Chet Baker - Like Someone In Love

sábado, 30 de marzo de 2013

La tierra natal - Anna Ajmátova - Rusia


No la llevamos en oscuros amuletos,
Ni escribimos arrebatados suspiros sobre ella,
No perturba nuestro amargo sueño,
Ni nos parece el paraíso prometido.
En nuestra alma no la convertimos
En objeto que se compra o se vende.
Por ella, enfermos, indigentes, errantes
Ni siquiera la recordamos.

Sí, para nosotros es tierra en los zapatos.
Sí, para nosotros es piedra entre los dientes.
Y molemos, arrancamos, aplastamos
Esa tierra que con nada se mezcla.
Pero en ella yacemos y somos ella,
Y por eso, dichosos, la llamamos nuestra.
Versión de María Fernanda Palacio

miércoles, 27 de marzo de 2013

Los poetas - Aleksandr Blok - Rusia


En las afueras de la ciudad crece solitario un barrio
Sobre una tierra movediza y pantanosa.
Allí viven los poetas y se saludan
Unos a otros con una sonrisa arrogante.

El día se levanta inútil y radiante
Sobre este triste pantano:
Sus habitantes lo dedican al vino
Y al trabajo arduo y persistente.

Cuando se emborrachan se juran amistad,
Conversan cínica y despiadadamente
Hasta el amanecer. Luego, entregados a su pasión
Trabajan cual necios sin remedio.

De pronto, salen a rastras de sus buhardillas
Para mirar cómo arde el mar entre la tarde:
Con los ojos abiertos quedan cautivados
Por las trenzas doradas de las muchachas que pasan.

Enternecidos sueñan el Siglo de Oro,
Amigablemente riñen a sus editores
Y lloran con amargura sobre una florecilla
O sobre alguna nubecilla perlada

¡Así viven los poetas, amigo lector!
Quizás tú pienses que todo esto sea peor
Que tus diarios débiles y vanos esfuerzos,
Que tu charco pequeño burgués.

No, querido lector, mi crítico ciego
Por lo menos los poetas tienen
Sus musas, sus nubecillas, su Siglo de Oro,
¡Todo lo que para ti es inaccesible...!

Tú estas a gusto contigo mismo, con tu esposa,
Con tu vida reducida,
Pero los poetas sufren de dipsomanía mundial
Y para ellos es poco una vida así.

No importa que mueran, como perros, tras la valla
O que la vida los haya enlodado.
Creen que algún Dios los trajo aquí
Para que besaran la ventisca y la nieve...
24 de julio de 1908
Versión de Jorge Bustamante García

domingo, 24 de marzo de 2013

Llegué a visitar al poeta - Anna Ajmátova - Rusia


A Aleksandr Blok
Llegué a visitar al poeta
Exactamente al mediodía, un domingo.
En el cuarto espacioso reinaba el silencio
Afuera, en la calle, hacía frío.

Un sol agradable se paseaba
Sobre el tupido humo grisazul...
El poeta me miraba fijamente,
En silencio, como un gran anfitrión.

Es mejor ser cuidadosa
Y no mirar nunca a sus ojos;
Son ojos tan extraños
Que jamás se pueden olvidar.

No olvidaré ese encuentro
Aquel brumoso mediodía de domingo
A las orillas del Neva
En una casa grande y gris.
Versión de Jorge Bustamante García

jueves, 21 de marzo de 2013

Oh, primavera inabordable y sin final... - Aleksandr Blok - Rusia


Oh, primavera inabordable y sin final,
Inabordable y sin final como los sueños.
Te reconozco, vida. Te asumo.
Y bajo el tintineo de broqueles te saludo.

Yo te acojo, mala suerte,
Y doy mi bienvenida a los aciertos.
Pues no hay nada oprobioso en los encantados
Paisajes del llanto, ni en el misterio de la ventana.

Asumo las discusiones que desvelan
La madrugada en las oscuras cortinas de la ventana,
Para que la encantadora primavera
Excite mis miradas dilatadas.

Asumo las aldeas desérticas
Y los pozos de las ciudades terrenales,
La diáfana extensión de los cielos
y la candidez de los trabajos serviles.

Yo salgo, vida, a tu encuentro en el umbral
Con los cabellos rizados por el viento impetuoso
Y el enigmático nombre de Dios
En los labios fríos y apretados...

Ante la hostilidad de este encuentro
Siempre me defiendo,
Tú nunca eres accesible
¡Y el sueño embriagador se nos escapa!

Y miro y sospecho esta hostilidad,
Odiando, maldiciendo y amando:
Por el suplicio, por la muerte,
Pero de todas formas yo te asumo, vida!
24 de octubre de 1907
Versión de Jorge Bustamante García

lunes, 18 de marzo de 2013

Film de los paisajes - Carlos Oquendo de Amat - Perú


f      i      l      m          d     e         l      o      s

Las nubes
son el escape de gas de automóviles invisibles

      Todas las casas son cubos de flores

                                               El paisaje es de limón
                                               y mi amada
                                               quiere jugar al golf con él

                               Tocaremos un timbre
                         París habrá cambiado a Viena

                         En el campo de Marte
                         naturalmente
                         los ciclistas venden imágenes económicas

s e    h a    d  e  s  d  o  b  l  a  d  o    e  l    p  a  i  s  a  j  e

                                                             todos somos enanos

                                  Las ciudades se habrán construído
                                  sobre la punta de los paraguas

                                  (Y la vida nos parece mejor
                                       porque está más alta)


p      a      i      s      a      j      e      s
    
u n    p o c o    d e    o l o r    a l    p a i s a j e

                    somos buenos
                    y nos pintaremos el alma de inteligentes

                                                poema acéntrico
                                           En Yanquilandia el cow boy Fritz
                                                     mató a la obscuridad

       Nosotros desentornillamos todos nuestro optimismo

            nos llenamos la cartera de estrellas
            y hasta hay alguno que firma un cheque de cielo

 Esto es insoportable
 un plumero
 para limpiar todos los paisajes
 y quién habrá quedado?
                Dios                         o                         nada
                                      (VÉASE EL PRÓXIMO EPISODIO)

NOTA.- Los poemas acéntricos que vagan por los espacios subconscientes, o exteriorizadamente inconcretos son hoy captados por los poetas, aparatos análogos al rayo X, en el futuro, los registrarán.
De 5 metros de poemas

    5 metros de poemas es la obra más representativa del Vanguardismo en Perú y el único poemario que Carlos Oquendo de Amat publicó. Murió joven (30 años) en Guadarrama, poco antes del comienzo de la Guerra Civil. La obra se compone de 18 poemas y el libro está editado en forma de acordeón.

viernes, 15 de marzo de 2013

El Romancero/ 1 - Romance que dice: Mira Nero, de Tarpeya - Anónimo - España


   Los romances comienzan a ser mencionados, recogidos e imitados en el siglo XV, pero ya entonces los llamaban viejos. Fueron transmitidos por tradición oral y  publicados a partir del siglo XVI.
    La palabra romance aparece por primera vez en el Prohemio del Marqués de Santillana, escrito entre 1445 y 1448: Infinitos poetas son aquellos que, sin ningún orden, regla ni cuento, facen estos cantares e romances , de que las gentes de baja e servil condición se alegran.
   Todos los romances viejos son anónimos. Carvajales es el primer poeta conocido que firma dos romances (1442), publicados en el Cancionero de Stúñiga.

