Chet Baker - Like Someone In Love

jueves, 30 de noviembre de 2017

Literatura y jazz/ 76 - Cannonball Adderley conquista el Polo Sur - Guillermo Carnero - España


Ciudad sin eco,
sólo dos labios mudos ulceran tu blancura
en los altos cristales donde no late el viento
ni rasga el rayo el aire
ni presagian aristas la tormenta,
ni sabe el horizonte en qué cono de nácar
pliega sus alas muertas la negrura.
Ciudad sin nombre, vaca
el polvo estéril sobre el espejo impar de tu planicie,
diamante a la deriva que no pesa ni ultraja
la perpestiva incólume,
premonición tenaz de tu silencio.

Y
la llama no se agita,
es sólo un hilo de color que hiende
la planicie de hielo.
Lejos de aquí la sangre, los sonidos,
lejos la risa hueca del cráneo coronado, la máscara de amor del                                                                    [maniquí de mimbre,
la lengua del ventrílocuo sangrienta navagando las aguas del                                                                                       [espejo,
lejos de aquí la araña con su hilo,
el runrún acerado de los bellos juguetes.
Ciudad sin eco,
sólo dos labios fríos laceran sin temblar
su carne sin color sobre las altas nieves,
destilan en silencio la sangre transparente
que inmacula, lentísima
la vacuidad del tiempo detenido.
Ciudad sin eco,
nada sustenta o rige
la exacta profusión de tus esferas
ni hay arena que cruja
en la pureza muda de tu espacio.
Sólo dos labios mudos
rutilan en la altura como estrellas extintas,
erigen
en el duro fulgor del plenilunio
la inerte floración de tus pestañas.
Jazz Casual - The Julian Cannonball Adderley Quintet 
Cannonball Adderley - Saxo alto
Nat Adderley - Trompeta 
Joe Zawinul - Piano 
Sam Jones - Bajo 
Louis Hayes - Batería

martes, 28 de noviembre de 2017

Poema - Antonio Gamoneda - España


Es la hora de un crepúsculo en día no señalado. La visión de las techumbres enrojecidas es inseparable del color tardío de la ciudad soñada. Mi vida se resuelve en la vida de la ciudad. Una herencia deslumbrada se entreteje con mis recuerdos; hay un poder comunal cuyos límites son bordes y fisuras de mis propios límites.

Crece la ciudad sobre los pastos invernales. Hacia los terraplenes del Torío, crece sobre las huellas del pastor. Los agrimensores alzan monedas cuyas leyendas fueron borradas por el óxido, tégulas abandonadas por las legiones de Galba, campanillas azules como las  venas  bajo  una  piel  amada.

Desde las carbonerías, la pobreza asciende a los edificios aptos para la proclamación del suicidio y los arroyos retroceden como las víboras ante el incendio. Es la pasión de las inmobiliarias. Como un monte, la melancolía crece en los pastos invernales.
De Lapidario incompleto

domingo, 26 de noviembre de 2017

Oda a Venecia ante el mar de los teatros - Pere Gimferrer - España


El poeta, traductor y crítico literario Pere Gimferrer, escritor tanto en castellano como en catalán,  integrante de los Nueve novísimos de la famosa antología poética de José Máría Castellet de 1970, acaba de sumar a sus numerosos premios el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca Ciudad de Granada, en su decimocuarta edición. Enhorabuena.

Las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.
García Lorca
Tiene el mar su mecánica como el amor sus símbolos.
Con que trajín se alza una cortina roja
o en esta embocadura de escenario vacío
suena un rumor de estatuas, hojas de lirio, alfanjes,
palomas que descienden y suavemente pósanse.
Componer con chalinas un ajedrez verdoso.
El moho en mi mejilla recuerda el tiempo ido
y una gota de plomo hierve en mi corazón.
Llevé la mano al pecho, y el reloj corrobora
la razón de las nubes y su velamen yerto.
Asciende una marea, rosas equilibristas
sobre el arco voltaico de la noche en Venecia
aquel año de mi adolescencia perdida,
mármol en la Dogana como observaba Pound
y la masa de un féretro en los densos canales.
Id más allá, muy lejos aún, hondo en la noche,
sobre el tapiz del Dux, sombras entretejidas,
príncipes o nereidas que el tiempo destruyó.
Que pureza un desnudo o adolescente muerto
en las inmensas salas del recuerdo en penumbra
¿Estuve aquí? ¿Habré de creer que éste he sido
y éste fue el sufrimiento que punzaba mi piel?
Qué frágil era entonces, y por qué. ¿Es más verdad,
copos que os diferís en el parque nevado,
el que hoy así acoge vuestro amor en el rostro
o aquel que allá en Venecia de belleza murió?
Las piedras vivas hablan de un recuerdo presente.
Como la vena insiste sus conductos de sangre,
va, viene y se remonta nuevamente al planeta
y así la vida expande en batán silencioso,
el pasado se afirma en mí a esta hora incierta.
Tanto he escrito, y entonces tanto escribí. No sé
si valía la pena o la vale. Tú, por quien
es más cierta mi vida, y vosotros que oís
en mi verso otra esfera, sabréis su signo o arte.
Dilo, pues, o decidlo, y dulcemente acaso
mintáis a mi tristeza. Noche, noche en Venecia
va para cinco años, ¿cómo tan lejos? Soy
el que fui entonces, sé tensarme y ser herido
por la pura belleza como entonces, violín
que parte en dos aires de una noche de estío
cuando el mundo no puede soportar su ansiedad
de ser bello. Lloraba yo acodado al balcón
como en un mal poema romántico, y el aire
promovía disturbios de humo azul y alcanfor.
Bogaba en las alcobas, bajo el granito húmedo,
un arcángel o sauce o cisne o corcel de llama
que las potencias últimas enviaban a mi sueño.
                                                      Lloré, lloré, lloré
¿Y cómo pudo ser tan hermoso y tan triste?
Agua y frío rubí, transparencia diabólica
grababan en mi carne un tatuaje de luz.
Helada noche, ardiente noche, noche mía
como si hoy la viviera! Es doloroso y dulce
haber dejado atrás a la Venecia en que todos
para nuestro castigo fuimos adolescentes
y perseguirnos hoy por las salas vacías
en ronda de jinetes que disuelve un espejo
negando, con su doble, la realidad de este poema.

viernes, 24 de noviembre de 2017

Inventario de lugares propicios al amor - Ángel Gonzalez - España


    Son pocos.  
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia (con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el "no tocar, peligro de ignominia"
puede leerse en miles de miradas.
¿A dónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

Novela de aventuras/ 5 - Literatura fantástica/ 7 - Literatura satírica y burlesca/ 48 - Fragmento de Viajes de Gulliver - Jonathan Swift - Irlanda


Primera Parte
Un viaje a Liliput

CAPÍTULO 6

    Aunque es mi intención dedicar todo un tratado a la descripción de este Imperio, quisiera sin embargo, entretanto, brindar al curioso lector algunas ideas generales. La estatura media de sus naturales es algo menos de seis pulgadas1 y el tamaño de los animales, árboles y plantas guarda exacta proporción con ella: por ejemplo, los caballos y bueyes más altos miden entre cuatro y cinco pulgadas de alzada; las ovejas, aproximadamente pulgada y media; los gansos son del tamaño de un gorrión, y así gradualmete hacia abajo hasta llegar a los más diminutos, casi invisibles a mi vista. Pero la naturaleza había adaptado la visión de los liliputienses para alcanzar con los ojos todos los objetos de su alrededor; así pues, son capaces de ver con gran claridad, pero no muy lejos. Y para demostrar la penetración de su vista para los objetos cercanos, debo decir que he tenido ocasión de contemplar cómo un cocinero descuartizaba una alondra más pequeña que la mosca común, y cómo una muchacha enhebraba una aguja invisible con seda invisible. Los árboles más altos tienen unos siete pies2; me refiero con esto a los del gran Parque Real, cuyas copas yo podía alcanzar con el puño. Las demás plantas son por el estilo pero dejo al arbitrio del lector el imaginarlas.

    Por el momento poco he de decir de su civilización, que ha florecido en todas las ramas a lo largo de muchos siglos: la escritura es muy particular; no escriben de izquierda a derecha como los europeos, ni de derecha a izquierda como los árabes, ni de arriba abajo como los chinos, ni de abajo arriba, como los cascagios3, sino oblicuamente, de una esquina de la hoja a la opuesta, como las damas inglesas.

   A los muertos los entierran cabeza abajo, pues tienen la creencia de que pasadas once mil lunas han de resucitar y, para entonces, la Tierra, que ellos tienen por plana, se volverá del revés y así ellos, al resucitar, se encontrarán ya dispuestos y en pie. Los sabios del país reconocen lo absurdo de tal creencia, pero la práctica continúa cumpliendo la voluntad del vulgo.

    Algunas de las leyes y costumbres de este Imperio son muy peregrinas y si no fueran tan patentemente contrarias a las de mi querida patria me sentiría tentado a decir algo en su defensa. Sería sólo de desear que se cumplieran también. La primera que voy a mencionar se refiere a los delatores. Todo delito contra el Estado se castiga aquí con la máxima severidad, pero si la persona acusada puede probar claramente su inocencia en el juicio, el acusador sufre inmediatamente una muerte ignominiosa, y a costa de su fortuna y tierras se compensa al inocente por la pérdida de tiempo, el peligro sufrido, las penalidades de la cárcel y los gastos incurridos en propia defensa. Si dichos bienes no bastaran, la Corona se encarga de suplirlos con largueza. El Emperador, además, le otorga alguna muestra pública de su favor y se proclama la inocencia del reo por toda la ciudad.

