Chet Baker - Like Someone In Love

lunes, 30 de septiembre de 2019

Nadie - César Seco - Venezuela


Volveré por esa calle donde nadie
me recuerda y todos me conocen.
Caminaré por esta otra donde me
ignoran y ninguna sabe nada de mí.
atravesaré aquel callejón oscuro y
tal vez el ojo que me sigue sólo vea
la sombra que la escasa luz de ese
poste fija en la esquina pensando
a dónde ir. Estaré allí esperando
nada o esperando todo. Acaso sea
la calle contigua la que me lleve a
ese otro lugar distinto a donde iba
y no llegué. La vida no se detiene
a esperar a nadie. Sólo puede mirarme
de reojo mientras paso, pero no es
su ojo lo que anhelo, lo que persigo
es el olvido que no aparece mientras
sigo, aunque lo presienta caminando
adelante distraído o sospeche ya que
no existe porque no me ha visto.
De Nadie y Ninguno, 2015

domingo, 29 de septiembre de 2019

Mansilla y los Espías: El espía de los grillos - Fernando Mansilla - España


She Came in Through the Bathroom Window
Abbey Road
John Lennon y Paul  McCartney

Todo comenzó con un grillo que se coló por la ventana del cuarto de baño. Se instaló luego en alguna rendija de la cocina. Y cantabas todas las noches, hermano grillo. Yo te escuchaba con gusto, te escribí un poema, nos hicimos amigos. Pero claro, no todo el mundo opinaba lo mismo. No a todos complacía aquella música monótona y algo obsesiva. Una noche (qué noche la de aquel día) el grillo —algo descontrolado— subió el volumen de su música, los vecinos se quejaron, y en mi casa mis familiares me dijeron que le diera con la zapatilla: «Dale con la zapatilla». «Quedad tranquilos», les dije. Y concluía el poema: «Si supieran que yo soy un espía de los grillos». O sea, que no me dio la gana de darle con la zapatilla.
Así que de momento salvó la vida pero tuvo que huir ante las amenazas. Seguimos su pista hasta los Montes de Toledo, donde supe que se había establecido. Y no me preguntéis cómo diantres llegó tan lejos. El caso es que se hallaba cantando en dichos montes cuando una noche de luna llena se le cruzó en el camino un niño que acababa de hacer su Primera Comunión y que vestía traje de almirante y calzaba zapatos de charol. Lo mató sin piedad y sin pensarlo demasiado. Alzó su zapato y cumplió su destino.  2 7
«Chao chao», cantó el niño para despedirse, «chao chao, jamás me olvides mi amor». Aquel niño verdugo de siete años lo pisó con su negro zapato, donde brillaba la muerte y se reflejaba la luna. Alrededor de la tragedia montamos un espectáculo con un título: «El Espía de los Grillos». Y ya de rebote un nombre para el grupo: Mansilla y los Espías. Y es que, tal como se decía en el dosier del espectáculo: «[…] utilizan su condición de espías para revelarnos los secretos y entresijos del ser humano, de la condición humana, del espectáculo humano. Eso es lo que importa».
En fin… murió el grillo, se le hizo un espléndido funeral y se le escribieron poemas y epitafios.
Pasaron los años. A veces se habla de cambiar el nombre del grupo. Espías… ¿por qué? Busquemos otro nombre mejor. Se habló de llamarnos Los Mansillas, pero desestimamos la propuesta. Ya había un grupo con ese mismo nombre. Hicimos una lista de nombres posibles:

• Mansilla y los Micropuntos.
• Mansilla y los Confieso.
• Mansillórum.
• Mansilla y los Ygriega.
• Mansilla y sus dos hippies.

Y muchos más que ahora no recuerdo.

Ninguno cuajó.
Y seguimos siendo Mansilla y los Espías. Mientras canten los grillos. O no.

