Chet Baker - Like Someone In Love

domingo, 31 de agosto de 2014

Novela de aventuras/1 - Fragmento de La isla del tesoro - Robert L. Stevenson - Escocia


Dedicatoria

  AL COMPRADOR INDECISO

Si los cuentos que narran los marinos,
hablando de temporales y aventuras, de sus amores y sus odios,
de barcos, islas, perdidos Robinsones
y bucaneros y enterrados tesoros,
y todas las viejas historias, contadas una vez más
de la misma forma que siempre se contaron,
encantan todavía, como hicieron conmigo,
a los sensatos jóvenes de hoy:
¿qué más pedir? Pero si ya no fuera así,
si tan graves jóvenes hubieran perdido
la maravilla del viejo gusto
por ir con Kingston o con el valiente Ballantyne,
o con Cooper y atravesar bosques y mares:
bien. ¡Así sea! Pero que yo pueda
dormir el sueño eterno con todos mis piratas
junto a la tumba donde se pudran ellos y sus sueños.


PARTE QUINTA: MI AVENTURA EN LA MAR
II. A LA DERIVA

    El coraclo1 -y bien lo comprobé antes de acabar mis andanzas- era un bote muy seguro (si conseguía uno caber en él), y también muy marinero, pero al mismo tiempo se trataba del artefacto más indócil para su manejo. No conseguía fijar el rumbo, se desequilibraba, viraba por completo ante cualquier ola, y lo más apropiado quizá sea decir que parecía una peonza. Hasta el propio Ben Gunn me confesó tiempo después que era "un tanto misterioso hasta que uno descubría sus cualidades".
  Ciertamente yo no conocía esas cualidades. No sabía gobernarlo; se atravesaba constantemente, y estoy convencido de que jamás hubiera alcanzado la goleta a no ser por el propio reflujo. Por fortuna, remase yo como quisiera, la marea me llevaba mar adentro y en ese camino la Hispaniola era un blanco difícil de no alcanzar. Al principio vi su silueta como una mancha más oscura aún sobre la oscuridad; después empecé a ver el limpio dibujo de sus mástiles y su casco, y antes de darme cuenta (pues cuanto más mar abierta alcanzaba, más rápida era la corriente), me encontré junto a su amarra y me así a ella.
   La amarra estaba tan tirante como la cuerda de un arco, porque también el barco era forzado por la corriente que batía contra su casco en la oscuridad con el rumor de un riachuelo en las montañas. Un solo tajo con mi navaja y la Hispaniola sería arrastrada por la marea.
   Recordé entonces que una amarra tirante, si es cortada de pronto, puede resultar tan peligrosa como la coz de un caballo. Si hubiera llegado a cometer la torpeza de cortarla, lo más probable hubiera sido que el latigazo nos enviara al coraclo y a mí por los aires.
   Tratar de resolver este imprevisto, me detuvo; y al punto comprendí que no tenía solución. Pero la suerte volvió a serme propicia. Los suaves vientos que habían empezado a soplar del sur y del sureste cambiaron después de anochecer, y empecé a sentir la brisa del suroeste. En estas cavilaciones estaba, cuando un golpe de aire empujó la Hispaniola contra la corriente, y con indecible gozo vi que la amarra se aflojaba, y la mano con que la tenía asida se hundió en el mar.
   Me decidí en un instante; saqué mi navaja, la abrí con los dientes y corté el trenzado hasta que el barco quedó sujeto sólo con dos hilos. Me detuve, esperando para dar el último tajo a que de nuevo soplara el viento.
   Durante toda esta faena yo había estado escuchando voces que venían del camarote; no les había prestado mucha atención, porque mi pensamiento estaba ocupado por completo en mi tarea. Pero en aquel momento, en el silencio, aguardando, no pude dejar de prestar atención. Una de las voces era la del timonel, Israel Hands, el que en tiempos fuera artillero de Flint. La otra era, por supuesto, la de mi ya conocido bandido del gorro rojo. Deduje que ambos habían bebido en exceso y que aún seguían emborrachándose; pues mientras yo atendía a sus palabras, uno de ellos, lanzando un grito propio de borracho, abrió la portañuela de popa y arrojó al agua lo que supuse una botella vacía. Pero no sólo estaban embriagados, sino que era evidente que se mostraban furiosos. Escuché una sarta de maldiciones y hasta en algún momento tales expresiones de cólera, que pensé que acabarían riñendo. El altercado pareció aplacarse y las voces empezaron a suavizarse; de nuevo pelearon, y de nuevo volvieron a apaciguar sus ánimos.
    Yo veía en la lejanía, en tierra, el resplandor de la gran hoguera que iluminaba por entre los árboles. Alguno cantaba una vieja, apagada y monótona canción marinera, con un quiebro al final de cada verso, y que al parecer era interminable, o al menos dependía tan sólo de la paciencia del cantor. Yo ya la había escuchado muchas veces durante la travesía, y recordaba aquellas palabras:

"… y sólo uno quedó
de setenta y cinco que zarparon."

