Chet Baker - Like Someone In Love

Mostrando entradas con la etiqueta Fábulas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fábulas. Mostrar todas las entradas

martes, 16 de octubre de 2018

Fábulas/ 25 - Fragmento de Letra para su fija monja - Fernando de Pulgar - España


Letra para su fija monja
(sin fecha)    

[...] Y por cierto, amada fija, si otro conbate no touiesemos, saluo el de la cobdicia, nos sería asaz graue de sofrir, considerando las muertes y otros daños que della se siguen. Y quiérote traer aquí a propósito una fablilla que acaesció a un raposo con un asno.

    Segund cuenta esta patraña, el león, que es el rey de los animales, quiso facer cortes, a las cuales concurrieron los principales animales: y dice, que como este rey león tenía, o deuía tener, la condición noble y las orejas sinplicísimas, creía todo lo que los otros animales principales le decían. El raposo, que era artero, le decía:

    -¡Oh rey! Mal lo miras, si todo cuanto te dicen crees; porque muchos vienen a tí, dellos con mentiras coloradas, dellos con malicias que tienen imagen de bondad. Otros facen su fecho mostrando que facen el tuyo: y has de creer que estos grandes animales desean tener libertad, y sacudir de sí el yugo de su subiectión, y auer de tu patrimonio para facer a ellos poderosos, y a ti flaco, porque no los puedas castigar, y pierdas tu autoridad; la cual perdida, no serás obedescido, y tu justicia se enflaquecerá, y los delictos crecerán y tu reino se perderá. Para mientes que los oficios más veces se conseruan con las virtudes, que las virtudes se ganan con los oficios. Necesario has buen seso para sentir, y buen consejo para dicerner, y buen esfuerço para executar.

    El raposo, por el logar que mediante estos auisos tenía con el rey, era enbidiado. Los animales mayores, caídos del grado que pensauan merecer cerca del rey, e que el raposo les era peligroso, buscaron cómo lo apartar de la oreja del león, y propusieron ante él que la principal cosa en que se deuía entender era en su salud: y porque esta no se podía alcançar saluo con seso y coraçón de asno, el raposo, que era discreto y diligente, deuía ir por él.

    El raposo, conosciendo que lo apartauan del león, le dixo:

    -Mira que éstos más lo facen por apartar a mí que por servir a ti.

    El león, visto que todos los grandes animales se conformauan, fué constreñido a lo enbiar.

    El raposo, yendo en su camino, falló un asno paciendo en un prado, y díxole:

    -Tú ¿por qué no vas a la corte donde van todos los animales?

    El asno le respondió:

    -Porque paso aquí mi vida lo mejor que puedo, y no sé qué cosa es corte, ni lo quiero saber.

    Respondió el raposo:

    -No saber es mal, y no querer saber es peor. ¿Por qué rehusas de ir do se auisan los animales, do alcançan fama, y donde la gracia y la dicha de cada uno ha logar de se enplear en grandes cosas y auer grandes bienes?

    Respondió el asno:

    -No tengo uso para entre tal gente.

    Dixo el raposo:

    -El mayor trabajo es principiar, y la plática te hará maestro.

    El asno, vencido de cobdicia, dexó su abrigo y va en conpañía del raposo; e como llegasen a un logar, el asno quiso holgar. El raposo le dixo:

    -Si quieres ser rico y honrado has de ser verdadero y diligente, porque el perezoso holgando, pena deseando.

    El asno, remitido a la gouernación del raposo, llegó a la corte, donde vido la presencia espantable del león, y vido la grandeza de los otros animales, e cobdició ser como uno dellos. El león fízole gracioso recibimiento, y a pocos días, como pensó de le matar, mudó la voluntad buena y començole a mostrar la cara feroce. El asno, visto que el rey no le miraua como solía, boluió las espaldas y tornose a su prado. El raposo acusó al león e díxole:

    -Cuando touieres indignación y acordares prender a alguno, juntamente ha de ser la indignación con la execución; si no, nacerte ha tal escándalo que serás deseruido.

    El león, conoscida su mengua, le rogó que tornase por el asno. El raposo, por encargar al rey con sus seruicios, fué al asno y preguntole por qué se auia venido. El asno le respondió:

    -Anda, vete, amigo, con tu corte; no querría el placer de su fauor, por la tristeza que sentí en el disfauor.

    Dixo el raposo:

    -¡Cómo eres inorante! Sábete que en las cortes con el fauor no te conoscerás y con el disfauor no te conoscerán.

    Dixo el asno:

    -No tengo ninguno de mi linaje que me honre ni ayude.

    Respondió el raposo:

    -Serás tú el primero que aurás la gloria de los que despiertan memoria a los de su sangre.

    El asno, metido en la cobdicia, acordó de boluer con el raposo, y díxole:

    -Yo quiero tornar; mas si no lo hallo como quiero, no me hallará como quiere.

    El león, después de algunos días, quiso echar las uñas al asno y no pudo. El asno, como lo sospechó, huyó y tornó a su logar. El raposo, visto como auía perdido su trabajo, reprehendió la negligencia del rey, e començole a recontar los trabajos que auía pasado en traer dos veces al asno. El león le dixo:

    -¿Quieres que te diga? Si alcançamos el fin, relucen los trabajos, y si no han efecto, no esperes galardón, porque el fin de la cosa se mira más que los medios.

    El raposo, por no perder lo seruido, tornó por el asno y díxole:

    -Marauíllome estando en el dulçor del sobir poderlo dexar y venirte. Cata que ser criado entre nobles y escoger vida entre rústicos no procede de buen ingenio.

    Respondió el asno:

    -Si me castigas con rigor, antes me harás tu enemigo que tu corregido, y primero ganarás enemistad para tí que emienda para mí.

    Respondió el raposo:

    -Necio eres si miras en la forma del corregir, o en la manera de tu emendar.

    El asno le respondió:

    -Dígote que esta vida es tan corta, que antes nos morimos que nos emendamos, y por tanto te ruego que dexes de emendarme y cures de proueerme. Sábete que me vine porque quisiera yo luego algund oficio para poder cargar a otros, como otros cargan a mí.

    Respondió el raposo:

    -Si tu quieres oficio ageno de tu natural, perderás a ti y al oficio.

    Dixo el asno:

    -Tanbién sospeché que el león me quería prender o matar.

    Dixo el raposo:

    -Tu absencia te condena, aunque seas linpio de crimen. Anda acá conmigo, dixo el raposo, y tu presencia quitará la sospecha, porque los miedos vanos nunca los concibió buen seso.

    Dixo el asno:

    -No querría estar en logar do he de facer cara contraria a mi voluntad, y do peno deseando que me den y recelando que me quiten.

    Dixo el raposo:

    -Y ¿dó estarás que no penes con eso?