    Consideran el fraude como delito más grande que el robo y quien lo comete rara vez se libra de la pena de muerte, pues arguyen que el cuidado y la cuatela, unidos al sentido común, bien pueden librar del ladrón los bienes de una persona, pero que la honradez no tiene defensa contra una astucia superior y, puesto que tiene que existir un movimiento constante de compras y ventas, así como de tratos basados en el crédito, allí donde se permite o se consiente el fraude -o no existe ley para castigarlo- el comerciante honrado lleva siempre las de perder y todas las ventajas son para el bribón. Recuerdo cómo una vez, cuando yo intercedía ante el Rey a favor de un delincuente que había malversado una gran suma confiada a él por su señor, huyendo con ella, le dije a Su Majestad, a manera de disculpa, que sólo se trataba de un mero abuso de confianza; pero al Emperador le pareció monstruoso que yo ofreciera como atenuante lo que era la mayor agravente del delito. Y la verdad es que poco me quedó por replicar aparte de la consabida respuesta de que cada nación tiene sus costumbres, pues, a decir verdad, me sentía profundamente avergonzado. [...]
Traducción de Emilio Lorenzo
1 Una pulgada: aproximadamente dos centímetros y medio. (N. de J. N.) 
2 Un pie: aproximadamente treinta centímetros y medio. (N. de J. N.) 
3 L. A. Landa sospecha que el término es invención de Swift. (N. del T.)

lunes, 20 de noviembre de 2017

Biblioteca particular - José Manuel Caballero Bonald - España


Comparecen los libros en lugares
anómalos, se juntan
con indolente asimetría:
un tropel
de vestigios locuaces,
pendencieros, irresolutos, lerdos.

He pugnado con ellos
durante muchos años: los he visto nacer,
durar, languidecer. Han resistido
intemperies, saqueos, turbamultas.

Algunos llevan dentro
la ponderada prueba de mi envidia,
los más el distintivo
incorregible de la decepción.

Mi error fue abrir un día un libro.

sábado, 18 de noviembre de 2017

Literatura y fútbol/ 2 - El Pibe Cabriola - Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017 - Nicaragua


Para Alberto Fuguet, para Edmundo Paz Soldán

         Hello, darkness, my old friend,
I’ve come to talk with you again…
Simon and Garfunkel, The sound of silence

Ese juego de eliminatoria del Mundial iba empatado a un gol por bando ya para acabarse el segundo tiempo y la pelea seguía cerrada. La presión del onceno paraguayo se concentraba de acá de este lado, sobre el arco nacional, porque necesitaban su gol o perecían para siempre, mientras nosotros jugábamos a que no hubiera más goles porque era suficiente dejar así las cosas, con empatar nos asegurábamos el boleto para Francia, y ellos, adiós y olvido.

Sólo por un si acaso íbamos a buscar la entrada en la cancha paraguaya en los pies del Pibe Cabriola, que tenía instrucciones estrictas de nuestro entrenador, el doctor Tabaré Pereda, de  aguardar fuera del teatro de la pelea por un pase de fortuna. Entonces, si le llegaba la esférica, debía correr con ella por delante, solitario en la llanura, y perforar el arco enemigo, un segundo tanto de adorno que sería suyo como mío había sido el primero, porque yo había metido el único gol nuestro de la jornada, un tiro corto pero certero por encima de la cabeza de los defensas para ir a ensartarse en la pura esquina, un gol de aquellos que ponían de pie a la gente en las tribunas como si les calentaran de pronto con brasas vivas el culo.

Así, pues, seguía el juego, los paraguayos sin defensas, convertidos todos en delanteros, acosándonos, y todos los artilleros nuestros convertidos en defensas cerrando el cerco, una fortaleza de pies, y piernas, y torsos, y cabezas, salvo el Pibe Cabriola aguantando fuera del perímetro de los acontecimientos, según había decidido, ya les dije, el doctor Tabaré Pereda, el entrenador contratado en Uruguay. Lo decidió en el descanso del medio tiempo, y nos repitió sus instrucciones tantas veces como si hiciera cuenta de que éramos sordos, o caídos del catre, para que se nos grabara bien, nos advirtió, no quería malentendidos que condujeran a errores fatales porque íbamos a jugarnos el destino, la vida, y el honor.  Doctor le decían los aficionados, no porque fuera médico sino por sus sabias estrategias.

Se quedaban con su único gol y nosotros con el nuestro, y ya estaba, el puntaje acumulado en la ronda eliminatoria nos favorecía. De eso estaba más que claro el entrenador de la selección paraguaya, un yugoslavo pedante llamado Bosko Boros, que no en balde se salía a cada rato hasta la raya, vestido como para el día de su boda, de traje blanco y corbata plateada, una flor en el ojal, anteojos de sol azules, los zapatos pulidos igual que la calva, para animar a gritos a su tropa con ansias de meterla en tropel dentro de nuestra portería, pero allí estaba alerta el Inti Suárez Ledesma para rechazar a corazón partido los tiros que lograran colarse a través de la muralla.

Pedantísimo el yugoslavo y peor que caía en las tribunas porque nosotros pateábamos en cancha propia, el gran estadio Mariscal Bartolomé Uchugaray de la ciudad capital lleno hasta el copete, y cada vez que se  le ocurría salir al campo en uno de sus impulsos desesperados, la silbatina le reventaba los oídos. Era por nosotros, los de casa, por supuesto, que aullaban de entusiasmo las manadas de hinchas, para nada abatidos por el desvelo tras hacer colas desde la medianoche, desplegaban sus banderas dando saltos como endemoniados, las caras pintarrajeadas con los colores patrios, y de ese entusiasmo recogíamos nosotros las energías cuando parecían faltarnos, sudando la pura sal porque agua en el cuerpo no nos quedaba, si chapoteábamos charcos de sudor en la grama.

Y faltando a lo más un minuto, cuando al fin parecía que el tiempo dejaba de ser eterno para dar paso al silbatazo final, el Inti Suárez Ledesma desvió un disparo mortal con los puños y la pelota rebotó por encima del palo. Corrieron los paraguayos a ponerla en la esquina porque a ellos el tiempo se les iba como la vida, patearon el corner y por mucho que salté no pude yo ensartar el cabezazo para mandarla lejos. Y entonces vi que aterrizaba a los pies del Pibe Cabriola.

El Pibe Cabriola nada tenía que estar haciendo allí, en la defensa, pero esa fue una sorpresa que no me tardó en la mente, estaba, ni modo, y ahora sólo tenía él que despejar la bola para enviarla a saque de banda y moría ya todo, adiós mis flores muertas, en lo que la traían de nuevo a la raya el árbitro pitaba, pero el Pibe Cabriola se giró mal, o fue que se resbaló, y entonces dio un taconazo, y con el taconazo la bola salió impulsada con golpe de efecto en sentido contrario, describió un arco hacia adentro muy cerca del palo derecho y atraída por una fuerza magnética rebotó mansa dentro de la red y se quedó solitaria, dócil, todo en cámara lenta según lo veían mis ojos, y ya no había ningún remedio, como en un sueño lerdo vi a uno de los paraguayos que iba a sacarla de la red, se arrodillaba a besarla como si fuera alguna cabecita rubia, se la quitaba otro y salía corriendo por el centro del campo, la bola alzada sobre su cabeza como si repartiera bendiciones con ella, y ahora todo el equipo iba detrás del premio mayor, una lotería, lo alcanzaron, lo derribaron, y le fueron cayendo encima como si se acomodaran dentro de una lata de sardinas, toda una locura sólo entre ellos porque las tribunas se habían quedado silenciosas, un silencio de cementerio abandonado del que se han llevado hasta las cruces.

El Pibe Cabriola le decían por dos razones: Pibe porque en temporadas regulares jugaba para el Boca de Buenos Aires, y Cabriola porque su especialidad eran las chilenas, cabriolas que dibujaba en el aire, de espaldas a la cancha, para acertar en el arco con tiros infalibles, una verdadera catapulta humana.

Todavía no se daba cuenta de lo que había ocurrido, y se acercó a mí, arañando el césped con paso rápido, sucio de tierra desde las cejas, la camiseta embebida, en busca de que yo le diera la respuesta; y cuando la encontró en mis ojos, en lo suyos lo que vi fue el terror, un terror ya sin nombre cuando todos los demás pasaron a su lado sin alzar a mirarlo, como si se hubiera convertido de pronto en un fantasma incómodo, y peor aún cuando el doctor Tabaré Pereda, que tenía un carácter como la miel, lo rehuyó en el túnel de los vestidores, pero no por desprecio, estoy seguro, sino por la mucha pena que sentía por él, pena por uno de sus dos artilleros estrellas de la selección nacional. El otro, era yo.

Un error lo comete cualquiera, podía uno decirse, o decírselo al propio Pibe Cabriola en aquel momento en que necesitaba una palabra de consuelo. Pero era un error frente a la nación entera, frente al Presidente de la República y todo su gabinete de gobierno en el palco presidencial, frente a las tribunas repletas. Y allí en las tribunas el estupor no se había roto. La gente se negaba a irse y no cesaba su murmullo, como la lluvia que suena lejos en un cielo negro pero todavía no se ve caer. Sólo el Presidente de la República abandonó el palco en medio del revuelo de ministros y edecanes, abochornado seguramente, si al comienzo del juego se había quitado el terno para meterse la camiseta de la selección. Y aún duraba el estupor cuando ya al anochecer salimos de los vestidores en fila india para abordar el pullman que nos llevaría al Hotel NH Savoy donde estábamos reconcentrados. Detrás de las barreras de la policía antimotines se divisaba a la gente con sus camisetas, sus banderas, todavía incrédula. Los policías tampoco dejaban acercarse a los periodistas, que lanzaban las preguntas a gritos bajo el brillo lejano de los focos de las cámaras de televisión.