    Pensé que esa canción tan triste era la más apropiada para unos facinerosos que habían sufrido tan crueles pérdidas en el combate de la mañana. Pero el tono tampoco reflejaba otra emoción que la dureza de aquellos bucaneros, tan insensibles como el océano por el que navegaban.
    Sentí entonces un golpe de viento; la goleta viró y pareció alejarse hacia la oscuridad; noté que se aflojaba la amarra, y, con un golpe de navaja, corté los últimos hilos.
    Fui arrastrado contra la proa de la Hispaniola. La goleta empezó a virar lentamente sobre sí misma, impulsada por la corriente. Me afané como llevado por todos los demonios, pues sabía que en cualquier momento podía irme a pique; vi que no podía evitar que el coraclo chocara contra el casco del barco, y traté de llevarlo hacia popa. Conseguí salvar el choque con mi peligrosa vecina, pero en el mismo instante en que daba el último empujón mis manos tropezaron con un cabo que arrastraba colgando desde la toldilla. Inconscientemente me agarré a él.
    No sabría decir por qué lo hice. Fue un acto instintivo; pero una vez que tuve bien cogido aquel cabo, y comprobé que estaba firme, la curiosidad, como siempre, pudo más que cualquier otra consideración, y trepé para echar una mirada por la portañuela de popa.
  Fui cobrando el cabo hasta que juzgué que estaba lo suficientemente cerca, y con bastante peligro me balanceé hasta que pude ver el techo y parte del interior del camarote.
    En aquel momento la goleta y su pequeña rémora se deslizaban ya velozmente por la mar, hasta el punto de que casi habíamos alcanzado la altura de la hoguera de los piratas. La goleta hablaba, como dicen los marinos, y bien alto, además, cortando las olas con un rumor de espuma; tan fuerte, que fue preciso que yo mirara a través de la portañuela para explicarme cómo los guardianes no se habían alarmado. Pero un vistazo fue más que suficiente, aunque tampoco, en mi peligroso equilibrio, hubiera podido dar más: Hands y su compinche estaban empeñados en una lucha a muerte, cuerpo contra cuerpo, y cada uno de ellos aprisionaba con sus manos el cuello del otro.
    Me dejé caer sobre el coraclo y a punto estuve de caer al mar. No había podido ver más que a aquellos dos furiosos contendientes con el rostro de ira, luchando bajo la lámpara humeante; y cerré mis ojos para que se acostumbrasen de nuevo a la oscuridad.
    La canción de los piratas había terminado, finalmente, y toda aquella mermada pandilla, alrededor del fuego, entonaba ahora aquella otra que tantas veces yo había oído cantar en el "Almirante Benbow":

Quince hombres sobre el cofre del muerto,
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! 
¡Y una botella de ron!
El ron y Satanás se llevaron al resto.
¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! 
¡Y una botella de ron!
[...]
Versión de David Chericián
1 El coracle o coraclo es un primitivo bote ligero, cuya forma permite llevarlo a la espalda. Mide unos 2 m. y está fabricado con cuero sobre un armazón de mimbre. La velocidad máxima es de unos 16 km/h y es una embarcación unipersonal. Su mayor inconveniente es la inestabilidad en el agua: hay que ser un experto navegante para mantener el control con un solo remo en forma de pala.

viernes, 29 de agosto de 2014

Literatura y ciencia/ 12 - Derrota de Bill Gates - José Emilio Pacheco - México


Después del gran calor y el brillo intolerante del sol
la tormenta eléctrica,
la lluvia que no anunció su llegada.
Y el trueno inmenso, emperador de los aires,
hace que el mundo estalle en los conductores eléctricos,
borra la luz,
nos deja en las tinieblas incomputables
y nos vuelve por un instante
sombras de un mundo antiguo sin electrónica,
aprendices de espectro, aire en el aire.

miércoles, 27 de agosto de 2014

Microrrelatos/ 11 - Manera sencillísima de destruir una ciudad - Julio Cortázar - Argentina


    Se espera, escondido en el pasto, a que una gran nube de la especie cúmulo se sitúe sobre la ciudad aborrecida. Se dispara entonces la flecha petrificadora, la nube se convierte en mármol, y el resto no merece comentario.
De La vuelta al día en ochenta mundos

lunes, 25 de agosto de 2014

Caminando por la tierra (fragmentos) - Amina Saïd - Túnez


donde fuere
imperaba la noche del sueño
en su forma primera

del desarraigado cielo
nacieron el sol y la luna
la sombra la luz
y la savia

y este deseo de crear
entre fuego y lágrimas

desarraigado el cielo
tú y yo pudimos
caminar por la tierra

nuevamente
henos aquí rodeados por el fuego

el desarraigado astro
nos muestra su lado clarividente

como fuego
nutrido por otro fuego

nuevamente algo
late en nosotros con deseos de vida

algo muere en nosotros
y se tiende en el fondo de una tumba

nuevamente el alba
nos corta la palabra
con su verdad

el mundo alrededor nuestro
agota su definición

por la noche el ausente
y el separado se unen
(dice el proverbio
de los hombres libres)

del árbol favorecido
por el milagro del día
se esperan los mejores frutos
nutridos por esa luz

tienen ellos la voz intacta
y el rostro sin fin
de los vivos

sobrecargado de piedras
un cuerpo en el fondo del agua

los senos jóvenes aún
y tan largas las manos

dos voces cohabitan en ella

por qué me miran
siempre a los ojos
preguntaba una de ellas
a nadie en particular

interrogándole a su locura
la otra voz decía
hay dos voces dentro de mí
¿cuál de ellas desollará la piel del mundo?