    Dixo el asno:

    -Bien estaua aquí, donde huelgo más y peco menos; pero anda, allá vamos. Bien veo que si al principio no te creyera, cuando despertaste mi cobdicia, no fuera metido en necesidad forçosa, como al comienço fué voluntaria.

    Entrados en la corte, el león echó las uñas en el asno, y mandó al raposo que troxiese los sesos y el coraçon. El raposo, visto los sesos y el coraçón del asno, comiólo y dixo al león que no le auía fallado ningún seso ni coraçón. El león, marauillado cómo podía ser animal sin seso y sin coraçón, respondió el raposo:

    -Creer deues por cierto, señor, que si este animal touiera seso y coraçón no lo troxiera la cobdicia tres veces a la corte, donde perdió la vida por ganar facienda.

    Muy amada fija, este enxenplo te he traído en el cual verás allá todo lo en que andamos acá; y puedes creer que no digo muchos, mas infinito es el número de los que tenemos tan poco seso y coraçón como el asno; porque teniendo suficiente proveimiento, no dexamos de cometernos a los vayuenes de la fortuna, y vamos tres y más veces donde los engaños del raposo nos lleuan. [...]

jueves, 14 de junio de 2018

Fábulas/ 24 - El Lobo y la Garza - Esopo - Grecia


Fábula de Esopo adaptada por Bennett y traducida del francés por Ana María Matute. 

El lobo y la garza

Un lobo de pelo hirsuto y afilados colmillos habíase cebado con los bienes de gentes honradas y, al fin recibió amenazas de que iba, por ello, a ser colgado. Pidió ayuda a una garza muy hábil con la promesa de una fuerte suma.

La garza defendió muy bien la causa del lobo, y le salvó la cabeza. Luego pidió a su cliente el cumplimiento de la palabra dada.

-¡Cómo! -exclamó el malvado-. ¿Acaso no he permitido que te vayas, sin degollarte? ¡Considérate afortunada de que no haya triturado tu mísera osamenta, ni arrancado la peluca, ni desgarrado la ropa, hasta el último de sus fru-frus! No esperes otra recompensa por haber salvado a un lobo.

Moraleja:

Si ayudas a un canalla no esperes ningún bien.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Fábulas/ 23 - Un cruce - Franz Kafka - Checoslovaquia


    Tengo un animal peculiar, mitad gatito, mitad cordero. Es herencia de mi padre, pero se ha desarrollado en los últimos tiempos, antes era más cordero que gatito, ahora, sin embargo, posee la misma proporción de ambos. De gato, cabeza y garras; de cordero, tamaño y forma corporal; de ambos tiene los ojos, que son llameantes y dulces; el pelaje es suave y apretado; puede andar a saltos y despacio, sin ruido; cuando brilla el sol se hace un ovillo en el alféizar de la ventana y ronronea; corre como un loco en la pradera y apenas se le puede atrapar; huye de los gatos, a los corderos los quiere atacar; en las noches de luna llena su camino favorito es el canalón, no puede maullar y siente repugnancia por las ratas; puede quedarse acechando ante el gallinero durante horas, pero aún no ha aprovechado una oportunidad para matar; yo lo alimento con leche dulce, es lo que le va mejor; la toma a través de sus dos colmillos dando largos sorbos. Por supuesto, es todo un espectáculo para los niños. El domingo por la mañana hay horas de visita, yo tengo al animalito en el regazo y niños de todo el vecindario se ponen a mi alrededor. Entonces plantean preguntas tan extrañas que ningún hombre las puede responder. Yo tampoco me esfuerzo en hacerlo, me limito, sin más explicaciones, a mostrar lo que tengo. A veces, los niños traen gatos, una vez, incluso, dos corderos; pero para su decepción no se produjo ningún signo de reconocimiento, los animales se miraron tranquilamente con sus ojos de seres irracionales y, por lo visto, tomaron su existencia mutua como un hecho divino.

miércoles, 13 de enero de 2016

Fábulas/ 22 - El ratón contrabandista - José Saramago - Portugal


Según los diccionarios, fábula es una "pequeña composición de forma poética o prosaica en la que se narra un hecho alegórico cuya verdad moral se esconde bajo velo de ficción y en la que se hace intervenir a personas, animales, e incluso seres inanimados". Si es correcta esta laboriosa explicación, ésta crónica es una fábula, aunque, y lo declaro desde el principio, no sea mi intención esconder aquí lección moral de ningún tipo. Muy al contrario, a mi flaco entender, las verdades, morales o inmorales, y sobre todo éstas últimas, deberían de andar bien a la vista de todo el mundo, como el color de los ojos.

Decido, pues, que esto no es una fábula. El hecho narrado no es alegórico y, en cuanto a la verdad moral, queda dicho todo. Por otra parte, no veo cómo un pobre ratón iba a poder aguantar tanta literatura y tan gravosa responsabilidad.

Este ratón -si aún no lo han matado- vive en la frontera. "¿En qué frontera?", pregunta el lector abriendo el mapa del mundo. "En una frontera", respondo yo evasivo, y continúo. Es un pequeño ratón campesino que, por azar de generaciones, matrimonios y ciertas migraciones antiguas acabó naciendo en la frontera, no se sabe de qué lado. Allí vivió pacíficamente su vida, sin amenaza de gatos o trigo rojo, atento sólo al vuelo silencioso y traicionero del milano. Gracias a los amables impulsos de la naturaleza, tuvo prole abundante, la cual, sin mayores dificultades, prosperó.

Sería un ratón feliz si a los dos países contiguos no se les hubiera ocurrido al mismo tiempo la idea de aprovechar a fondo la riqueza nacional. Veinte años atrás no habría habido complicaciones: se contaban las personas, el dinero, las tierras, cultivables o no, las minas, las vacas, los puertos de mar... Pero ambos países poseen enormes computadoras, que son aparatos dotados de un apetito prodigioso, que cuanto más tienen, más quieren. De ahí que el inventario resultase super-riguroso, hasta el punto de que, habiendo introducido en el ordenador el término múrido, el aparato no tardó en exigir, bajo amenaza de error en los coeficientes finales, la "riqueza nacional en ratones".

Fue entonces cuando la desgracia cayó sobre el hocico puntiagudo del animalillo. Grupos de inspectores peinaron los dos países contando ratón tras ratón, haciéndoles un nudo en el rabo para no perder la cuenta, hasta que llegaron a la frontera. Mientras hubo abundancia de ratones de un lado y otro de la línea, los inspectores encargados del censo realizaban su tarea sin el más mínimo asomo de hostilidad, pero llegó un momento en que sólo los separaba la línea de la frontera; sin embargo, esta línea, como se sabe, es invisible, y los ratones que faltaban eran sólo éste del que vengo hablando y su prole.

Inmediatamente comenzaron a surgir los llamados incidentes fronterizos. Hubo intercambio de disparos, los encargados del censo se disputaron los ratones a bofetadas, se movilizaron tropas en grandes concentraciones, se pronunciaron discursos inflamados y amenazas terribles. Y así está la situación en el momento en que esto escribo.