Origen de los Romances
    Hay varias teorías:
    Manuel Milà i Fontanals, Marcelino Menéndez Pelayo y Ramón Menéndez Pidal creen que los romances son restos de los cantares de gesta. Los juglares y troveros recitaban aquellos restos que recordaban -modificándolos- en caminos, plazas y ferias, y la gente los memorizaba. Había juglares de variada condición: juglares de boca -con instrumentos de viento-, juglares de péñola -con instrumentos de cuerda-, tromperos, saltadores,  juglaresascantaderastroteras, entendederas y omes de atambor.
   Agustín Durán y Julio Cejador  piensan que el romance fue la primera manifestación de la epopeya castellana: Tal poesía -dice Durán- empezó por el inculto pueblo, se continuó por los juglares, y más tarde se aceptó por los poetas para devolverla a su origen más bella y perfecta.
   Sea como fuere, es razonable pensar que el origen de los romances coincide con la época en que los castellanos comienzan a reafirmarse en su lengua y su cultura, espoleados por los éxitos en el campo militar, que querían hacer patentes. Debió ser, por tanto, en los siglos X y XI.

Estructura del Romance
    El romance está formado por versos octosílabos, aunque el romancillo consta de menos sílabas y el romance histórico generalmente de más.
    Los versos suelen ir en grupos de cuatro y -esto es fundamental- los impares son libres, carecen de rima, y los pares son asonantes.*

Clasificación de los Romances
   Distintos estudiosos han clasificado los romances de muy diversas maneras, pero quizá una de las clasificaciones más completas sea la de Marcelino Menéndez Pelayo:

                    I.   Romances históricos:
                        a) El rey don Rodrigo y la pérdida de España.
                        b) Bernaldo del Carpio.
                        c) El Conde Fernán González y sus sucesores.
                        d) Los Infantes de Lara.
                        e) El Cid.
                        f) Romances históricos varios.
                        g) El rey don Pedro.
                        i) Romances históricos de tipo no castellano.
                   II.   Romances del ciclo carolingio.
                  III.   Romances del ciclo bretón. 
                  IV.   Romances novelescos sueltos.
                   V.   Romances líricos.

* La asonancia se da entre dos o más palabras cuando en sus terminaciones tienen vocales iguales desde la última acentuada: rosa, boda, honda..., son palabras asonantes.

(Información extraída del prólogo de FEDERICO CARLOS SAINZ DE ROBLES para una edición del Romancero)     
    

ROMANCE QUE DICE:
MIRA NERO DE TARPEYA
(ROMANCE HISTÓRICO)

Mira Nero, de Tarpeya,      a Roma cómo se ardía:
gritos dan niños y viejos      y él de nada se dolía;
el grito de las matronas      sobre los cielos subía,
como ovejas sin pastor      unas a otras corrían,
perdidas, descarriadas,      a las torres se acogían.
Los siete montes romanos      lloro y fuego los hundía;
en el grande Capitolio      suena muy gran vocería,
por el collado Aventino      gran gentío discurría,
en Cabalo y en Rotundo      la gente apenas cabía;
por el rico Coliseo      gran número se subía.
Lloraban los dictadores,      los cónsules a porfía,
daban voces los tribunos,      los magistrados plañían,
los cuestores lamentaban,      los senadores gemían,
llora la orden ecuestre,      toda la caballería,
por la crueldad de Nerón,      que lo ve y toma alegría.
Siete días con sus noches      la ciudad toda se ardía;
por tierra yacen las casas,      los templos de tallería,
los palacios muy antiguos,      de alabastro y sillería,
por tierra van en ceniza      sus lazos y pedrería;
las moradas de los dioses      han triste postrimería:
el templo capitolino      do Júpiter se servía,
el grande templo de Apolo,      y el que de Mars se decía,
sus tesoros y riquezas      el fuego los derretía;
por los carneros y osarios      la gente se defendía.
De la torre de Mecenas      mirábala toda vía
el ahijado de Claudio,      que a su padre parecía,
el que a Séneca dio muerte,      el que matara a su tía,
el que antes de nueve meses      que Tiberio se moría,
con prodigios y señales      en este mundo nacía;
el que siguió los cristianos,      el padre de tiranía,
de ver abrasar a Roma      gran deleite recibía,
vestido en cénico traje      descantaba en poesía.
Todos le ruegan que amanse      su crueldad y porfía:
Doriforo se lo ruega,      Esforo la combatía,
a sus pies Rubrio se lanza,      acepte lo que pedía,
Claudia Augusta se lo ruega,      ruégaselo Mesalina;
ni lo hace por Popea,      ni por su madre Agripina,
no hace caso de Antonia,      que la mayor se decía,
ni de padre tío Claudio      ni de Lépida su tía;
Aulo Plauco se lo habla,      Rufino se lo pedía,
por Británico ni Druso      ninguna cuenta hacía;
los ayos se lo rogaban,      el Censor y el que tenía,
a sus pies se tiende Octavio,      esa queja no quería.
Cuanto más todos le ruegan      él de nada se dolía.

martes, 12 de marzo de 2013

Los pícaros/ 8 - Vida del escudero Marcos de Obregón (fragmento) - Epístola al marqués de Peñafiel (fragmento) - Vicente Espinel - España