caminando lejos
de la opresión del légamo
regresa la muerte

trae en la boca
el sello del silencio

a semejanza de los siglos
vela mi diosa negra

una sombra alrededor de ella
arroja paletadas de fuego
sobre el residuo polvoriento de las miradas

nos saludamos
con un doble silencio
antes de caer
bajo los golpes del destino

tal vez mañana nos devuelvan
a nuestra enigmática ribera

yo seré esta piedra de luz
el rostro perforado
por signos infinitos

en el gran fuego de la tierra
se endurece esta arcilla perecedera
trabajada por nuestras manos

en pos de qué conquistas irrisorias
hemos entrado
en el sexo volcánico del mundo
su breve y violenta apertura
su milagro convulsionado donde tiembla
el oscuro labio de una rosa

desenmascarar el silencio
que se construye con un soplo
nos roza antes de cerrarse
invisible y secreto

esa esperanza nos anima

los pájaros nos miran
callan cuando pasamos

porque una palabra tras otra
avanzamos ignorando la meta
por conocerla ya demasiado

una palabra tras otra
su encadenamiento inquieto
sobre un hilo incierto

yo soy el lugar en el que caí
yo soy el lugar del que provengo
aquel hacia el que voy
De Marcher sur la terre, 1994

sábado, 23 de agosto de 2014

Cuentos de Las mil y una noches/ 1 - Noche 14 (fragmento) - Anónimo - Asia / Prólogo y fragmento de Metáfora de Las mil y una noches - Jorge Luis Borges - Argentina


[...] Sahrazad se dio cuenta de que amanecía e interrumpió el relato para el cual le habían dado permiso.
    Cuando llegó la noche catorce, refirió:

    Me he enterado, ¡oh rey feliz!, de que el segundo saaluk1 cogió un cuchillo que tenía escritas algunas palabras hebreas, trazó con él una circunferencia en cuyo interior escribió unos nombres y talismanes, pronunció unas palabras, leyó otras que no se entendían y después de un rato se oscureció todo el alcázar hasta el punto que creímos que el mundo se había desplomado encima de nosotros. De repente apareció el efrit2 en la peor de las figuras: sus manos parecían rastrillos; sus pies, columnas; sus ojos, un par de tizones echando chispas. Todos nos atemorizamos. La hija del rey le dijo:
    -No eres bien recibido.
  -¡Traidora! -respondió el efrit, que parecía un león-. ¿Cómo rompes el juramento? ¿No nos comprometimos a que ninguno de nosotros se interferiría en el camino del otro?
    -¡Maldito! ¿Cuándo te hice tal juramento?
    -¡Coge lo que te viene! -y en el acto se transformó en un león, abrió la boca y se lanzó sobre la joven; pero ésta cogió uno de sus cabellos, musitó algo encima de él y lo transformó en una espada afilladísima con la que dio tal mandoble al león que lo partió en dos mitades; la de la cabeza se transformó en un escorpión.
    La joven tomó entonces la figura de una gran serpiente y se lanzó contra el maldito que se mantenía en forma de escorpión. Ambos iniciaron un gran combate. El escorpión se transformó en un buitre y la serpiente en un águila que se lanzó en su persecución; ésta duró cerca de una hora. El buitre se convirtió en un gato negro y la joven en un lobo, continuando la lucha en el castillo durante otra hora en un combate ininterrumpido. Cuando el gato vio que iba a ser vencido se transformó en una granada roja, grande, y se cayó en un estanque. El lobo se lanzó a por ella, pero ésta se elevó por los aires, cayó en la bóveda del alcázar y se rompió, desperdigándose los granos uno a uno y esparciéndose por el suelo de todo el castillo.
    El lobo se transformó en un gallo y fue recogiendo dichos granos hasta que sólo quedó uno, pero la fatalidad hizo que este grano rodase hasta el lado del surtidor. El gallo empezó a cacarear, a agitar las alas y hacernos señas que no comprendimos; finalmente dio tal quiquiriquí que creímos que el castillo se derribaba encima de nosotros. Buscó por todos los rincones del alcázar hasta dar con el grano, que había caído al lado del surtidor, y se lanzó sobre él para recogerlo, pero éste cayó en el agua; el gallo se transformó en un gran pez y se sumergió en su busca estando invisible unos instantes.
   Oímos un grito muy fuerte que nos sobrecogió, y el efrit surgió como un tizón al rojo, echando fuego por la boca y por los ojos, y por la nariz humo y fuego; la joven, a su vez, se transformó en una ola de llamas y nosotros intentamos sumergirnos en aquel estanque para salvarnos de ser quemados y morir; pero no pudimos antes de que el efrit diese un grito debajo de la masa de fuego que lo envolvía y se precipitase encima de nosotros lanzándonos chorros de llamas; la joven lo alcanzó y le lanzó torrentes de fuego: Las chispas de ambos nos caían encima; las de ella no nos quemaban, pero sí en cambio las de él: una me alcanzó en el ojo y me lo estropeó cuando aún era un mono; otra alcanzó la cara del rey y le quemó la barba, el mentón y la mandíbula, haciéndole perder algunos dientes; una tercerra dio en el pecho del eunuco, quemándole y matándolo en el acto. Estábamos ciertos de que íbamos a morir y habíamos perdido la esperanza de continuar en este mundo. [...]
Traducción de Juan Vernet
1 Especie de monje mendicante. 
2 Genio.