Uno de los países beligerantes consiguió apresar al ratón y va a juzgarlo por contrabando. Las cancillerías de las grandes potencias se muestran preocupadas. Se han presentado ya varias propuestas de conciliación, una de las cuales tiene muchas posibilidades de ser aceptada: consiste en entregar los ratones en litigio a los gatos de los dos países para que éstos, naturalmente, se los coman. Así se evita el conflicto, y no merma la riqueza, porque lo que se pierde en ratones se gana en gatos. Una simple transferencia.
De Las maletas del viajero, 1986
Traducción de Basilio Losada

sábado, 17 de octubre de 2015

Fábulas/ 21 - El Conejo y el León - Augusto Monterroso - Guatemala


    Un célebre Psicoanalista se encontró cierto día en medio de la Selva, semiperdido.

   Con la fuerza que dan el instinto y el afán de investigación logró fácilmente subirse a un altísimo árbol, desde el cual pudo observar a su antojo no sólo la lenta puesta del sol sino además la vida y costumbres de algunos animales, que comparó una y otra vez con las de los humanos.

    Al caer la tarde vio aparecer, por un lado, al Conejo; por otro, al León.

   En un principio no sucedió nada digno de mencionarse, pero poco después ambos animales sintieron sus respectivas presencias y, cuando toparon el uno con el otro, cada cual reaccionó como lo había venido haciendo desde que el hombre era hombre.

    El León estremeció la Selva con sus rugidos, sacudió la melena majestuosamente como era su costumbre y hendió el aire con sus garras enormes; por su parte, el Conejo respiró con mayor celeridad, vio un instante a los ojos del León, dio media vuelta y se alejó corriendo.

   De regreso a la ciudad el célebre Psicoanalista publicó cum laude su famoso tratado en que demuestra que el León es el animal más infantil y cobarde de la Selva, y el Conejo el más valiente y maduro: el León ruge y hace gestos y amenaza al Universo movido por el miedo; el Conejo advierte esto, conoce su propia fuerza, y se retira antes de perder la paciencia y acabar con aquel ser extravagante y fuera de sí, al que comprende y que después de todo no le ha hecho nada.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Fábulas / 20 - La fábula de las abejas, o cómo los vicios privados hacen la prosperidad pública - Bernard de Mandeville - Países Bajos // Elogio del crimen - Karl Marx - Prusia


    En 1714, Bernard Mandeville escribía esto: "Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir, si queremos gozar de sus dulces beneficios".


Fábula de las abejas

Un gran panal atiborrado de abejas
que vivían con lujo y comodidad,
mas que gozaba fama por sus leyes
y numerosos enjambres precoces,
estaba considerado el gran vivero
de las ciencias y la industria.
No hubo abejas mejor gobernadas,
ni más veleidad ni menos contento:
no eran esclavas de la tiranía
ni las regía loca democracia,
sino reyes que no se equivocaban,
pues su poder estaba circinscrito por leyes.

Estos insectos vivían como hombres,
y todos nuestros actos realizaban en pequeño;
hacían todo lo que se hace en la ciudad
y cuanto corresponde a la espada y a la toga,
aunque sus artificios, por ágil ligereza
de sus miembros diminutos, escapaban a la vista humana.
Empero, no tenemos nosotros máquinas, trabajadores,
buques, castillos, armas, artesanos,
arte, ciencia, taller o instrumento
que no tuviesen ellas el equivalente;
a los cuales, pues su lenguaje es desconocido,
llamaremos igual que a los nuestros.
Como franquicia, entre otras cosas,
carecían de dados, pero tenían reyes,
y éstos tenían guardias; podemos, pues,
pensar con verdad que tuvieran algún juego,
a menos que se pueda exhibir un regimiento
de soldados que no practique ninguno.

Grandes multitudes pululaban en el fructífero panal;
y esa gran cantidad les permitía medras,
empeñados por millones en satisfacerse
mutuamente la lujuria y vanidad,
y otros millones ocupábanse
en destruir sus manufacturas;
abastecían a medio mundo,
pero tenían más trabajo que trabajadores.
Algunos, con mucho almacenado y pocas penas,
lanzábanse a negocios de pingües ganancias,
y otros estaban condenados a la guadaña y al azadón,
y a todos estos oficios laboriosos
en los que los miserables voluntariosos sudan cada día
agotando su energía y sus brazos para comer.
Mientras, otros se abocaban a misterios
a los que poca gente envía aprendices,
que no requieren más capital que el bronce
y pueden levantarse sin un céntimo,
como fulleros, parásitos, rufianes, jugadores,
rateros, falsificadores, curanderos, agoreros
y todos aquellos que, enemigos
del trabajo sincero, astutamente
se apropian del trabajo
del vecino incauto y bonachón.
Bribones llamaban a éstos, mas salvo el mote,
los serios e industriosos eran los mismo:
todo oficio y dignidad tiene su tramposo,
no existe profesión sin engaño.

Los abogados, cuyo arte se basa
en crear litigios y discordar los casos,
oponíanse a todo lo establecido para que los embaucadores
tuvieran más trabajo con haciendas hipotecadas,
como si fuera ilegal que lo propio
sin mediar pleito pudiera disfrutarse.
Deliberadamente demoraban las audiencias,
para echar mano a los honorarios;
y por defender causas malvadas
hurgaban y registraban en las leyes
como los ladrones las tiendas y las casas,
buscando por dónde entrar mejor.

Los médicos valoraban la riqueza y la fama
más que la salud del paciente marchito
o su propia pericia; la mayoría,
en lugar de las reglas de su arte, estudiaban
graves actitudes pensativas y parsimoniosas,
para ganarse el favor del boticario
y la lisonja de parteras y sacerdotes, y de todos
cuantos asisten al nacimiento o al funeral,
siendo indulgentes con la tribu charlatana
y las prescripciones de las comadres,
con sonrisa afectada y un amable "¿Qué tal?"
para adular a toda la familia,
y la peor de todas las maldiciones,
aguantar la impertinencia de las enfermeras.

De los muchos sacerdotes de Júpiter
contratados para conseguir bendiciones de Arriba,
algunos eran leídos y elocuentes,
pero los había violentos e ignorantes por millares,
aunque pasaban el examen todos cuantos podían
enmascarar su pereza, lujuria, avaricia y orgullo,
por los que eran tan afamados, como los sastres
por sisar retazos, o ron los marineros;
algunos, entecos y andrajosos,
místicamente mendigaban pan,
significando una copiosa despensa,
aunque literalmente no recibían más;
y mientras estos santos ganapanes perecían de hambre,
los holgazanes a quienes servían
gozaban su comodidad, con todas las gracias
de la salud y la abundancia en sus rostros.