Mis uñas lucen negro carbón
pero no es mierda
es luto
porque ayer
murió un grillo
y me da la gana
de enlutar mis uñas
 tres días
           por él.
Todas las noches
disfruté su música
            era magnífico
era tan pequeño
            y humilde.
Murió ayer
de manera violenta
aplastado por un zapato de charol
que calzaba un verdugo de siete años
vestido de almirante
con el cuerpo de Dios
          en el estómago.
          Tan feliz
en el día
            de su Primera Comunión.
Sevilla, diciembre de 2016

jueves, 26 de septiembre de 2019

Transitamos el centro y las afueras - Javier Hernando Herráez - España


Ahora que he ido y he vuelto,
que he visto lo que había allí y lo que hay acá,
que me han visto pasear por aquellas calles
y me han visto pasear por éstas,
que he probado vinos de ese lado del río
y vinos de éste, blancos y tintos,
ahora, que tengo una idea más completa del paisaje,
que he dejado que pasase el tiempo sin temor
a que pasase,
que se me han muerto mascotas y familiares,
que he escrito poemas a las mascotas,
pero no he escrito nunca poemas a los familiares;
ahora que me he dado cuenta de los errores:
de los aciertos que son errores
y de los errores que siguen siendo errores;
ahora que estoy aquí,
repitiéndome de nuevo, como un completo imbécil
que no ha sido todavía capaz de aprender de que va esto;
ahora,
que volverá incansable, una y otra vez,
hasta que ya no vuelva;
ahora que soy el zorro atropellado en la carretera
de tanto cruzar de un lado al otro,
ahora que te he dado un buen susto
cuando conducías por la noche, de regreso a casa;
ahora, me pregunto.
De Todos los animales muertos en la carretera, 2016

viernes, 20 de septiembre de 2019

Fragmentos de Enunciado - Sergio Gaspar - España


El camarero ciego debe servir un güisqui de malta en la mesa 24. Se lo ha pedido el esposo de un matrimonio que lleva tres mil doscientos ochenta y siete días esforzándose por no divorciarse, un licoroso dúo que dura y permanece sentado en la mesa 21, una mesa a la que han viajado esta mujer y este hombre con la intención de celebrar, más o menos contiguos, menos y más aburridos, el aniversario noveno de su lance nupcial. El hombre del matrimonio lo ha intentado todo y-o-pero la mujer bebe agua con gas. Para ser más precisos, se ha pasado los nueve años de su matrimonio bebiendo agua con gas y observando sin entusiasmo a su marido, quien a su vez consumía los nueve años de su matrimonio bebiendo güisqui de malta y manejando con fracaso creciente el videojuego en el que su esposa ingería e ingiere, inmutable, hectolitros y más hectolitros de agua con gas durante la historia de su matrimonio líquido, tan líquido como la sociedad en la que ambos se insultan y-o-pero se besan como moléculas ágiles que se sospechan distintas, pagan hipotecas juntos pero-o-y viven alejándose, en un trueque complejo de salivas y de incertidumbres, mientras crece la hierba del miedo y continúan creciendo las metáforas, las cortadoras del césped, porque tal vez y quizás no hayamos hecho otra cosa que viajar de metáfora en metáfora en busca de la metáfora que nos resultase útil, porque muchas lo serán y todas dejaron de serlo, estuvimos en la caverna, en un barco borracho, en una catedral en ruinas y levantando una catedral, en un vertedero, en un burdel, en una noche oscura y en una casa sosegada, en un teatro o un sueño, en un río, en una película, en un ordenador, hemos viajado por tantos sitios únicamente procurando habitar el mismo sitio inhabitable ¿o simplemente incómodo? ¿cómo llamar inhabitable a la vida si no hacemos otra cosa que vivir? donde tendremos que habitar, buscando permanecer cómodos en esta casa demasiado grande para dibujarla si no es con una metáfora, me aburro de enumerarlas, como se aburre y bosteza esta mujer sentada en la mesa 21, luego junta sus labios de nuevo y se guarda el bostezo como un pintalabios en el bolso y bebe la quinta botella de agua con gas de la noche, me aburro de enumerar botellas y metáforas, me gustaría algunas veces que concluyese esta partida que no termina de terminar interminable, esta serie televisiva que no termina de terminarse, algunas veces se me ocurre que la sucesión de palabras