LIBRO PRIMERO
RELACIÓN PRIMERA DE LA VIDA DEL ESCUDERO MARCOS DE OBREGÓN

Descanso X
    Fuimos caminando con el arriero, la mitad del camino al pie de la letra, y la otra como tercios de pescado cuando al arriero se le antojaba, que era mozo tesezuelo* de condición, desapacible, enseñado a perder el respeto a los estudiantes novatos. Y así nos quiso hacer una burla en un pueblo pequeño, y en parte la hizo, lo uno por llevar sus mulos descansados y lo otro porque pensó, quedándose solo, derribar la fortaleza de una mujercita de buena gracia que iba en nuestra compañía, destituyéndola del arrimo y apoyo que llevaba con cierto oficial que se había de casar con ella.  
    Fingió que le habían hurtado un zurrón de dineros, y que la justicia venía a prendernos a todos para darnos tormento hasta averiguar quién lo tenía. Y junto con esto juró que nos había de dejar en la cárcel y caminar con los mulos lo más que pudiese, que para muchachos sin experiencia, cualquiera temor de estos bastaba. Creímoslo como si fuera verdad averiguada, y encareciólo de manera que nos hizo andar toda aquella noche -tras lo que habíamos caminado el día antes- cinco o seis leguas, y no caminando, sino huyendo por dehesas y montañas, fuera de camino, sin guía que nos pudiese alumbrar por donde íbamos, y él se quedó riendo, importunando con requiebros y mal lenguaje a la pobre mujer, sola y sin defensa. Pero no le sucedió como pensaba, porque el ruido que él había hecho había sido por medio de un alguacilejo amigo suyo; y la mujer, como valerosa, después de haberse defendido de la violencia que con ella quiso usar, tuvo modo cómo escabullirse de él, y yéndose al alcalde, le dijo con grandísima acción de palabra y sentimiento que aquel arriero había hecho una estratagema y maraña muy perniciosa, por aprovecharse de ella y quitarle el remedio que consigo traía. Creyólo el buen hombre, así por conocer la desvergüenza y mal trato del arriero como por atajar el daño que a la pobre mujer le podía suceder; y afeándole este caso y la inhumanidad que había usado con los estudiantes, le mandó que diese fianzas que llevaría muy regalada a la mujer sin hacerle agravio ni ofensa, y que no le castigaba muy gravemente por no desviar la jornada a los estudiantes; y amonestóle que mirase cómo procedía, porque le castigaría con todo rigor, sin tener respeto a cosa alguna, si por el camino iba haciendo insolencias; y mandóle con esto que se aviase muy de mañana para recoger a los cansados y hambrientos estudiantes. 
    ¡Oh arrieros, impía gente y sin caridad! ¡Crueles contra su misma naturaleza! No conocen a nadie más de en cuanto le están quitando el dinero. Y así los castiga Dios, porque tienen muchas posadas y pocos amigos. Todos los géneros de gente aman la piedad, si no son estos. El día que no hacen alguna burla a los caminantes, no están en sí. Tratan con bestias, y así se van convirtiendo en su naturaleza. No se ha visto que llevando bestias vacías aliviasen del trabajo y cansancio del camino a algún miserable; parece que les falta el uso de la razón natural como a éste, que no pudiera uno de ley contraria usar con nosotros más exorbitante bellaquería que hacernos huir de noche, cansados de haber caminado el día antes, sin más ocasión de cometer dos enormes maldades. 
    Íbamos huyendo y por no ser sentidos, yendo en tropa, dividimos cada cual por donde mejor le pareció. Yo seguí una media vereda, que estaba bien cubierta de árboles; hice cuanto pude de mi parte por no quedarme más atrás de los otros, pero mi cansancio era de modo que en poco espacio a ninguno de todos sentía. Puse el oído en la tierra, que de este modo se oyen mejor los pasos aunque estén algo lejos: no sentía cosa que me hiciese compañía. Traspúseme un poco y luego dime prisa a andar, volviéndome hacia atrás, pensando que iba adelante; y así cuanto más andaba y me apresuraba, menos esperanza tenía de alcanzar los compañeros. Hacia las espaldas me parecía que oía perros ladrar algo lejos, que como los compañeros iban aprisa alteraban estos animalejos. Como no estaba ejercitado en caminos, y el día antes se había trabajado en eso, el sueño -como descanso general de todos los miembros- solicitaba sus horas diputadas, y no pudiendo ya más conmigo, rendíme al cansancio y al sueño.
[...]
Vicente Espinel
* Tesezuelo: resuelto.

    Vicente Espinel nació en Ronda (Málaga) en 1550. Fue un excelente músico, poeta y prosista, amigo de los Argensola, Luis de Góngora, Cervantes, Lope de Vega..., que le admiraban. Cervantes le alabó con entusiasmo varias veces, una de ellas en el Canto a Calipso del Viaje del Parnaso (1614). Lope de Vega -en su Laurel de Apolo- le califica de "único poeta latino y castellano de estos tiempos"; y en su dedicatoria de El caballero de Illescas, dice a Espinel que el bello arte "no olvidará jamás en los instrumentos el arte y la dulzura de vuesa merced"; y en la dedicatoria a Marta de Nevares de La viuda valenciana, al ponderar la voz y la destreza musical de su amante, dice que, oyéndola, "el padre de la música, Vicente Espinel, se suspendería atónito".
    En efecto, Espinel ha quedado en el mundo de la música como el introductor de la quinta cuerda en la vihuela (el mi agudo, o prima), que transformó el instrumento y desde entonces tomó el nombre de guitarra española. La sexta cuerda se añadiría más tarde.

    En poesía, es el inventor de la décima llamada espinela en su honor. Antes de él la décima se componía de dos quintillas diferentes entre sí; la espinela consta de dos estrofas de cuatro versos octosílabos -consonantes primero y cuarto, y segundo y tercero-, entre los que se introducen dos versos octosílabos, auxiliares del pensamiento, para ligar entre sí la tesis y la conclusión; estos dos versos riman el primero con el cuarto y el segundo con el séptimo.
    Pero su máxima gloria literaria la debe Espinel a su libro novelesco Vida del escudero Marcos de Obregón (Madrid, 1618), del género picaresco. [...] Marcos de Obregón tiene no poco de autobiografía de Espinel. Y es una novela extraordinaria pletórica de lances curiosos, de anécdotas deliciosas, de felices rasgos de ingenio, tan realista, natural y amena -y bien distinta de ellas- como lo son el Lazarillo de Tormes, Guzmán de Alfarache, El buscón. Algunos caracteres del Marcos de Obregón, como los del doctor Sagredo y la parlanchina y malhumorada doña Mergelina, compiten con los más geniales de Molière. (FEDERICO CARLOS SAINZ DE ROBLES)

Fragmento de la epístola que Espinel escribió a su amigo Juan Téllez Girón, marqués de Peñafiel:

      La destemplanza de este invierno frío,
y entre riscos el levante y cierzo,
encogerán al más lozano brío.
      Estoy cual sapo o soterrado escuerzo,
cual el lagarto o rígida culebra,
la cerviz corva, sin valor, ni esfuerzo.
      Voy a escribir y el brazo se me quiebra:
si quiero asir el hilo antiguo roto,
tiembla la mano al enhilar la hebra.
      Ya, gallardo marqués, estoy remoto
de mí: que la inclemencia de este cielo
tiene el ingenio remontado y boto.
      Dicen algunos que antes este suelo,
por la extrañeza de estos altos riscos,
dará ocasión bastante al dios de Delo.
      ¡Mirad qué gusto ofrecerán lentiscos,
chaparros y torcidas cornicabras
entre enconosos, fieros basiliscos!
      Que aquí todo el lenguaje y las palabras
es cochinos, bellota, ovejas, roña;
cultivar huertas y ordeñar las cabras;
      si crece el pan; si el alcacel retoña;
si Abbu-Hassen promete viento o lluvia
y todo el resto es vértigo y ponzoña...

sábado, 9 de marzo de 2013

Literatura satírica y burlesca/ 22 - El diablo cojuelo - Luis Vélez de Guevara - España

   
    Luis Vélez de Guevara nació -1579- en Écija y murió -1644- en Madrid. Y su vida nada tuvo que envidiar a la turbulentísima y variadísima de su maestro Lope de Vega. Monaguillo, bachiller en Arte por la Universidad de Osuna, paje, soldado, abogado, secretario y alcahuete de nobles señores, pedigüeño, caradura, gorrón, bufón y ujier de cámara, espadachín, dramaturgo afortunado y fecundo, enamorado a perpetuidad, cuatro veces casado, padre de numerosos hijos legítimos y bastardos...
    Cervantes dice de él en El viaje del Parnaso:

Este, que es escogido entre millares
de Guevara Luis Vélez es el bravo,
que se puede llamar quitapesares.
Es poeta gigante, en quien alabo
el verso numeroso, el peregrino
ingenio, si un Gnatón nos pinta, o un Dabo.

    Y Lope, en La Filomela:

... Y el famoso Luis Vélez que tenía
en éxtasis las Musas, que a sus labios
iban por dulce néctar y ambrosía.

    Quevedo, en La Perinola, aconseja a Montalbán que deje "las comedias a Lope, a Luis Vélez, a don Pedro Calderón..." [...]
    De Vélez, que escribió cerca de cuatrocientas comedias, sólo nos quedan un centenar; de las cuales no hay colección antigua completa, estando impresas, la mayor parte de ellas, en colecciones generales de diversos autores.
    El diablo cojuelo -impresa en Madrid, 1641- es una novela que tiene mucho de satírica y bastante de picaresca. Está dividida en trancos, en vez de en capítulos, y sus antecedentes están, quizás, en Los Sueños de Quevedo -cuyo conceptismo imita Vélez- y en Los anteojos de mejor vista, de Rodrigo Fernández de Ribera. Desde su aparición no hizo sino aumentar su éxito. [...]
    En El diablo cojuelo no se trata, en verdad, de las aventuras de un pícaro, sino de los cuadros que un estudiante contempla en los lugares públicos y en el interior de los hogares, cuando las familias están en el abandono de la vida íntima. Auxiliado por un diablejo, el estudiante don Cleofás Leandro Pérez Zambullo -quien, huyendo de la justicia y habiendo penetrado en la buhardilla de un astrólogo que tenía encantado en una redoma al diablo de marras, diole la libertad-, marchan juntos a la torre del Salvador y, desde allí, por artes diabólicas, son levantados los techos de las viviendas en las que han de fisgar. En opinión del gran hispanista Ticknor, "es la más picante y animada entre todas las sátiras en prosa de la literatura moderna". FEDERICO CARLOS SAINZ DE ROBLES


PRÓLOGO A LOS MOSQUETEROS1 DE LA COMEDIA DE MADRID

    Gracias a Dios, mosqueteros míos o vuestros, jueces de los aplausos, cómicos por la costumbre y mal abuso, que una vez tomaré la pluma sin el miedo de vuestros silbos, pues este discurso del Diablo Cojuelo nace a luz, concebido sin teatro original, fuera de vuestra juridición, que aun del riesgo de la censura de leello está privilegiado por vuestra naturaleza, pues casi ninguno de vosotros sabe deletrear: que nacistes para número de los demás y para pescados de los estanques de los corrales, esperando, las bocas abiertas, el golpe del concepto por el oído y por la manotada del cómico y no por el ingenio. Allá os lo habed con vosotros mismos, que sois corchetes de la Fortuna, dando las más veces premio a lo que aun no merece oídos y abatís lo que merece estar sobre las estrellas; pero no se me da de vosotros dos caracoles: hágame Dios bien con mi prosa entretanto que otros fluctúan por las maretas de vuestros aplausos, de quien nos libre Dios por su infinita misericordia. Amén, Jesús.


CARTA DE RECOMENDACIÓN AL CÁNDIDO O MORENO LECTOR

    Lector amigo: yo he escrito este discurso, que no me he atrevido a llamarle libro, pasándome de la jineta de los consonantes a la brida de la prosa en las vacantes que me han dado las despensas de mi familia y los autores de las comedias por su Majestad;2 y como es EL DIABLO COJUELO, no lo reparto en capítulos, sino en trancos. Suplícote que los des en leyenda,3 porque tendrás menos que censurarme y yo que agradecerte. Y por no ser para más, ceso, y no de rogar a Dios que me conserve en tu gracia.
    De Madrid, a los que fueren entonces del mes y del año, y tal y tal y tal.
EL AUTOR Y EL TEXTO