El Doctor Tabaré Pereda se adelantó muy valientemente hacia los focos, y pidió calma porque todas las preguntas se las hacían al mismo tiempo. Pero no pudo articular palabra. Se cubrió el rostro con las manos, inclinó la cabeza, y lloró en silencio. Esa foto le dio vuelta al país, y quizás al mundo. La vergüenza deportiva de un extranjero noble que lloraba por nuestra selección nacional eliminada gracias al gol de una de sus propias luminarias.

Lo peor de todo fue la pregunta de Ruy "El Dandy" Balmaceda, el rey de las transmisiones deportivas en Televictoria Canal 7. "¿Y el traidor, qué se hizo?", preguntó, blandiendo el micrófono como si fuera una pistola cargada. Para la afición nacional, "El Dandy" Balmaceda es la autoridad suprema, y su palabra, ley. Narra los juegos como si fuera un diputado arengando a las galerías en el Soberano Congreso Nacional, y viste siempre de terno de alpaca y camisas de cuello almidonado, con corbatas Armani que nunca repite, que si no fuera por los gruesos auriculares forrados en cuero, nadie lo creería un comentarista deportivo sino magnate de la banca nacional.

No hubo quien respondiera a esa pregunta porque el doctor Tabaré Pereda ya lloraba, y nosotros aguardábamos de lejos, pegados al costado del pullman como frente a un pelotón de fusilamiento. Fue una foto que también salió en los diarios, y en las revistas; y fue la revista Media Cancha la que la puso en su portada con un titular grosero: ACOJONADOS. Y quien mejor podía responder, el propio Pibe Cabriola, ya no estaba; había sido sacado por el portón de las tribunas escondido en una ambulancia, según el consejo del inspector Santiesteban Valdés, el encargado de la seguridad del seleccionado: "no quiero ninguna otra desgracia, mi’jo, la gente está serena, pero se puede poner exaltada", le dijo. "Así que te irás en la ambulancia, y dormirás en el cuartel, con mis muchachos, allí te llevarán tu cena del hotel. Te pueden leer el menú por teléfono".

Fue una medida de gran prudencia, porque los primeros exaltados empezaban a ser los mismos jugadores de la selección; entre dientes lo acusaban de manera amarga, sobre todo el propio portero, el Inti Suárez Ledesma, que se sentía el más agraviado. Lo peor eran las sospechas entre nosotros mismos, que Ruy "El Dandy" Balmaceda se iba a encargar luego de difundir a todo el país. Traidor. ¿Qué estaba haciendo el Pibe Cabriola en el área de la defensa, si el Doctor Tabaré Pereda le tenía un papel claramente asignado? Así me lo repitió muchas veces por teléfono en los días siguientes el Inti Suárez Ledesma: sí, dímelo a mí, ¿qué estaba haciendo?

Al amanecer, el estupor dio paso a un crudo sentimiento de desgracia nacional. Las banderas ondeaban a media asta en los cuarteles, en los colegios, en las estaciones de bomberos; hubo mujeres de luto en las paradas de autobuses, cajeros de banco que aparecieron tras las rejas de las ventanillas con escarapelas negras en el brazo. Hubo emisoras de radio que pusieron al aire marchas fúnebres.

El Pibe Cabriola y yo nacimos en la ciudad de Turimani, al pie de la cordillera. Crecimos juntos en el mismo barrio del Santo Nombre, que llegaba hasta la calle Beato Prudencio Larraín, una calle con una alameda de acacias al centro y un malecón de cemento bordeando el río Lotoyo. Esa calle fue siempre de gente pudiente, con sus chalets de dos pisos y sus jardines frontales, y marcaba la frontera con Santo Nombre.

Pero cuando se instaló en Santo Nombre el mercado de abastos, el ruido de los motores de los camiones retrocediendo para descargar en las bodegas, los golpes de martillo en las vulcanizadoras, los pregones de los vendedores callejeros en el mediodía, las sinfonolas de las cantinas a todo volumen en las noches, las pendencias de borrachos,  y los mugidos de las reses que degollaban en el rastro al amanecer, fueron motivo para que los dueños de los chalets empezaran a abandonarlos.

A las pozas del Lotoyo íbamos a bañarnos, además, en pandilla, y así tenían otro motivo de ruido con las algarabías que formábamos; pero ahora el río se secó, y en sus trechos más desolados se ha convertido en un botadero de basura. Demolidos los viejos chalets, en los baldíos levantaron un hipermercado de la cadena Gigante,  y el centro multicompras Metropol; y los que sobreviven han sido transformados en tiendas, boites, heladerías y boutiques; pero de allí para adentro, con la cordillera al fondo, el barrio del Santo Nombre donde los dos pateamos las primeras pelotas, sigue igual.

Juntos fuimos contratados para el equipo de primera división de Turimani, imberbes todavía. Luego, cuando nos llegó la fama, él jugando en el Boca Junior de Buenos Aires y yo en el Colo Colo de Santiago, hubo en Turimani la escuela Pibe Cabriola, y la clínica Cabro Aldana, que ése es mi nombre de guerra, fotos de nosotros dos en las puertas de las chabolas más humildes, decorando los boliches, los salones de billar, los bares, y hasta los prostíbulos de todas las categorías. Nos querían por igual en Turimani, nos mimaban. Fuimos primero el orgullo local antes de llegar a ser el orgullo nacional, los dos volando sobre el césped verde y la cordillera nevada al fondo bajo un cielo azul brillante en el panorámico de Gatorade que se elevaba mucho más grande que los demás entre el enjambre de vallas publicitarias en todas las encrucijadas del país, el Pibe Cabriola la cabellera azabache al aire, la mía cogida en una cola por detrás, Gatorade de corazón con la selección.

Ahora faltaba saber qué había decidido el Pibe Cabriola. Si se vendría conmigo a Turimani, porque al quedar desarticulado el seleccionado nos sobraba tiempo que gastar con las familias; si regresaría a Buenos Aires, aunque todavía faltaba un mes para que empezaran los entrenamientos; o es que iría a esconderse en cualquier otra parte. Pero metido en el cuartel, como un prisionero, no se podía quedar, era locura. Mi consejo sano iba a ser que se decidiera por el viaje a Turimani, pero que se encerrara en casa de sus viejos por un buen tiempo hasta que la pifia empezara a ser olvidada.

Lo llamé por teléfono pero no me lo quisieron poner, y entonces cogí un taxi y fui a buscarlo. Lo tenían recluido en una covacha, y dos policías vestidos de paisano lo custodiaban desde fuera. Me recibió con alivio, como si hubiera sido un condenado a cadena perpetua y yo llevara en la mano su orden de libertad. Claro que sí, estaba muy de acuerdo en que nos fuéramos a pasar esas semanas a la querencia, de acuerdo en que se mantendría a buen recaudo, aunque no entendía el porqué de la precaución.

Aquel terror mortal se le había evaporado. Todo era puro ruido, puro aire, me dijo. Que pusieran en  un platillo de la balanza sus hazañas, sus cabezazos de oro, sus cabriolas, su marca de goles con el seleccionado; todo pesaría más que una sola cagada en el otro platillo, la única cagada de toda su carrera deportiva. Hablaba inspirado, como si tuviera enfrente el micrófono de la Cabalgata Futbolística, el programa estelar de la Radio Regimiento; toda la mañana se había quedado esperando la llamada para explicarse delante de los aficionados, sería que en la radio no conocían su paradero.

Lo que él no sabía, porque no había receptor de radio en esa covacha, es que los comentaristas de la Cabalgata Futbolística se habían pasado llamándolo a su gusto el traidor, en imitación de "El Dandy" Balmaceda. Y cuando llegaron  a los quioscos los periódicos paraguayos esa tarde, en nada iba a ayudar la portada del ABC Color de Asunción cubierta enteramente por un titular en letras rojas que decía ¡GRACIAS, PIBE!, y que los noticieros vespertinos de televisión enseñaron en primer plano.

El chofer que nos llevaba al aeropuerto, un cholo cuadrado de cara picada de acné, enfundado en una chaqueta de aviador de la segunda guerra mundial, lo miraba de reojo por el retrovisor, con una risita malévola que no se le apeó nunca; y cuando llegamos al aeropuerto me preguntó cuál era mi maleta, y la sacó del baúl; pero por la maleta de él no movió un dedo.

Lo más duro fue al llegar a Turimani. Imagínense lo que hubiera sido aquel aeropuerto de haber ganado nosotros la eliminatoria, carajo, y en cambio ir ahora al lado de un héroe de otros tiempos al que no había ni quien le cargara su valija, y detrás del vidrio de la sala de equipajes sólo las caras tristes de sus viejos queriendo fingirse alegres,  sus hermanas de anteojos oscuros como si llegaran a recibir un muerto, los sobrinos inocentes correteando por los pasillos, y de repente va la mamá y de su bolsa de hacer las compras saca una cartulina y la arrima contra el vidrio, en la cartulina la foto del Pibe Cabriola y arriba unas letras dibujadas por ella con lápices de colores, había que acercarse para poder leerlas, TURIMANI TE QUIERE. Turimani te quiere, mis cojones. Y mis propios viejos en el otro extremo, haciéndose los desentendidos, mi vieja sudando la vergüenza ajena.

Cuando ya habíamos recogido las maletas del carrusel y pasábamos por la puerta automática, sonó en el sistema de altoparlantes de la terminal la misma marcha fúnebre que estaban poniendo todo el día en las emisoras de radio, El dolor de la patria, que según los libros de historia había sido compuesta para los funerales del Mariscal Bartolomé Uchugaray. Y pendejo se quedó, como que no fuera con él, la mamá aplaudiéndolo para desafiar a los altoparlantes, y haciendo que las hijas y que sus nietos también lo aplaudieran.