en en

                                                      no es una errata, un desliz que haya pasado desapercibido a quien corrige el texto, a veces pienso que es el texto que alguien y yo queríamos escribir exactamente, el lugar en el que detener el movimiento, sostenerlo entre las manos y con la mente, descansar contiguos de cansarnos, al menos durante un rato, ¿no recuerdas?, recuérdalo, sucedió hace un momento, estuvimos en la caverna, en un barco borracho, en una catedral en ruinas y levantando una catedral, en un vertedero, en un burdel, en una noche oscura y en una casa sosegada, en un teatro, en un sueño, en un río, estuvimos en. Entra ahora en este en. A veces creo que en este en termina el viaje. Luego me levanto, miro por la ventana, o por la página leída, o cierro los ojos, y continúo viajando. Lo mismo que esta mujer, aprovechando que su marido ha dejado vacía la mesa 21 para reclamar al camarero ciego su güisqui de malta, se levanta de la mesa 24 y se sienta en la 21. O se sienta en. Piénsalo. Si el lugar era en, estuvimos y no estuvimos al mismo tiempo en todas las escenas, en la mesa 24 y tampoco en la 21, estaremos y tampoco estaremos allí. Pero más vale que no pierdas demasiado tu tiempo pensando esas cosas, al menos por ahora, porque esta mujer y este hombre continúan despidiéndose del mundo de los sólidos, se aburren en una materia líquida, dentro de una gota de agua suspendida de un grifo mal cerrado, o nadando paralelos por el interior de una lágrima, o sumergidos en una de las bolas de mercurio del termómetro que rompió ayer uno de los nueve hijos de su matrimonio, porque hay que saberlo, aunque también reconozco que no sabría explicarte por qué debemos esforzarnos en saberlo, ni para qué sirve este dato, ni qué conocimiento funda, qué paradigma hunde, pero hay que saber de nuevo que el esposo de este matrimonio lo ha intentado todo durante estos tantos años líquidos, eso sí, sin perdonar ni un día su deber de beberse al menos media docena diaria de güisquis de malta, pero hay que saberlo, pese a todo, porque el hombre de este matrimonio la ha convertido con paciencia en nueve veces madre, porque tuvieron tres veces trillizos tras tres tratamientos de fecundación en vidrio, se hizo la vasectomía porque ella se lo pidió en un bar una tarde, entre la quinta y la sexta botella de agua con gas de la tarde, se deshizo la vasectomía porque ella se lo rogó en la cocina del hogar una mañana, entre la primera y la segunda botella de agua con gas del día naciendo, porque se circuncidó cuando ella se convirtió al judaísmo, porque se casó con otras tres esposas cuando su esposa se convirtió al islamismo, porque se vio forzado a contratar a un matón colombiano para librarse de sus tres mujeres musulmanas cuando su legítima mujer, cada vez más líquida, más informe a cada forma renovada, decidió regresar a la casa del padre. Creo que lo diré más adelante, o creo que diré algo parecido, o que repetiré palabras que otros ya repitieron: llegará al punto del que arrancó su viaje y pisará el lugar por primera vez. El lugar era en. Ahí está ella, bebiendo agua con gas, cada vez más gaseosa. Un globo detenido por el techo del cuarto en el que duerme un niño, por ejemplo. Las gotas minúsculas del ambientador en los cines de la infancia, otro ejemplo. El humo de los carajillos en los cafetines, cuando la idea del diluvio se disolvió en el aire, tercer ejemplo. El olor del tomillo aplastado por los cazadores. Me aburren también las enumeraciones. Es como rezar el rosario, o tirarse pedos o el idioma del culo o pájaros que vuelan, que parten de su puerto, naves en el aire, nubes sobre el agua. Me aburren las metáforas y las enumeraciones. No nos vamos a salvar, definitivamente, aunque nos olvidemos durante el juego de que no somos el indio montado en su caballo de plástico que empujas con la mano. No saldremos de en. Estamos en y las cosas son.

[…]