Prólogo de Jorge Luis Borges para una edición reducida de Hyspamérica Ediciones Argentina, S. A. - Ediciones Orbis, S. A., 1987

    Es tradicional oponer, siempre a favor de la primera, la calidad a la cantidad, pero hay obras que exigen la segunda, la larga y generosa extensión. Las mil y una noches ( o, como quiere Burton, El libro de las mil noches y de una noche) tienen que ser mil y una. En algún manuscrito se hablan de mil, pero mil es un número indefinido, sinónimo de muchos, y mil y uno es un número infinito, infinito y preciso. Se conjetura que la adición se debe a un supersticioso temor de las cifras pares; más vale creer que fue un hallazgo de orden estético.
    Antes de ser un libro, Las mil y una noches fueron orales, a la manera de la doctrina pitagórica o de la doctrina del Buddha. Los primeros cuentistas habrían sido los confabulatores nocturni, los hombres de la noche que distraían las vigilias de Alejandro de Macedonia con relatos fantásticos. Del Indostán a Persia, de Persia a las ciudades y reinos del Asia Menor, del Asia Menor a Egipto, tal fue el camino que siguió esa migración de ficciones: Nada nos cuesta suponer que alguien las compiló en Alejandría; en tal caso, Alejandro Bicorne, Alejandro del Oriente y del Occidente, presidiría su principio y su fin. No se ha averiguado la fecha de su compilación. Hay quienes aconsejan el siglo doce; otros, el decieséis. El ámbito de las noches es el Islam. Los copistas, para justificar la cifra del título, fueron intercalando textos casuales, entre ellos el relato preliminar de Shahryar y de Shahrázád con el hermoso riesgo de urdir una historia sin fin. Alguno de los siete viajes de Simbad coinciden con las navegaciones de Ulises.
    El libro es una serie de sueños, cuidadosamente soñados. Pese a su inagotable variedad, la obra no es caótica; la rigen simetrías que nos recuerdan las simetrías de un tapiz. En sus narraciones predomina el número tres. [...]
  Los siglos pasan y la gente sigue escuchando la voz de Shahrázád.


Metáfora de Las mil y una noches (fragmento)

... El sueño se disgrega en otro sueño
y ése en otro y en otros, que entretejen
ociosos un ocioso laberinto.
En el libro está el Libro. Sin saberlo,
la reina cuenta al rey la ya olvidada
historia de los dos. Arrebatados
por el tumulto de anteriores magias,
no saben quiénes son. Siguen soñando.
La cuarta es la metáfora de un mapa
de esa región indefinida, el Tiempo,
de cuanto miden las graduales sombras
y el perpetuo desgaste de los mármoles
y los pasos de las generaciones. Todo.
La voz y el eco, lo que miran
las dos opuestas caras del Bifronte,
mundos de plata y mundos de oro rojo
y la larga vigilia de los astros.
Dicen los árabes que nadie puede
leer hasta el fin el Libro de las Noches.
Las Noches son el Tiempo, el que no duerme.
Sigue leyendo mientras muere el día
y Shahrazad te contará tu historia...
Scheherazade - Nicolai Rimsky Korsakov

jueves, 21 de agosto de 2014

Literatura y jazz/ 37 - Plaza del Ángel - Juan Carlos Mestre - España


(Octavio Paz)
en esta plaza los turistas alemanes beben cerveza
en esta plaza las mujeres cosían y cantaban con sus hijos
en esta plaza los dos se desnudaron y se amaron en el 36
en esta plaza hay un hotel llamado Victoria
en esta plaza está enterrado don Pedro Calderón
en esta plaza hay un bar donde nunca tocó Dizzy Gillespie
en esta plaza mean los desempleados
en esta plaza las ratas son blancas
And Then She Stopped - Dizzy Gillespie Quintet, 1965 
Dizzy Gillespie - Trompeta
James Moody - Saxo, Flauta
Christopher White - Bajo
Kenny Barron - Piano
Rudy Collins - Batería

martes, 19 de agosto de 2014

Microrrelatos/ 10 - El sueño - Jorge Luis Borges - Argentina

 
    En un desierto lugar del Irán hay una no muy alta torre de piedra, sin puerta ni ventana. En la única habitación (cuyo piso es de tierra y que tiene la forma de círculo) hay una mesa de maderas y un banco. En esa celda circular, un hombre que se parece a mí escribe en caracteres que no comprendo un largo poema sobre un hombre que en otra celda circular escribe un poema sobre un hombre que en otra celda circular... El proceso no tiene fin y nadie podrá leer lo que los prisioneros escriben.

