Luis Vélez de Guevara nació -1579- en Écija y murió -1644- en Madrid. Y su vida nada tuvo que envidiar a la turbulentísima y variadísima de su maestro Lope de Vega. Monaguillo, bachiller en Arte por la Universidad de Osuna, paje, soldado, abogado, secretario y alcahuete de nobles señores, pedigüeño, caradura, gorrón, bufón y ujier de cámara, espadachín, dramaturgo afortunado y fecundo, enamorado a perpetuidad, cuatro veces casado, padre de numerosos hijos legítimos y bastardos...
Cervantes dice de él en El viaje del Parnaso:
Este, que es escogido entre millares
de Guevara Luis Vélez es el bravo,
que se puede llamar quitapesares.
Es poeta gigante, en quien alabo
el verso numeroso, el peregrino
ingenio, si un Gnatón nos pinta, o un Dabo.
Y Lope, en La Filomela:
... Y el famoso Luis Vélez que tenía
en éxtasis las Musas, que a sus labios
iban por dulce néctar y ambrosía.
Quevedo, en La Perinola, aconseja a Montalbán que deje "las comedias a Lope, a Luis Vélez, a don Pedro Calderón..." [...]
De Vélez, que escribió cerca de cuatrocientas comedias, sólo nos quedan un centenar; de las cuales no hay colección antigua completa, estando impresas, la mayor parte de ellas, en colecciones generales de diversos autores.
El diablo cojuelo -impresa en Madrid, 1641- es una novela que tiene mucho de satírica y bastante de picaresca. Está dividida en trancos, en vez de en capítulos, y sus antecedentes están, quizás, en Los Sueños de Quevedo -cuyo conceptismo imita Vélez- y en Los anteojos de mejor vista, de Rodrigo Fernández de Ribera. Desde su aparición no hizo sino aumentar su éxito. [...]
En El diablo cojuelo no se trata, en verdad, de las aventuras de un pícaro, sino de los cuadros que un estudiante contempla en los lugares públicos y en el interior de los hogares, cuando las familias están en el abandono de la vida íntima. Auxiliado por un diablejo, el estudiante don Cleofás Leandro Pérez Zambullo -quien, huyendo de la justicia y habiendo penetrado en la buhardilla de un astrólogo que tenía encantado en una redoma al diablo de marras, diole la libertad-, marchan juntos a la torre del Salvador y, desde allí, por artes diabólicas, son levantados los techos de las viviendas en las que han de fisgar. En opinión del gran hispanista Ticknor, "es la más picante y animada entre todas las sátiras en prosa de la literatura moderna". FEDERICO CARLOS SAINZ DE ROBLES
1 Los equivalentes a quienes hoy forman la "claque".
De Vélez, que escribió cerca de cuatrocientas comedias, sólo nos quedan un centenar; de las cuales no hay colección antigua completa, estando impresas, la mayor parte de ellas, en colecciones generales de diversos autores.
El diablo cojuelo -impresa en Madrid, 1641- es una novela que tiene mucho de satírica y bastante de picaresca. Está dividida en trancos, en vez de en capítulos, y sus antecedentes están, quizás, en Los Sueños de Quevedo -cuyo conceptismo imita Vélez- y en Los anteojos de mejor vista, de Rodrigo Fernández de Ribera. Desde su aparición no hizo sino aumentar su éxito. [...]
En El diablo cojuelo no se trata, en verdad, de las aventuras de un pícaro, sino de los cuadros que un estudiante contempla en los lugares públicos y en el interior de los hogares, cuando las familias están en el abandono de la vida íntima. Auxiliado por un diablejo, el estudiante don Cleofás Leandro Pérez Zambullo -quien, huyendo de la justicia y habiendo penetrado en la buhardilla de un astrólogo que tenía encantado en una redoma al diablo de marras, diole la libertad-, marchan juntos a la torre del Salvador y, desde allí, por artes diabólicas, son levantados los techos de las viviendas en las que han de fisgar. En opinión del gran hispanista Ticknor, "es la más picante y animada entre todas las sátiras en prosa de la literatura moderna". FEDERICO CARLOS SAINZ DE ROBLES
PRÓLOGO A LOS MOSQUETEROS1 DE LA COMEDIA DE MADRID
Gracias a Dios, mosqueteros míos o vuestros, jueces de los aplausos, cómicos por la costumbre y mal abuso, que una vez tomaré la pluma sin el miedo de vuestros silbos, pues este discurso del Diablo Cojuelo nace a luz, concebido sin teatro original, fuera de vuestra juridición, que aun del riesgo de la censura de leello está privilegiado por vuestra naturaleza, pues casi ninguno de vosotros sabe deletrear: que nacistes para número de los demás y para pescados de los estanques de los corrales, esperando, las bocas abiertas, el golpe del concepto por el oído y por la manotada del cómico y no por el ingenio. Allá os lo habed con vosotros mismos, que sois corchetes de la Fortuna, dando las más veces premio a lo que aun no merece oídos y abatís lo que merece estar sobre las estrellas; pero no se me da de vosotros dos caracoles: hágame Dios bien con mi prosa entretanto que otros fluctúan por las maretas de vuestros aplausos, de quien nos libre Dios por su infinita misericordia. Amén, Jesús.