TRANCO PRIMERO

    Daban en Madrid, por los fines de julio, las once de la noche en punto, hora menguada para las calles y, por faltar la luna, juridición y término redondo de todo requiebro lechuzo y patarata de la muerte. El Prado boqueaba coches en la última jornada de su paseo, y en los baños de Manzanares los Adanes y las Evas de la Corte, fregados más de la arena que limpios del agua, decían el Ite, río es,4 cuando don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, hidalgo a cuatro vientos, caballero huracán y encrucijada de apellidos, galán de noviciado y estudiante de profesión, con un broquel y una espada, aprendía a gato por el caballete de un tejado, huyendo de la justicia, que le venía a los alcances por un estupro que no lo había comido ni bebido, que en el pleito de acreedores de una doncella al uso estaba graduado en el lugar veintidoseno, pretendiendo que el pobre licenciado escotase solo lo que tantos habían merendado; y como solicitaba escaparse del "para en uno son" -sentencia definitiva del cura de la parroquia y auto que no lo revoca si no es el vicario Responso, juez de la otra vida-, no difilcultó arrojarse desde el ala del susodicho tejado, como si las tuviera, a la buarda de otro que estaba confinante, nordesteado de una luz que por ella escasamente se brujuleaba, estrella de la tormenta que corría, en cuyo desván puso los pies y la boca a un mismo tiempo, saludándolo como a puerto de tales naufragios y dejando burlados los ministros del agarro y los honrados pensamientos de mi señora doña Tomasa de Bitigudiño, doncella chanflona5 que se pasaba de noche como cuarto falso, que para que surtiese efecto su bellaquería había cometido otro estelionato6 más con el capitán de los jinetes a gatas que corrían las costas de aquellos tejados en su demanda y volvían corridos de que se les hubiese escapado aquel bajel de capa y espada que llevaba cuativa la honra de aquella señora mohatrera7 de doncellazgos, que juraba entre sí tomar satisfacción deste desaire en otro inocente, chapetón8 de embustes doncelliles, fiada en una madre que ella llamaba tía, liga donde había caído tanto pájaro forastero.
    A estas horas, el Estudiante, no creyendo su buen suceso y deshollinando con el vestido y los ojos el zaquizamí,9 admiraba la región donde había arribado por las estranjeras estravagancias de que estaba adornada la tal espelunca,10 cuyo avariento farol era un candil de garabato que descubría sobre una mesa antigua de cadena papeles infinitos mal compuestos y desordenados escritos de caracteres matemáticos, unas efemérides abiertas, dos esferas y algunos compases y cuadrantes, ciertas señales de que vivía en el cuarto de más abajo algún astrólogo dueño de aquella confusa oficina y embustera ciencia; y llegándose don Cleofás curiosamente, como quien profesaba letras y era algo inclinado a aquella profesión, a revolver los trastos astrológicos, oyó un suspiro entre ellos mismos que, pareciéndole imaginación o ilusión de la noche, pasó adelante con la atención, papeleando los memoriales de Euclides y embelecos de Copérnico; escuchando segunda vez repetir el suspiro, entonces, pareciéndole que no era engaño de la fantasía, sino verdad que se había venido a los oídos, dijo con desgarro y ademán de estudiante valiente: "¿Quién diablos suspira aquí?", respondiéndole al mismo tiempo una voz entre humana y estranjera:
    -Yo soy, señor Licenciado, que estoy en esta redoma, a donde me tiene preso este astrólogo que vive ahí abajo, porque también tiene su punta de la mágica negra y es mi alcaide dos años habrá.
    -Luego, ¿familiar eres? -dijo el Estudiante.
    -Harto me holgara yo -respondieron de la redoma- que entrara uno de la Santa Inquisición, para que, metiéndole a él en otra de cal y canto, me sacara a mí desta jaula de papagayos de piedra azufre. Pero tú has llegado a tiempo que me puedes rescatar, porque este a cuyos conjuros estoy asistiendo me tiene ocioso, sin emplearme en nada, siendo yo el espíritu más travieso del infierno.
    Don Cleofás, espumando valor, prerrogativa de estudiante de Alcalá, le dijo:
    -¿Eres demonio plebeyo o de los de nombre?
    -Y de gran nombre -le repitió el vidrio endemoniado-, y el más celebrado en entrambos mundos.
    -¿Eres Lucifer? -le repitió don Cleofás.
    -Ese es demonio de dueñas y escuderos -le respondió la voz.
    -¿Eres Satanás? -prosiguió el Estudiante.
   -Ese es demonio de sastres y carniceros -volvió la voz a repetille.
    -¿Eres Bercebú? -volvió a preguntalle don Cleofás.
    Y la voz a respondelle:
    -Ese es demonio de tahúres, amancebados y carreteros.
   -¿Eres Barrabás, Belial, Astarot? -finalmente le dijo el Estudiante.
   -Esos son demonios de mayores ocupaciones -le respondió la voz-: demonio más que menudo soy, aunque me meto en todo: yo soy las pulgas del infierno, la chisme, el enredo, la usura, la mohatra; yo truje al mundo la zarabanda, el déligo, la chacona, el bullicuzcuz, las cosquillas de la capona, el guiriguirigay, el zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería, el hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado;11 yo inventé las pandorgas,12 las jácaras,13 las papalatas, los comos,14 las mortecinas, los títeres, los volatines, los saltambancos, los maesecorales15 y, al fin, yo me llamo el Diablo Cojuelo.
    -Con decir eso -dijo el Estudiante- hubiéramos ahorrado lo demás: vuesa merced me conozca por su servidor, que hay muchos días que le deseaba conocer. Pero ¿no me dirá, señor Diablo Cojuelo, por qué le pusieron este nombre a diferencia de los demás, habiendo todos caído desde tan alto que pudieran quedar todos de la misma suerte y con el mismo apellido?
    -Yo, señor don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, que ya le sé el suyo, o los suyos -dijo el Cojuelo-, porque hemos sido vecinos por esa dama que galanteaba y por quien le ha corrido la justicia esta noche, y de quien después le contaré maravillas, me llamo desta manera porque fui el primero de los que se levantaron en el rebelión celestial y de los que cayeron y todo; y como los demás dieron sobre mí, me estropearon, y ansí quedé más que todo señalado de la mano de Dios y de los pies de todos los diablos y con este sobrenombre; mas no por eso menos ágil para todas las facciones que se ofrecen en los países bajos, en cuyas impresas nunca me he quedado atrás, antes me he adelantado a todos: que, camino del infierno, tanto anda el cojo como el viento; aunque nunca he estado más sin reputación que ahora en poder deste vinagre, a quien por trato16 me entregaron mis propios compañeros, porque los traía al retortero a todos, como dice el refrán de Castilla, y cada momento a los más agudos les daba gato por demonio. Sácame de este Argel de vidrio, que yo te pagaré el rescate en muchos gustos, a fe de demonio, porque me precio de amigo de mi amigo, con mis tachas buenas y malas.
    -¿Cómo quieres -dijo don Cleofás, mudando la cortesía con la familiaridad en la conversación- que yo haga lo que tú no puedes, siendo demonio tan mañoso?
    -A mí no me hes concedido -dijo el Espíritu-, y a ti sí, por ser hombre con el previlegio del baptismo y libre del poder de los conjuros, con quien han hecho pacto los príncipes de la Guinea infernal. Toma un cuadrante de ésos y haz pedazos esta redoma, que luego en derramándome me verás visible y palpable.
    No fue escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando lo que el Espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico jigote del vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor turbio, escabeche en que se conservaba el tal Diablillo; y volviendo los ojos al suelo, vio en él un hombrecillo de pequeña estatura, afirmado en dos muletas, sembrado de chichones mayores de marca, calabacino de testa y badea de cogote, chato de narices, la boca formidable y apuntalada en dos colmillos solos, que no tenían más muela ni diente los desiertos de las encías, erizados los bigotes como si hubiera barbado en Hircania; los pelos de su nacimiento, ralos, uno aquí y otro allí, a fuer de los espárragos, legumbre tan enemiga de la compañía, que si no es para venderlos en manojos no se juntan. Bien hayan los berros, que nacen unos entrepernados con otros, como vecindades de la Corte, perdone la malicia de la comparación.
    Asco le dio a don Cleofás la figura, aunque necesitaba de su favor para salir del desván, ratonera del Astrólogo en que había caído huyendo de los gatos que le siguieron -salvo el guante a la metáfora-, y asiéndole por la mano el Cojuelo y diciéndole: "Vamos, don Cleofás, que quiero comenzar a pagarte en algo lo que te debo", salieron los dos por la buarda como si los dispararan de un tiro de artillería, no parando de volar hasta hacer pie en el capitel de la torre de San Salvador, mayor atalaya de Madrid, a tiempo que su reloj daba la una -hora que tocaba a recoger el mundo poco a poco al descanso del sueño; treguas que dan los cuidados a la vida, siendo común el silencio a las fieras y a los hombres; medida que a todos hace iguales; habiendo una priesa notable a quitarse zapatos y medias, calzones y jubones, basquiñas,17 verdugados,18 guardainfantes,19 polleras, enaguas y guardapies, para acostarse hombres y mujeres, quedando las humanidades menos mesuradas y volviéndose a los primeros originales, que comenzaron el mundo horros de todas estas baratijas-, y engestándose al camarada, el Cojuelo le dijo:
    -Don Cleofás, desde esta picota de las nubes, que es el lugar más eminente de Madrid, malaño para Menipo en los diálogos de Luciano, te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española, que en la confusión fue esotra con ella segunda deste nombre.
    Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió la carne del pastelón de Madrid como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras.
1 Los equivalentes a quienes hoy forman la "claque".
2 Empresarios.
3 Lectura.
4 Se acabó el río.
5 Tosca, grosera, mal formada.
6 Fraude o engaño en los contratos.
7 Vendedora de lo que carecía.
8 Novato.
9 Buhardilla.
10 Cueva, gruta, concavidad tenebrosa.
11 Bailes populares.
12 Música ruidosa.
13 Cantares de rufianes.
14 Burlas
15 Prestidigitadores
16 Traición.
17 Faldas.
18 Vestidura que se ponía debajo de las basquiñas.
19 Molde de alambre sobre el cual se ponían las faldas.

