Chet Baker - Like Someone In Love

martes, 31 de marzo de 2015

Memento mori/ 2 - De la brevedad engañosa de la vida - Luis de Góngora - España


Menos solicitó veloz saeta
destinada señal, que mordió aguda;
agonal carro por la arena muda
no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta
a su fin nuestra edad. A quien lo duda,
fiera que sea de razón desnuda,
cada sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago y tu lo ignoras?
Peligro corres, Licio, si porfías
en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a ti las horas;
las horas, que limando están los días,
los días, que royendo están los años.
Luis de Góngora

    Memento mori es una locución latina que viene a significar "Recuerda que morirás". Esta frase, que seguramente tiene origen sabino y que, según el testimonio de Tertuliano, procede de la expresión Respice post te! Hominem te esse memento! ("¡Mira tras de ti! Recuerda que eres un hombre"), se convirtió enseguida en tópico literario y artístico para poner de relieve la vanidad de la existencia y la fugacidad de la vida. Está directamente emparentada, por tanto, con otro lugar común literario, cual es Tempus fugit.
    Parece que el tópico tiene su origen en una muy conocida costumbre romana: cuando un general (leamos César, por ejemplo) desfilaba por las calles de Roma tras una victoria, se hacía acompañar de un siervo que le avisaba constantemente "Recuerda que eres mortal", en un intento de evitar que incurriese en la soberbia de creerse un dios y utilizar su recién adquirido poder para saltarse las leyes a su conveniencia. Esto a César, por cierto, no le sirvió de nada.

    Memento mori es uno de los tópicos más utilizados en el Barroco, tanto en la literatura (Góngora, Quevedo...) como en la pintura (pintura de vanitas), donde son comunes los cráneos humanos acompañados de flores marchitas, frutas podridas, relojes de arena...

domingo, 29 de marzo de 2015

Lamento - Tomas Tranströmer - Suecia


Él dejó la pluma.
Quedó quieta en la mesa.
Quieta en el vacío.
Él dejó la pluma.

¡Demasiado lo que no se puede escribir ni callar!
Está paralizado por lo que sucede muy lejos
aunque la prodigiosa mochila late como un corazón.

Afuera, es el comienzo del verano.
Del verdor llegan silbos -¿personas o pájaros?
Y cerezos en flor que palmean los camiones que llegaron a casa.

Pasan semanas.
Se hace lentamente noche.
Las polillas en la ventana:
pequeños, pálidos telegramas del mundo.
Versión de Roberto Mascaró
Tomas Tranströmer

El escritor, poeta, traductor, músico y psicólogo sueco Tomas Tranströmer, Premio Nobel de Literatura 2011, acaba de fallecer a los 83 años. Descanse.
Hay más poemas de Tranströmer en este blog.

viernes, 27 de marzo de 2015

Poema de Gilgamesh/ 4 - Anónimo - Mesopotamia


TABLILLA X

COLUMNA I

Texto asirio

Siduri, la tabernera, que reside en la orilla del mar1,
habita allí en una mansión solitaria.
Habían hecho para ella una jarra y una tinaja de oro,
iba cubierta con un velo...
Gilgamesh, habiendo caminado mucho tiempo, llegó a su
            presencia.
Con pieles de animales iba vestido,
pero había en él carne de los dioses.
La angustia estaba en su corazón
y su rostro era como el del que ha recorrido un largo
            camino.
La tabernera, que lo había visto de lejos,
preguntándose en su interior, se dijo estas palabras,
deliberando consigo misma:
"Seguramente ese que se aproxima es un asesino,
¿adónde va tan agitado?".
Al verlo, la tabernera cerró la puerta,
atrancó el portal y aseguró el cerrojo.
Pero Gilgamesh dirigió su atención al ruido que ella hacía,
levantó el mentón y puso en ella su mirada.
Gilgamesh le dijo a la tabernera:
"Tabernera, ¿qué has visto para que hayas cerrado la puerta,
atrancado el portal y asegurado el cerrojo?
Derribaré tu puerta y romperé tu cerrojo,
si cierras la puerta delante de mí".

Sigue una laguna de unos quince versos, en los cuales Siduri, abriendo su puerta, dialoga con Gilgamesh.

[...] Gilgamesh, abriendo la boca, habla y dice a la tabernera:
"Soy Gilgamesh, el que mató al Toro bajado del cielo,
maté también al que era el guardián del Bosque,
abatí a Humbaba, que vivía en el Bosque de los Cedros,
en los pasos del monte he matado leones".
La tabernera le dijo a Gilgamesh:
"Si tú eres Gilgamesh, el que mató al guardián del Bosque,
si has abatido a Humbaba, que vivía en el Bosque de los
            Cedros,
si, en los pasos del monte, has matado leones,
si has matado al Toro bajado del cielo,
¿por qué tus mejillas están demacradas y tu rostro abatido?
¿Por qué tu corazón está dolido y tus rasgos demudados?
¿Por qué la angustia está en tus entrañas?
¿Por qué tu cara es como la del que ha recorrido un largo
            camino?
¿Por qué tu rostro está tostado por la humedad y el excesivo
            calor?
¿Por qué vas tú errante por la estepa, buscando un soplo de
            viento?"
Gilgamesh respondió a la tabernera:


COLUMNA II

Texto asirio. Los seis primeros versos están perdidos. Se han reconstruido los mismos en razón a la claridad del contexto. Está hablando Gilgamesh.

"Tabernera, si mis mejillas está demacradas y mi rostro
            abatido,
si mi corazón está dolido y mis rasgos demudados,
si la angustia está en mis entrañas,
si mi cara es como la del que ha recorrido un largo camino,
si mi rostro está tostado por la humedad y el excesivo calor,
si voy errante por la estepa buscando un soplo de viento,
es por miedo a la muerte por lo que ando errante por la
            estepa.
Lo que ha ocurrido a mi amigo me obsesiona;
sí, me obsesiona la suerte de Enkidu.
Por un largo camino, ando errante por la estepa,
¿cómo callarme?, ¿cómo guardar silencio?
Mi amigo, al que yo amaba, ahora es como el
            barro; Enkidu, mi amigo, al que yo amaba, ahora es
            como el barro.
¿No iré a conocer la misma suerte, a acostarme
para no levantarme nunca jamás?".
Gilgamesh dijo a la tabernera:
"Y ahora, tabernera, ¿cuál es el camino que conduce hasta
            Utnapishtim?
¿Qué señal me lo hará reconocer? ¡Dime la señal!
Si es posible, atravesaré el mar,
y si no es posible, erraré por el desierto".
La tabernera le dijo a Gilgamesh:
"Nunca, Gilgamesh, ha existido tal camino,
nadie, desde los tiempos más antiguos, pudo atravesar el
            mar.
El único que atraviesa el mar es Samash, el Héroe,
pero, excepto Samash, ¿quién lo podría atravesar?
La travesía es difícil y más difícil aún su camino,
pues en su curso están las Aguas de la Muerte, que cortan el
            paso.
¿Por qué punto, Gilgamesh, atravesarías el mar2?
Una vez llegado a las Aguas de la Muerte, ¿qué harías?
Gilgamesh, aquí está Urshanabi3, el batelero de Utnapishtim;
los de piedra están con él; en el bosque corta urnu.
¡Ve, que puedas hallar gracia a sus ojos!
Si es posible, efectúa la travesía con él; si no, regresa".
Gilgamesh, habiendo oído estas palabras,
blandió el hacha con su mano,
desenvainó el puñal de su cinto
y, como una flecha, cayó sobre ellos;
en el corazón del bosque se agazapó.
Urshanabi vio el destello del puñal,
oyó el ruido del hacha...
Entonces Gilgamesh golpeó su cabeza,
agarró sus salientes... oprimió contra su pecho,
y cargó a los de piedra en el barco4,
sin los cuales no se puede cruzar las Aguas de la Muerte.

Siguen ocho versos, en los que restan algunas palabras sueltas, que impiden conocer el desarrollo del texto.