domingo, 17 de agosto de 2014

Hay que ser realmente idiota para - Julio Cortázar - Argentina


    Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone. Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo.
    Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levantro entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforescente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso -lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y ya no es más que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine1. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforescente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y apludir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con lo que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balanceaba en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, las estaciones, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta cómo canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta L'année dernière à Marienbad, ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarillo con manos torpes, mirando el suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.
De La vuelta al día en ochenta mundos
1 En la mitología griega, Sofrosina (Sophrosine o Sophrosyne, del griego σωφροσύνη) era una daimon o espíritu que personificaba la moderación, la discreción y el autocontrol. Su equivalente romana era Sobrietas (sobriedad). Sofrosina era hija de Érebo y la Noche, y fue uno de los espíritus que escaparon de la caja de Pandora cuando ésta la abrió. Entonces Sofrosina huyó hasta el Olimpo, abandonando para siempre a la raza humana. (Wikipedia)

viernes, 15 de agosto de 2014

Literatura y jazz/ 36 - Fragmento de Blues People. Música negra en la América blanca - LeRoi Jones (Amiri Baraka) - Estados Unidos


    [...] "Alrededor del año 1942, después de que el jazz clásico hubiera efectuado sus conquistas, un reducido grupo de músicos solían reunirse todas las noches en un club nocturno de Harlem, llamado Minton's Playhouse. El grupo estaba integrado por varios muchachos negros que, a diferencia de sus colegas, habían dejado de sentirse a gusto con la atmósfera de la música swing. Para ellos era ya urgente airear un poco aquel ricamente decorado palacio que pronto se iba a convertir en prisión. Esto era lo que pretendían el trompetista Dizzy Gillespie, el pianista Thelonious Monk, el guitarrista Charlie Christian (que murió antes de que la tarea del grupo diera sus frutos), el baterista Kenny Clarke y el saxofonista Charlie Parker. Salvo Christian, todos eran pobres, desconocidos y de personalidad escasamente atractiva. Pero Monk consiguió estimular a sus compañeros gracias a la audacia de sus armonías, Clarke creó un nuevo estilo de tocar la batería, Gillespie y Parker tocaban sus instrumentos de un modo que parecía insensato a quienes les escuchaban. El estilo bebop estaba en trance de formación".1
    [...] De todos modos, la verdad es que Parker llegó a Nueva York procedente de Kansas City, donde había tocado en la orquesta de Jay McShann, una de las orquestas del sudoeste, tendente al estilo blues, de los primeros años cuarenta. Anteriormente, Parker había ya estado en Nueva York como componente de la orquesta de McShann, y entonces fue cuando comenzó a tocar en algunos clubes de Harlem, principalmente el Monroe's Uptown Club. Pero, en 1942, Bird iba, como saxo tenor, en la gran orquesta de Earl Hines. En aquellos años, esta orquesta llevó, en diversos períodos, a Dizzy Gillespie y a Benny Harris, trompetas; a Budd Johnson y a Wardell Gray, tenores; a Sarah Vaughan, segunda vocalista y pianista; a Billy Eckstine y a Benny Green, trombones, y a Shadow Wilson, batería. Fue una de las primeras grandes orquestas que tuvo auténtico acento bop. Pero la primera orquesta auténticamente bop fue la gran agrupación que organizó Billy Eckstine en 1944, de la que formaron parte, en diversos períodos, Dizzy Gillespie, Fats Navarro, Miles Davis y Kenny Dorham, trompetas; Gene Ammons, Dexter Gordon y Lucky Thompson, saxos tenores; Charlie Parker, saxo alto; Leo Parker, saxo barítono; John Malachi, piano; Art Blakey, batería; Tommy Potter, contrabajo; Budd Johnson, Tadd Dameron y Jerry Valentine, arreglistas; Sarah Vaughan y Billy Eckstine, vocalistas. Eckstine también tocaba el trombón de pistones. Casi todos estos músicos tuvieron un importante papel en la formación y popularización del bebop. Y la orquesta de Eckstine demostró de forma definitiva que había que contar con el bop, que era música para grandes orquestas, y que no se trataba de una moda pasajera, sino de un lenguaje musical serio e importante. [...]
1 Texto de André Hodeir citado aquí por Baraka.


I Love The Rhythm In A Riff - The Billy Eckstine Orchestra,1945

miércoles, 13 de agosto de 2014

Siempre lo que quieras - Ángel González - España


Cuando tengas dinero regálame un anillo,
Cuando no tengas nada dame una esquina de tu boca,
Cuando no sepas qué hacer vente conmigo
-Pero luego no digas que no sabes lo que haces.

Haces haces de leña en las mañanas
Y se te vuelven flores en los brazos.
Yo te sostengo asida por los pétalos,
Como te muevas te arrancaré el aroma.