Durante esos días en Turimani, al principio iba a visitarlo. Pero me llamó mi agente desde Santiago para recomendarme prudencia, no me convenía por mi cartel que me vieran más en esa casa, ya se había filtrado en La Tercera, cuidado nos fotografiaban juntos,  los dueños del Colo Colo andaban inquietos: y decidí, por mi bien, hacer caso. Me llamaba por teléfono, y yo nunca estaba.

Detrás de aquellas paredes tenía todas las comodidades, antena parabólica, piscina calefaccionada, y en el fondo de la propiedad una huerta frutal con el pico del Nevada de Natividades, el mismo que aparece en el óvalo de la etiqueta de la cerveza Hochmeier,  tan cercano a la vista como si estuviera dentro de la huerta. Les había construido aquella casa linda a sus padres, y hasta un taller de carpintería en el fondo de la huerta le mandó levantar al viejo para que se entretuviera haciendo y deshaciendo muebles con herramientas que nunca tuvo durante su vida de carpintero de ataúdes.

Me fingí enfermo con influenza asiática para justificar mis ausencias. Pero yo llamaba a sus hermanas, que le tenían una adoración rayana en el delirio, y ellas me informaban de su situación. Luce tranquilo, me decían. Parecía que el encierro no lo afectaba mucho,  salvo el aburrimiento, lógico; pateaba la pelota en la huerta con sus sobrinos, le daba una mano al viejo con la lijadora eléctrica,  y después de la cena se pasaba moviendo la parabólica con el comando manual para pescar toda clase de programas de televisión hasta la madrugada, tumbado en una poltrona de cuero que le había regalado la fábrica Tu Piel de los hermanos Covarrubias, admiradores nuestros; una poltrona para él, otra para mí.

Fueron sus hermanas quienes me dieron la mala noticia de que había empezado a beber, ellas creían que por lo mismo del aburrimiento. Bebía durante esas largas sesiones frente a la pantalla de televisión, después que todo el mundo se había ido a acostar; primero cervezas Hochmeier de lata, el reguero de latas vacías amanecía al pie de la poltrona; pero después pisco, y whisky Wild Turkey. Y ya era peor, porque escondía las botellas en su cuarto, y cuando las vaciaba las tiraba en secreto al tacho de la basura.

Pasó su cumpleaños, y por sus hermanas supe que tuvieron fiesta familiar, con pastel y velitas y todo. Cumplía veintidós, uno menos que yo; llegaron tíos y primos y algunos otros parientes que no podían decir que no, si había sido tan generoso con ellos, préstamos del rey para ampliar sus viviendas, para sacarlos de deudas, deudas hasta de juego, becas para que sus hijos salieran de la escuela pública y fueran al Colegio de los Hermanos Maristas los cabritos, y al colegio de las Oblatas del Sagrado Corazón las cabras.

Mi cumpleaños lindaba con el suyo. El mío decidí celebrarlo en el Gun and Roses, un night-club que acababan de inaugurar en la calle del Beato Prudencio Larraín, todo forrado de vinilo negro y artesonado de aluminio, la pista de baile de planchas de acrílico transparente y la iluminación láser. Al lado está el centro multicompras Metropol con los cines Multiplex, y las Pizzas Hut, y el McDonald, de modo que ese sector se llena de juvencios que desbordan el muro del viejo malecón y los bordillos de la vereda de las acacias, por lo que muchos se sientan a plena calle, y  así en multitud se quedan bebiendo cervezas y fumando porros hasta más allá de la medianoche, con  la música estéreo de los autos y de los camperos a todo volumen.

Y detrás, Santo Nombre. La misma oscuridad a medias, los mismos almacenes de tejas de calamina herrumbradas, las ferreterías, carpinterías y talleres automotrices, los restaurantes chinos calamitosos, las galerías interiores donde viven empleados públicos de baja laya, prostitutas, chulos, camioneros, policías rasos, cordeleros que trabajan en el mercado de abastos. Lo único desaparecido es el degolladero de las reses, que fue clausurado y desde entonces la carne la llevan congelada a los expendios, en cajas de cartón. De una de esas galerías que huelen a fritos y a letrinas, a ropa húmeda, es que el Pibe Cabriola y yo salimos un día al sol de la gloria.

Esa noche de mi cumpleaños invité personalmente a mi pandilla íntima, uno a uno, por teléfono, para que nadie indeseable se me colara, les di cita en la casa de mis viejos media hora antes, la casa que les mandé hacer en Colinas de Agramonte,  y ya todos juntos nos fuimos en caravana, yo a la cabeza al volante del Renegado descubierto donde acomodé a cinco más. Ya la Beato Prudencio Larraín estaba nutrida a esa hora y los juvencios se levantaban al reconocerme para darme paso, entre gritos de sorpresa se desbocaban a besarme en la boca las juvencias como forma de felicitarme, sabían de mi cumpleaños porque había salido en los diarios y me habían dado serenata en los programas deportivos.

Eran las diez cuando entramos al Gun and Roses, colmado de no poder dar nadie un paso. Y ya nos llevaba la camarera disfrazada de Madonna a la mesa reservada en uno de los mezanines, cuando lo descubrí en la barra, solitario en una banqueta, de espaldas a la pista de baile, la larga cabellera azabache suelta sobre los hombros. Era de notar, porque las bandadas que iban y venían le pasaban de lejos, como olas encabritadas que se congelaban en el aire por no tocarlo.

A pesar de todo era mi cumpleaños, y yo no estaba esa noche para prohibiciones. Les dije a los de la pandilla que siguieran a la Madonna y fueran a sentarse, y me le acerqué. Seguramente me descubrió reflejado en el espejo del bar porque se volteó hacia mí sonriente, con cara bobalicona, el vaso cargado de whisky rozándole los labios. Se bajó de la banqueta y me abrazó, enzarzándose en esos discursos a media lengua de los borrachos. Me reprochó que lo hubiera abandonado, aunque me daba al mismo tiempo la razón, no me convenía que me vieran con un apestado como él, y yo le protesté, estás loco, huevón, mientras él mantenía sus brazos en mi cuello. No se me olvida que sonaba una viejita de Simon y Garfunkel, The sound of silence.

Alcé la voz tratando de hacerme oír por encima de la música, y le pregunté hasta tres veces si es que andaba solo, al tiempo que buscaba alrededor para ver si descubría a algún acompañante; pero en mi exploración lo que encontré fueron rostros ajenos que lo vigilaban de lejos, a mansalva, con cautela agresiva, miradas que me apartaban a mí como si yo fuera un estorbo en aquel espacio vacío donde sólo podía estar él, íngrimo, despojado de toda compañía, y al fin me dijo, con sonrisa amarga, babeada, que no andaba con nadie, quién querría andar con él. Se había escapado, y se rió de manera idiota, se había escapado de la vigilancia de los viejos, se había salido por el muro trasero de la huerta, los viejos que a estas horas estarían alarmados, viendo como averiguar, dijo, sus hermanas lanzadas a la calle, buscándolo. Porque estaban de por medio las llamadas.

¿Llamadas? Las llamadas de amenaza, ahora me amenazan de muerte, el teléfono ha repicado hoy toda la tarde, se encogió de hombros. Y de pronto me agarró por las orejas y yo lo agarré por las orejas y nos quedamos mirando muy de cerca, como hacíamos en plena cancha cuando uno de los dos había metido un gol, te invito a un trago, por tu cumpleaños, me dijo, a pesar de que no quisiste venir al mío, y abatió la cabeza sobre mi hombro y sentí que la baba de su boca, y sus lágrimas, me  mojaban la playera.

Cómo va a ser eso, le dije, y busqué sonreírle. Pues eso, hermanito, que me van a matar. ¿Por el gol aquel?, le pregunté, queriendo ponérsela lejana. ¿Pues te parece poco? Me están queriendo matar desde que ocurrió, y yo volví a sonreír, pendejo que eres, le solté las orejas, y fue como si soltara una cabeza sin vida. Pendejo que eres, maricón de mierda. Tomemos un trago, a tu salud y la mía. Y le pedí al barman dos whiskies.

El barman colocó con golpes secos los vasos sobre la plancha, acercó la botella de Wild Turkey, vertió dos medidas en cada vaso, y se agachó para sacar el hielo con la paletilla. Fue a la caja, marcó en el teclado, y rompió en pedacitos la nota que tiró a una papelera invisible bajo el mostrador. Supuse que se había equivocado y que imprimiría otra vez la nota, y  entonces le dije que yo pagaría por todo, por esta ronda y por lo que se había bebido antes el Pibe Cabriola, que me diera a mí la cuenta, y le extendí mi tarjeta de crédito.

Él me hizo un breve gesto de que no, y pasó su mirada sobre el Pibe Cabriola que sentado otra vez en la banqueta había doblado la cabeza sobre la plancha. Cortesía de la casa, me dijo con gravedad, y no sin cierta misericordia. Todo lo que él se ha bebido esta noche, desde que entró aquí, y lo señaló con un gesto de los labios, es cortesía de la casa. Y desapareció de mi vista, ahora azorado, para atender a otros clientes.

Ya vengo, le dije al Pibe Cabriola, que farfullaba palabras que no entendí, o ahora sé que entendí: todo el trago que yo quiera es gratis porque ya ves, mi hermano, me van a matar. Ya vengo, voy a avisarle a los muchachos que estoy aquí contigo, le dije, pero más bien iba a advertirles que debía ausentarme por un rato. Tenía que sacarlo de allí, llevarlo a su casa, entregárselo a sus viejos.