Traducción y notas de Federico Lara Peinado
Poema de Gilgamesh

1 La localización del lugar donde reside Siduri es difícil, dada la ambiguedad de este pasaje. Algunos la sitúan en Biblos; otros, junto al Mar Rojo, y otros, en la cordillera del Atlas africano. 
2 El mar es una clara alusión al Océano, que era el último confín conocido. Era una barrera infranqueable, porque, según los sumerios, comunicaba con las Aguas de la Muerte y con el Apsu. Incluso, mucho más tardíamente, la travesía de Julio César a Bretaña fue tenida como acto de sobrehumana temeridad, pues el canal inglés era el comienzo del Océano. 
3 Urshanabi equivale a 'siervo de Shanabu', esto es, 'siervo de Ea'. Siendo Ea dios del mar y del Apsu, se comprende que este barquero sea servidor de Ea. No es posible saber con exactitud qué cosa designaban los de piedra. Tal vez sean imágenes, estatuas o pértigas de piedra. Esta posibilidad parece quedar confirmada por la versión hitita ralativa a este pasaje, donde se habla de 'imágenes de piedra'. Serían, pues, o bien estatuas apotropaicas, protectoras de la barca, o bien pértigas de piedra, que al no humedecerse impedían que las manos del barquero tocasen las Aguas de la Muerte. Con el término urnu se designaba un tipo específico de serpientes, por lo que algunos autores traducen: "en el bosque recoge reptiles". No comprendemos por qué Urshanabi está recogiendo tales animales en el bosque. ¿Quizá le servirían de alimento? ¿Tendrían alguna virtud apotropaica? Mejor es considerar la palabra urnu como un término metafórico, aplicado a las lianas del bosque y que le serían necesarias para equipar su embarcación. También podría pensarse en algún tipo de cedro cuya madera sería precisa para el velamen del barco. 
4 Ignoramos por qué Gilgamesh ataca a los de piedra (¿o a Urshanabi?). ¿Deseaba apoderarse del barco e irse solo al lugar de Utnapishtim? Con su ataque sobre los de piedra, ¿quería tener atemorizado al barquero? Estos salientes o protuberancias son algún componente morfológico de los de piedra. Los autores que sostienen que los urnu eran serpientes o lagartos, piensan que se trata de las pequeñas alas o protuberancias de tales animales.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Fábulas / 20 - La fábula de las abejas, o cómo los vicios privados hacen la prosperidad pública - Bernard de Mandeville - Países Bajos // Elogio del crimen - Karl Marx - Prusia


    En 1714, Bernard Mandeville escribía esto: "Había una colmena que se parecía a una sociedad humana bien ordenada. No faltaban en ella ni los bribones, ni los malos médicos, ni los malos sacerdotes, ni los malos soldados, ni los malos ministros. Por descontado tenía una mala reina. Todos los días se cometían fraudes en esta colmena; y la justicia, llamada a reprimir la corrupción, era ella misma corruptible. En suma, cada profesión y cada estamento, estaban llenos de vicios. Pero la nación no era por ello menos próspera y fuerte. En efecto, los vicios de los particulares contribuían a la felicidad pública; y, de rechazo, la felicidad pública causaba el bienestar de los particulares. Pero se produjo un cambio en el espíritu de las abejas, que tuvieron la singular idea de no querer ya nada más que honradez y virtud. El amor exclusivo al bien se apoderó de los corazones, de donde se siguió muy pronto la ruina de toda la colmena. Como se eliminaron los excesos, desaparecieron las enfermedades y no se necesitaron más médicos. Como se acabaron las disputas, no hubo más procesos y, de esta forma, no se necesitaron ya abogados ni jueces. Las abejas, que se volvieron económicas y moderadas, no gastaron ya nada: no más lujos, no más arte, no más comercio. La desolación, en definitiva, fue general. La conclusión parece inequívoca: Dejad, pues, de quejaros: sólo los tontos se esfuerzan por hacer de un gran panal un panal honrado. Fraude, lujo y orgullo deben vivir, si queremos gozar de sus dulces beneficios".


Fábula de las abejas

Un gran panal atiborrado de abejas
que vivían con lujo y comodidad,
mas que gozaba fama por sus leyes
y numerosos enjambres precoces,
estaba considerado el gran vivero
de las ciencias y la industria.
No hubo abejas mejor gobernadas,
ni más veleidad ni menos contento:
no eran esclavas de la tiranía
ni las regía loca democracia,
sino reyes que no se equivocaban,
pues su poder estaba circinscrito por leyes.

Estos insectos vivían como hombres,
y todos nuestros actos realizaban en pequeño;
hacían todo lo que se hace en la ciudad
y cuanto corresponde a la espada y a la toga,
aunque sus artificios, por ágil ligereza
de sus miembros diminutos, escapaban a la vista humana.
Empero, no tenemos nosotros máquinas, trabajadores,
buques, castillos, armas, artesanos,
arte, ciencia, taller o instrumento
que no tuviesen ellas el equivalente;
a los cuales, pues su lenguaje es desconocido,
llamaremos igual que a los nuestros.
Como franquicia, entre otras cosas,
carecían de dados, pero tenían reyes,
y éstos tenían guardias; podemos, pues,
pensar con verdad que tuvieran algún juego,
a menos que se pueda exhibir un regimiento
de soldados que no practique ninguno.

Grandes multitudes pululaban en el fructífero panal;
y esa gran cantidad les permitía medras,
empeñados por millones en satisfacerse
mutuamente la lujuria y vanidad,
y otros millones ocupábanse
en destruir sus manufacturas;
abastecían a medio mundo,
pero tenían más trabajo que trabajadores.
Algunos, con mucho almacenado y pocas penas,
lanzábanse a negocios de pingües ganancias,
y otros estaban condenados a la guadaña y al azadón,
y a todos estos oficios laboriosos
en los que los miserables voluntariosos sudan cada día
agotando su energía y sus brazos para comer.
Mientras, otros se abocaban a misterios
a los que poca gente envía aprendices,
que no requieren más capital que el bronce
y pueden levantarse sin un céntimo,
como fulleros, parásitos, rufianes, jugadores,
rateros, falsificadores, curanderos, agoreros
y todos aquellos que, enemigos
del trabajo sincero, astutamente
se apropian del trabajo
del vecino incauto y bonachón.
Bribones llamaban a éstos, mas salvo el mote,
los serios e industriosos eran los mismo:
todo oficio y dignidad tiene su tramposo,
no existe profesión sin engaño.

Los abogados, cuyo arte se basa
en crear litigios y discordar los casos,
oponíanse a todo lo establecido para que los embaucadores
tuvieran más trabajo con haciendas hipotecadas,
como si fuera ilegal que lo propio
sin mediar pleito pudiera disfrutarse.
Deliberadamente demoraban las audiencias,
para echar mano a los honorarios;
y por defender causas malvadas
hurgaban y registraban en las leyes
como los ladrones las tiendas y las casas,
buscando por dónde entrar mejor.

Los médicos valoraban la riqueza y la fama
más que la salud del paciente marchito
o su propia pericia; la mayoría,
en lugar de las reglas de su arte, estudiaban
graves actitudes pensativas y parsimoniosas,
para ganarse el favor del boticario
y la lisonja de parteras y sacerdotes, y de todos
cuantos asisten al nacimiento o al funeral,
siendo indulgentes con la tribu charlatana
y las prescripciones de las comadres,
con sonrisa afectada y un amable "¿Qué tal?"
para adular a toda la familia,
y la peor de todas las maldiciones,
aguantar la impertinencia de las enfermeras.

De los muchos sacerdotes de Júpiter
contratados para conseguir bendiciones de Arriba,
algunos eran leídos y elocuentes,
pero los había violentos e ignorantes por millares,
aunque pasaban el examen todos cuantos podían
enmascarar su pereza, lujuria, avaricia y orgullo,
por los que eran tan afamados, como los sastres
por sisar retazos, o ron los marineros;
algunos, entecos y andrajosos,
místicamente mendigaban pan,
significando una copiosa despensa,
aunque literalmente no recibían más;
y mientras estos santos ganapanes perecían de hambre,
los holgazanes a quienes servían
gozaban su comodidad, con todas las gracias
de la salud y la abundancia en sus rostros.

Los soldados, que a batirse eran forzados,
sobreviviendo disfrutaban honores,
aunque otros, que evitaban la sangrienta pelea,
enseñaban los muñones de sus miembros amputados;
generales había, valerosos, que enfrentaban al enemigo,
y otros recibían sobornos para dejarle huir;
los que siempre al fragor se aventuraban
perdían, ora una pierna, ora un brazo,
hasta que, incapaces de seguir, les dejaban de lado
a vivir sólo a media ración,
mientras otros que nunca habían entrado en liza
se estaban en sus casas gozando doble mesada.

Servían a sus reyes, pero con villanía,
engañados por su propio ministerio;
muchos, esclavos de su propio bienestar,
salvábanse robando a la misma corona:
tenían pequeñas pensiones y las pasaban en grande,
aunque jactándose de su honradez.
Retorciendo el Derecho, llamaban
estipendios a sus pringosos gajes;
y cuando las gentes entendieron su jerga,
cambiaron aquel nombre por el de emolumentos,
reticentes de llamar a las cosas por su nombre
en todo cuanto tuviera que ver con sus ganancias;
porque no había abeja que no quisiera
tener siempre más, no ya de lo que debía,
sino de lo que osaba dejar entender
que pagaba por ello; como vuestros jugadores,
que aún jugando rectamente, nunca ostentan
lo que han ganado ante los perdedores.

¿Quién podrá recordar todas sus supercherías?
El propio material que por la calle vendían
como basura para abonar la tierra,
frecuentemente la veían los compradores
abultada con un cuartillo
de mortero y piedras inservibles;
aunque poco podía quejarse el tramposo
que, a su vez, vendía gato por liebre.

Y la misma Justicia, célebre por su equidad,
aunque ciega, no carecía de tacto;
su mano izquierda, que debía sostener la balanza,
a menudo la dejaba caer, sobornada con oro;
y aunque parecía imparcial
tratándose de castigos corporales,
fingía seguir su curso regular
en los asesinatos y crímenes de sangre;
pero a algunos, primero expuestos a mofa por embaucadores,
los ahorcaban luego con cáñamo de su propia fábrica;
creíase, empero, que su espada
sólo ponía coto a desesperados y pobres
que, delincuentes por necesidad,
eran luego colgados en el árbol de los infelices
por crímenes que no merecían tal destino,
salvo por la seguridad de los grandes y los ricos.