Pero ya te lo dije:
Cuando quieras marcharte ésta es la puerta:
Se llama Ángel y conduce al llanto.

lunes, 11 de agosto de 2014

Fragmento de Thomas el impostor / Fragmentos de Opio - Jean Cocteau - Francia


    Extrañas setas crecían entre las rendijas de ese patio.
    La tempestad de la guerra tuvo su fauna y su flora, extinguidas en cuanto llegó la paz.
    La señora Valiche fue un ejemplar de ellas.
   Ávida de tragedias, por otros motivos que la princesa, se había ofrecido al convoy como enfermera mayor. Traía consigo a un mal dentista, el doctor Gentil, que ella hacía pasar por cirujano de hospitales. Era tan fea, vulgar y rapaz como la señora Bormes era hermosa, noble, desinteresada. Las dos mujeres se enfrentaban en el campo de la intriga. Pero una intrigaba por gusto y la otra por interés.
   La señora Valiche veía en esta confusa guerra una excelente agua turbia, una pesca milagrosa de recompensas. Le gustaba el doctor Gentil y lo estimulaba. Añadía a este móvil un gusto enfermizo por lo atroz.
   La princesa confundía este entusiasmo con el suyo. Pronto habría de darse cuente de sus profundas diferencias.
    La señora Valiche era viuda de un coronel muerto de las fiebres en Tonkín. Explicaba esa muerte y las peripecias del ataúd que se trajo consigo a Francia. El ataúd, mal atado a la grúa que lo desembarcaba, había caído finalmente al agua. Se consolaba con el dentista que tenía una barba negra, una cara amarilla y unos ojos de bailarina oriental.
   La pareja vivía en bata blanca y gorra de policía. La señora Valiche había cosido galones sobre su amante y sobre sí misma. Seguía a Clémence por los despachos donde su aplomo y sus brazales causaban impresión.
    Pero, a pesar de tanta gracia por una parte y tanta astucia por la otra, el convoy seguía siendo un convoy ideal que fastidiaba a los enfermos y daba al hospital un aspecto de ministerio. [...]

Traducción de Ramón Camps Salvat
De Thomas el impostor


    En 1915 nuestro furor aventurero organizaba el más divertido de los convoyes de la Cruz Roja. Una noche, en R... llovía sobre el corral de una granja. Aquel corral fétido, el estiércol, los pesebres, estaban llenos de heridos graves, alemanes, con su ambulancia prisionera.
    De pronto, en un rincón oscuro lleno de escaleras y fantasmas, topé con este espectáculo: el hijo de la señora de R..., boy-scout de once años, se había escondido en una ambulancia, nos había seguido y, agazapado allí, alumbrado por una linterna, armado de una tijera de uñas, sacando la lengua, demasiado atareado para verme, cortaba los botones de un oficial amputado de una pierna. El oficial, con sus ojos de estatua entreabiertos, contemplaba al atroz muchacho que proseguía su recolección de recuerdos, como si estuviera en un árbol. [...]

    Abandoné la guerra cuando una noche comprendí en Nieuport que "me divertía". Aquello me asqueó. Había olvidado el odio, la justicia y demás pamplinas. Me dejaba llevar por las amistades, los peligros, las sorpresas, una estancia en la luna. [...]

Tradución de Julio Gómez de la Serna
De Opio, diario de una desintoxicación

sábado, 9 de agosto de 2014

El Romancero/ 7 - Romance de Catalina - Anónimo - España


ROMANCE DE CATALINA
(ROMANCES NOVELESCOS)

    Yo me adamé una amiga      dentro en mi corazón;
Catalina había por nombre,      no la puedo olvidar, no.
Rogóme que la llevase      a las tierras de Aragón.
-Catalina, sois mochacha,      no podréis caminar, no.
-Tanto andaré, el caballero,      tanto andaré como vos;
si lo dejáis por dineros,      llevaré para los dos,
ducados para Castilla,      florines para Aragón.-
Ellos en aquesto estando,      la justicia que llegó.

jueves, 7 de agosto de 2014

Auld Lang Syne (Por los viejos tiempos) - Robert Burns / Tradicional - Escocia


Versos originales en escocés

Should auld acquaintance be forgot,
and never brought to mind?
Should auld acquaintance be forgot,
and days of auld lang syne?

For auld lang syne, my jo (or my dear),
for auld lang syne,
we’ll tak a cup o’ kindness yet,
for days of auld lang syne.

We twa hae run about the braes,
and pu’d the gowans fine;
But we’ve wander’d mony a weary fit,
since days of auld lang syne.

And we twa hae paidl’d i' the burn,
frae morning sun till dine;
But seas between us braid hae roar’d
since days of auld lang syne.

For auld lang syne, my jo (or my dear),
for auld lang syne,
we’ll tak a cup o’ kindness yet,
for days of auld lang syne.

And surely ye'll be your pint-stowp
and surely i'll be mine
And we'll tak a cup o' kindness yet,
for auld lang syne.

And there’s a hand, my trusty fiere
and gie's a hand o’thine
And we’ll tak a right gude-willy waught,
for auld lang syne.

For auld lang syne, my jo (or my dear),
for auld lang syne,
we’ll tak a cup o’ kindness yet,
for auld lang syne.

