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sábado, 27 de enero de 2018

Fragmentos de Variaciones argentinas - Ramón Gómez de la Serna - España


Buenos Aires es...

   La ciudad más difícil de ver es la Capital de la Argentina. Con los muchos años que llevo en ella callejeándola a troche y moche, día y noche, repasando todos sus barrios, vericuetos y andurriales, no he encontrado aún su síntesis.   

   Se reconoce a Buenos Aires, más que por su enmendada silueta, por su permanente aire exquisito, único, depurado en lo alto –un aire poético como con senos de mujer– y esa mezcla de un olor húmedo que sale de ese subsuelo donde las raíces estiran sus piernas y traman la tierra básica.

   La ciudad más difícil de abarcar no sólo no se deja ver, sino que no nos ve y se diría que primero cierra los ojos para no vernos, para que no nos creamos algo del otro mundo y pertenezcamos entrañablemente a éste, apeñuscados en su fondo, como anonimal lama o abono de su río y de su tierra.


Matices de Buenos Aires

   Hay ciudades desesperantes o entrometidas. Buenos Aires es neutral, no pesa sobre uno, nadie quiere intervenir íntimamente en nadie. Pasear, ver y nadie incordiándole a uno.

   Buenos Aires es oír cantos extraños de pájaros exóticos que paseaban en avión por la ciudad y se han parado en una torrecilla.

   Es un sitio donde todos llevan un paquete y van por otro. El ocaso del sábado tiene bandoneones. Tiene un alba a rayas, a franjas. Reaparece su condición albada a las diez de la mañana, hasta las dos de la tarde. Nos quedamos otra vez in albis. Es ciudad para ojos despiertos y por eso no cubre los agujeros del suelo. Desde luego, no está preparada para los ciegos.

   Al que entra por su arco que da a un gran mundo dice: "Ahora sí te quedas solo, con todos los caminos por tuyos y allá tú con lo que puedas hacer."

   Pasan vienesas finas en su último avatar aunque aún les queda rubiez, esbeltez y elegantez. Dentro del otoño encontramos mujeres que vimos en Londres hace muchos años.

   Muchos españoles de Buenos Aires parecen coristas de zarzuela.

  Vive todo contando con el embargo natural de la tierra y la succión del cielo. Todo lo demás es especulación de la gran ciudad, de la más garbosa factoría del mundo.

   Se vocean mucho los diarios y la gran metrópoli se convierte en andén de las nuevas ediciones.

   El tono espiritual y propicio que tiene Buenos Aires al atardecer se debe a que es la ciudad más musical de la cintura de América para abajo y donde hay más retratos, bustos y estatuas de Beethoven.

   Como es la ciudad colindante con ríos y lagunas, en las grandes zapaterías sorprende la cantidad de botas para andar por el agua que alternan con los más finos botines.

  Ciudad de transparencia, con una finalidad desinteresada de espectáculo, posee los mejores visagistas que cambian día a día su fisonomía.

   Cuando llueve en Buenos Aires es como si lloviese en el mar y sus estaciones son rarísimas, pues comienza el verano cuando acaba el verano y comienza el invierno cuando acaba el invierno.

  El anonimato profundo que le caracteriza hace que el bar que más le atrae es el llamado "Bar sin nombre".

  Es una ciudad en tan vibrante formación que siempre entra polvo en los ojos.
   
  Buenos Aires es un cúmulo de olores que se deben a la humedad, habiendo días en que huele a ropa de nene mezclada a carne a la parrilla.

   No hay ningún otro sitio en que se mire sólo a la mujer que pasa ahorrándose el mirar al varón que va con ella.

 Hay una hora de asomarse al interior de las casas de antigüedades en que vemos bajo fanales de cristal los pájaros musicales de otro tiempo, disecado sólo sus ramajes del pasado.
   