Así pues, cada parte estaba llena de vicios,
pero todo el conjunto era un Paraíso;
adulados en la paz, temidos en la guerra,
eran estimados por los extranjeros
y disipaban en su vida y riqueza
el equilibrio de los demás panales.
Tales eran las bendiciones de aquel Estado:
sus pecados colaboraban para hacerle grande;
y la virtud, que en la política
había aprendido mil astucias,
por la feliz influencia de ésta
hizo migas con el vicio; y desde entonces
aun el peor de la multitud,
algo hacía por el bien común.

Así era el arte del Estado, que mantenía
el todo, del cual cada parte se quejaba;
esto, como en música la armonía,
en general hacía concordar las disonancias;
partes directamente opuestas
se ayudaban, como si fuera por despecho,
y la templanza y la sobriedad
servían a la beodez y la gula.

La raíz de los males, la avaricia,
vicio maldito, perverso y pernicioso,
era esclava de la prodigalidad,
ese noble pecado;
mientras que el lujo
daba trabajo a un millón de pobres
y el odioso orgullo a un millón más;
la misma envidia, y la vanidad,
eran ministros de la industria;
sus amadas, tontería y vanidad,
en el comer, el vestir y el mobiliario,
hicieron de ese vicio extraño y ridículo
la rueda misma que movía al comercio,
sus ropas y sus leyes eran por igual
objeto de mutabilidad;
porque lo que alguna vez estaba bien,
en medio año se convertía en delito;
sin embargo, al paso que mudaban sus leyes
siempre buscando y corrigiendo imperfecciones,
con la inconstancia remediaban
faltas que no previó prudencia alguna.

Así el vicio nutría al ingenio,
el cual, unido al tiempo y la industria,
traía consigo las conveniencias de la vida,
los verdaderos placeres, comodidad, holgura,
en tal medida, que los mismos pobres
vivían mejor que antes los ricos,
y nada más podría añadirse.

¡Cuán vana es la felicidad de los mortales!
Si hubiesen sabido los límites de la bienaventuranza
y que aquí abajo, la perfección
es más de lo que los dioses pueden otorgar,
los murmurantes bichos se habrían contentado
con sus ministros y su gobierno;
pero, no: a cada malandanza,
cual criaturas perdidas sin remedio,
maldecían sus políticos, ejércitos y flotas,
al grito de "¡Mueran los bribones!",
y aunque sabedores de sus propios timos,
despiadadamente no les toleraban en los demás.

Uno, que obtuvo acopios principescos
burlando al amo, al rey y al pobre,
osaba gritar: "¡Húndase la tierra
por sus muchos pecados!".
Y, ¿quién creeréis que fuera el bribón sermoneador?
Un guantero que daba borrego por cabritilla.

Nada se hacía fuera de lugar
ni que interfiriera los negocios públicos;
pero todos los tunantes exclamaban descarados:
"¡Dios mío, si tuviésemos un poco de honradez!"
Mercurio sonreía ante tal impudicia,
a la que otros llamarían falta de sensatez,
de vilipendiar siempre lo que les gustaba;
pero Júpiter, movido de indignación,
al fin airado prometió liberar por completo
del fraude al aullante panal; y así lo hizo.
Y en ese mismo momento el fraude se aleja,
y todos los corazones se colman de honradez;
allí ven muy patentes, como en el Árbol de la Ciencia,
todos los delitos que se avergüenzan de mirar,
y que ahora se confiesan en silencio,
ruborizándose de su fealdad,
cual niños que quisieran esconder sus yerros
y su color traicionara sus pensamientos,
imaginando, cuando se les mira,
que los demás ven lo que ellos hicieron.

Pero, ¡Oh, dioses, qué consternación!
¡Cuán grande y súbito ha sido el cambio!
En media hora, en toda la Nación,
la carne ha bajado un penique la libra.
Yace abatida la máscara de la hipocresía,
la del estadista y la del payaso;
y algunos, que eran conocidos por atuendos prestados,
se veían muy extraños con los propios.
Los tribunales quedaron ya aquel día en silencio,
porque ya muy a gusto pagaban los deudores,
aun lo que sus acreedores habían olvidado,
y éstos absolvían a quienes no tenían.

Quienes no tenían razón, enmudecieron,
cesando enojosos pleitos remendados;
con lo cual, nada pudo medrar menos
que los abogados en un panal honrado;
todos, menos quienes habían ganado lo bastante,
con sus cuernos de tinta colgados se largaron.

La Justicia ahorcó a algunos y liberó a otros;
y, tras enviarlos a la cárcel,
no siendo ya más requerida su presencia,
con su séquito y pompa se marchó.
Abrían el séquito los herreros con cerrojos y rejas,
grillos y puertas con planchas de hierro;
luego los carceleros, torneros y guardianes;
delante de la diosa, a cierta distancia,
su fiel ministro principal,
don Verdugo, el gran consumador de la Ley,
no portaba ya su imaginaria espada,
sino sus propias herramientas, el hacha y la cuerda;
después, en una nube, el hada encapuchada,
la Justicia misma, volando por los aires;
en torno de su carro, y detrás de él,
iban sargentos, corchetes de todas clases,
alguaciles de vara, y los oficiales todos
que exprimen lágrimas para ganarse la vida.

Aunque la medicina vive mientras haya enfermos,
nadie recetaba más que las abejas con aptitudes,
tan abundantes en todo el panal,
que ninguna de ellas necesitaba viajar;
dejando de lado vanas controversias, se esforzaban
por librar de sufrimientos a sus pacientes,
descartando las drogas de países granujas
para usar sólo sus propios productos,
pues sabían que los dioses no mandan enfermedades
a naciones que carecen de remedios.

Despertando de su pereza, el clero
no pasaba ya su carga a abejas jornaleras,
sino que se abastecía a sí mismo, exento de vicios,
para hacer sacrificios y ruegos a los dioses.
Todos los ineptos, o quienes sabían
que sus servicios no eran indispensables, se marcharon;
no había ya ocupación para tantos
(si los honrados alguna vez los habían necesitado)
y sólo algunos quedaron junto al Sumo Sacerdote,
a quienes los demás rendían obediencia;
y él mismo, ocupado en tareas piadosas,
abandonó sus demás negocios en el Estado.
No echaba a los hambrientos de su puerta
ni pellizcaba del jornal de los pobres,
sino que al famélico alimentaba en su casa,
en la que el jornalero encontraba pan abundante
y cama y sustento el peregrino.


    Entre 1860 y 1862, Carlos Marx se inspiró en el poema de Mandeville para escribir este


Elogio del crimen (fragmentos)

El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. [...] El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una "mercancía". Lo cual contribuye a incrementar la riqueza nacional, aparte de la fruición privada que, según nos hace ver un testigo competente, el señor profesor Roscher, el manuscrito del compendio produce a su propio autor.
El delincuente produce, asimismo, toda la policía y la administración de justicia penal: esbirros, jueces, verdugos, jurados, etc., y, a su vez, todas estas diferentes ramas de industria que representan otras tantas categorías de la división social del trabajo. [...]
El delincuente produce una impresión, unas veces moral, otras veces trágica, según los casos, prestando con ello un "servicio" al movimiento de los sentimientos morales y estéticos del público. No sólo produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por lo tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino el Edipo de Sófocles y Ricardo III de Shakespeare. El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del estancamiento y provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas productivas. [...]
Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo como el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección si no hubiese ladrones. Y la fabricaión de billetes de banco no habría llegado nunca a su actual refinamiento a no ser por los falsificadores de moneda. El microscopio no habría encontrado acceso a los negocios comerciales corrientes (véase Babbage) si no le hubiera abierto el camino el fraude comercial. Y la química práctica debiera estarle tan agradecida a las adulteraciones de mercancías y al intento de descubrirlas como al honrado celo por aumentar la productividad.
El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas, en lo tocante a la invención de máquinas. Y, abandonando ahora el campo del delito privado, ¿acaso, sin los delitos nacionales, habría llegado a crearse nunca el mercado mundial? Más aún, ¿existirían siquiera naciones? ¿Y no es el árbol del pecado, al mismo tiempo, y desde Adán, el árbol del conocimiento? Ya Mandeville, en Fable of the Bees (1705) había demostrado la productividad de todos los posibles oficios, poniendo de manifiesto en general la tendencia de toda esta argumentación:
Lo que en este mundo llamamos el mal, tanto el moral como el natural, es el gran principio que nos convierte en criaturas sociales, la base firme, la vida y el puntal de todas las industrias y ocupaciones, sin excepción; aquí reside el verdadero origen de todas las artes y ciencias y, a partir del momento en que el mal cesara, la sociedad decaería necesariamente, si es que no perece completamente.