Cuando volví al bar, ya no estaba en la banqueta. Me costó trabajo abrirme paso porque ahora el gentío se había cerrado sobre el espacio congelado antes a su alrededor, como si el hueco jamás hubiera existido, como si el Pibe Cabriola bebiendo solitario jamás hubiera existido. Quise preguntarle al barman pero trajinaba en el otro extremo de la barra, y de alguna manera sentí que no me quería dar la cara.

Cuando la puerta forrada de vinilo negro se cerró tras de mí, los ruidos del Gun and Roses quedaron atrapados dentro y me encontré con los de la calle bulliciosa, los parlantes de los vehículos atronando en la noche sin estrellas y el eco profundo de los instrumentos de percusión como latigazos sobre el rumor de conversaciones dispersas, gritos y risas, y el humo de los cigarrillos como una niebla que subía del río ya seco. Lo busqué al Pibe Cabriola entre tantos rostros despreocupados hasta donde alcanzó mi vista, pero de alguna manera sabía que la Beato Prudencio Larraín no había sido su rumbo, sino los callejones perdidos del Santo Nombre donde habíamos pateado por primera vez una pelota de trapo.

Giré hacia la oscuridad de un callejón de bodegas cerradas con cadenas, en lo alto la silueta de un tanque de agua sobre una torre de fierro, las láminas de calamina que sonaban desclavadas en los techos como un batir de alas de animales viejos, los almacenes enrejados como crujías, y el tufo a basura de los tachos volcados que revolvían los perros y venía de lo profundo como de un túnel que se bifurcaba y se repartía en otros callejones que eran como otros túneles.

Oí entonces pasos que se alejaban a la carrera en distintas direcciones, y lo descubrí tirado en la acera bajo las luces de neón mortecino de una farmacia cerrada, y corrí, hubiera querido creer que se había desplomado borracho, me arrodillé a su lado y palpé la sangre en su rostro y en su camisa, la cabellera azabache se le habían quitado a tijeretazos, o con navaja, abriéndole surcos y heridas, un corte en una oreja y un tajo profundo en el estómago donde la sangre se aposentaba y se hacía más negra, los ojos de vidrio y la boca abierta en una sonrisa para siempre inocente.
De Catalina y Catalina, 2001
The Sound of Silence - Simon & Garfunkel, 1964

Pronto mueren los amigos - Robert L. Stevenson - Escocia


Pronto mueren los amigos,
Cuando más los queremos
Se extinguen como oscurece el día,
Como marchítanse las flores.
Pronto llega Diciembre,
Y mirando las apagadas ascuas
Solitarios oímos soplar los helados vientos.
De New Poems

jueves, 16 de noviembre de 2017

Fonemoramas - Carlos Edmundo de Ory - España


Si canto soy un cantueso
Si leo soy un león
Si emano soy una mano
Si amo soy un amasijo
Si lucho soy un serrucho
Si como soy como soy
Si río soy un río de risa
Si duermo enfermo de dormir
Si fumo me fumo hasta el humo
Si hablo me escucha el diablo
Si miento invento una verdad
Si me hundo me Carlos Edmundo

martes, 14 de noviembre de 2017

Microrrelatos/ 24 - Página asesina - Julio Cortázar - Argentina


    En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres de la tarde, muere.
De Historias de cronopios y de famas

domingo, 12 de noviembre de 2017

Poesía para niños/ 14 - Manolito el Caracol - Carmen Gil - España


Manolito el Caracol
sale sólo si hace sol,
pues no le gusta ni un pelo
que llueva lluvia del cielo.

Es caracol de secano
-explica a todos su hermano.
-Sueña de noche y de día
con vivir en Almería.

¿Y qué hace un caracol
viviendo bajo una col,
si él lo que quiere es estar
muy cerquita de la mar?

Manolo le echa coraje,
coge todo su equipaje
y se dispone a viajar
hasta Roquetas de Mar.

 ¡Vaya, vaya, vaya, vaya..
pero qué enorme es la playa!
Y olvida pronto su pena
tomando el sol en la arena.

Un día llega una ola,
arrastra una caracola...
y Manolo, de repente,
se enamora locamente.

Caracola y Caracol
son felices bajo el sol:
se pasean por la orilla
de la mano y sin sombrilla.

Caracol y Caracola
ya no están solo ni sola
y se quieren a rabiar
allá en Roquetas de Mar.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Lloramos para que alguien nos consuele... - Juan Antonio Masoliver - España


Lloramos para que alguien nos consuele
y porque nadie quiere consolarnos.
Y así amamos, y seguimos amando,
y en el pozo del odio se desborda
el odio: lodo, hedor de la muerte
de los días felices, espejismos
de luz en las playas de yerbajos,
cruces de arena, palmeras
en un cielo agrietado y sucio.
Amamos y lloramos. Recordamos
las verjas y el jardín. Las niñas
en el patio del colegio, el vello
en el pantano. Y en sus puertas
podridas esperaba a mi primer
amor. Y así aprendí a llorar
y a buscar un consuelo
en el más desolado desconsuelo.
Las manos que acarician mis mejillas
son mis manos. Me arañan,
me rechazan. Los labios
que me manchan con su sangre
son mis labios. El vientre
en el que gimo compasión
es mi vientre vacío.
Y abrazado a mí mismo
me amo en soledad
pues también el amor
es, como el odio, un vicio
solitario.
De Poesía reciente

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Literatura y ciencia/ 28 - Fragmento de Archipiélago Gulag - Alexandr Solzhenitsin - Rusia


Primera parte: La industria penitenciaria
Los Ribetes Azules

En 1918-1920 corría el rumor de que en la Cheká de Petrogrado y la de Odessa no fusilaban a todos los condenados, sino que a algunos los echaban (vivos) a las fieras de los zoológicos de dichas ciudades. No sé si es cierto o es un infundio. Y si se dieron casos, tampoco sé cuántos. Sea como sea, no me pondría a buscar pruebas: mejor tomemos prestado el método de los Ribetes Azules1 y propongámosles que sean ellos quienes demuestren que eso es imposible. Con el hambre que había durante aquellos años, ¿de dónde iban a sacar carne pura para los zoológicos? ¿Es que se la iban a racionar a la clase obrera? Si eran enemigos, condenados a morir de todos modos, ¿por qué no contribuir con su muerte a la cría de fieras en la república y acelerar así el advenimiento del porvenir? ¿Acaso no es coherente?

Esta es la raya que no podía atravesar el malvado shakespeariano, pero los malvados con ideología la atraviesan, sin que se perturbe su mirada.

En física se habla de magnitudes o fenómenos de umbral. Son aquellos que no se producen hasta franquear cierto umbral que la naturaleza conoce y ha codificado. El litio, por más que se ilumine con luz amarilla, no cede electrones, pero apenas se encienda una débil luz azulada éstos se desprenden (se habrá atravesado el umbral fotoeléctrico). Si enfriamos oxígeno por debajo de los cien grados, el gas soporta cualquier presión, no lograremos rendirlo. Pero si sobrepasa los ciento dieciocho se derrama, se torna líquido.

Por lo visto, la maldad también es una magnitud de umbral. Sí, el hombre vacila y se debate toda la vida entre el bien y el mal, resbala, cae, trepa, se arrepiente, se ciega de nuevo, pero mientras no haya cruzado el umbral de la maldad tiene la posibilidad de echarse atrás, se encuentra aún en el campo de nuestra esperanza. Pero cuando la densidad o el grado de sus malas acciones, o el carácter absoluto de su poder le hacen saltar más allá del umbral, abandona la especie humana. Y tal vez para siempre.
Traducción de Josep Mª Güel y Enrique Fernándes Vernet
Alexandr Solzhenitsin

1 El uniforme de los Agentes de la Seguridad del Estado lleva ribetes y galones azules.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Literatura satírica y burlesca/ 47 - Fantasmagoría - Lewis Carroll - Inglaterra


    Lewis Carroll, nacido Charles Lutwidge Dodgson en Cheshire (Inglaterra), reverendo anglicano, matemático, fotógrafo y escritor, escribió este poema jocoso en 1869. Casi podría decirse que es un poema dadaísta avant la lettre, y desde luego un divertido ejemplo del nonsense, tan querido por los británicos. Disfrútenlo.


CANTO I
LA CITA

Una noche de invierno, a las nueve y media,
helado, cansado, enfadado y sucio de barro,
llegué a casa, demasiado tarde para comer,
aunque la cena, los puros y el vino
me esperaban en el estudio.

Una novedad había en la habitación
y algo blanco y ondulante
permanecía a mi lado en la penumbra.
Pensé que era la escoba de la alfombra
que la descuidada doncella había dejado allí.

Pero de repente esa cosa empezó
a temblar y estornudar.
Ante lo cual yo dije: "¡Vamos, vamos, amigo!
No es muy considerada esa actitud.
¡Por favor, no hagas tanto ruido!"

"Me he constipado", dijo la cosa,
"ahí fuera durante el aterrizaje."
Me volví sorprendido
y allí, frente a mis ojos,
¡me encontré un pequeño fantasma!

Cuando le reprendí, tembló de pies a cabeza
y se escondió detrás de una silla
"¿Cómo has llegado hasta aquí?", dije. "¿Por qué has venido?"
Nunca vi nada tan tímido.
"¡Sal de ahí! ¡Deja de temblar!"

Dijo: "Encantado le diré cómo
y también por qué he venido.
Pero..." (entonces se inclinó levemente).
"Ahora está usted de tan mal humor
que pensará que todo es mentira."

"Y en cuanto a lo de estar asustado,
permítame observar
que los fantasmas tenemos el mismo derecho,
en todos los aspectos, a temer a la luz,
igual que los humanos teméis a la oscuridad."

"Ningún pretexto", dije, "puede excusar
la cobardía que he observado en ti.
Porque los fantasmas podéis visitarnos cuando queréis,
mientras que los humanos no podemos
rechazar la visita."