For auld lang syne, my jo (or my dear),
for auld lang syne,
we’ll tak a cup o’ kindness yet,
for auld lang syne.

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Una traducción

¿Deberían ser olvidados los viejos amigos
y nunca recordarlos?
¿Deberían ser olvidados los viejos amigos
y los viejos tiempos?

Por los viejos tiempos, amigo,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.

Los dos hemos corrido por las laderas
y arrancado las bellas margaritas,
pero hemos errado mucho con los pies doloridos
desde los viejos tiempos.

Los dos hemos vadeado la corriente
desde el mediodía hasta la cena,
pero amplios mares han rugido entre nosotros
desde los viejos tiempos.

Por los viejos tiempos, amigo,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.

Y seguro que tú pagarás tu trago.
Y seguro que yo pagaré el mío...
Y, aun así... ¡echaremos ese trago de camaradería
por los viejos tiempos!

Y he aquí una mano, mi fiel amigo,
y danos una de tus manos,
y ¡echemos un cordial trago de cerveza
por los viejos tiempos!

Por los viejos tiempos, amigo mío,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.

Por los viejos tiempos, amigo mío,
por los viejos tiempos:
tomaremos una copa de camaradería
por los viejos tiempos.
Auld Lang Syne - Dougie MacLean

    Auld Lang Syne (literalmente "hace mucho tiempo", aunque traducida siempre con buen criterio como "por los viejos tiempos") es una melodía anónima y tradicional a la que el poeta escocés Robert Burns puso letra, convirtiéndola desde ese momento en patrimonio de Escocia, casi diríamos en himno.
    Se suele utilizar en despedidas, funerales, o cuando alguien realiza o concluye un largo viaje. También para celebrar el Año Nuevo. En todo caso, es una extraordinaria canción de amistad y camaradería.

martes, 5 de agosto de 2014

La Belle Dame sans merci - John Keats - Inglaterra


-O What can ail thee Knight at arms
      Alone and palely loitering?
The sedge is withered from the Lake
      And no birds sing!

O What can ail thee Knight at arms
      So haggard and so woe begone?
The squirrel's granary is full
      And the harvest's done.

I see death's a lily on thy brou'
      With anguish moist and fever dew
And on thy cheeks a fading rose
      Fast Withereth too.

-I met a Lady in the Wilds Meads
      Full beautiful, a faery's child
Her hair was long, her foot was light
      And her eyes were wild.

I made a Garland for her head,
      And bracelets too, and fragrant Zone,
She look'd at me as she did love
      And made sweet moan.

I set her on my pacing steed
      And nothing else saw all day long,
For sidelong would she bend and sing
      A faery's song.

She found me roots of relish sweet
      And honey wild and manna dew,
And sure in language strange she said
      I love the true.

She took me to her elfin grot
      And ther she wept and sighed full sore,
And there I shut her wild wild eyes
      With kisses four.

And there she lulled me asleep
      And there I dream'd ah Woe betide!
The latest dream I ever dreamt
      On the cold hill side.

I saw pale Kings, and Princes too
      Pale warriors death pale were they all
Who cried La belle dame sans merci
      The hath in thrall.

I saw their starv'd lips in the gloam
      With horrid warning gaped wide,
And I awoke, and found me here
      On the cold hill's side.

And this is why I wither sojourn here
      Alone and palely loitering;
Trough the sedge is withered from the Lake
      And no birds sing...
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-Oh, ¿qué puede afligirte, caballero,
      que vagas solo y pálido?
Ya los juncos del Lago están marchitos
      ¡y no cantan los pájaros!

Oh, ¿qué puede afligirte, caballero,
      que tanto te desvela?
Está lleno el granero de la ardilla,
      terminada la siega.

Veo en tu frente el lirio de la muerte
      por rocío de fiebre humedecida
y en tus mejillas una rosa ajada,
      pronto también marchita.

-En la pradera conocí una Dama
      muy bella, hija de una hada;
su cabello era largo, el pie ligero
      y huraña su mirada.

Una guirnalda le hice, brazaletes
      y un cinturón fragante;
me miró ella como si me amara
      y gimió suavemente.

La subí en mi corcel de paso lento
      y no volví a ver nada,
pues hacia mí inclinada iba cantando
      una canción de hadas.

Me encontró raíces de sabor muy dulce,
      rocío y miel silvestre
y en un lenguaje extraño me decía:
      "Te amo sinceramente".

A su gruta de duendes me condujo
      y allí hincharon su pecho
los suspiros; sus ojos muy huraños
      cerré con cuatro besos.

Con sus arrullos me dejó dormido
      y horrible pesadilla
fue mi último sueño en la ladera
      de la fría colina.

Veía reyes, príncipes, guerreros
      con palidez de muerte.
"La Belle Dame sans merci, gritaban,
      como esclavo te tiene".

Los famélicos labios en la sombra
      con horrible advertencia se entreabrían.
Me desperté y halléme en la ladera
      de la fría colina.