Lo que ocurre es que Mandeville era, naturalmente, mucho más, infinitamente más audaz y más honrado que los apologistas filisteos de la sociedad burguesa.

lunes, 23 de marzo de 2015

Conjuros egipcios - Anónimo - Antiguo Egipto


CONJURO PARA EXTRAER UN HUESO DE LA GARGANTA

Soy aquel cuya cabeza alcanza el cielo,
y cuyos pies alcanzan el abismo
quien ha despertado al cocodrilo de cera (¿) en el Pe-zême de Tebas;
pues soy So, Sime, Tamaho,
este es mi correcto nombre.
¡Anuk, anuk!
pues un huevo de halcón está en mi boca,
y un huevo de ibis en mi vientre.
Por tanto, hueso de dios,
hueso de hombre,
hueso de pájaro,
hueso de pez,
hueso de animal,
hueso de todo,
de nada estoy exceptuado.
Por tanto, ¡deja que lo que está en tu vientre
venga a mi pecho!
¡Que lo que está en tu pecho
venga a mi boca!
¡Que lo que está en tu boca
venga a mi mano ahora!
Pues yo soy quien está en los siete cielos,
quien se yergue en los siete santuarios,
pues soy el hijo del dios viviente.

Este conjuro debe ser dicho siete veces sobre una copa de agua; y cuando el paciente la beba, el hueso será expulsado.

Más disparatado aún es este


CONJURO QUE DEBE SER PRONUNCIADO PARA EL MORDISCO DE PERRO

El conjuro de Amón y Tifris es:
Soy este fuerte mensajero (?),
Shlamala, Malet,
el misterioso que ha alcanzado al más misterioso,
Greshei, Greshei,
el señor de Rent, Tahne, Banhe,
este perro, este perro negro,
el perro, el misterioso perro,
este perro (¿perra?) de cuatro cachorros,
el perro salvaje, hijo de Ophoïs,
hijo de Anubis,
¡relaja tus dientes,
detiene tu salivazo!
Tú actúas como el rostro de Sêth contra Osiris.
Tú actúas como el rostro de 'Apop contra Rê'.
Horus, el hijo de Osiris, nacido de Isis,
con él debes llenarte la boca;
N.N., hijo de N.N.,
con él debes llenarte la boca.
Escucha este discurso,
Horus, que curas las quemaduras,
que fuiste a los abismos,
que pusiste los cimientos de la tierra;
escucha, O Yaho-Sabaho,
¡Abiaho es tu nombre!

Se reconoce en las últimas líneas una invocación clara al "Jehovah de las Multitudes" (hebreo YHVH bhaôth), el Dios de los Judíos.

sábado, 21 de marzo de 2015

Fragmento de La novela de Genji - Murasaki Shikibu - Japón


I. ESPLENDOR
Rehabilitación y apogeo
21
Otome

    [...] Genji pensaba en los tiempos del reinado de su padre. Cuando la danza hubo concluido, ofreció una copa a Suzaku e improvisó estos versos:

          -Estamos en primavera
          y el dulce trino de los ruiseñores
          suena como antaño.
          Somos nosotros quienes hemos cambiado.

    El ex emperador respondió:
         
          -Aunque las brumas me oculten ahora
          la corte nueve veces engalanada,
          el trino de los ruiseñores me anuncia
          que la primavera ha llegado.

    El príncipe Hotaru llenó a su vez la copa del emperador y recitó:

          -El son de la flauta
          es el que siempre ha sido,
          y se diría que el ruiseñor
          ha renovado sus melodías.

    Con enorme tacto, quería dar a entender a todos los presentes que no todo en el mundo había ido a peor. Entonces su majestad el emperador reinante ofreció también su poema a los presentes, y lo hizo con enorme dignidad:

          -Si el canto de los ruiseñores
          suena más melancólico que antaño,
          ¿será porque han descubierto
          que la belleza de las flores ha perdido esplendidez?1

    Esos poemas fueron recitados para los oídos de unos pocos y, aunque se oyeron otros, nadie tomó nota de ellos, por lo que nada me queda por añadir. [...]

Versión y comentario de Xavier Roca-Ferrer
1 Para entender el sentido último de estos poemas conviene recordar que el budismo japonés no se contentaba con ver en la condición humana algo triste e impermanente. La perspectiva empeoraba desde el momento en que, en tiempos de Murasaki, se creía que el mundo entero vivía ya o estaba a punto de vivir una fase de decadencia (o mappo), durante la cual el pueblo dejaría de obedecer y de respetar las enseñanzas de Buda (algo así como un apocalipsis búdico). En esta fase postrera, todo (desde el canto de las aves al color de las flores) iría forzosamente a peor.

jueves, 19 de marzo de 2015

Literatura satírica y burlesca/ 37 - Dineros son calidad - Luis de Góngora - España


Dineros son calidad
                ¡Verdad!
Más ama quien más suspira
                ¡Mentira!

Cruzados hacen cruzados,
Escudos pintan escudos,
Y tahúres muy desnudos
Con dados ganan condados;
Ducados dejan ducados,
Y coronas majestad,
                ¡Verdad!

Pensar que uno sólo es dueño
De puerta de muchas llaves,
Y afirmar que penas graves
Las paga un mirar risueño,
Y entender que no son sueño
Las promesas de Marfira,
                ¡Mentira!

Todo se vende este día,
Todo el dinero lo iguala;
La corte vende su gala,
La guerra su valentía;
Hasta la sabiduría
Vende la Universidad,
                ¡Verdad!

En Valencia muy preñada
Y muy doncella en Madrid,
Cebolla en Valladolid
Y en Toledo mermelada,
Puerta de Elvira en Granada
Y en Sevilla doña Elvira,
                ¡Mentira!

No hay persona que hablar deje
Al necesitado en plaza;
Todo el mundo le es mordaza,
Aunque él por señas se queje;
Que tiene cara de hereje
Y aun fe la necesidad,
                ¡Verdad!

Siendo como un algodón,
Nos jura que es como un hueso,
Y quiere probarnos eso
Con que es su cuello almidón,
Goma su copete, y son
Sus bigotes alquitira
                ¡Mentira!

Cualquiera que pleitos trata,
Aunque sean sin razón,
Deje el río Marañón,
Y entre al río de la Plata;
Que hallará corriente grata
Y puerto de claridad
                ¡Verdad!

Siembra en una artesa berros
La madre, y sus hijas todas
Son perras de muchas bodas
Y bodas de muchos perros;
Y sus yernos rompen hierros
En la toma de Algecira,
                ¡Mentira!

martes, 17 de marzo de 2015

Coplas - Rodrigo de Reynosa - España


Pliego XIV

Si te vas vañar, Juanica,
dime a quáles vaños vas. 

Por mucho que yo te quiero
no es nada según meresces,
aunque tu amor m'encareces,
hasta ver el fin espero.
Dime do es tu vañadero,
mucho placer me harás.
Dime a quáles vaños vas.

La mañana de Sant Juan,
me dicen te vas a vañar,
yo te yré acompañar
porque descansse mi affán;
que todas las que allá van
ventajas les llevarás.
Dime a quáles vaños vas.

Que según es mi quererte,
aunque mudes el traje
yo te hago homenaje
de entre todas conoscerte,
y guardarte y tenerte
las ropas que llevarás.
Dime a quáles vaños vas.

domingo, 15 de marzo de 2015

Poema de Gilgamesh/ 3 - Anónimo - Mesopotamia


TABLILLA X

COLUMNA VI

    Texto asirio. Faltan veinticinco versos del comienzo de esta columna. Cuando el relato se reanuda, nos encontramos con una serie de reflexiones que Utnapishtim transmite a Gilgamesh.

[...] Por terrible que sea la muerte, la vida continúa.
Continuamente edificamos casas, usamos nuestros sellos1,
continuamente los hermanos comparten la herencia paterna,
continuamente el odio existe en la tierra,
continuamente el río sube y la crecida se lo lleva todo.
La libélula al abandonar su vaina, deja de ser ninfa.
Un rostro que pueda mirar de cara al Sol,
nunca, desde siempre, ha existido.
El que duerme y el muerto son parecidos uno al otro,
porque ¿no representan la imagen de la muerte?
El hombre no tiene más que la condición humana.
Después de la bendición de Enlil,
los grandes dioses, los Anunnaku, celebran consejo.
Mamitu2, la creadora de los destinos, fija con ellos el destino,
deciden sobre la muerte y la vida,
pero no revelan el instante de la muerte,
sólo dejan conocer el tiempo diario de la vida.
Traducción y notas de Federico Lara Peinado
Poema de Gilgamesh

1 Continuamente usamos sellos: es decir "hacemos contratos y escribimos cartas utilizando nuestros sellos". Los mesopotámicos, mediante los sellos de estampa y los cilindro-sellos, sellaban sus documentos, escritos sobre tablillas de barro. El uso del sello (más exactamente la impronta dejada) era el distintivo personal del individuo, equivaliendo realmente a su firma. 
2 Mamitu era la diosa del Destino. Junto a los Anunnaku juzgaba a los muertos, dado su caracter de esposa de Nergal (o de Meshlamtaea). El colofón indica que esta tablilla es un ejemplar del palacio de Asurbanipal.