Respondió: "Alarmarse
es algo natural, ¿no es así?
Realmente yo temí que usted quisiera hacerme daño.
Pero, ahora que veo que se ha calmado,
deje que le explique mi visita.

"Las casas están clasificadas, tengo el honor de decirle,
según el número
de fantasmas que albergan.
(El inquilino apenas cuenta como carga,
junto con el carbón y otros trastos.)

Ésta es la casa de 'un solo fantasma', y
cuando usted llegó el pasado verano,
podía haber advertido la presencia de un espectro que
estaba haciendo todo lo que hacen los fantasmas
para dar la bienvenida a un recién llegado.

Esto siempre se hace en las villas...
no importa a cuánto ascienda el alquiler,
porque, aunque desde luego es menos divertido
que sólo haya sitio para uno,
los fantasmas tenemos que acceder.

Ese espectro le dejó el día tres...
y desde entonces usted no ha sido visitado,
ya que él nunca nos dijo una palabra,
sino que, accidentalmente, oímos
que aquí alguien se necesitaba.

Por derecho, los espectros eligen los primeros,
a la hora de cubrir una vacante.
Luego, los fantasmas, los elfos, las hadas y los duendes...
Y si todos éstos fallan, se invita
al espíritu necrófago más simpático que se encuentre.

Los espectros dijeron que el lugar era humilde
y que usted guardaba un vino muy malo.
Así que tuvo que venir un fantasma
y, como yo era el primero, ya sabe,
no pude negarme."

"Sin duda", dije, "eligieron
al mejor que podían enviar,
¡Aunque elegir a un mocoso como tú
para visitar a un hombre de cuarenta y dos,
no ha sido un gran detalle!"

"No soy tan joven, señor", contestó,
"como usted piensa. El hecho es
que en cavernas al lado del mar
y en otros lugares que me ha tocado probar,
he adquirido una gran experiencia.

Pero hasta ahora nunca he formado parte
estrictamente de una casa,
y con las prisas olvidé
las Cinco Normas Básicas de la Etiqueta
que de memoria debemos conocer."

Mis sentimientos pronto aceptaron
al pequeño individuo.
Éste estaba absolutamente espantado
por haber por fin encontrado un humano
y parecía muy asustado y acobardado.

"¡Por fin", dije, "estoy contento de haber descubierto
que los fantasmas no son mudos!
Pero, por favor, siéntate. Quizá te apetezca
(si, como yo, no has cenado)
tomar un bocado.

Aunque, ciertamente, no pareces
algo a lo que pueda ofrecerse comida.
Y luego me encantará escuchar...,
si me las dices alto y claro...,
las normas a las que tú aludías."

"¡Gracias, las oirás luego más tarde.
Esto sí que ha sido suerte!."
"¿Qué puedo ofrecerte?", dije.
"Bueno, ya que es usted tan amable, probaré
un poco de pato.

¡Una tajada! ¿Y podría pedirle
otra gotita de salsa?"
Me senté y le miré asombrado,
porque realmente nunca había visto
una cosa tan blanca y ondulante.

Y todavía parecía hacerse más blanco,
más vaporoso y más ondulante...,
visto en la borrosa y parpadeante luz,
mientras recitaba
sus "Máximas de Comportamiento".


CANTO II
LAS CINCO NORMAS

"La primera, pero no suponga usted", dijo,
"que estoy poniéndole una adivinanza,
es..., si la víctima estuviese en la cama,
no toques las cortinas de la cabecera,
sino que usa las del medio.

Muévelas despacio de dentro a fuera,
mientras las separas,
y en un minuto, sin duda,
levantará la cabeza y mirará alrededor
con ojos llenos de ira y temor.

En ese momento tú no debes, bajo ningún concepto,
hacer la primera observación.
Espera que la víctima empiece.
Ya que ningún fantasma con sentido común
empieza una conversación.

Si dijera: '¿Cómo has llegado hasta aquí?'
(Como usted empezó, señor),
en tal caso, tu opción es clara:
'¡A la espalda de un murciélago, querido!',
es la respuesta apropiada.

Si tras eso no dice nada,
será mejor que reduzcas tus esfuerzos...
Vete y sacude la puerta
y si entonces empieza a roncar,
sabrás que todo ha sido en vano.

Por el día, si está solo...,
en la casa o de paseo...,
simplemente da un profundo gemido,
para indicar la clase de tono
en el que tú deseas hablar

Pero si le encuentras con sus amigos,
el asunto es más difícil.
En tal caso el éxito depende
de recoger algunos cabos de vela,
o mantequilla de la despensa.

Con esto te debes hacer un tobogán
(funciona mejor con sebo),
sobre el que tú te debes deslizar
para moverte de un lado a otro...
Pronto se aprende a hacerlo.

La segunda nos dice lo que es correcto
en citas ceremoniosas:
'Primero enciende una luz azul o carmesí'
(algo que yo casi olvidé esta noche)
'luego, araña las puertas o las paredes'."

Dije: "Tú no volverías aquí nunca más,
si hubieras puesto a prueba a este sujeto.
Yo no tengo hogueras en el suelo...
¡y, en cuanto a lo de arañar la puerta,
me gustaría que lo hubieses intentado!"

"La tercera se escribió para proteger
los intereses de la víctima,
y nos dice, según la recuerdo:
Tratadle con profundo respeto ,
y no le contradigáis."

"Esto es claro", dije yo, "como el agua
para cualquier entendimiento.
Sólo desearía que algunos fantasmas que he conocido
no olvidasen constantemente
la máxima a la que tú te has referido."

"Quizá", dijo, "fue usted el primero que transgredió
las leyes de la hospitalidad.
Todos los fantasmas por instinto detestan
al humano que no trata a su invitado
con la debida cordialidad.

Si te diriges a un fantasma como '¡Cosa!'
o le golpeas con un hacha, el rey permite olvidar
toda conversación formal...
¡Asegúrese de entenderlo!

La cuarta prohibe entrar
donde otros fantasmas están acuartelados.
Y aquellos condenados por esto
(a no ser que por el rey sean perdonados)
deben inmediatamente ser castigados.

Esto simplemente significa 'ser cortados en pedacitos'.
Los fantasmas pronto se unen de nuevo
y el proceso no duele casi nada...
No más que cuando a usted
'le ponen por los suelos' en una revista.

La quinta, usted preferirá
que la cite íntegramente:
El rey recibirá tratamiento de 'señor'
de un simple cortesano,
es lo que exige la ley.

Pero, si uno desea hacer las cosas
con mayor formalidad,
diríjase a él como 'Mi Rey Duende'
y siempre utilice al responder.
la frase 'Su blancura Real'

Me estoy quedando bastante ronco, me temo,
de tanto recitar.
Así que, si no tiene usted inconveniente, querido,
tomaré un vaso de cerveza amarga...
Creo que tiene un aspecto tentador."


CANTO III
ESCARAMUZAS

"¿Y pudiste realmente andar", dije yo,
"en una noche tan espantosa?
Siempre me imaginé que los fantasmas volaban...
si no exactamente por el cielo,
al menos a una altura regular."

"Está bien". dijo él, "para los reyes
elevarse sobre la tierra,
pero los fantasmas a menudo pensamos que las alas,
como otras muchas cosas agradables,
cuestan más de lo que podemos obtener.

Los espectros, desde luego, son ricos y por eso
pueden comprárselas a los elfos.
Pero nosotros preferimos mantenernos debajo.
Son unos compañeros estúpidos, sabes,
excepto para ellos mismos.

Porque, aunque aseguran que no son
orgullosos, tratan a los fantasmas
con algo más que desprecio.
Igual que ningún pavo nunca ha pensado
en tan siquiera mirar a un gallo."

"Parecen demasiado orgullosos", dije yo, "para
venir a una casa como la mía.
Di, ¿cómo consiguieron descubrir
tan rápidamente que 'el sitio era humilde'
y que 'yo guardaba un vino malo'?"

"El inspector Kobold vino aquí...",
empezó el pequeño fantasma.
En ese punto, le interrumpí: "¿El inspector qué?
Inspeccionar fantasmas es nuevo para mí,
¡explícate, amigo!"

"Se llama Kobold", dijo mi invitado.
"Uno de la clase de los espectros.
A menudo le verás vestido
con una bata amarilla, un chaleco carmesí
y un gorro de dormir con un ribete.

Primero probó la casa Brocken,
pero cogió una especie de resfriado;
así que vino a Inglaterra a ser cuidado
y aquí tomó la forma de sed,
de la que todavía se queja.

El vino de Oporto, dice, cuando es rico y está sano,
calienta sus huesos como el néctar.
Y como las posadas, donde siempre se le encuentra,
son su lugar especial de trabajo,
le llamamos el Espectro–Posadero."

Yo soporté... como un hombre...
¡Su atormentadora agudeza!
Y no había nada más dulce que
mi carácter, hasta que el fantasma empezó
a hacer sus críticas con dureza.

"No debe consentirse derrochar a las cocineras,
y a pesar de eso será mejor que se las enseñe
a que los platos tengan algún sabor.
Dígame ¿por qué siempre se dejan las vinagreras
donde nadie puede alcanzarlas?

¡Este hombre nunca se ganará
la vida como camarero!
¿Se supone que esa cosa tan rara quema?
(Es un asunto demasiado deprimente
para llamar a un mediador).

El pato estaba tierno, pero los guisantes
eran más que viejos.
Y sólo recuerde, si no le importa,
la próxima vez que tenga usted queso tostado
no permita que lo dejen que se enfríe.

Creo que podría mejorar el pan
usando harina mejor.
Y ¿tiene usted algo para beber
que se parezca un poco menos a la tinta
y que no tenga este agrio sabor?"