Y las cosas son. Igual que ahora está en la mesa 21 la cosaesposacadavezmasgaseosa, esa cosaesposa que enciende con parsimonia un cigarrillo mientras observa asumarido, sentado aún en la mesa 24, o tal vez caminando hacia la barra desde la que el camarero ciego deberá partir para servir un güisqui de malta en la mesa ocupada en contener su vacío. El camarero ciego se esfuerza, busca, se huele las manos y tantea, vuelve a olerse las manos, encuentra por fin la botella de malta, la que ha tenido la precaución de bañar en perfume Chanel 5 para distinguirla del resto de hogares en los que vive el universo de los líquidos. El camarero calcula el volumen que desciende al vaso, como el ángel de la anunciación, como un grupo de turistas japoneses bajando al metro por las escaleras mecánicas, el camarero deposita tres cubitos de hielo —antes, higiénico, los ha olido para comprobar que no tuviesen sabor a pescado o a hierba o a miedo—, rebusca en busca de un posavasos, de una servilleta, respira hondo, se siente bien al sentirse por un momento que no es un inútil, pese a serlo en todo momento, que no es un discapacitado, pese a serlo también, o un inútil otra vez cuando se disuelva el efecto narcotizante del eufemismo, cuando se evapore la magia de lo políticamente correcto, porque esta tarde he leído en el periódico occidentalprogresistademocrático o-y enemigoopresorherejedelislam de turno que algunos terroristas islámicos y-o soldados en la defensa del islam compran o-y salvan de la miseria en la que viven a ni- ños tarados y-o discapacitados con la malignaimpía o-y píabenigna intención de inmolarlos y-o reeducarlos como terroristas o-y soldados suicidas y-o mártires del islam, y he pensado, por un momento he creído que estas nuevas palabras podrían ser el comienzo de un enunciado distinto, de una distinta sucesión de palabras tal vez pero quizás menos inútiles que la sucesión de las anteriores, pero pronto comprendo que todo está siendo en realidad el mismo enunciado, como un truco de magia, como sacarse otra sucesión de palabras de la manga, o de detrás de la oreja del espectador que ha subido al escenario, un truco que aplaudirá la crítica durante un tiempo, con el que puede ganarse el Planeta, o el Pulitzer, o el Hermanos Argensola, hasta que el truco se gaste, como un sistema operativo que ya pocos usan, como un diseño de gafas que ha pasado de moda, como llevar patillas de hacha, como más tarde y tiempo no llevar patillas, o después volver a llevarlas, como el bikini abandonado en el armario, como cuando fuimos marxistas, como cuando esa cosaesposagaseosa guarda todos sus bañadores de una pieza en el armario y saca de una bolsa de Woman Secret un bikini de moda, qué más da, me aburren las enumeraciones.

[…]

Y, sin embargo, no tendremos más remedio que seguir enumerando, produciendo, coches, vestidos, textos, metáforas, hijos, deberemos seguir enumerando, el camarero ciego busca, se huele las manos, encuentra un posavasos, una correcta servilleta de papel, se siente bien porque no se siente inútil, tal vez espera oír el comienzo de los aplausos, como un mago ciego actuando en un teatro vacío, se inclina ante las butacas al terminar la sucesión de trucos, se inclina otra vez, y otra, hasta que al final se cansa, o comprende, o se cansa de comprender, pero el camarero ciego ha tenido su noche de suerte en Salamanca, se desencadena de pronto una tormenta en el bar y tres rayos, o cuatro, o cinco, fulminantes, líricos, aterrizan en su cuerpo tarado, o discapacitado, o cuerpo solamente, y lo dejan frito y tetrapléjico. Trece días más tarde, o catorce, o veinte, el esposo que intenta no divorciarse, harto de esperar, se aproxima a la barra. Su mujer, ocho días antes, o ahora mismo, aprovechando que la mesa 21 se ha quedado vacía, come, duerme, se peina, se levanta, se acerca, se sienta en la mesa vacía. ¿Cuál es la raíz de la tragedia? El marido acerca los dedos índice y corazón a los ojos del camarero ciego —recordemos que lleva trece días sin poder cortarse las uñas, seguramente quince, incluso tal vez veinte, esperando a que le sirvan un güisqui de malta— hasta hundirlos en ese par de charcos muertos. Recuerdo que una vez devolví una trucha al agua. Lo recuerdo como si todavía tuviese que suceder. La separé del anzuelo, con cuidado, la sostuve entre mis manos unos momentos, la devolví al agua. He olvidado todas las truchas de mi vida, pero aquel animal está ahora conmigo, en esta habitación de hospital: aquí. Aquí podría concluir este enunciado y estaría muy bien terminar. Sería necesario pero no sería necesario. Un aquí donde coincidiesen final y fin, un lugar que no existe y que está en todas partes.
De Once enunciados

miércoles, 18 de septiembre de 2019

Prólogo con libélulas y gusanos de seda - José Hierro - España


Es cosa de libélulas,
de caballitos del diablo: aletean eléctricos,
vibran como cuerdas de una guitarra
que alguien acaba de pulsar,
zigzaguean como relámpagos,
rubrican la mañana azul.