CARTA DE RECOMENDACIÓN AL CÁNDIDO O MORENO LECTOR
Lector amigo: yo he escrito este discurso, que no me he atrevido a llamarle libro, pasándome de la jineta de los consonantes a la brida de la prosa en las vacantes que me han dado las despensas de mi familia y los autores de las comedias por su Majestad;2 y como es EL DIABLO COJUELO, no lo reparto en capítulos, sino en trancos. Suplícote que los des en leyenda,3 porque tendrás menos que censurarme y yo que agradecerte. Y por no ser para más, ceso, y no de rogar a Dios que me conserve en tu gracia.
De Madrid, a los que fueren entonces del mes y del año, y tal y tal y tal.
EL AUTOR Y EL TEXTO
TRANCO PRIMERO
Daban en Madrid, por los fines de julio, las once de la noche en punto, hora menguada para las calles y, por faltar la luna, juridición y término redondo de todo requiebro lechuzo y patarata de la muerte. El Prado boqueaba coches en la última jornada de su paseo, y en los baños de Manzanares los Adanes y las Evas de la Corte, fregados más de la arena que limpios del agua, decían el Ite, río es,4 cuando don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, hidalgo a cuatro vientos, caballero huracán y encrucijada de apellidos, galán de noviciado y estudiante de profesión, con un broquel y una espada, aprendía a gato por el caballete de un tejado, huyendo de la justicia, que le venía a los alcances por un estupro que no lo había comido ni bebido, que en el pleito de acreedores de una doncella al uso estaba graduado en el lugar veintidoseno, pretendiendo que el pobre licenciado escotase solo lo que tantos habían merendado; y como solicitaba escaparse del "para en uno son" -sentencia definitiva del cura de la parroquia y auto que no lo revoca si no es el vicario Responso, juez de la otra vida-, no difilcultó arrojarse desde el ala del susodicho tejado, como si las tuviera, a la buarda de otro que estaba confinante, nordesteado de una luz que por ella escasamente se brujuleaba, estrella de la tormenta que corría, en cuyo desván puso los pies y la boca a un mismo tiempo, saludándolo como a puerto de tales naufragios y dejando burlados los ministros del agarro y los honrados pensamientos de mi señora doña Tomasa de Bitigudiño, doncella chanflona5 que se pasaba de noche como cuarto falso, que para que surtiese efecto su bellaquería había cometido otro estelionato6 más con el capitán de los jinetes a gatas que corrían las costas de aquellos tejados en su demanda y volvían corridos de que se les hubiese escapado aquel bajel de capa y espada que llevaba cuativa la honra de aquella señora mohatrera7 de doncellazgos, que juraba entre sí tomar satisfacción deste desaire en otro inocente, chapetón8 de embustes doncelliles, fiada en una madre que ella llamaba tía, liga donde había caído tanto pájaro forastero.
A estas horas, el Estudiante, no creyendo su buen suceso y deshollinando con el vestido y los ojos el zaquizamí,9 admiraba la región donde había arribado por las estranjeras estravagancias de que estaba adornada la tal espelunca,10 cuyo avariento farol era un candil de garabato que descubría sobre una mesa antigua de cadena papeles infinitos mal compuestos y desordenados escritos de caracteres matemáticos, unas efemérides abiertas, dos esferas y algunos compases y cuadrantes, ciertas señales de que vivía en el cuarto de más abajo algún astrólogo dueño de aquella confusa oficina y embustera ciencia; y llegándose don Cleofás curiosamente, como quien profesaba letras y era algo inclinado a aquella profesión, a revolver los trastos astrológicos, oyó un suspiro entre ellos mismos que, pareciéndole imaginación o ilusión de la noche, pasó adelante con la atención, papeleando los memoriales de Euclides y embelecos de Copérnico; escuchando segunda vez repetir el suspiro, entonces, pareciéndole que no era engaño de la fantasía, sino verdad que se había venido a los oídos, dijo con desgarro y ademán de estudiante valiente: "¿Quién diablos suspira aquí?", respondiéndole al mismo tiempo una voz entre humana y estranjera:
-Yo soy, señor Licenciado, que estoy en esta redoma, a donde me tiene preso este astrólogo que vive ahí abajo, porque también tiene su punta de la mágica negra y es mi alcaide dos años habrá.
-Luego, ¿familiar eres? -dijo el Estudiante.