    La zona asiática de lo que entendemos por Próximo Oriente antiguo, y más en concreto Mesopotamia y áreas occidentales adyacentes, ha sido la cuna no sólo de nuestra ciencia y tecnología (del alfabeto y del cálculo matemático y astronómico, por mencionar solamente algunos aspectos), sino también de muchos arquetipos literarios y religiosos heredados por la cultura occidental. [...]
    La actividad literaria surge en Mesopotamia impulsada por sus primeros pobladores "culturales", los sumerios. En su lengua aparece, a partir de la segunda mitad del tercer milenio antes de Cristo, el más completo abanico de géneros literarios, básicamente poéticos; [...] El soporte de tal actividad fue la tabilla de arcilla, que mejor que cualquier otro (papiro o pergamino) superó la prueba del tiempo, mientras las literaturas de otras culturas más o menos coetáneas, como la fenicia, y hasta cierto punto la misma egipcia, se disolvieron para siempre. [...]
Del prólogo de Gregorio del Olmo 
para la edición de Leyendas del Próximo Oriente antiguo de 
Círculo de Lectores, S.A., 1999

    La epopeya conocida como Poema de Gilgamesh, mitificación de un personaje real cuya existencia habría tenido lugar alrededor de 2700 a.C. en la ciudad sumeria de Uruk, sería ampliamente difundida durante un milenio por Mesopotamia para ser retomada por los escribas asirios del último imperio, quienes la convertirían en la obra cumbre de la literatura de su época. En torno a su tema principal, la búsqueda de la inmortalidad, circula todo el repertorio de temas comunes a la humanidad de cualquier tiempo y lugar: el amor, la justicia, la amistad, el dolor, el miedo, la necesidad de saber, la aventura... El fracaso estrepitoso con que se ven coronados los esfuerzos de Gilgamesh nos recuerda nuestro destino ineludible. El triste fin del poema relata un encuentro entre Gilgamesh y el espectro de Enkidu, que hace a su amigo esta desoladora revelación: "No queda nada, ni tan siquiera una sombra".

viernes, 13 de marzo de 2015

Por boca cerrada entran las moscas - Pablo Neruda - Chile


Por qué con esas llamas rojas
se han dispuesto a arder los rubíes?

Por qué el corazòn del topacio
tiene panales amarillos?

Por qué se divierte la rosa
cambiando el color de sus sueños?

Por qué se enfría la esmeralda
como una ahogada submarina?

Y por qué palidece el cielo
sobre las estrellas de junio?

Dónde compra pintura fresca
la cola de la lagartija?

Dónde está el fuego subterráneo
que resucita los claveles?

De dónde saca la sal
esa mirada transparente?

Dónde durmieron los carbones
que se levantaron oscuros?

Y dónde, dónde compra el tigre
rayas de luto, rayas de oro?

Cuándo comenzó a conocer
la madreselva su perfume?

Cuándo se dio cuenta el pino
de su resultado oloroso?

Cuándo aprendieron los limones
la misma doctrina del sol?

Cuándo aprendió a volar el humo?
Cuándo conversan las raíces?

Cómo es el agua en las estrellas?
Por qué el escorpiòn envenena,
por qué el elefante es benigno?

En qué medita la tortuga?
Dónde se retira la sombra?
Qué canto repite la lluvia?
Dónde van a morir los pájaros?
Y por qué son verdes las hojas?

Es tan poco lo que sabemos
y tanto lo que presumimos
y tan lentamente aprendemos,
que preguntamos, y morimos.
Mejor guardemos orgullo
para la ciudad de los muertos
en el día de los difuntos
y allí cuando el viento recorra
los huecos de tu calavera
te revelará tanto enigma,
susurrándote la verdad
donde estuvieron tus orejas.
De Extravagario, 1958

miércoles, 11 de marzo de 2015

Fragmentos de Mortal y rosa/ y 10 - Francisco Umbral - España


POSTERIOR a mí mismo, enfermo, salgo todas las mañanas de un sueño que no sé si es desvanecimiento. Mi despertar tiene algo de resurrección. Es casi un resucitar, sí. Pero un resucitar sin júbilo, un volver a la vida para echar una mirada vacía en torno, para comprobar que todo está en orden -en desorden- y que puede uno volver a morirse tranquilamente. Y para qué hablar de los periódicos. No pido el periódico, no lo busco, pero si me llega, si me lo traen, le echo una ojeada como quien se toma una purga. Cómo está el mundo. Como siempre, claro. Sigue la sangre, la muerte, el espectáculo bochornoso que la humanidad viene dando desde el principio de los siglos. Lo nuestro no tiene arreglo. El hombre es decididamente mediocre y nunca hará carrera. Francia ensaya ahora sus bombas atómicas. A la gente le asusta mucho esto de la bomba atómica. ¿Por qué? Yo creo que, después de tantos siglos de sangre, matanzas, crueldad y obstinación, lo más digno que puede hacer la humanidad es suicidarse colectivamente, globalmente, y terminar de una vez. [...]

SÓLO encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.
Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este medio día con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar.

ELLA ha madrugado, inquieta, movida por un secreto, por una alegría pequeña -qué triste picardía la suya- y se ha movido por la casa con más vivacidad, como cuando tú vivías, y ha traído de la calle dos rosas rojas, dos flores forradas de verde, que eran la clave de su secreto, el centro de su pequeña y tierna conspiración, porque algo había que hacer, hijo, y las dos rosas estuvieron ahí, lumbre de una alegría remota en lo gris del hogar.
Diría yo, sí, que fue ella a lo más remoto de nuestra dicha, al fondo de los días, al bajorrelieve de la memoria, allí donde aún ríes entre conchas doradas, para cortar esas dos flores -que en realidad son del mercado- y hacer que por última vez prenda en esta casa la luz de un tiempo en que éramos alegres. A la tarde, escucha, fuimos apresurados, silenciosos, sonámbulos, en el fondo de un coche, hacia el hueco doloroso, lejano, y el otoño estaba rojo, dorado, lento, espeso, como si tú existieras, y cruzamos tantas arboledas, hijo, tanto espesor de muertos, tanta luz acumulada en las márgenes de la tarde, para sumirnos en el túnel azul e inexistente en que no nos esperas, y llevábamos las dos rosas, como un reclamo para tu sangre, una llamada de lo rojo a lo rojo, de la vida a la vida, de la vida -ay- a la muerte.

lunes, 9 de marzo de 2015

Elegías de Duino/ y 10 - Rainer Maria Rilke - República Checa (Imperio austrohúngaro)


DIE ZEHNTE ELEGIE

Daß ich dereinst, an dem Ausgang der grimmigen Einsicht,
Jubel und Ruhm aufsinge zustimmenden Engeln.
Daß von den klar geschlagenen Hämmern des Herzens
keiner versage an weichen, zweifelnden oder
reißenden Saiten. Daß mich mein strömendes Antlitz
glänzender mache; daß das unscheinbare Weinen
blühe. O wie werdet ihr dann, Nächte, mir lieb sein,
gehärmte. Daß ich euch knieender nicht, untröstliche Schwestern,
hinnahm, nicht in euer gelöstes
Haar mich gelöster ergab. Wir, Vergeuder der Schmerzen.
Wie wir sie absehn voraus, in die traurige Dauer,
ob sie nicht enden vielleicht. Sie aber sind ja
unser winterwähriges Laub, unser dunkeles Sinngrün,
eine der Zeiten des heimlichen Jahre –, nicht nur
Zeit –, sind Stelle, Siedelung, Lager, Boden, Wohnort.

Freilich, wehe, wie fremd sind die Gassen der Leid – Stadt,
wo in der falschen, aus Übertönung gemachten
Stille, stark, aus der Gußform des Leeren der Ausguß
prahlt: der vergoldete Lärm, das platzende Denkmal.
O, wie spurlos zerträte ein Engel ihnen den Trostmarkt,
den die Kirche begrenzt, ihre fertig gekaufte:
reinlich und zu und enttäuscht wie ein Postamt am Sonntag.
Draußen aber kräuseln sich immer die Ränder von Jahrmarkt.
Schaukeln der Freiheit! Taucher und Gaukler des Eifers!
Und des behübschten Glücks figürliche Schießstatt,
wo es zappelt von Ziel und sich blechern benimmt,
wenn ein Geschickterer trifft. Von Beifall zu Zufall
taumelt er weiter; denn Buden jeglicher Neugier
werben, trommeln und plärrn. Für Erwachsene aber
ist noch besonders zu sehn, wie das Geld sich vermehrt, anatomisch,
nicht zur Belustigung nur: der Geschlechtsteil des Gelds,
alles, das Ganze, der Vorgang –, das unterrichtet und macht
fruchtbar .........
.... Oh aber gleich darüber hinaus,
hinter der letzten Planke, beklebt mit Plakaten des »Todlos«,
jenes bitteren Biers, das den Trinkenden süß scheint,
wenn sie immer dazu frische Zerstreuungen kaun...,
gleich im Rücken der Planke, gleich dahinter, ists wirklich.
Kinder spielen, und Liebende halten einander, – abseits,
ernst, im ärmlichen Gras, und Hunde haben Natur.
Weiter noch zieht es den Jüngling; vielleicht, daß er eine junge
Klage liebt..... Hinter ihr her kommt er in Wiesen. Sie sagt:
– Weit. Wir wohnen dort draußen.... Wo? Und der Jüngling
folgt. Ihn rührt ihre Haltung. Die Schulter, der Hals –, vielleicht
ist sie von herrlicher Herkunft. Aber er läßt sie, kehrt um,
wendet sich, winkt... Was solls? Sie ist eine Klage.