Los soldados, que a batirse eran forzados,
sobreviviendo disfrutaban honores,
aunque otros, que evitaban la sangrienta pelea,
enseñaban los muñones de sus miembros amputados;
generales había, valerosos, que enfrentaban al enemigo,
y otros recibían sobornos para dejarle huir;
los que siempre al fragor se aventuraban
perdían, ora una pierna, ora un brazo,
hasta que, incapaces de seguir, les dejaban de lado
a vivir sólo a media ración,
mientras otros que nunca habían entrado en liza
se estaban en sus casas gozando doble mesada.

Servían a sus reyes, pero con villanía,
engañados por su propio ministerio;
muchos, esclavos de su propio bienestar,
salvábanse robando a la misma corona:
tenían pequeñas pensiones y las pasaban en grande,
aunque jactándose de su honradez.
Retorciendo el Derecho, llamaban
estipendios a sus pringosos gajes;
y cuando las gentes entendieron su jerga,
cambiaron aquel nombre por el de emolumentos,
reticentes de llamar a las cosas por su nombre
en todo cuanto tuviera que ver con sus ganancias;
porque no había abeja que no quisiera
tener siempre más, no ya de lo que debía,
sino de lo que osaba dejar entender
que pagaba por ello; como vuestros jugadores,
que aún jugando rectamente, nunca ostentan
lo que han ganado ante los perdedores.

¿Quién podrá recordar todas sus supercherías?
El propio material que por la calle vendían
como basura para abonar la tierra,
frecuentemente la veían los compradores
abultada con un cuartillo
de mortero y piedras inservibles;
aunque poco podía quejarse el tramposo
que, a su vez, vendía gato por liebre.

Y la misma Justicia, célebre por su equidad,
aunque ciega, no carecía de tacto;
su mano izquierda, que debía sostener la balanza,
a menudo la dejaba caer, sobornada con oro;
y aunque parecía imparcial
tratándose de castigos corporales,
fingía seguir su curso regular
en los asesinatos y crímenes de sangre;
pero a algunos, primero expuestos a mofa por embaucadores,
los ahorcaban luego con cáñamo de su propia fábrica;
creíase, empero, que su espada
sólo ponía coto a desesperados y pobres
que, delincuentes por necesidad,
eran luego colgados en el árbol de los infelices
por crímenes que no merecían tal destino,
salvo por la seguridad de los grandes y los ricos.

Así pues, cada parte estaba llena de vicios,
pero todo el conjunto era un Paraíso;
adulados en la paz, temidos en la guerra,
eran estimados por los extranjeros
y disipaban en su vida y riqueza
el equilibrio de los demás panales.
Tales eran las bendiciones de aquel Estado:
sus pecados colaboraban para hacerle grande;
y la virtud, que en la política
había aprendido mil astucias,
por la feliz influencia de ésta
hizo migas con el vicio; y desde entonces
aun el peor de la multitud,
algo hacía por el bien común.

Así era el arte del Estado, que mantenía
el todo, del cual cada parte se quejaba;
esto, como en música la armonía,
en general hacía concordar las disonancias;
partes directamente opuestas
se ayudaban, como si fuera por despecho,
y la templanza y la sobriedad
servían a la beodez y la gula.

La raíz de los males, la avaricia,
vicio maldito, perverso y pernicioso,
era esclava de la prodigalidad,
ese noble pecado;
mientras que el lujo
daba trabajo a un millón de pobres
y el odioso orgullo a un millón más;
la misma envidia, y la vanidad,
eran ministros de la industria;
sus amadas, tontería y vanidad,
en el comer, el vestir y el mobiliario,
hicieron de ese vicio extraño y ridículo
la rueda misma que movía al comercio,
sus ropas y sus leyes eran por igual
objeto de mutabilidad;
porque lo que alguna vez estaba bien,
en medio año se convertía en delito;
sin embargo, al paso que mudaban sus leyes
siempre buscando y corrigiendo imperfecciones,
con la inconstancia remediaban
faltas que no previó prudencia alguna.

Así el vicio nutría al ingenio,
el cual, unido al tiempo y la industria,
traía consigo las conveniencias de la vida,
los verdaderos placeres, comodidad, holgura,
en tal medida, que los mismos pobres
vivían mejor que antes los ricos,
y nada más podría añadirse.

¡Cuán vana es la felicidad de los mortales!
Si hubiesen sabido los límites de la bienaventuranza
y que aquí abajo, la perfección
es más de lo que los dioses pueden otorgar,
los murmurantes bichos se habrían contentado
con sus ministros y su gobierno;
pero, no: a cada malandanza,
cual criaturas perdidas sin remedio,
maldecían sus políticos, ejércitos y flotas,
al grito de "¡Mueran los bribones!",
y aunque sabedores de sus propios timos,
despiadadamente no les toleraban en los demás.

Uno, que obtuvo acopios principescos
burlando al amo, al rey y al pobre,
osaba gritar: "¡Húndase la tierra
por sus muchos pecados!".
Y, ¿quién creeréis que fuera el bribón sermoneador?
Un guantero que daba borrego por cabritilla.

Nada se hacía fuera de lugar
ni que interfiriera los negocios públicos;
pero todos los tunantes exclamaban descarados:
"¡Dios mío, si tuviésemos un poco de honradez!"
Mercurio sonreía ante tal impudicia,
a la que otros llamarían falta de sensatez,
de vilipendiar siempre lo que les gustaba;
pero Júpiter, movido de indignación,
al fin airado prometió liberar por completo
del fraude al aullante panal; y así lo hizo.
Y en ese mismo momento el fraude se aleja,
y todos los corazones se colman de honradez;
allí ven muy patentes, como en el Árbol de la Ciencia,
todos los delitos que se avergüenzan de mirar,
y que ahora se confiesan en silencio,
ruborizándose de su fealdad,
cual niños que quisieran esconder sus yerros
y su color traicionara sus pensamientos,
imaginando, cuando se les mira,
que los demás ven lo que ellos hicieron.

Pero, ¡Oh, dioses, qué consternación!
¡Cuán grande y súbito ha sido el cambio!
En media hora, en toda la Nación,
la carne ha bajado un penique la libra.
Yace abatida la máscara de la hipocresía,
la del estadista y la del payaso;
y algunos, que eran conocidos por atuendos prestados,
se veían muy extraños con los propios.
Los tribunales quedaron ya aquel día en silencio,
porque ya muy a gusto pagaban los deudores,
aun lo que sus acreedores habían olvidado,
y éstos absolvían a quienes no tenían.

Quienes no tenían razón, enmudecieron,
cesando enojosos pleitos remendados;
con lo cual, nada pudo medrar menos
que los abogados en un panal honrado;
todos, menos quienes habían ganado lo bastante,
con sus cuernos de tinta colgados se largaron.