Luego, mirando con curiosidad alrededor,
exclamó: "¡Dios mío!"
y siguió criticando...
"Su habitación no tiene un tamaño apropiado.
No es ni cómoda ni espaciosa

Esa ventana tan estrecha creo que
sólo sirve para dejar que entre el polvo."
"Pero, por favor", dije yo, "creo recordar
que fue diseñada por un arquitecto
que confiaba en Ruskin."

"¡Señor, me da igual quién fuese
o en quién confiaba!
¡Construida de cualquier manera,
aseguro que nunca vi un trabajo peor,
como que soy un espectro viviente!

"¡Qué puro tan enorme!
¿Cuánto cuesta una docena?"
Yo gruñí: "¡No importa cuánto cuesta!
Está usted adquiriendo demasiada confianza,
¡parece usted mi primo!

¡Esto es algo que no puedo soportar,
así de claro se lo digo!"
"¡Ajá!", dijo él. "¡Nos creemos importantes!"
(Mientras, cogía una botella.)
"¡Pronto arreglaremos eso!"

Y entonces él tomó una decisión
y alegremente gritó: "¡Ahí va!"
Yo traté de apartarme conforme se aproximaba,
pero por alguna razón me dio igual,
porque la botella golpeó, exactamente, en mi nariz.

Y no recuerdo nada más
con claridad,
sólo sé que desperté en el suelo
repitiendo: "Dos más cinco son cuatro
y cinco más dos son seis.

Nunca he sabido lo que pasó
ni tampoco lo he averiguado: Sólo sé
que, cuando al fin el sentido recobré,
la lámpara, abandonada, brillaba vagamente...
y el fuego se estaba extinguiendo...

A través de la oscuridad me pareció ver
algo que, con sonrisa afectada,
me estaba dando, según descubrí,
una lección de biografía,
como si yo fuese un niño.


CANTO IV
SU EDUCACIÓN

"¡Oh, cuando yo era pequeño,
éramos muy felices!
Cada uno se sentaba en su lugar favorito,
chupábamos y mordíamos las tostadas con mantequilla
que nos daban a la hora del té."

"Ese cuento ya existía!", dije yo.
"No digas que no
porque es tan conocido como la Guía de Bradshaw!"
(El fantasma, nervioso, respondió
que él no lo sabía.)

"¿No está en Las Poesías Infantiles? Incluso
casi creo que es así:
'Tres pequeños fantasmas estaban sentados
en su sitio, ¿sabes?, y comían
'tostadas con mantequilla'.

Tengo el libro, así que si tienes alguna duda..."
me volví para buscarlo en el estante.
"¡No revuelvas!", gritó. "Nos apañaremos sin él.
Ahora lo recuerdo todo.
Yo mismo lo escribí.

Salió en una publicación mensual o,
al menos, eso dijo mi agente.
Un personaje de la literatura, que lo vio,
pensaba que era bueno
para la revista que él editaba.

Mi padre fue un duende, señor,
y mi madre era un hada.
A ella se le ocurrió
que los niños seríamos más felices
si a discrepar nos enseñaban.

Esta idea pronto se convirtió en manía
y, una vez puesta en práctica, ella
nos educó de diferentes formas...
Uno fue un duendecillo, dos fueron hadas
y otra un hada mala.

La Aparición y el Kelpie fueron a la escuela
y allí causaron muchos problemas.
Luego venían un duende y un espíritu necrófago,
y después dos gnomos (que rompieron la norma),
un duende y un doble...

"('Si esa caja del estante es de rape',
añadió con un bostezo,
'tomaré un poco')... Luego vino un elfo,
después un fantasma (que soy yo)
y, por último, un gnomo irlandés.

Un día algunos espectros por casualidad llamaron,
vestidos con el blanco habitual.
Me quedé allí y los observé en el vestíbulo.
Y no pude distinguirlos para nada,
porque ofrecían una visión tan extraña...

Me preguntaba qué demonios eran
los que parecían sólo una cabeza y un saco.
Pero mi madre me dijo que no mirara
y entonces ella me agarró del pelo
y me dio un empujón en la espalda.

Desde entonces siempre he deseado
haber nacido espectro.
Pero ¿por qué motivo?" (dio un suspiro).
" Ellos son la nobleza de los fantasmas,
y nos miran con desprecio."

"Mi vida de fantasma pronto empezó.
Cuando apenas tenía seis años.
salí con otro mayor...
y al principio todo me pareció divertido
y aprendí muchos trucos.

He visitado mazmorras, castillos., torres...
Allí donde me enviaban,
a menudo me sentaba y aullaba durante horas,
calado hasta los huesos por torrenciales chaparrones,
que caían sobre las almenas.

Ahora está bastante pasado de moda gemir
cuando empiezas a hablar.
Esto es lo más moderno en cuestión de tono..."
Y en ese momento (se me erizó todo el cuerpo)
dio un horrible chillido.

"Quizá". añadió, "para sus oídos
esto parezca fácil.
¡Inténtelo querido!
Aprender me costó algo más de un año
de constante práctica.

Y cuando has aprendido a chillar. amigo,
y aprendes el doble sollozo,
te encuentras mas o menos donde empezaste:
¡Sólo intenta farfullar!
¡Eso es como un trabajo!

Yo he probado y sólo puedo decir
que estoy seguro de que tú no podrías hacerlo,
incluso aunque practicases noche y día,
a no ser que tengas dones para ello
e ingenio natural.

Shakespeare, creo, fue el que habló
de fantasmas, en los tiempos antiguos,
los cuales 'farfullaban en las calles de Roma',
vestidos, si lo recuerdas, con sábanas...
Debían pasar frío.

Yo a menudo he gastado diez libras en tejido
para vestirme como un noble.
Pero, aunque eso da importancia,
nunca ha causado tanto efecto
como para que merezca la pena el esfuerzo.

Largas facturas pronto apagaron el ansia
que yo tenía por ser gracioso.
Instalarse es siempre lo peor.
El montón de cosas que uno quiere al principio,
¡debe hacerse con dinero!

Por ejemplo, una torre encantada,
con calaveras, huesos y sábanas,
luces azules para quemar (digamos) dos cada hora,
lentes para condensar de fuerza superior
y un juego de cadenas completo.

Todo esto junto con las cosas que uno debe alquilar...,
el ajuste de la toga...,
la comprobación de los fuegos de colores...
¡Hasta el mismo atuendo de cada uno agotaría
la paciencia del mismísimo Job!

Y encima el tan fastidioso
Comité de Casas Encantadas.
¡A menudo les he visto deshacerse en cumplidos con
un fantasma, porque era francés, o ruso,
o incluso de la ciudad de Londres!

Algunos dialectos encuentran oposición...
porque uno tiene acento irlandés,
y en ese caso, por todo lo que debes hacer,
te ofrecen una libra a la semana
y ¡uno se encuentra entre la espada y la pared!"


CANTO V
LA DISCUSIÓN

"¿Y no consultan a las 'víctimas'?",
dije. "Deberían, por derecho,
darles una oportunidad... porque ya sabes,
los gustos de la gente son tan diferentes,
especialmente en cuestión de espíritus."

El fantasma sacudió la cabeza y sonrió.
¿Consultarles? ¡En absoluto!
Sería para volverse loco,
simplemente satisfacer a un niño.
¡No se acabaría nunca!"

"Desde luego, no podéis dejar a los niños libres",
dije, "para elegir lo que quieran.
Pero. en el caso de hombres como yo,
creo que debería permitirse al 'anfitrión'
dar su punto de vista."

Dijo: "No sería provechoso.
La gente tiene tanta fantasía...
Nosotros sólo hacernos visitas de un día
y, si nos quedamos o nos vamos,
depende de las circunstancias.

Y, aunque no consultemos al 'anfitrión'
antes de que solo esté dispuesto,
si uno abandona su puesto a menudo,
o si no es un fantasma educado,
usted puede cambiarlo.

Pero si el anfitrión es un hombre como usted...,
quiero decir sensato,
y si la casa no es demasiado nueva..."
"Pero ¿qué tiene eso ", dije yo, "que ver
con la comodidad de un fantasma?"

"Una casa nueva no sirve, ya sabe...
Cuesta mucho trabajo prepararla.
Pero después de veinte años más o menos,
los zócalos se empiezan a caer,
así que veinte es el máximo."

"Preparar" no es una palabra que yo
recuerde haber oído.
"Quizá", dije, "¿tenga la bondad de
decirme qué significa
exactamente esa palabra?"

"Significa que hay que aflojar todas las puertas",
contestó el fantasma y se rió.
"Implica taladrar montones de agujeros
en todos los zócalos y suelos,
para ahuecar todo de arriba a abajo.

A veces te encuentras con que uno o dos
son suficientes
para que el viento sople por toda la casa...
Pero aquí hay mucho que hacer."
Boquiabierto, murmuré: "¡Sin duda!"

"Como he llegado un poco tarde,
supongo", añadí tratando
(sin éxito) de sonreír,
"que tu has estado ocupado todo este tiempo,
preparando y arreglando."

"No", dijo. "Quizá debería
haberme quedado otro poco...,
pero ningún fantasma que se precie
se habría atrevido a empezar
sin antes una introducción.

Lo correcto, como usted llegaba tarde,
habría sido marcharme,
pero con los caminos en ese estado,
obtuve el permiso del Caballero Alcalde
para esperar media hora o un poco más."

"¿Quién es el Caballero Alcalde?". exclamé. En lugar
de responder a mi pregunta, dijo:
"Bueno, si no sabe usted eso,
o bien nunca se va a la cama
o tiene usted una magnifica digestión.

Él va de un sitio a otro y se sienta sobre la gente
que cena mucho.
Su obligación es pellizcarles y empujarles
y estrujarles hasta que casi se ahogan."
(Yo dije: "¡Les está bien empleado!")