Nur die jungen Toten, im ersten Zustand
zeitlosen Gleichmuts, dem der Entwöhnung,
folgen ihr liebend. Mädchen
wartet sie ab und befreundet sie. Zeigt ihnen leise,
was sie an sich hat. Perlen des Leids und die feinen
Schleier der Duldung. – Mit Jünglingen geht sie
schweigend.

Aber dort, wo sie wohnen, im Tal, der Älteren eine, der Klagen,
nimmt sich des Jünglinges an, wenn er fragt: – Wir waren,
sagt sie, ein Großes Geschlecht, einmal, wir Klagen. Die Väter
trieben den Bergbau dort in dem großen Gebirg; bei Menschen
findest du manchmal ein Stück geschliffenes Ur-Leid
oder, aus altem Vulkan, schlackig versteinerten Zorn.
Ja, das stammte von dort. Einst waren wir reich. –
Und sie leitet ihn leicht durch die weite Landschaft der Klagen,
zeigt ihm die Säulen der Tempel oder die Trümmer
jener Burgen, von wo Klage-Fürsten das Land
einstens weise beherrscht. Zeigt ihm die hohen
Tränenbäume und Felder blühender Wehmut,
(Lebendige kennen sie nur als sanftes Blattwerk);
zeigt ihm die Tiere der Trauer, weidend, – und manchmal
schreckt ein Vogel und zieht, flach ihnen fliegend durchs Aufschaun,
weithin das schriftliche Bild seines vereinsamten Schreis. –
Abends führt sie ihn hin zu den Gräbern der Alten
aus dem Klage-Geschlecht, den Sibyllen und Warn-Herrn.
Naht aber Nacht, so wandeln sie leiser, und bald
mondets empor, das über Alles
wachende Grab-Mal. Brüderlich jenem am Nil,
der erhabene Sphinx –: der verschwiegenen Kammer Antlitz.
Und sie staunen dem krönlichen Haupt, das für immer,
schweigend, der Menschen Gesicht
auf die Waage der Sterne gelegt.

Nicht erfaßt es sein Blick, im Frühtod
schwindelnd. Aber ihr Schaun,
hinter dem Pschent-Rand hervor, scheucht es die Eule. Und sie,
streifend im langsamen Abstrich die Wange entlang,
jene der reifesten Rundung,
zeichnet weich in das neue
Totengehör, über ein doppelt
aufgeschlagenes Blatt, den unbeschreiblichen Umriß.

Und höher, die Sterne. Neue. Die Sterne des Leidlands.
Langsam nennt sie die Klage; – Hier,
siehe: den Reiter, den Stab, und das vollere Sternbild
nennen sie: Fruchtkranz. Dann, weiter, dem Pol zu:
Wiege; Weg; Das Brennende Buch; Puppe; Fenster.
Aber im südlichen Himmel, rein wie im Innern
einer gesegneten Hand, das klar erglänzende »M«,
das die Mütter bedeutet ...... –

Doch der Tote muß fort, und schweigend bringt ihn die ältere
Klage bis an die Talschlucht,
wo es schimmert im Mondschein:
die Quelle der Freude. In Ehrfurcht
nennt sie sie, sagt; – Bei den Menschen
ist sie ein tragender Strom. –

Stehn am Fuß des Gebirgs.
Und da umarmt sie ihn, weinend.

Einsam steigt er dahin, in die Berge des Ur-Leids.
Und nicht einmal sein Schritt klingt aus dem tonlosen Los.
Aber erweckten sie uns, die unendlich Toten, ein Gleichnis,
siehe, sie zeigten vielleicht auf die Kätzchen der leeren
Hasel, die hängenden, oder
meinten den Regen, der fallt auf dunkles Erdreich im Frühjahr. –

Und wir, die an steigendes Glück
denken, empfänden die Rührung,
die uns beinah bestürzt,
wenn ein Glückliches fällt.


DÉCIMA ELEGÍA*

Que un día, superada la terrible intuición,
ascienda mi canto de júbilo y de gloria hacia los ángeles concordes.
Que ninguno de los martillos1 límpidamente pulsados del corazón
falle al tañer las cuerdas suaves, vacilantes o tensas.
Que mi rostro inundado de lágrimas me torne más radiante,
que florezca el llanto sencillo.
¡Oh noches! ¡Cuán caras me seréis entonces, noches de aflicción!
Cómo no me arrodillé más rendidamente
-inconsolables hermanas- para acogeros;
cómo no me deshice en vuestra cabellera deshecha
con mayor abandono.
Pero somos los derrochadores del dolor:
con qué intensidad miramos más allá de él en su triste durar
tratando de ver si no concluye quizá.
Más él es nuestro follaje invernal, nuestra oscura pervinca,
una de las estaciones del año secreto -y no sólo estación
sino lugar, asiento, tienda, suelo y hogar.

Ah, qué extrañas son en verdad las callejas
de la Ciudad del Dolor, donde el falso silencio
que se hace cuando se sobrepone al ruido el estruendo,
alardea potente
-forma vaciada del molde de la vacuidad-
el estrépito alabancioso del oro
y se exhibe con presunción el monumento infautado.
Oh, y de qué inadvertida manera les pisotearía un ángel
el marcado del consuelo que han erigido
circundando a la iglesia que compraron ya hecha,
tan limpia y cerrada en su desilusión
como una oficina postal en domingo.
Pero afuera siempre se riza el contorno irregular de la feria:
¡Columpios de la libertad! ¡Buzos y juglares del afán!
Y también, una atracción superior:
el campo de tiro de una muy acicalada ventura
donde las figuras que cuelgan del blanco
se agitan y suenan a hoja de lata
cuando un tirador más hábil acierta.
Yendo del aplauso a lo accidental,
el triunfador prosigue a tropezones su marcha
porque las barracas que encierran cualquier curiosidad concebible
pregonan su mercancía, tamborilean y rugen.
Hay además un espectáculo especial para adultos:
la multiplicación del dinero,
que se realiza de un modo anatómico
y no sólo por diversión; el órgano genital del dinero,
todo conjunto, el procedimiento, el acto -
y esto instruye y torna fecundo...
¡Ah!, pero en las afueras,
inmediatamente tras de la valla postrera
tapizada de carteles que rezan "NO HAY MUERTE"
(anuncios de aquella amarga cerveza
que parece tan dulce a quienes la beben
mientras mastican diversiones más frescas),
se tiende lo real: juegan los niños,
los amantes se abrazan apartados y graves sobre la hierba escasa
y los perros dan satisfacción a su instinto.
Pero el adolescente se siente atraído más lejos aún;
tal vez se ha prendado de una Lamentación juvenil...
Siguiéndola llega a unos prados.
Ella le dice: -"Lejos, allá afuera, muy lejos,
vivimos nosotros..."
-"¿Dónde?" Y el joven la sigue.
Lo conmueven su porte, los hombros, el cuello... -
acaso proceda de señorial ascendencia.
Pero la abandona, retorna al lugar de partida,
se vuelve apenas y hace un gesto de adiós.
¿A qué proseguir? Ella es una Lamentación.

Sólo quienes murieron jóvenes
y se hallan en ese estado primero de la indiferencia intemporal
en que se va perdiendo la costumbre de vivir,
la siguen por amor.
Aguarda a las doncellas y se atrae su amistad.
Suavemente les muestra cuanto posee:
las perlas del dolor y los finos velos de la resignación.
Con los adolescentes marcha en silencio.

Pero allá, en el valle lejano en que moran,
alguna Lamentación de las de edad más provecta
atiende al adolescente cuando pregunta.
"Fuimos antaño" -le dice- "una estirpe preclara.
Nuestros padres se dedicaron a la minería
en la gran cordillera.
Entre los hombres encuentras a veces
un trozo tallado de dolor primigenio
o escorias de ira petrificada
brotadas del antiguo volcán.
Sí, eso provino de allá.
Una vez fuimos ricas."

E ingrávidamente lo guía
a través del vasto paisaje de las Lamentaciones.
Le muestra las columnas de los templos
o las ruinas de aquellos castillos desde los cuales antaño
los Príncipes de las Lamentaciones
gobernaron sabiamente el país;
le enseña los altos árboles del llanto,
los campos de melancolía en flor
(a la que los vivos apenas conocen como una fronda apacible)
y los animales del duelo, paciendo.
A veces un pájaro se asusta de pronto
y cruzando horizontalmente a través de esa larga mirada
traza ampliamente en el aire la imagen escrita
de su gritar solitario.
Al atardecer, la Lamentación lo conduce a las tumbas
de sibilas y augures
-antepasados que son su propio linaje-
y al acercarse la noche
ya van caminando con mayor levedad.
Pronto tramonta, lunar,
el funeral monumento que todo lo vela,
fraterno de aquél otro a orillas del Nilo:
la egregia Esfinge,
faz de la cámara secreta.
Y contemplan con admiración la coronada cabeza
que calladamente colocara por siempre
el rostro del hombre en la balanza
de las estrellas.