La Justicia ahorcó a algunos y liberó a otros;
y, tras enviarlos a la cárcel,
no siendo ya más requerida su presencia,
con su séquito y pompa se marchó.
Abrían el séquito los herreros con cerrojos y rejas,
grillos y puertas con planchas de hierro;
luego los carceleros, torneros y guardianes;
delante de la diosa, a cierta distancia,
su fiel ministro principal,
don Verdugo, el gran consumador de la Ley,
no portaba ya su imaginaria espada,
sino sus propias herramientas, el hacha y la cuerda;
después, en una nube, el hada encapuchada,
la Justicia misma, volando por los aires;
en torno de su carro, y detrás de él,
iban sargentos, corchetes de todas clases,
alguaciles de vara, y los oficiales todos
que exprimen lágrimas para ganarse la vida.

Aunque la medicina vive mientras haya enfermos,
nadie recetaba más que las abejas con aptitudes,
tan abundantes en todo el panal,
que ninguna de ellas necesitaba viajar;
dejando de lado vanas controversias, se esforzaban
por librar de sufrimientos a sus pacientes,
descartando las drogas de países granujas
para usar sólo sus propios productos,
pues sabían que los dioses no mandan enfermedades
a naciones que carecen de remedios.

Despertando de su pereza, el clero
no pasaba ya su carga a abejas jornaleras,
sino que se abastecía a sí mismo, exento de vicios,
para hacer sacrificios y ruegos a los dioses.
Todos los ineptos, o quienes sabían
que sus servicios no eran indispensables, se marcharon;
no había ya ocupación para tantos
(si los honrados alguna vez los habían necesitado)
y sólo algunos quedaron junto al Sumo Sacerdote,
a quienes los demás rendían obediencia;
y él mismo, ocupado en tareas piadosas,
abandonó sus demás negocios en el Estado.
No echaba a los hambrientos de su puerta
ni pellizcaba del jornal de los pobres,
sino que al famélico alimentaba en su casa,
en la que el jornalero encontraba pan abundante
y cama y sustento el peregrino.


    Entre 1860 y 1862, Carlos Marx se inspiró en el poema de Mandeville para escribir este


Elogio del crimen (fragmentos)

El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. [...] El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una "mercancía". Lo cual contribuye a incrementar la riqueza nacional, aparte de la fruición privada que, según nos hace ver un testigo competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su propio autor.
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo. [...]
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras veces trágica, según los casos, prestando con ello un "servicio" al movimiento de los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por lo tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino el Edipo de Sófocles y Ricardo III de Shakespeare. El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del estancamiento y provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas productivas. [...]
Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo como el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección si no hubiese ladrones. Y la fabricaión de billetes de banco no habría llegado nunca a su actual refinamiento a no ser por los falsificadores de moneda. El microscopio no habría encontrado acceso a los negocios comerciales corrientes (véase Babbage) si no le hubiera abierto el camino el fraude comercial. Y la química práctica debiera estarle tan agradecida a las adulteraciones de mercancías y al intento de descubrirlas como al honrado celo por aumentar la productividad.
El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas, en lo tocante a la invención de máquinas. Y, abandonando ahora el campo del delito privado, ¿acaso, sin los delitos nacionales, habría llegado a crearse nunca el mercado mundial? Más aún, ¿existirían siquiera naciones? ¿Y no es el árbol del pecado, al mismo tiempo, y desde Adán, el árbol del conocimiento? Ya Mandeville, en Fable of the Bees (1705) había demostrado la productividad de todos los posibles oficios, poniendo de manifiesto en general la tendencia de toda esta argumentación:
Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente, si es que no perece completamente.

Lo que ocurre es que Mandeville era, naturalmente, mucho más, infinitamente más audaz y más honrado que los apologistas filisteos de la sociedad burguesa.

martes, 9 de diciembre de 2014

Fábulas/ 19 - El Camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse - Augusto Monterroso - Guatemala


    En un país muy remoto, en plena Selva, se presentó hace muchos años un tiempo malo en el que el Camaleón, a quien le había dado por la política, entró en un estado de total desconcierto, pues los otros animales, asesorados por la Zorra, se habían enterado de sus artimañas y empezaron a contrarrestarlas llevando día y noche en los bolsillos juegos de diversos vidrios de colores para combatir su ambigüedad e hipocresía, de manera que cuando él estaba morado y por cualquier circunstancia del momento necesitaba volverse, digamos, azul, sacaban rápidamente un cristal rojo a través del cual lo veían, y para ellos continuaba siendo el mismo Camaleón morado, aunque se condujera como Camaleón azul; y cuando estaba rojo y por motivaciones especiales se volvía anaranjado, usaban el cristal correspondiente y lo seguían viendo tal cual.
    Esto sólo en cuanto a los colores primarios, pues el método se generalizó tanto que con el tiempo no había ya quien no llevara consigo un equipo completo de cristales para aquellos casos en que el mañoso se tornaba simplemente grisáceo, o verdiazul, o de cualquier color más o menos indefinido, para dar el cual eran necesarias tres, cuatro o cinco superposiciones de cristales.
    Pero lo bueno fue que el Camaleón, considerando que todos eran de su condición, adoptó también el sistema.
    Entonces era cosa de verlos a todos en las calles sacando y alternando cristales a medida que cambiaban de colores, según el clima político o las opiniones políticas prevalecientes ese día de la semana o a esa hora del día o de la noche.
    Como es fácil comprender, esto se convirtió en una especie de peligrosa confusión de las lenguas; pero pronto los más listos se dieron cuenta de que aquello sería la ruina general si no se reglamentaba de alguna manera, a menos de que todos estuvieran dispuestos a ser cegados y perdidos definitivamente por los dioses, y restablecieron el orden.
    Además de lo estatuido por el Reglamento que se redactó con ese fin, el derecho consuetudinario fijó por su parte reglas de refinada urbanidad, según las cuales, si alguno carecía de un vidrio de determinado color urgente para disfrazarse o para descubrir el verdadero color de alguien, podía recurrir inclusive a sus propios enemigos para que se lo prestaran, de acuerdo con su necesidad del momento, como sucedía entre las naciones más civilizadas.
    Sólo el León que por entonces era el Presidente de la Selva se reía de unos y de otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco a lo suyo, por divertirse.
    De esa época viene el dicho de que

todo Camaleón es según el color
del cristal con que se mira.
Augusto Monterroso

Dedicado a PI y a unos cuantos más.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Fábulas/ 11 - La Cigarra y la Hormiga - Jean de La Fontaine - Francia / Félix María Samaniego - España


Versión original de La Fontaine

La Cigale et la Fourmi

La Cigale, ayant chanté
Tout l'été,
Se trouva fort dépourvue
Quand la bise fut venue:
Pas un seul petit morceau
De mouche ou de vermisseau.
Elle alla crier famine
Chez la Fourmi sa voisine,
La priant de lui prêter
Quelque grain pour subsister
Jusqu'à la saison nouvelle.
"Je vous paierai, lui dit-elle,
Avant l'Oût, foi d'animal,
Intérêt et principal."
La Fourmi n'est pas prêteuse:
C'est là son moindre défaut.
Que faisiez-vous au temps chaud?
Dit-elle à cette emprunteuse.
- Nuit et jour à tout venant
Je chantais, ne vous déplaise.
- Vous chantiez? j'en suis fort aise.
Eh bien! dansez maintenant.