  El nombre de Buenos Aires –cada día que pasa– veo que fue puesto a la ciudad por su exquisitez, pues continúa siendo el bello aire que disuelve el pesimismo violento y también la rebeldía excesiva de los hombres. 
De Variaciones argentinas, 1962
Ramón Gómez de la Serna

Ramón Gómez de la Serna vivió muchos años en Argentina. No sé si lo que escribió entonces sirve ahora.

viernes, 11 de junio de 2010

Fragmento de Don Ramón María del Valle-Inclán - Ramón Gómez de la Serna - España

'La Tertulia del Café Pombo' (calle Carretas) - José Gutiérrez Solana - Museo Reina Sofía. En el centro, Ramón Gómez de la Serna; a su lado, de izquierda a derecha, Manuel Abril, Tomás Borrás, José Bergamín, José Cabrero, Mauricio Bacarisse, el propio Solana, Pedro Emilio Coll y Salvador Bartolozzi.Una noche se estrena una comedia de un poeta catalán, Joaquín Montaner. El teatro está lleno. Don Ramón toma su puesto estratégico.
La obra comienza y levanta su vuelo en versos anchurosos y sin detonancias.
Hay condescendencia en la atmósfera y alguien se adelanta al primer aplauso, dejando oir en el silencio un "¡Muy bien!" con voz ahuecada.
Entonces se oyó un "¡Muy mal, muy mal, muy mal!", dicho con voz más rotunda. (En el centro de la silbada y maullada Gata de Angora de Benavente, por gritar "¡Muy bien!", armó el mismo escándalo y fue a la comisaría).
Se produjo un gran revuelo. Se suspendió un momento la representación de El hijo del diablo, mientras se decían unos a otros: "¡Es Valle-Inclán!". "¡Es don Ramón!".
Se oyeron voces envalentonadas que gritaban: "¡Fuera, fuera!". Don Ramón, impertérrito, hilaba su barba arrellanado en su butaca.
El agente de vigilancia de servicio se acercó a don Ramón y le dijo:
- Caballero, soy la autoridad.
- Aquí en el teatro no hay más autoridad que la mía, que soy el crítico, ¡animal! -le replicó don Ramón.
El revuelo fue mayor. El agente ofendido insistía en llevarse a don Ramón a la comisaría.
Había pareceres encontrados. Alguien protestaba calificando de grosera la opinión de Valle, y de un grupo de incondicionales partió un "¡Viva Valle-Inclán!", que murió apagado como un cohete mal encendido.
Por fin don Ramón fue llevado a la comisaría del distrito y allí el comisario en pie quiso ser fino con el aguilón y le dijo:
- Me han contado el caso, pero yo supongo que usted no se dio cuenta de que era un representante de la autoridad el que le requería.
- Sí, señor... Yo lo sabía, pero como yo soy otra autoridad en materias artísticas, se estableció un caso de competencia... Mi autoridad debía permanecer en la sala para emitir juicio. Además, la autoridad de ese señor es autoridad transitoria y la mía permanente.
- No por eso -insistió el comisario- tenía usted que insultarle llamándole animal.
Valle-Inclán, testarudo y en sus trece, replicó:
- Eso no fue un insulto, sino una definición.
Un estudiante que había ido también detenido por defender a don Ramón salió en su defensa y dijo:
- Señor comisario, cuando los partidarios de la señora Xirgu y del señor Montaner gritaban a don Ramón "¡Que se vaya!" ¡Que se vaya!", fue contra ellos contra los que se volvió don Ramón agresivo y gritando "¡No me da la gana!".
Valle se volvió a su defensor y le replicó:
- Miente usted admirablemente, joven. Yo al que desacataba expresamente era al policía.
En vista de eso y como a don Ramón "había que dejarlo o matarlo", se le dejó ir, y cuentan que a la puerta de la comisaría dijo con un alegre suspiro: "¡Esta noche me siento con treinta años menos!".
Aunque la materia de este libro sea Valle, no hemos de juzgar aquí si no a Gómez de la Serna. Conviene tenerlo presente. No es infrecuente que el retratista pueda interesarnos más que el retratado, por lo mismo que muchos retratados no han tenido retratistas a su altura.
En este libro la cosa está bastante equilibrada, y podríamos decir, de uno y de otro, de Ramón y de Valle, que tanto monta, monta tanto...
[...] ¿Es un buen libro? Yo no lo sé, pero si alguien tiene que escribir un libro sobre Valle-Inclán, no podrá hacerlo sin leer éste y sin citarlo, como no se podría escribir un libro sobre
El Rastro sin tener presente el de Ramón, aunque el Rastro de entonces y el de ahora no se parezcan en nada...
[...] La biografía de Ramón, hecha y deshecha, bizantina y desgarrada, como el propio estilo de Valle, está llena de menudencias y amenidades, y sin embargo le ha salido a la altura del personaje: abstracta, "mentale".
(Del prólogo de Andrés Trapiello para la Editorial Espasa Calpe, S. A.)