Inaprehensible para él,
la temprana muerte aún colma de vértigo sus ojos.
Pero ella, levantando la mirada
desde más allá del borde del pschent2
ahuyenta a la lechuza3
que, al deslizarse en lento roce
a lo largo de aquella mejilla de más madura redondez,
dibuja suavemente en el nuevo oír del muerto
como sobre una doble hoja desplegada
el contorno indescriptible.

Y más en lo alto, las estrellas. Nuevas.
Todas las estrellas del País del Dolor.
Lentamente, la Lamentación las enuncia:
-"Aquí, mira, están el Caballero y el Báculo,
y la constelación más nutrida
se llama Corona de Frutos.
Luego, más adelante, hacia el polo:
la Cuna, el Camino, el Libro que Arde,
la Muñeca y la Ventana.
Pero en el firmamento del sur,
pura como en la palma de una mano bendita,
rutila con diáfano brillo la M,
que representa a las madres..."

Pero, el muerto ha de seguir adelante
y la más vieja Lamentación lo conduce en silencio
hasta el desfiladero del valle,
donde se ve brillar al claro de luna
la Fuente de la Alegría.
Con respeto la nombra y dice:
-"Entre los hombres
es un río caudal."
Llegados al pie de la cordillera,
ella lo abraza llorando.

Solitario asciende a las cimas del Dolor Primigenio.
Y ni siquiera su paso se escucha en el Destino callado.

Pero si los infinitamente muertos
hicieran nacer en nosotros un símbolo
-mira- señalarían tal vez los amentos
que penden del exhausto, vacío avellanado
o pensarían acaso en la lluvia
que cae en la primavera sobre la tierra sombría.

Y nosotros, que pensamos en la felicidad que asciende,
sentiríamos el enternecimiento
que casi nos sobrecoge
cuando la dicha cae.
De Elegías de Duino, 1912-1922
Versión de Uwe Frisch


* Los versos 1 al 15 del poema original fueron escritos en Duino, a comienzos de 1912; el texto se prosiguió y concluyó en una forma posteriormente rechazada en París, entre el final de 1913 y el comienzo del verano de 1914; la nueva versión -definitiva- de los versos 1al último fue compuesta en Muzot, el 11 de febrero de 1922.
1 En el piano, el sonido se produce por mazos que golpean en cuerdas.
2 Pschent es una transcripción fonética utilizada por Rilke de la grafía griega Txent, que a su vez transcribe la palabra egipcia que designa la doble corona en forma de mitra, símbolo de la unión del Alto y el Bajo Egipto, que usaban los faraones. Varios dioses del panteón egipcio -particularmente Osiris, Señor del País de los Muertos- eran representados también con el pschent, lo que determina su presencia en este contexto.
3 Anécdota autobiográfica, recogida en una carta a Magda Hattinberg (1 de febrero de 1914), sobre el viaje de Rilke a Egipto a finales de 1910, en el cual creyó escuchar cómo un búho, con el sonido de su vuelo, dibujaba la mejilla de la esfinge: “Detrás del saliente del gorro real que lleva la esfinge en la cabeza, salió volando un búho, y lentamente, con un sonido que se oía de modo indescriptible en la limpia profundidad de la noche, con su suave vuelo fue rozando su rostro: y en aquel momento, en mi oído, que por el hecho de haber estado horas y horas en el silencio de la noche había adquirido una agudeza muy especial, surgió el dibujo del perfil de aquella mejilla, como por un milagro.”
Sin embargo, Rilke escribió a Muzot sobre la imaginería egipcia de esta elegía, que “el país de las lamentaciones, por el que la anciana Lamentación guía al joven muerto, no debe identificarse con Egipto, sino verse como sólo una especie de reflejo del país del Nilo en la claridad de desierto de la conciencia del muerto.”


CARTA DE RAINER MARIA RILKE (Fragmentos)
Al señor Witold von Hulewicz, a próposito de las Elegías de Duino
(13 de Noviembre de 1925)

Desde aquí, querido amigo, yo mismo apenas sé qué decirle.
Con los poemas a la vista podría tratarse de encontrar múltiples aclaraciones, pero así, ¿cómo empezar? Además, ¿soy acaso yo quien puede dar la explicación exacta de las Elegías? Me rebasan infinitamente. [...]
En las Elegías, la afirmación de la vida y la de la muerte se revelan como una sola. Admitir una sin la otra es, como lo celebramos aquí, una limitación que excluye finalmente todo lo infinito. [...]
La verdadera forma de la vida se extiende a través de los dos dominios, y la sangre del más amplio circuito corre a través de ambos; no hay un más acá, ni un más allá, sino la gran unidad, en la cual los seres que nos rebasan, los "ángeles", encuéntranse en su morada. [...]
El ángel de las Elegías es ese ser que reconoce en lo invisible un grado superior de la realidad. Por eso es "terrible" para nosotros, aún suspendidos en lo visible, del que somos amantes y transformadores. [...]
Ojalá encuentre usted aquí, querido amigo, algunos consejos y aclaraciones, y para lo demás ayúdese usted mismo, porque no sé si podré en alguna ocasión decir más.
Suyo
R. M. RILKE

sábado, 7 de marzo de 2015

Fragmentos de Mortal y rosa/ 9 - Francisco Umbral - España


La risa de mi hijo. He perdido la risa de mi hijo. ¿Cuánto hace que no sonríe? En este mismo diario tengo escrito, me parece, que a la cripta que es un niño sólo se llega por la celosía de su risa. Mi hijo no ha vuelto a reir ni a sonreir. Su seriedad banal de otras veces resulta que presagiaba esta seriedad definitiva, esta manera de ser adulto que le da la enfermedad a un niño.[...] El niño, ya, es sagrado. Sé, como sabía el poeta, que la vida no es noble, ni buena, ni sagrada, y no hallo nada que respetar ni venerar en el cielo ni en la tierra, ni un solo ser, ni un solo hombre merecen mi devoción, desde hace mucho tiempo, pero gracias a este hijo tenido y perdido habrá ya siempre para mí, en lo más puro de la luz, en el resplandor de lo inexistente, un ser sagrado, una criatura de oro, de modo que el hijo se constituye en criatura aparte de la creación, en relámpago de la sacralidad que no se ha dado jamás en todo el universo. [...]

Sufro como hombre, a la medida del hombre, con mis recursos y mi mecánica de hombre, pero dentro de mí, dentro de ese sufrimiento, hay algo más sufriente, una pulpa casi submarina de sollozo, un fondo último y retráctil de dolor al que temo descender, que no me atrevo a tocar. Es ya un sufrimiento como vegetal, el gemido de la flor rota -ya se sabe que las plantas gimen-, un dolor no humano, un miedo anterior al hombre, una medusa de espanto, no sé. Lo más sensible y doliente de lo vivo, el cartílago marino y vegetal, sin otra conciencia que el dolor, donde algo pulsa infinitamente, muy por debajo de mi dolor racional, mediocre, de hombre que sufre.

TU muerte, hijo, no ha ensombrecido el mundo. Ha sido un apagarse de luz en la luz. Y nosotros aquí, ensordecidos de tragedia, heridos de blancura, mortalmente vivos, diciéndote.

jueves, 5 de marzo de 2015

Elegías de Duino/ 9 - Rainer Maria Rilke - República Checa (Imperio austrohúngaro)


DIE ACHTE ELEGIE

Warum, wenn es angeht, also die Frist des Daseins
hinzubringen, als Lorbeer, ein wenig dunkler als alles
andere Grün, mit kleinen Wellen an jedem
Blattrand (wie eines Windes Lächeln) –: warum dann
Menschliches müssen – und, Schicksal vermeidend,
sich sehnen nach Schicksal?...

Oh, nicht, weil Glück ist,
dieser voreilige Vorteil eines nahen Verlusts.
Nicht aus Neugier, oder zur Übung des Herzens,
das auch im Lorbeer wäre.....

Aber weil Hiersein viel ist, und weil uns scheinbar
alles das Hiesige braucht, dieses Schwindende, das
seltsam uns angeht. Uns, die Schwindendsten. Ein Mal
jedes, nur ein Mal. Ein Mal und nicht mehr. Und wir auch
ein Mal. Nie wieder. Aber dieses
ein Mal gewesen zu sein, wenn auch nur ein Mal:
irdisch gewesen zu sein, scheint nicht widerrufbar.