miércoles, 6 de marzo de 2013

A la hora del yantar - José Calderón Escalada, "El Duende de Campoo" - España


    Un lunes de mucho mercado en Reinosa y a la hora de comer se juntaron a la puerta de la casa de Quiterio, en las inmediaciones de la Plaza de Abastos, un aldeano que por el habla y atuendo parecía de Bustasur o Malataja, alto y desgarbado, recio de pisada y manchado de barro hasta más arriba de las corvas; la mujer de éste, bajita, repolluda y charlatana, y el chico mayor de ambos, un rapaz encanijado de doce o trece años, de mirada asustadiza, muy enmarañado de pelo, bajuco de color, con los brazos muy largos para las mangas, o las mangas muy cortas para los brazos, de pantalón estrecho y a media pierna, bufanda vieja enroscada al pescuezo y en los pies unas albarcas pesqueranas con los clavos gastados y sonido de rotas, pese a los arcos y hojalatas con que se las había remendado su padre.
    La casa de comidas era un hervidero de gente a tales horas: campurrianos que habían vendido patatas y gorrines, vallucos al ojeo de una pareja de novillos y gentes de Carabeos y Valdeolea que tenían en la plaza un saco de nabos o media carga de yeros, de habucos o de cebada; y que haciendo por la vida, como dicen ellos, se engullían con excelente apetito y las prisas que traen los muchos quehaceres, buenas raciones de cordero asado y platos encogollados de callos picantes y asadura frita, a fuerza de pan blanco y de manchegas de vino.
   Alzábanse de la mesa unos vallucos cuando entraban por la puerta los riconchanos, apresurándose éstos a ocupar el sitio que dejaban los otros, sin esperar a que la fámula, una mozona de Aradillos o Fontecha contratada para los lunes de mercado, pasara un trapo por el sucio tablero de la mesa ¿Para qué?
    El hueco vacío estaba en el centro del largo tablero y, como no era cosa de molestar a los señores de uno y otro extremo de la mesa, pasó nuestro hombre por encima de ella, con aijada y todo, a ocupar el asiento de junto a la pared, posando su zapato embarrado donde momentos después había de poner el pan, rebulléndose un poco para hacer sitio al rapaz, que dobló los riñones y se coló, sin tropezar, por debajo de la mesa; porque el asiento de afuera lo quería él para la su mujer, que lo necesitaba muy ancho si había de alojar en él la cesta grande de las dos tapas, amén de sus orondas posaderas.
    No se habían visto en toda la mañana, y aprovecharon aquel ratuco de la comida para contarse uno al otro los encargos que llevaban hechos y los que les quedaban por hacer. Todo ello, claro es, sin perder bocado y sin que el interés de la conversación alargara un punto el tiempo destinado a satisfacer la prosaica necesidad. Porque aquel pan blanco, mojado en la pringue de los callos o en el vino de la jarra, entraba solo, casi sin tropezar.
    -Te diré, Frasia, que las patatas ya las vendí. Muy rogamente, eso sí; que toa la mañana me he llevau detrás del patateru pa que hiciera con ellas. Y no es eso lo pior, sino que me las ha llevao en media perra menos que el otru lunes.
    -¿A cómo las echastes, a lo último?
    -¿No te digo, mujer, que media perra menos que el otru lunes? A tres riales, menos perra chica.
    -Pos, otra vez será más; y que Dios mos dé salú.
    -A ver tú, Juanucu -dijo el buen hombre volviéndose hacia el rapaz, que no quitaba ojo de las tajadas del plato, pero que no metía baza en él hasta que por riguroso turno le correspondía-, ¿cuántos duros tien que dame el patateru por las patatas vendías?
    -¿Cuántas son ellas? -respondió al punto el rapaz, arrancando un casco de yeso de la pared y barriendo un trozo de mesa con la manga para hacer allí la cuenta.
   -Pos son seis costales, que en junto pesan sesenta y dos arrobas y media.
    -Y, ¿a cómo cada arroba?
    -¿No acabas de oír que a tres riales menos perra chica?
  -¡Releñe! Si fueran arrobas justas y riales justos, en un santiamén se lo sacaba; pero esas medias... ¿que hago yo con ellas?
    -Dejalas a un lau hasta que saques las enteras; ya golverás por ellas después.
    El rapaz llenó el tablero de números, los borró con la manga, los volvió a hacer..., los volvió a borrar..., y no supo desenredarse de aquel lío.
   -El muchachu es listu como el hambre -decía de reojo a su mujer el riconchano-, ya me lo tien dicho el maestro bien de veces; pero, claro, le falta la esperencia de los años. Déjalo, déjalo, no te calientes la cabeza -añadió vuelto hacia el rapaz-, ya sacaremos la cuenta yo y el patateru, aunque sea contando con los deos.
   -Bueno, ¿qué habís hecho vusotros?
  -Juimos, lo primero, en ca del abogauMos dijeron que entavía no se había levantau. ¡Ya ves qué madrugás echa el buen señor! ¡Bien se conoz que no tien gallu que le despierte dos horas antes del amanecer, como a nusotros el nuestru!
   -¡Quitá allá, mujer, eso aquí no se estila!
   -Conque, mientras llegaba la hora de golver a la visita, juime de compras con el muchachu y, con el dinero de los güevos, merqué las tres varas de tela pa la blusa, la pana pa remendar los pantalones tuyos y tos los avíos del matancíu, que aquí traigo en la cesta. Hecho esto, se llegó la hora y vuelta otra vez en ca del abogau.