Cosa también de cazadores de libélulas:
nos dejan en los dedos un grumillo de muerte,
un residuo viscoso, una turbiedad amarilla.

A veces se realiza el milagro:
el cazador cobra su pieza intacta y viva.
Comienza entonces la tarea primorosa del entomólogo:
le clava un alfiler para que muera poco a poco
a fin de que conserve intacta su belleza,
su perfección, su apariencia de vida
(porque de eso se trata).

Es cosa de entomólogos, es cosa de poetas,
maquilladores y embalsamadores de cadáveres.

Es cosa de gusanos de seda:
segregan tenues hilos de oro
con los que van edificando
su alcázar, cárcel, túmulo,
su oscuridad definitiva;
se desangran en oro, resignados
a no ver desde fuera nunca jamás su obra concluida.

Un día algo despierta en el recinto silencioso
—resurrección o transfiguración—:
ya no es el tejedor apresurado de la saliva de oro
sino una mariposa, torpe y gorda,
que ni siquiera lo recuerda
(igual que el cuerpo no recuerda
al alma que era suya antes de que él naciera).
La nueva criatura nace a cambio
de destruir lo que fue la razón de vivir y de morir
de alguien que fue ella misma
y que es ahora nada más que un hueco.

Se trata ahora de un hueco donde ocurrió el prodigio,
de una sombra en la entraña de la seda,
de una sombra y un hueco en el que suena
un motor de automóvil.

Escucho ese motor desesperadamente
para saber que no estoy sordo.
Segrego seda para probar que sigo vivo,
para encerrar conmigo el automóvil
y no dejar jamás de oír su música
(yo, como Marinetti, creo ahora
que un automóvil es más bello
que la Victoria de Samotracia).

A los 65 años de mi vida
cambié mi viejo coche.
Y ahora, a los 67, escucho al nuevo
sonar por penúltima vez.
No queda tiempo ya.
Yo he sido para él su amor primero
como él para mí el último.

Y me abandonará dentro de nada
(como al amante viejo la amada joven),
cuando no pueda acariciarlo.
Si él fuese un perro me daría compañía
y se dejaría morir cuando muriese yo.
Pero es únicamente un artilugio mecánico
—metal, cristal, plástico, goma—,
esclavo dócil que obedecerá
mientras mi mano sea firme.

Quiero pensar, lo necesito, que me recordará
desde algún cementerio de automóviles
cuando yo esté en mi camposanto de cipreses y cruces
(o, mejor, cuando sea cenizas diluidas
en la palpitación de la mar).

Entro en la seda del poema roto
donde alguien, que fui yo, murió más de una vez.
No hay nadie, nada: tan sólo un automóvil.
Pongo el motor en marcha: le hablo de libélulas,
de gusanos de seda.
                              Le pregunto
qué será lo que yo quería decir
De Agenda, 1981

lunes, 16 de septiembre de 2019

Cáscaras - Claudio Rodríguez - España


I
El nombre de las cosas que es mentira
y es caridad, el traje
que cubre el cuerpo amado
para que no muramos por la calle
ante él, las cuatro copas
que nos alegran al entrar en esos
edificios donde hay sangre y hay llanto,
hay vino y carcajadas,
el precinto y los cascos,
la cautela del sobre que protege
traición o amor, dinero o trampa,
la inmensa cicatriz que oculta la honda herida,
son nuestro ruin amparo.
Los sindicatos, las cooperativas,
los montepíos, los concursos,
ese prieto vendaje
de la costumbre, que nos tapa el ojo
para que no ceguemos,
la vana golosina de un día y otro día
templándonos la boca
para que el diente no busque la pulpa
fatal, son un engaño
venenoso y piadoso. Centinelas
vigilan. Nunca, nunca
darán la contraseña que conduce
a la terrible munición, a la verdad que mata.