Und so drängen wir uns und wollen es leisten,
wollens enthalten in unsern einfachen Händen,
im überfüllteren Blick und im sprachlosen Herzen.
Wollen es werden. – Wem es geben? Am liebsten
alles behalten für immer... Ach, in den andern Bezug,
wehe, was nimmt man hinüber? Nicht das Anschaun, das hier
langsam erlernte, und kein hier Ereignetes. Keins.
Also die Schmerzen. Also vor allem das Schwersein,
also der Liebe lange Erfahrung, – also
lauter Unsägliches. Aber später,
unter den Sternen, was solls: die sind besser unsäglich.
Bringt doch der Wanderer auch vom Hange des Bergrands
nicht eine Hand voll Erde ins Tal, die Allen unsägliche, sondern
ein erworbenes Wort, reines, den gelben und blaun
Enzian. Sind wir vielleicht hier, um zu sagen: Haus,
Brücke, Brunnen, Tor, Krug, Obstbaum, Fenster, –
höchstens: Säule, Turm.... aber zu sagen, verstehs,
oh zu sagen so, wie selber die Dinge niemals
innig meinten zu sein. Ist nicht die heimliche List
dieser verschwiegenen Erde, wenn sie die Liebenden drängt,
daß sich in ihrem Gefühl jedes und jedes entzückt?
Schwelle: was ists für zwei
Liebende, daß sie die eigne ältere Schwelle der Tür
ein wenig verbrauchen, auch sie, nach den vielen vorher
und vor den Künftigen ...., leicht.

Hier ist des Säglichen Zeit, hier seine Heimat.
Sprich und bekenn. Mehr als je
fallen die Dinge dahin, die erlebbaren, denn,
was sie verdrängend ersetzt, ist ein Tun ohne Bild.
Tun unter Krusten, die willig zerspringen, sobald
innen das Handeln entwächst und sich anders begrenzt.
Zwischen den Hämmern besteht
unser Herz, wie die Zunge
zwischen den Zähnen, die doch,
dennoch, die preisende bleibt.

Preise dem Engel die Welt, nicht die unsägliche, ihm
kannst du nicht großtun mit herrlich Erfühltem; im Weltall,
wo er fühlender fühlt, bist du ein Neuling. Drum zeig
ihm das Einfache, das, von Geschlecht zu Geschlechtern gestaltet,
als ein Unsriges lebt, neben der Hand und im Blick.
Sag ihm die Dinge. Er wird staunender stehn; wie du standest
bei dem Seiler in Rom, oder beim Töpfer am Nil.
Zeig ihm, wie glücklich ein Ding sein kann, wie schuldlos und unser,
wie selbst das klagende Leid rein zur Gestalt sich entschließt,
dient als ein Ding, oder stirbt in ein Ding –, und jenseits
selig der Geige entgeht. – Und diese, von Hingang
lebenden Dinge verstehn, daß du sie rühmst; vergänglich,
traun sie ein Rettendes uns, den Vergänglichsten, zu.
Wollen, wir sollen sie ganz im unsichtbarn Herzen verwandeln
in – o unendlich – in uns! Wer wir am Ende auch seien.
Erde, ist es nicht dies, was du willst: unsichtbar
in uns erstehn? – Ist es dein Traum nicht,
einmal unsichtbar zu sein? – Erde! unsichtbar!
Was, wenn Verwandlung nicht, ist dein drängender Auftrag?
Erde, du liebe, ich will. Oh glaub, es bedürfte
nicht deiner Frühlinge mehr, mich dir zu gewinnen –, einer,
ach, ein einziger ist schon dem Blute zu viel.
Namenlos bin ich zu dir entschlossen, von weit her.
Immer warst du im Recht, und dein heiliger Einfall
ist der vertrauliche Tod.

Siehe, ich lebe. Woraus? Weder Kindheit noch Zukunft
werden weniger ....... Überzähliges Dasein
entspringt mir im Herzen.,
so leben wir und nehmen immer Abschied.


NOVENA ELEGÍA*

¿Por qué, si es posible
pasar el tiempo de nuestra escasa existencia
como un laurel1
-un poco más oscuro que cualquier otro verdor,
orlado el borde de cada una de sus hojas por menudas ondas
(semejantes al leve sonreír de la brisa)-,
tener, pues, que ser humanos,
y queriendo evitar el destino,
anhelar el destino?

¡Oh, no es porque exista la felicidad
-ese beneficio anticipado de una inminente pérdida-,
ni por curiosidad, o por mero ejercicio del corazón,
que también estaría en el laurel...!

Sino porque estar aquí ya es mucho.
Y porque parecen necesitarnos todas las cosas de aquende
-tan huidizas-, que nos requieren
de tan extraña manera-
¡sí, a nosotros, los más fugaces...!
Nos requieren una vez cada una,
sólo una vez;
una vez y no más...
Y nosotros también: una vez;
una vez solamente,
y después nunca más.
Pero esto: haber estado en el mundo
-aunque sólo fuera una vez-,
haber tenido una existencia terrena,
no parece que pudiera ser revocado...

Y así nos afanamos intentando realizarla,
tratando de abarcarla con nuestras simples manos,
con nuestra mirada desbordante, cada vez más plena,
y nuestro corazón, ya sin palabras. La existencia...
Queremos ser ella, hacerla nuestra.
Para darla ¿a quién? Sería preferible
retenerla del todo y para siempre...
¡Ah!, pero ¿qué podemos llevar, míseros,
a ese reino de distintas relaciones? No por cierto el mirar,
que aprendimos tan lentamente aquí,
y nada acontecido aquende, nada.
Luego acaso el sufrimiento,
acaso ante todo esta opresiva pesantez,
y la larga experiencia del amor -
nada, en fin, sino lo indecible.
Pero más tarde, bajo las estrellas,
¿de qué nos serviría todo eso?
Ellas son aún más indecibles...
El caminante no trae de la lejana ladera
de la montaña al valle
un puñado de tierra
para todos indecible,
sino alguna pura palabra que mereció
y conquistó: la genciana amarilla
y azul2... ¿Acaso estamos aquí
para decir tan sólo casa, puente,
fuente, puerta, cántaro, ventana, árbol frutal
o -a lo más- columna y torre...? No,
sino para decir -oh, entiéndelo-, para decir así
todo aquello que las cosas mismas, en su más hondo interior,
jamás creyeron ser. ¿No es acaso
una secreta astucia de este mundo sigiloso
urgir a los amantes para que transfiguren todo
en su arrobado sentimiento? Umbral:
¿qué significa para los amantes
desgastar levemente el umbral de aquella puerta,
tan anterior a ellos; gastarlo ellos también,
tras de la multitud de los que fueron
y precediendo a los que advendrán...?

Aquí está el tiempo de lo que puede ser dicho;
aquí está su patria. Habla y reconoce:
más que nunca declina y pasa aquello que puede ser vivido,
desplazado por un quehacer informe,
quehacer bajo cortezas que voluntariamente estallan
tan pronto como la acción que encubren
las supera y adquiere otro perfil.
Nuestro corazón perdura entre martillos
como entre los dientes la lengua, que
-sin embargo y a pesar de todo-
es la otorgadora de alabanzas.

Haz ante el ángel la alabanza del mundo,
mas no la del mundo inefable
pues ante él no puedes jactarte de la magnificencia sentida -
en ese universo que él experimenta más vivamente que tú
eres apenas un recién arribado.
Por eso muéstrale algo sencillo que,
configurado de generación en generación,
viva al alcance de nuestra mano y en nuestra mirada
como algo que nos es propio.
Háblale de las cosas. Se asombrará,
como tú, ante el cordelero de Roma
o el alfarero del Nilo. Enséñale
cuán feliz puede ser una cosa,
qué inocente y qué nuestra,
y cómo aun el fiero dolor que se queja y revuelve
decide -puro- adoptar una forma
y sirve, transformado en objeto,
o muere encerrado en él,
para luego escapar venturoso
más allá de la sonoridad del violín.
Y estas cosas que viven en tránsito
comprenden que tú las celebres.
Pasajeras, confían su salvación a nosotros,
los más transitorios de todos.
Quieren que dentro de nuestro corazón invisible
las tranformemos -oh, infinitamente- en nosotros mismos,
quienes quiera que fuésemos al final.

Tierra, ¿no es esto lo que tú quieres:
renacer, invisible, en nosotros?
¿No es acaso tu sueño llegar a ser invisible?
¡La Tierra, invisible!
¿Cuál es tu imperioso mandato sino la absoluta transformación?
Tierra, amada, sí quiero.
Oh, créelo, ya no son necesarias tus primaveras
para conquistarme -
una, ay, sólo una
es ya demasiado para mi sangre.
Más allá de cualquier nombre y desde hace mucho
estoy resuelto a ser tuyo. Siempre tuviste razón,
y tu inspiración más sagrada
es la muerte familiar y cercana.

Mira, yo vivo ¿de qué?
Ni la infancia ni el provenir disminuyen...
Una más que numerosa existencia
me brota en el corazón.
De Elegías de Duino, 1912-1922
Versión de Uwe Frisch

* Los versos 1 al 6 y 77 al 79 del poema original fueron escritos en Duino en marzo de 1912, o posiblemente en Ronda o en París durante 1913; el resto en Muzot, el 9 de febrero de 1922. 
1 El castillo de Duino tenía laureles. Dafne se convirtió en laurel para escapar de Apolo: símbolo de la fuga del destino humano, rumbo a la serenidad vegetal. 
2 En algunas regiones de Europa se atribuye propiedades mágicas contra la muerte a la genciana, que tiene variedades azules y amarillas (Barjau).