Versión de Samaniego

La cigarra y la hormiga

Cantando la Cigarra
pasó el verano entero,
sin hacer provisiones
allá para el invierno;
los fríos la obligaron
a guardar el silencio
y a acogerse al abrigo
de su estrecho aposento.
Viose desproveída
del preciso sustento:
sin mosca, sin gusano,
sin trigo y sin centeno.
Habitaba la Hormiga
allí tabique en medio,
y, con mil expresiones
de atención y respeto,
la dijo:
-Doña Hormiga,
pues que en vuestro granero
sobran las provisiones
para vuestro alimento,
prestad alguna cosa
con que viva este invierno
esta triste Cigarra,
que, alegre en otro tiempo,
nunca conoció el daño,
nunca supo temerlo.
No dudéis en prestarme;
que fielmente prometo
pagaros con ganancias,
por el nombre que tengo.
La codiciosa Hormiga
respondió con denuedo,
ocultando a la espalda
las llaves del granero:
-¡Yo prestar lo que gano
con un trabajo inmenso!
Dime, pues, holgazana,
¿qué has hecho en el buen tiempo?
-Yo -dijo la Cigarra-,
a todo pasajero
cantaba alegremente,
sin cesar ni un momento.

-¡Hola! ¿Conque, cantabas
cuando yo andaba al remo?
Pues ahora, que yo como,
baila, pese a tu cuerpo.

sábado, 26 de julio de 2014

Fábulas/ 10 - Esopo y el borrico - Juan Eugenio Hartzenbusch - España


    Al buen Esopo díjole un borrico:
"Por quien soy te suplico,
si en algún cuentecillo me introduces,
que pongas, como debes, en mi labio,
cordura, discreción, lenguaje sabio."

    Esopo respondió: "Yo bien podría
fingirte bestia de talento y luces;
pero al ver el solemne desatino,
todo el mundo a una voz nos llamaría,
el filósofo a ti, y a mí el pollino."

    Es alabar a un necio
locura digna de común desprecio.

viernes, 4 de julio de 2014

Fábulas/ 9 - Enxiemplo del lobo e de la cabra e de la grulla - Arcipreste de Hita - España


    El lobo a la cabra      comiéla por merienda;
atravesósele un uesso:      estava en contienda,
afogarse quería,      demandava corrienda
físicos e maestros,      que quería fazer emienda;

    prometió al que lo sacase      tesoro e grand riqueza.
Vino la grulla      de somo del alteza,
el uesso con el pico sacól'      con sotileza:
el lobo fincó sano      a comer sin pereza.

    Dixo la grulla al lobo      que l' quisiesse pagar;
el lobo dixo: "¡Cómo!      ¿non te pudiera tragar
el cuello con mis dientes      si quisiera apretar?
Pues sea te soldada      pues non te quise matar."

    Bien assí tú lo fazes,      agora que estás lleno
de pan e de dineros      que forçaste de lo ajeno;
non quieres dar al pobre      un poco de centeno,
mas ansí te secarás      como rocío e feno.

    En fazer bien al malo      cosa nol aprovecha:
omne desgradecido      bienfecho nunca pecha;
el buen conocimiento      mal omne lo desecha:
el bien que omne le faze      diz que es por su derecha.

viernes, 6 de junio de 2014

Fábulas/ 8 - Introducción a las fábulas para animales - Ángel González - España


Durante muchos siglos
la costumbre fue ésta:
aleccionar al hombre con historias
a cargo de animales de voz docta,
de solemne ademán o astutas tretas,
tercos en la maldad y en la codicia
o necios como el ser al que glosaban.
La humanidad les debe
parte de su virtud y su sapiencia
a asnos y leones, ratas, cuervos,
zorros, osos, cigarras y otros bichos
que sirvieron de ejemplo y moraleja,
de estímulo también y de escarmiento
en las ajenas testas animales,
al imaginativo y sutil griego,
al severo romano, al refinado
europeo,
al hombre occidental, sin ir más lejos.
Hoy quiero —y perdonad la petulancia—
compensar tantos bienes recibidos
del gremio irracional
describiendo algún hecho sintomático,
algún matiz de la conducta humana
que acaso pueda ser educativo
para las aves y para los peces,
para los celentéreos y mamíferos,
dirigido lo mismo a las amebas
más simples
como a cualquier especie vertebrada.
Ya nuestra sociedad está madura,
ya el hombre deja atrás la adolescencia
y en su vejez occidental bien puede
servir de ejemplo al perro
para que el perro sea
más perro,
y el zorro más traidor,
y el león más feroz y sanguinario,
y el asno como dicen que es el asno,
y el buey más inhibido y menos toro.
A toda bestia que pretenda
perfeccionarse como tal
—ya sea
con fines belicistas o pacíficos,
con miras financieras o teológicas,
o por amor al arte simplemente—
no cesaré de darle este consejo:
que observe al homo sapiens, y que aprenda.

viernes, 11 de abril de 2014

Fábulas/ 7 - Insuficiencia de las leyes (El reino de los beodos) - Ramón de Campoamor - España


INSUFICIENCIA DE LAS LEYES
EL REINO DE LOS BEODOS

    Tuvo un reino una vez tantos beodos,
que se puede decir que lo eran todos,
en el cual por ley justa se previno:
- Ninguno cate el vino.

    Con júbilo el más loco
aplaudióse la ley, por costar poco:
acatarla después, ya es otro paso;
pero en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto,
creyendo que vedaba sólo el tinto,
y del modo más franco
se achisparon después con vino blanco.
Extrañado que el pueblo no la entienda,
el Senado a la ley pone una enmienda,
y a aquello de: Ninguno cate el vino,
añadió, blanco, al parecer, con tino.
Respetando la enmienda el populacho,
volvió con vino tinto a estar borracho,
creyendo por instinto ¡mas qué instinto!
que el privado en tal caso no era el tinto.

    Corrido ya el Senado,
en la segunda enmienda, de contado,
- Ninguno cate el vino,
sea blanco, sea tinto-, les previno;
y el pueblo, por salir del nuevo atranco,
con vino tinto entonces mezcló el blanco;
hallando otra evasión de esta manera,
pues ni blanco ni tinto entonces era.

