce aliento
de tu alma, perfume escondido en la sombra.

Puesto que me fue concedido escuchar de ti
las palabras en que se derrama el corazón misterioso;
ya que he visto llorar, ya que he visto sonreír,
tu boca sobre mi boca, tus ojos en mis ojos.

Ya que he visto brillar sobre mi cabeza ilusionada
un rayo de tu estrella, ¡ay!, siempre velada.
Ya que he visto caer en las ondas de mi vida
un pétalo de rosa arrancado a tus días,

puedo decir ahora a los veloces años:
¡Pasad! ¡Seguid pasando! ¡Yo no envejeceré más!
Idos todos con todas nuestras flores marchitas,
tengo en mi álbum una flor que nadie puede cortar.

vuestras alas, al rozarlo, no podrán derramar
el vaso en que ahora bebo y que tengo bien lleno.
Mi alma tiene más fuego que vosotros ceniza.
Mi corazón tiene más amor que vosotros olvido.
Versión de L. S.
De Les chants du crépuscule (1836)