II
Entre la empresa, el empresario, entre
prosperidad y goce,
entre un error prometedor y otra
ciencia a destiempo,
con el duro consuelo
de la palabra, que termina en burla
o en provecho o defensa,
o en viento
enerizo, o en pura
mutilación, no en canto;
entre gente que sólo
es muchedumbre, no
pueblo, ¿dónde
la oportunidad del amor,
de la contemplación libre o, al menos,
de la honda tristeza, del dolor verdadero?
La cáscara y la máscara,
los cuarteles, los foros y los claustros,
diplomas y patentes, halos, galas,
las más burdas mentiras:
la de la libertad mientras se dobla
la vigilancia,
¿han de dar vida a tanta
juventud macerada, tanta fe corrompida?

Pero tú quema, quema
todas las cartas, todos los retratos,
los pajares del tiempo, la avena de la infancia.
El más seco terreno
es el de la renuncia. Quién pudiera
modelar con la lluvia esta de junio
un rostro, dices. Calla
y persevera aunque
ese rostro sea lluvia,
muerde la dura cáscara,
muerde aunque nunca llegues
hasta la celda donde cuaja el fruto.
De Alianza y condena, 1965

viernes, 13 de septiembre de 2019

Madre - Carlos Oquendo de Amat - Perú


Dedicado a mi madre (fallecida el 7 de septiembre de 2019 a los 99 años) con inmensa pena e infinito agradecimiento.

Tu nombre viene lento como las músicas humildes                                     
y de tus manos vuelan palomas blancas

Mi recuerdo te viste siempre de blanco
como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí
                                                                         [distante

Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura                             
A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso

Entre ti y el horizonte
mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos

Porque ante ti callan las rosas y  la canción

lunes, 2 de septiembre de 2019

Proverbios del infierno - William Blake - Inglaterra


En tiempos de siembra aprende, en tiempos de cosecha enseña
            y en el invierno goza.

Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos.

La senda del exceso lleva al palacio de la sabiduría.

La prudencia es una fea y rica solterona cortejada por la
                                                                    [incapacidad.

Quien desea y no actúa engendra la plaga.

El gusano cortado perdona al arado.

Sumergid en el río a quien ama el agua.

El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio.

Aquel cuyo rostro no irradia luz nunca llegará a estrella.

La eternidad está enamorada de las creaciones del tiempo.

A la atareada abeja no le queda tiempo para la pena.

Las horas de la locura el reloj las mide;
pero ningún reloj puede medir las de la sabiduría.

Ningún alimento sano se atrapa con red ni trampa.

Expone número, peso y medida en año de escasez.

No hay pájaro que vuele demasiado alto si lo hace con sus propias
                                                                                   [alas.

El cuerpo muerto no venga injurias.

El acto más sublime consiste en poner a otro ante ti.

Si el necio persistiera en sus necedades llegaría a sabio.

La necedad es el atuendo de la bellaquería.

La vergüenza es el atuendo del orgullo.

Las prisiones se construyen con piedras de Ley; los lupanares
               con ladrillos de religión.

La altivez del pavo real es la gloria de Dios.

La lujuria del chivo es la liberalidad de Dios.

La cólera del león es la sabiduría de Dios.

La desnudez de la mujer es obra de Dios.

El exceso de pena ríe; el exceso de dicha llora.

El rugir de los leones, el aullido de los lobos, el oleaje furioso del
                                                                      [mar huracanado
            y la espada destructora, son porciones de la eternidad
                                                                    [demasiado grandes
            para que las aprecie el ojo humano.

El zorro condena a la trampa, no a sí mismo.

El júbilo impregna; las penas procrean.

Que el hombre vista la melena del león y la mujer el vellón
                                                                            [de la oveja.

Para el pájaro el nido, para la araña su tela, para el hombre la amistad.

El egoísta y sonriente necio y el necio que frunce malhumorado el ceño han de considerarse sabios, que podrían ser cetros.

Lo que hoy está probado, en su momento era sólo algo imaginado.

La rata, el ratón, el zorro y el conejo vigilan las raíces; el león, el tigre, el caballo
          y el elefante vigilan los frutos.

La cisterna contiene; el manantial rebosa.

Un pensamiento llena la inmensidad.

Presto has de estar para decir lo que piensas, que así el ruin te evitará.

Todo lo que es posible creerse es imagen de la verdad.

Nunca el águila malgastó tanto su tiempo como cuando se avino a
                                                             [aprender del cuervo.

El zorro provee para sí mismo; pero Dios provee para el león.

Piensa por la mañana, actúa a mediodía, come al anochecer y
                                                           [duerme por la noche.