Por eso estoy aquí mustio y a solas
      y me paseo pálido.
Y los juncos del Lago están marchitos
      y no cantan los pájaros...
Extraído de La Diosa Blanca, de Robert Graves
Traducción de Luis Echávarri


    John Keats se inspiró para este poema que tituló en francés La Belle Dame sans merci (La bella dama sin piedad) en la tradición celta de las hadas, pero de las auténticas hadas de la mitología: frías y crueles. Se conserva gracias a su hermano George, que alentó a John a reescribirlo. Hoy es un clásico. La versión que damos aquí es la primera que se publicó.
   Se ha musicalizado en múltiples ocasiones, pero hoy vamos a escuchar la adaptación de Giordano Dall'Armellina:

domingo, 3 de agosto de 2014

Literatura y jazz/ 35 - Fragmento de Pero hermoso. Un libro de jazz - Geoff Dyer - Reino Unido


[...] Cuando otro tocaba un solo, él se levantaba y bailaba. Empezaba despacio, moviendo un pie, chasqueando los dedos, luego levantaba las rodillas y los codos, rotaba, meneaba la cabeza, vagaba por ahí con los brazos abiertos. Parecía siempre a punto de caerse. Giraba una y otra vez sin moverse del sitio y luego se abalanzaba de vuelta al piano, con un propósito claro. La gente se reía cuando bailaba, y era la reacción más apropiada mientras andaba por ahí arrastrando los pies como un oso después del primer trago. Era un tipo divertido, su música era divertida, y casi todo lo que decía era broma, solo que no decía gran cosa. Su baile era una forma de dirigir, de abrirse paso en la música. Tenía que meterse en la pieza hasta que formaba parte de él, la interiorizaba, la penetraba como un taladro la madera. Una vez se había enterrado en la canción y se la sabía de arriba abajo, tocaba a su alrededor, nunca dentro de ella: pero siempre con aquella intimidad, con franqueza, porque estaba en el corazón mismo de la canción, en su interior. No tocaba alrededor de la melodía, tocaba alrededor de sí mismo.
   —¿Qué propósito persigue su baile, señor Monk? ¿Por qué lo hace?
   —Me canso de estar sentado al piano.

    Había que ver a Monk para escuchar su música como es debido. El instrumento más importante del grupo —cualquiera que fuera la formación— era su cuerpo. En realidad no tocaba el piano. Su cuerpo era el instrumento y el piano sólo un medio para extraer el sonido de su cuerpo al ritmo y en la cantidad deseados. Si lo tapas todo menos su cuerpo, parece que toque la batería, abriendo y cerrando el charles con el pie, cruzando los brazos estirados. Su cuerpo rellena todos los huecos de la música; sin verle suena a que falta algo, pero cuando le ves, hasta los solos de piano adquieren el sonido denso de un cuarteto. El ojo escucha lo que el oído no oye.
   Todo lo que hacía quedaba bien. Se sacaba un pañuelo del bolsillo, lo agarraba y tocaba con él en la mano, sin soltarlo, limpiando las notas que se escapaban del teclado, se secaba la cara con una mano mientras con la otra mantenía la melodía como si tocar el piano le resultara tan natural como sonarse la nariz.
   —Señor Monk, ¿qué opina de las ochenta y ocho teclas del piano? ¿Sobran o faltan teclas?
   —Bastante cuesta tocar las ochenta y ocho que hay.

   Una parte del jazz es la ilusión de espontaneidad, y Monk tocaba el piano como si nunca hubiera visto ninguno. Lo atacaba desde todos los ángulos, con los codos, a hachazos, doblando las teclas como si fueran naipes de una baraja, rozándolas como si quemaran demasiado o tambaleándose a su alrededor como una mujer con tacones... tocándolo fatal en términos de piano clásico. Todo salía torcido, de lado, no como te lo esperabas. Si hubiera tocado Beethoven, ciñéndose escrupulosamente a la partitura, solo su forma de golpear las teclas, el ángulo en que sus dedos tocaban el marfil, lo habría desestabilizado, lo habría hecho balancearse y girar, lo habría convertido en un tema suyo. Lo habría tocado con los dedos extendidos, aplanados sobre las teclas, con las yemas casi mirando arriba cuando los dedos deberían estar arqueados.
   Un periodista le preguntó sobre el asunto, sobre el modo en que golpeaba las teclas.
   —Les doy como me apetece. [...]
Straight No Chaser - Clint Eastwood

viernes, 1 de agosto de 2014

Microrrelatos/ 9 - Progreso y retroceso - Julio Cortázar - Argentina


    Inventaron un cristal que dejaba pasar las moscas. La mosca venía, empujaba un poco con la cabeza y, pop, ya estaba del otro lado. Alegría enormísima de la mosca.
    Todo lo arruinó un sabio húngaro al descubrir que la mosca podía entrar pero no salir, o viceversa, a causa de no se sabe qué macana en la flexibilidad de las fibras de este cristal, que era muy fibroso. En seguida inventaron el cazamoscas con un terrón de azúcar dentro, y muchas moscas morían desesperadas. Así acabó toda posible confraternidad con estos animales dignos de mejor suerte.

De Material plástico (Historias de Cronopios y de Famas)