    -¿Y qué, qué tal se puso la cosa?
   -El hombre tan parcial y tan bien hablau como siempre. ¡Qué explicativa tien el buen señor!
    -Como tol que tiene estudios, mujer. ¿Y qué dijo?
   -Que lo de parale los pies al que se ha empeñau en sacar servidumbre por donde no la tien, es cosa de pensalo muchu porque la cosa a su ver tien sus más y sus menos. Que lo que podíamos hacer era plantale un interdito; pero que tampoco lo ve mu claro el hombre; y que te podías tarazar los deos en la puerta. Yo le dije que me lo pusiera to en un papelucupa que no se me olvidara; y aquí lo traigo. Un duru me sopló por apuntar esos cuatro renglonucos. Ten.
    -El casu es que así, sin los antiojos, no veo una letra. A ver tú, Juanucu, a ver si me sacas de esti apuru.
  -¡Releñe! ¿Cómo quier que lea yo esto, si aquí toas las letras paecen iguales y están estirás y tan seguías que no se sabe aonde empiezan las palabras ni aonde terminan? ¡Esto no hay quien lo entienda!
   -¡Esta sí que es buena! Pos habrá que dirotru abogau pa que mos lea lo que esti escribió.
   -¡Sí, hiju, sí! ¡Pa que me sople otru duru! -protestó la airada consorte- No quiero más cuentos con los abogaos, que mos van chumpando la sangre sin qué ni para qué. Que se quede la servidumbre en tal estau y que mos pise la finca tol que le dé la gana. Mucha parcialidámuchu aquel, mientras te rascan los cuartos, y después...
    -¿Qué te queda que hacer ahora?
    -Mientras entregas las patatas y las cobras, dir en ca la sastra con el muchachu a que le tome medía pa unos pantalones; y a encargarla muchu que se los saque bien cumplíos por si da esti añu el estirón.
   -¿No le ha de dar, mujer? Una cuarta ha de crecer más o menos, como le entren bien las berzas y el tocinu.
    El rapaz, sin levantar los ojos del plato, muy esponjado por el dicho de su padre, se daba prisa a rebañar la pringue de los callos con los restos del último mendrugo, como queriendo que empezara a cumplirse entonces mismo la profecía del estirón.
   Y como al acabarse el tema de la conversación se había acabado también el apetitoso condumio y nada les quedaba que hacer allí, salieron por donde habían entrado, dejando como muestra de su paso un emplasto de barro en el sitio exacto donde habían posado el pan; y donde lo posarían de seguro los que, para sentarse, esperaban rato hacía a que terminaran y se fueran.

José Calderón Escalada, "El Duende de Campoo"

   Dedicado especialmente a los campurrianos, riconchanos, vallucos y demás personajes que pueblan estos andurriales del sur de Cantabria y que siguen viniendo los lunes al mercado de Reinosa y a realizar sus "gestiones".

domingo, 3 de marzo de 2013

El desnieve - José Calderón Escalada, "El Duende de Campoo" - España


    La giraldilla de la torre apunta con su flecha de hierro hacia el Sur. La barrena ingente de elevadísima montaña no logra contener el ímpetu de los pardos nubarrones, que vuelan sobre ellas en alas potentes y ligeras de un viento huracanado. La nieve de los glaciales se deshace rápidamente; es un arroyo cada sendero del monte, y el hilo de agua de los regajales, que se mueren de sed en el estío, se ha convertido en torrente vocinglero y avasallador. Inundáronse los ansares; de los altos taludes de las hoces se desprenden con la nieve grandes masas de tierra y piedra, que los turbiones arrastran hasta lo llano de la vega. Rásganse a intervalos los vellones grises de las nieblas en las asperezas de los picachos, dejando entrever un jirón de cielo de un azul pálido, dando paso a un haz de rayos mortecinos, que hacen brillar por un momento las gotas de las reciente llovizna, como perlas engastadas en las briznas de la pradera.

    Siguen avanzando las nieblas; encapotándose más el cielo; la cerrazón del horizonte se hace más espesa, sopla el ábrego con menos intensidad, y comienza una lluvia mansa, menuda, persistente, que cala hasta los huesos.

    Un viejo experimentado, con fama en la comarca de algunos conocimientos astronómicos, ha salido al hastial, desafiando el aguacero, a observar las per­turbaciones atmosféricas y, de vuelta a la cocina, pro­nuncia ante su mujer, que no aparta la vista de la la­bor que tiene entre manos, este dictamen: “Quedan las témporas de arriba y no habrá que temer más nie­ve este año. Las nieblas de la Colladía se han juntao a las de la Garganta y juntas bajan de vez en cuando a beber en el río grande. En resumías cuentas: Temporal pa largo, primavera húmeda, mucha hierba y güen verano”.

    Es día de mercado en la villa, y las mujerucas de los pueblos, que pasaron la mañana regateando en los puestos de la plaza y en las tiendas de los pasiegos, viéndolo y manoseándolo todo para comprar muy poca cosa, visto el mal cariz del tiempo, la abandonaron pronto, para retomar a sus hogares, capeando el temporal cada quien a su manera y según los medios de que disponía.