Quien ha sufrido tus imposiciones, te conoce.

Como el arado sigue a las palabras, Dios recompensa las
                                                                           [plegarias.

Los tigres de la ira son más razonables que los caballos de la
                                                                          [instrucción.

Del agua estancada espera veneno.

Nunca sabrás lo que es bastante hasta saber lo que es más
                                                                         [que bastante.

¡Escucha los reproches de los tontos! ¡Forman un título regio!

Los ojos del fuego, las narices del aire, la boca del agua, las barbas
                                                                              [de la tierra.

El débil en coraje es fuerte en astucia.

El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer, tal como el
                                                                                    [león no
                interroga al caballo sobre cómo atrapar la presa.

Quien recibe agradecido da copiosas cosechas.

Si otros no hubiesen sido tontos, tendríamos que serlo nosotros.

El alma de la dulce delicia no puede mancillarse.

Al ver un águila ves una porción de genio. ¡Alza la cabeza!

Tal como la oruga elige las hojas mejores para depositar en ellas
                                                                             [sus huevos,
el sacerdote reserva su anatema para las mejores dichas.

Crear una florecilla es labor de eras.

La condena estimula, la bendición relaja.

El mejor vino es el más añejo; la mejor agua, la más nueva.

¡Las plegarias no aran!

¡Los elogios no cosechan!

Las alegrías no ríen. Las tristezas no lloran.

La cabeza lo Sublime; el corazón, lo patético; los genitales, la
                                                                              [Belleza;
         manos y pies son la Proporción.

Como el aire es al ave o el mar al pez, es el desdén para el
                                                                        [despreciable.

El cuervo quisiera que todo fuese negro; el búho, que todo fuese
                                                                                [blanco.

La exuberancia es belleza.

Si el león recibiese consejos del zorro, sería astuto.

El perfeccionamiento traza caminos rectos; pero los torcidos y sin perfeccionar son los caminos del genio.

Mejor matar a un niño en su cuna que alimentar deseos que no se
                                                              [llevan a la práctica.

Donde no está el hombre, la naturaleza es estéril.

La verdad nunca puede decirse de modo que sea comprendida sin
                                                                            [ser creída.

¡Basta! o demasiado.
Del poema Las bodas del cielo y el infierno
Traducción de Pablo Mañé Garzón
William Blake

Visionario, grabador y poeta, William Blake nació en Londres en 1757 y murió en 1827 en la misma ciudad. Fue el menos contemporáneo de los hombres. En una era neoclásica urdió una mitología personal de divinidades no siempre eufónicas: Orc, Los, Enitharmon. [...]

En una era romántica desdeñó la Naturaleza, que apodó el Universo Vegetal. No salió nunca de Inglaterra, pero recorrió, como Swedenborg, las regiones de los muertos y de los ángeles. Recorrió las llanuras de ardiente arena, los montes de fuego macizo, los árboles del mal y el país de tejidos laberintos. En el verano de 1827 murió cantando. Se detenía a ratos y explicaba ¡Esto no es mío, no es mío! para dar a entender que lo inspiraban los invisibles ángeles. Era fácilmente iracundo.
Creía que el perdón es una flaqueza. Escribió: "El gusano partido en dos perdona al arado". [...]

Cristo enseñó que el hombre se salva por la fe y por la ética; Swedenborg agregó la inteligencia; Blake nos impone tres caminos de salvación: el moral, el intelectual y el estético. Afirmó que el tercero había sido predicado por Cristo, ya que cada parábola es un poema. Como el Buddha, cuya doctrina, de hecho, era ignorada, condenó el ascetismo. En los Proverbios del Infierno leemos: "El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría".
En sus primeros libros el texto y el grabado tienden a ser una unidad. Ilustró admirablemente el Libro de Job, la Comedia dantesca y las poesías de Gray.
La belleza para Blake corresponde al instante en que se encuentran el lector y la obra y es una suerte de unión mística.
Swinburne, Gilchrist, Chesterton y Denis Saurat le han consagrado sendos libros.
William Blake es uno de los hombres más extraños de la literatura. JORGE LUIS BORGES
(Del prólogo a una edición de la Poesía completa de William Blake - Hyspamérica Ediciones Argentina, S. A., 1980, incluida en la colección Biblioteca personal de Jorge Luis Borges.)