    Tercera vez burlado.
- "No es eso, no señor", dijo el Senado;
"o el pueblo es muy zoquete, o muy ladino;
se prohíbe mezclar vino con vino".
Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!
¿Creeréis que luego lo mezcló con agua?
Dejando entonces el Senado el puesto,
de este modo al cesar dio un manifiesto:
La ley es red, en la que siempre se halla
descompuesta una malla,
por donde el ruin que en su razón no fía,
se evade suspicaz... ¡Qué bien decía!

    Y en lo demás colijo
que debiera decir, si no lo dijo:
Jamás la ley enfrena
al que a su infancia su malicia iguala:
si se ha de obedecer, la mala es buena;
mas si se ha de eludir, la buena es mala.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Fábulas/ 6 - El asno y su amo - Tomás de Iriarte - España


    "Siempre acostumbra a hacer el vulgo necio
de lo bueno y lo malo igual aprecio.
Yo le doy lo peor, que es lo que alaba."

    De este modo sus yerros disculpaba
un escritor de farsas indecentes;
y un taimado poeta que lo oía,
le respondió en los términos siguientes:
"Al humilde Jumento
su dueño daba paja, y le decía:
Toma, pues que con esto estás contento."
Díjolo tantas veces, que ya un día
se enfadó el Asno, y replicó: "Yo tomo
lo que me quieres dar; pero, hombre injusto,
¿piensas que sólo de la paja gusto?
Dame grano y verás si me lo como".

    Sepa quien para el público trabaja,
que tal vez a la plebe culpa en vano;
pues si en dándole paja, come paja,
siempre que le dan grano, come grano.

Dedicada especialmente -entre otros sujetos- a los programadores de televisión.

martes, 26 de noviembre de 2013

Fábulas/ 5 - El gato, el lagarto y el grillo - Tomás de Iriarte - España


Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos,
y en conservar su construcción orgánica,
como hábiles que son en la botánica,
pues conocen las hierbas diuréticas,
catárticas, narcóticas, eméticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.

En esto era gran práctico y teórico
un gato, pedantísimo retórico,
que hablaba en un estilo tan enfático
como el más estirado catedrático.
Yendo a caza de plantas salutíferas,
dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas!
Quiero por mis turgencias semihidrópicas
chupar el zumo de hojas heliotrópicas.»

Atónito el lagarto con lo exótico
de todo aquel preámbulo estrambótico,
no entendió más la frase macarrónica
que si le hablasen lengua babilónica;
pero notó que el charlatán ridículo,
de hojas de girasol llenó el ventrículo,
y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico,
he entendido lo que es zumo heliotrópico.»

¡Y no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo,
aunque se fue en ayunas del catálogo
de términos tan raros y magníficos,
hizo del gato elogios honoríficos!
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por mérito,
y el hablar liso y llano por demérito.

Mas ya que esos amantes de hiperbólicas
cláusulas y metáforas diabólicas,
de retumbantes voces el depósito
apuran, aunque salga un despropósito,
caiga sobre su estilo problemático
este apólogo esdrújulo-enigmático.

lunes, 5 de agosto de 2013

Fábulas/ 4 - La zorra y las uvas - Félix María Samaniego - España


    Es voz común que a más del mediodía
en ayunas la Zorra iba cazando.
Halla una parra, quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.
    Cansábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
    Miró, saltó y anduvo en probaduras;
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la Zorra dijo:
"No las quiero comer. No están maduras".

    No por eso te muestres impaciente
si se te frustra, Fabio, algún intento;
aplica bien el cuento
y di:
No están maduras, frescamente.
Félix María Samaniego

Dedicado a APR y sus amagos (he dicho amagos, no amigos).

lunes, 8 de abril de 2013

Fábulas/ 3 - Los dos conejos - Tomás de Iriarte - España


    Por entre unas matas,
seguido de perros,
no diré corría,
volaba un conejo.

    De su madriguera
salió un compañero
y le dijo: «Tente,
amigo, ¿qué es esto?»

    «¿Qué ha de ser?», responde;
«sin aliento llego...;
dos pícaros galgos
me vienen siguiendo».

    «Sí», replica el otro,
«por allí los veo,
pero no son galgos».
«¿Pues qué son?» «Podencos.»

    «¿Qué? ¿podencos dices?
Sí, como mi abuelo.
Galgos y muy galgos;
bien vistos los tengo.»

    «Son podencos, vaya,
que no entiendes de eso.»
«Son galgos, te digo.»
«Digo que podencos.»

    En esta disputa
llegando los perros,
pillan descuidados
a mis dos conejos.

    Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo.

viernes, 1 de marzo de 2013

Fábulas/ 2 - El zapatero y el banquero - Jean de La Fontaine - Francia


Le Savetier et le Financier

Un Savetier chantait du matin jusqu'au soir:
C'était merveilles de le voir,
Merveilles de l'ouïr; il faisait des passages,
Plus content qu'aucun des sept sages.
Son voisin au contraire, étant tout cousu d'or,
Chantait peu, dormait moins encor.
C'était un homme de finance.
Si sur le point du jour parfois il sommeillait,
Le Savetier alors en chantant l'éveillait,
Et le Financier se plaignait,
Que les soins de la Providence
N'eussent pas au marché fait vendre le dormir,
Comme le manger et le boire.
En son hôtel il fait venir
Le chanteur, et lui dit: Or çà, sire Grégoire,
Que gagnez-vous par an? - Par an? Ma foi, Monsieur,
Dit avec un ton de rieur,
Le gaillard Savetier, ce n'est point ma manière
De compter de la sorte; et je n'entasse guère
Un jour sur l'autre: il suffit qu'à la fin
J'attrape le bout de l'année:
Chaque jour amène son pain.
- Eh bien que gagnez-vous, dites-moi, par journée?
- Tantôt plus, tantôt moins: le mal est que toujours;
Et sans cela nos gains seraient assez honnêtes,
Le mal est que dans l'an s'entremêlent des jours
Qu'il faut chommer; on nous ruine en Fêtes.
L'une fait tort à l'autre; et Monsieur le Curé
De quelque nouveau Saint charge toujours son prône.
Le Financier riant de sa naïveté
Lui dit: Je vous veux mettre aujourd'hui sur le trône.
Prenez ces cent écus: gardez-les avec soin,
Pour vous en servir au besoin.
Le Savetier crut voir tout l'argent que la terre
Avait depuis plus de cent ans
Produit pour l'usage des gens.
Il retourne chez lui: dans sa cave il enserre
L'argent et sa joie à la fois.
Plus de chant; il perdit la voix
Du moment qu'il gagna ce qui cause nos peines.
Le sommeil quitta son logis,
Il eut pour hôtes les soucis,
Les soupçons, les alarmes vaines.
Tout le jour il avait l'oeil au guet; Et la nuit,
Si quelque chat faisait du bruit,
Le chat prenait l'argent: A la fin le pauvre homme
S'en courut chez celui qu'il ne réveillait plus!
Rendez-moi, lui dit-il, mes chansons et mon somme,
Et reprenez vos cent écus.