"La gente que cena cosas como...
murmuró, "huevos con panceta,
langosta.... pato..., queso tostado...,
si no reciben un terrible apretón,
¡es que yo estoy totalmente equivocado!'

Es enormemente gordo y eso
viene muy bien a su trabajo.
De hecho, debéis saber
que solíamos llamarle, hace años,
'¡El Alcalde y la Corporación!'

El día en que le eligieron alcalde
yo sabía que todos los espíritus querían
votar por mí, pero no se atrevían...
Él estaba tan frenético y desesperado
como furioso y nervioso.

Cuando todo terminó, por capricho,
corrió a decírselo al rey,
y siendo todo lo contrario a delgado,
una carrera de dos millas no era para él
algo fácil de llevar a cabo.

Así que, para recompensarle por su carrera
(como hacía un abrasante calor
y él pesaba más de veinte piedras),
el rey procedió, medio en broma,
a nombrarle caballero en el acto."

"Se tomó mucha libertad!"
(salté yo como un cohete).
"Sólo lo hizo por amor a los juegos de palabras:
'¡El hombre', dice Johnson, 'que hace
juegos de palabras, roba los bolsillos!"'

"El rey", dijo él, "no es un hombre cualquiera."
Yo discutí durante un rato
e hice lo posible para demostrar esto...
El fantasma simplemente escuchaba
con una sonrisa desdeñosa.

Por fin, cuando el aliento y la paciencia se habían agotado
y yo había recurrido al cigarro...
"Su propósito", dijo, "es excelente,
pero... cuando lo llama razonamiento...
desde luego ¿no está bromeando?"

Picado por su mirada fría y sinuosa,
me levanté finalmente
para decir: "Por lo menos yo desafío
a los más escépticos a que nieguen
que la unión hace la fuerza!"

"Eso es realmente cierto", dijo él, "pero espere...",
yo escuchaba dócilmente...
" La unión hace la fuerza, eso es cierto;
de hecho, está tan claro como el agua.
Pero las cebollas provocan debilidad."


CANTO VI
DESCONCIERTO

Como uno que trata de subir una montaña
y nunca antes ha escalado,
advierte en breve plazo
que esto es cada vez menos sublime,
y decide que es un aburrimiento.

Y, sin embargo, habiendo ya empezado a escalar,
no se atreve a dejar el desafío,
sino que, mientras escala, tiene la mirada puesta
en una pequeña cabaña cerca del cielo
donde espera descansar.

Al que escala hasta que se le agotan los nervios y las fuerzas,
soplando y jadeando,
conforme va ascendiendo
su lenguaje se le hace más violento
y más escasa su respiración.

El que escalando por fin alcanza la cima,
corona el camino ascendente
y entrando, con paso vacilante,
recibe un cachete en la cara
que le hace caer hacia atrás.

Y siente, como en sueños,
cómo resbala suavemente hacia abajo de nuevo,
un peso muerto, de cuesta en cuesta,
hasta que, con un ligero movimiento de cabeza,
cae sobre el llano...

Del mismo modo yo, que había decidido
convencer a un fantasma
y discutir con él, me había parecido
bastante diferente a cualquier discusión humana;
a pesar de eso, no iba a ceder en mi empeño.

Sin embargo, teniendo todavía en mi mente
el fin que esperaba alcanzar,
procuré demostrar que el asunto era cierto
haciendo un axioma
con mis conocimientos.

Al empezar todas las frases
con "por consiguiente" o "porque",
yo ciegamente di vueltas, por cien caminos diferentes,
dentro de un laberinto silogístico,
sin ser consciente de dónde me encontraba.

Dijo él: "¡Esto es sólo palabrería!
¡No fanfarronee más!
¡Ahora sea bueno y descanse!
¡Nunca he visto un tipo
tan ridículo!

Es usted como un hombre al que yo solía ver.
Un día se enfadó
en una discusión y el mismo acaloramiento
quemó las zapatillas que llevaba en los pies!"
Yo dije: "¡Qué curioso!"

"Bueno, es curioso, estoy de acuerdo,
y quizá parezca una mentirijilla.
Pero prometo que es tan cierto como posible...,
tan cierto como que usted se llama Tibbs", dijo él.
"Yo no me llamo Tibbs", contesté.

"¡No se llama Tibbs!", exclamó... Su voz se
hizo una pizca menos cordial...
"Bueno, no", dije yo, "mi nombre de pila es
Tibbets..." "¿Tibbets?" "Sí, el mismo."
"¡Entonces, tú no eres el tipo!"

Al decir esto dio un tremendo golpe a la mesa
que hizo añicos la mitad de los vasos
"¿Por qué no me has dicho eso
tres cuartos de hora antes,
príncipe de los asnos?

Andar cuatro millas entre el barro y la lluvia,
pasar la noche entre humos
y ver que todo ha sido en vano...
y que tengo que hacerlo otra vez,
¡es tan exasperante!"

"¡Cállate!", gritó, cuando yo empecé
a darle alguna excusa.
"¿Cómo se puede tener paciencia con un tipo
que no tiene mayor juicio
que un tonto imbécil?"

"¡Dejarme aquí esperando, en lugar
de decirme inmediatamente
que ésta no era la casa!". dijo.
"Bueno, ya está... ¡Vete a la cama!
¡No me mires así, burro!"

"¡Qué fácil es echarme
a mi la culpa de ese modo!
¿Por qué no preguntaste mi nombre
en el momento de llegar?",
contesté yo enfadado.

"Desde luego te preocupa un poco
haber llegado tan lejos...
Pero, ¿quién soy yo para que me eches la culpa de esto?"
"¡Bueno. bueno!", dijo él. "Debo admitir
que no ha sido tan malo.

Realmente me has dado
el mejor vino y la mejor comida...
Perdona mi violencia", dijo.
"Pero accidentes como éste, ya sabes,
enfadan a uno un poquito.

Después de todo ha sido culpa mía, creo...
¡Dame la mano, viejo nabo!"
El nombre que me dio sonó mal en mi mente,
pero como, sin duda, él lo decía cariñosamente,
lo dejé pasar.

"¡Buenas noches, viejo nabo, buenas noches!
Cuando yo me haya ido, quizá
te enviarán otro espíritu, de rango inferior,
que te causará un miedo constante
y estropeará tus sueños más profundos.

Dile que no soportas ni la más leve broma.
Luego, si él mira de reojo y se ríe,
sé habilidoso con un palo
(recuerda que debe ser bastante duro y grueso)
y ¡golpéale los nudillos!

Después descuidadamente di: '¡viejo mapache!'
Quizá no te das cuenta
de que, si no te comportas, pronto
tendrás que cambiar el tono de tu risa...
Y, por eso, ¡ten cuidado!

Ésa es la mejor manera de hacer que un espíritu
deje esos tejemanejes...
Pero, ¡pobre de mí! ¡Se está haciendo de día!
¡Buenas noches, viejo nabo, buenas noches!"
Un saludo y se marchó.


CANTO VII
TRISTE RECUERDO

"¿Qué pasa?", medité. "¿Me he dormido?
¿O es que he estado bebiendo?"
Pero pronto un sentimiento agradable
me invadió, me senté y me puse a llorar
durante una hora o así, en un abrir y cerrar de ojos.

"¡Bones no tenía que darse tanta prisa!",
dije sollozando. "De hecho, dudo
que le mereciera la pena marcharse...
Y me gustaría saber ¿quién es Tibbs
para merecerse tanto trabajo?

Si Tibbs es como yo
es posible ", dije,
"que no le guste mucho que pasen
por su casa a las tres y media de la madrugada
cuando él ya está en la cama.

Y si Bones le atormenta de algún modo...,
chillando y con cosas así,
como estuvo haciendo aquí hasta ahora...,
preveo que va a haber una disputa,
y ¡Tibbs será quien lleve razón!"

Además, como mis lágrimas nunca me devolverán
al amigable fantasma,
me parece lo mas adecuado
servirme otro vaso y entonar
el siguiente corolario.

"Te has ido, querido fantasma.
¡Mi mejor pariente
¡Di adiós a mi pato asado;
adiós, adiós, a mi té con tostadas,
a mi pipa y mis cigarros!

Las quejas en la vida son tristes y grises,
las alegrías insípidas,
cuando tú, mi amigo, estas lejos...
¡Buen chico, o mejor, digamos,
viejo Paralelepípedo!"

En lugar de cantar la tercera estrofa,
me paré... bastante abruptamente.
Pero, tras una letra tan espléndida,
sentí que sería absurdo
tratar de seguir.

Así, con un bostezo me fui
en busca de la grata suavidad,
y dormí, y soñé hasta que el día rompió
¡con duendes, con apariciones y con hadas
y con gnomos y fantasmas!

Durante años no he sido visitado
por ninguna clase de espíritu.
Pero todavía resuenan en mi mente
esas palabras de despedida, dichas amablemente:
"¡Viejo nabo, buenas noches!"
Versión de Javier La Orden Trimollet

sábado, 4 de noviembre de 2017

A una beldad del camino - Li Po - China


Cabalgando sobre la alfombra de flores, el garboso jinete pasa.
Su fusta toca la carroza de nubes multicolores1, en que viaja una
                                                                       [belleza.
Ésta, sonriendo, alza la cortina de perlas.
Y, señalando un lejano pabellón rojo, murmura: "Allí está mi
                                                                       [casa".
Traducción de Guojian Chen

1 La carroza de nubes multicolores fue, según las leyendas, una carroza que usaban las diosas.

jueves, 2 de noviembre de 2017

Última palabra - Alejandro Schmidt - Argentina


Ni en París con aguaceros
ni pidiendo más luz
o morir mirando lejos

las últimas palabras
¿a quién?

La muerte
nunca
escucha nada.