    Un grupo de ellas, en larga caravana y a lomos de pacientísimos borricos, con la cesta al brazo, bien repleta de cosas heterogéneas, cubierta la cabeza con la saya tosca salida hace veinte años de los telares de esta tierra, haciendo paso a los jinetes que, envueltos de pies a cabeza en sus largos capuchones, inclinando el busto para defenderse de la lluvia que azota la cara, pasan de largo al trote ligero de sus tordillos y siguiendo de cerca a la enraberá de carros, que pronto dejan atrás, por haberse parado estos a la puerta de la taberna.

    -Mujer, ¿supiste al cabu si bajó la Goyanta con lo poco que quedó de la mercancía?
    -Ayer en cuenta de venir estaba.
   -Conmigo y con Sidora salió esta mañana; pero, como hizo tortilla al salir de casa... ¿no sabes?
    -No sé na.
    -¡Hijuca, lo que te hubías reío, si estás allí!
    -Pos, ¿qué fue ellu?
    -Que con la helá anoche estaban como un cristal las pozas de la corralá. Hacíaseme que tardaba muchu y cuando fui a llamala, díjele, mientras que ella volvía la puerta pa fuera: "mire onde pisa, tía Goya, que está to mu helao". Hijuca, si bien se lo dije, mejor salió ello. No habíamos andao cuatro pasos, cuando ¡rus! la mi Goyanta esternía en el hielu, los güevos saltando del cuévanu por encima de la cabeza, y ella gritando con rabia mientras se levantaba: ¡Ya se fueron a la po­rra los mis güevos!
    -¡Mujer!
    -Hijuca, lo mismo que te lo cuento. Pos mira, después de ha salío ganando, por que se libró de la mojadura que le esperaba hoy.
    -Razón tienes; que ni un hilu secu llevamos ya.

    Y era la pura verdad. El temporal iba arreciando por momentos; el viento soplaba con fuerza cada vez mayor; quedaba poca nieve en las alturas y bajaban los ríos que metía miedo.
1957
José Calderón Escalada, "El Duende de Campoo"

Agradecemos a José L. López el recuerdo al Duende de Campoo en su Página alternativa de Reinosa y Campoo.

viernes, 1 de marzo de 2013

Fábulas/ 2 - El zapatero y el banquero - Jean de La Fontaine - Francia


Le Savetier et le Financier

Un Savetier chantait du matin jusqu'au soir:
C'était merveilles de le voir,
Merveilles de l'ouïr; il faisait des passages,
Plus content qu'aucun des sept sages.
Son voisin au contraire, étant tout cousu d'or,
Chantait peu, dormait moins encor.
C'était un homme de finance.
Si sur le point du jour parfois il sommeillait,
Le Savetier alors en chantant l'éveillait,
Et le Financier se plaignait,
Que les soins de la Providence
N'eussent pas au marché fait vendre le dormir,
Comme le manger et le boire.
En son hôtel il fait venir
Le chanteur, et lui dit: Or çà, sire Grégoire,
Que gagnez-vous par an? - Par an? Ma foi, Monsieur,
Dit avec un ton de rieur,
Le gaillard Savetier, ce n'est point ma manière
De compter de la sorte; et je n'entasse guère
Un jour sur l'autre: il suffit qu'à la fin
J'attrape le bout de l'année:
Chaque jour amène son pain.
- Eh bien que gagnez-vous, dites-moi, par journée?
- Tantôt plus, tantôt moins: le mal est que toujours;
Et sans cela nos gains seraient assez honnêtes,
Le mal est que dans l'an s'entremêlent des jours
Qu'il faut chommer; on nous ruine en Fêtes.
L'une fait tort à l'autre; et Monsieur le Curé
De quelque nouveau Saint charge toujours son prône.
Le Financier riant de sa naïveté
Lui dit: Je vous veux mettre aujourd'hui sur le trône.
Prenez ces cent écus: gardez-les avec soin,
Pour vous en servir au besoin.
Le Savetier crut voir tout l'argent que la terre
Avait depuis plus de cent ans
Produit pour l'usage des gens.
Il retourne chez lui: dans sa cave il enserre
L'argent et sa joie à la fois.
Plus de chant; il perdit la voix
Du moment qu'il gagna ce qui cause nos peines.
Le sommeil quitta son logis,
Il eut pour hôtes les soucis,
Les soupçons, les alarmes vaines.
Tout le jour il avait l'oeil au guet; Et la nuit,
Si quelque chat faisait du bruit,
Le chat prenait l'argent: A la fin le pauvre homme
S'en courut chez celui qu'il ne réveillait plus!
Rendez-moi, lui dit-il, mes chansons et mon somme,
Et reprenez vos cent écus.


El zapatero y el banquero

Desde el alba a la noche
cantaba un zapatero a troche y moche;
y era una maravilla
el verle y el oírle,
el cuero machacando en pobre silla, 
contento como aquel que el bien aprecia, 
más que los siete sabios de la Grecia.
Su vecino, un banquero, 
era al revés, porque cantaba poco, 
durmiendo mucho menos que el artista; 
y cuando al alba el sueño conciliaba, 
la voz del zapatero 
en sus cansados ojos lo ahuyentaba;
y un cargo hacía a Dios, que no dispuso
que el sueño se vendiera
como el pan y otras cosas que hay en uso. 
Un día al remendón llamó a su casa:
- Vamos a ver -le dijo-: ¿Cuánto ganas al año? 
El zapatero, sonriendo sin tasa, 
contestó: - Yo, señor, no hago esas cuentas, 
que son largas a fe; no acertaría; 
me basta que a la noche 
haya ganado el pan de cada día. 
- ¿Qué es lo que ganas, dime, en la jornada?
- Más o menos, según; hay muchas fiestas 
en que es preciso descansar y, al cabo, 
son para mi bolsillo muy molestas.
Reíase el banquero 
oyendo a su vecino el zapatero,
y sacó de la caja cien ducados,
que le entregó, diciendo:
- Guárdalos con cuidado 
para remunerarte lo que pierdas.
Absorto el remendón y entusiasmado, 
creyendo que veía 
en su poder cuanto la tierra cría, 
los soterró en la cueva de su casa,
y soterró también su regocijo,
porque ya no cantaba,
a un afán entregado tan prolijo.
Perdió asimismo el sueño,
descuidando el trabajo
por cuidar del tesoro con empeño;
crecían sus sospechas, sus alarmas;
cualquier rumor nocturno
lo convertía en viles intenciones
de avarientos ladrones;
hasta que al fin, un día,
cogió el oro, diciendo a su vecino:
- Devolvedme, señor, por vida mía,
el alegre sosiego,
a cambio de este oro que os entrego.