El zapatero y el banquero

Desde el alba a la noche
cantaba un zapatero a troche y moche;
y era una maravilla
el verle y el oírle,
el cuero machacando en pobre silla, 
contento como aquel que el bien aprecia, 
más que los siete sabios de la Grecia.
Su vecino, un banquero, 
era al revés, porque cantaba poco, 
durmiendo mucho menos que el artista; 
y cuando al alba el sueño conciliaba, 
la voz del zapatero 
en sus cansados ojos lo ahuyentaba;
y un cargo hacía a Dios, que no dispuso
que el sueño se vendiera
como el pan y otras cosas que hay en uso. 
Un día al remendón llamó a su casa:
- Vamos a ver -le dijo-: ¿Cuánto ganas al año? 
El zapatero, sonriendo sin tasa, 
contestó: - Yo, señor, no hago esas cuentas, 
que son largas a fe; no acertaría; 
me basta que a la noche 
haya ganado el pan de cada día. 
- ¿Qué es lo que ganas, dime, en la jornada?
- Más o menos, según; hay muchas fiestas 
en que es preciso descansar y, al cabo, 
son para mi bolsillo muy molestas.
Reíase el banquero 
oyendo a su vecino el zapatero,
y sacó de la caja cien ducados,
que le entregó, diciendo:
- Guárdalos con cuidado 
para remunerarte lo que pierdas.
Absorto el remendón y entusiasmado, 
creyendo que veía 
en su poder cuanto la tierra cría, 
los soterró en la cueva de su casa,
y soterró también su regocijo,
porque ya no cantaba,
a un afán entregado tan prolijo.
Perdió asimismo el sueño,
descuidando el trabajo
por cuidar del tesoro con empeño;
crecían sus sospechas, sus alarmas;
cualquier rumor nocturno
lo convertía en viles intenciones
de avarientos ladrones;
hasta que al fin, un día,
cogió el oro, diciendo a su vecino:
- Devolvedme, señor, por vida mía,
el alegre sosiego,
a cambio de este oro que os entrego.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Literatura satírica y burlesca/ 7 - Fábulas/ 1 - Fragmento de Las ranas que demandaban un rey - Juan Ruiz, Arcipreste de Hita - España

La rana - Fernando Beorlegui BeguiristainLas ranas en un lago cantavan e jugavan,
cosa non les nuzía¹, bien solteras andavan,
creyeron al diablo, que de mal se pagavan;
pidieron rey a don Júpiter, mucho gelo rogaban.

Embióles don Júpiter una viga de lagar,
la mayor quel pudo: cayó en esse lugar.
El grand golpe del fuste fizo ranas callar,
mas vieron que non era rey para las castigar:

suben sobre la viga quantas podien sobir;
dixieron: "non es este rey para nos lo servir".
Pidieron rey a don Júpiter como lo solían pedir;
don Júpiter con saña óvolas de oír;

embióles por su rey cigüeña manzillera:
cercava todo el lago, assí faz² la ribera,
andando picoabierta; como era venternera³
de dos en dos las ranas comía bien ligera.

Querellando, a don Júpiter dieron bozes las ranas:
"Señor, señor, acórrenos, tú que matas e sanas:
el rey que tú nos diste, por nuestras bozes vanas,
danos muy malas tardes, e peores las mañanas;

su vientre nos sotierra, su pico nos estraga:
de dos en dos nos come, nos abarca e nos traga;
señor, tú nos defiende; señor, tú ya nos paga;
danos la tu ayuda, tira de nos tu plaga."

Respondióles don Júpiter: "Tened lo que pidistes:
el rey tan demandado por quantas bozes distes,
vengue vuestra locura; ca en poco tovistes
ser libres e sin premia4: reñit, pues lo quesistes."

Quien tiene lo que l'cumple, con ello sea pagado;
quien pudiere ser suyo non sea enajenado;
el que non toviere premia non quiera ser apremiado:
libertat e soltura non es por oro comprado. [...]

¹ cosa non les nuzía: nada les dañaba
² assí faz: así como
³ venternera: comilona
4 sin premia: sin apremio

Dedicado a los sufridos votantes del 22-M. En fin, dedicado a los votantes pretéritos, presentes y futuros.
- ¿Incluído usted?
- Tal vez...

viernes, 2 de abril de 2010

Fábulas/ 12 - La Rana que quería ser una rana auténtica - Augusto Monterroso - Guatemala

Ancas de ranaHabía una vez una Rana que quería ser una Rana auténtica, y todos los días se esforzaba en ello.
Al principio se compró un espejo en el que se miraba largamente buscando su ansiada autenticidad.
Unas veces parecía encontrarla y otras no, según el humor de ese día o de la hora, hasta que se cansó de esto y guardó el espejo en un baúl.
Por fin pensó que la única forma de conocer su propio valor estaba en la opinión de la gente, y comenzó a peinarse y a vestirse y a desvestirse (cuando no le quedaba otro recurso) para saber si los demás la aprobaban y reconocían que era una Rana auténtica.
Un día observó que lo que más admiraban de ella era su cuerpo, especialmente sus piernas, de manera que se dedicó a hacer sentadillas y a saltar para tener unas ancas cada vez mejores, y sentía que todos la aplaudían.
Y así seguía haciendo esfuerzos hasta que, dispuesta a cualquier cosa para lograr que la consideraran una Rana auténtica, se dejaba arrancar las ancas, y los otros se las comían, y ella todavía alcanzaba a oír con amargura cuando decían que qué buena Rana, que parecía Pollo.

miércoles, 31 de marzo de 2010

Fábulas/ 13 - El Mono piensa en ese tema - Augusto Monterroso - Guatemala

Escritor
¿Por qué será tan atractivo -pensaba el Mono en otra ocasión, cuando le dio por la literatura- y al mismo tiempo como tan sin gracia ese tema del escritor que no escribe, o el del que se pasa la vida preparándose para producir una obra maestra y poco a poco va convirtiéndose en mero lector mecánico de libros cada vez más importantes pero que en realidad no le interesan, o el socorrido (el más universal) del que cuando ha perfeccionado un estilo se encuentra con que no tiene nada que decir, o el del que entre más inteligente es, menos escribe, en tanto que a su alrededor otros quizá no tan inteligentes como él y a quienes él conoce y desprecia un poco publican obras que todo el mundo comenta y que en efecto a veces son hasta buenas, o el del que en alguna forma ha logrado fama de inteligente y se tortura pensando que sus amigos esperan de él que escriba algo, y lo hace, con el único resultado de que sus amigos empiezan a sospechar de su inteligencia y de vez en cuando se suicida, o el del tonto que se cree inteligente y escribe cosas tan inteligentes qie los inteligentes se admiran, o el del que ni es inteligente ni tonto ni escribe ni nadie conoce ni existe ni nada?