-Harto me holgara yo -respondieron de la redoma- que entrara uno de la Santa Inquisición, para que, metiéndole a él en otra de cal y canto, me sacara a mí desta jaula de papagayos de piedra azufre. Pero tú has llegado a tiempo que me puedes rescatar, porque este a cuyos conjuros estoy asistiendo me tiene ocioso, sin emplearme en nada, siendo yo el espíritu más travieso del infierno.
Don Cleofás, espumando valor, prerrogativa de estudiante de Alcalá, le dijo:
-¿Eres demonio plebeyo o de los de nombre?
-Y de gran nombre -le repitió el vidrio endemoniado-, y el más celebrado en entrambos mundos.
-¿Eres Lucifer? -le repitió don Cleofás.
-Ese es demonio de dueñas y escuderos -le respondió la voz.
-¿Eres Satanás? -prosiguió el Estudiante.
-Ese es demonio de sastres y carniceros -volvió la voz a repetille.
-¿Eres Bercebú? -volvió a preguntalle don Cleofás.
Y la voz a respondelle:
-Ese es demonio de tahúres, amancebados y carreteros.
-¿Eres Barrabás, Belial, Astarot? -finalmente le dijo el Estudiante.
-Esos son demonios de mayores ocupaciones -le respondió la voz-: demonio más que menudo soy, aunque me meto en todo: yo soy las pulgas del infierno, la chisme, el enredo, la usura, la mohatra; yo truje al mundo la zarabanda, el déligo, la chacona, el bullicuzcuz, las cosquillas de la capona, el guiriguirigay, el zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería, el hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado;11 yo inventé las pandorgas,12 las jácaras,13 las papalatas, los comos,14 las mortecinas, los títeres, los volatines, los saltambancos, los maesecorales15 y, al fin, yo me llamo el Diablo Cojuelo.
-Con decir eso -dijo el Estudiante- hubiéramos ahorrado lo demás: vuesa merced me conozca por su servidor, que hay muchos días que le deseaba conocer. Pero ¿no me dirá, señor Diablo Cojuelo, por qué le pusieron este nombre a diferencia de los demás, habiendo todos caído desde tan alto que pudieran quedar todos de la misma suerte y con el mismo apellido?
-Yo, señor don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, que ya le sé el suyo, o los suyos -dijo el Cojuelo-, porque hemos sido vecinos por esa dama que galanteaba y por quien le ha corrido la justicia esta noche, y de quien después le contaré maravillas, me llamo desta manera porque fui el primero de los que se levantaron en el rebelión celestial y de los que cayeron y todo; y como los demás dieron sobre mí, me estropearon, y ansí quedé más que todo señalado de la mano de Dios y de los pies de todos los diablos y con este sobrenombre; mas no por eso menos ágil para todas las facciones que se ofrecen en los países bajos, en cuyas impresas nunca me he quedado atrás, antes me he adelantado a todos: que, camino del infierno, tanto anda el cojo como el viento; aunque nunca he estado más sin reputación que ahora en poder deste vinagre, a quien por trato16 me entregaron mis propios compañeros, porque los traía al retortero a todos, como dice el refrán de Castilla, y cada momento a los más agudos les daba gato por demonio. Sácame de este Argel de vidrio, que yo te pagaré el rescate en muchos gustos, a fe de demonio, porque me precio de amigo de mi amigo, con mis tachas buenas y malas.
-¿Cómo quieres -dijo don Cleofás, mudando la cortesía con la familiaridad en la conversación- que yo haga lo que tú no puedes, siendo demonio tan mañoso?
-A mí no me hes concedido -dijo el Espíritu-, y a ti sí, por ser hombre con el previlegio del baptismo y libre del poder de los conjuros, con quien han hecho pacto los príncipes de la Guinea infernal. Toma un cuadrante de ésos y haz pedazos esta redoma, que luego en derramándome me verás visible y palpable.
No fue escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando lo que el Espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico jigote del vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor turbio, escabeche en que se conservaba el tal Diablillo; y volviendo los ojos al suelo, vio en él un hombrecillo de pequeña estatura, afirmado en dos muletas, sembrado de chichones mayores de marca, calabacino de testa y badea de cogote, chato de narices, la boca formidable y apuntalada en dos colmillos solos, que no tenían más muela ni diente los desiertos de las encías, erizados los bigotes como si hubiera barbado en Hircania; los pelos de su nacimiento, ralos, uno aquí y otro allí, a fuer de los espárragos, legumbre tan enemiga de la compañía, que si no es para venderlos en manojos no se juntan. Bien hayan los berros, que nacen unos entrepernados con otros, como vecindades de la Corte, perdone la malicia de la comparación.
Asco le dio a don Cleofás la figura, aunque necesitaba de su favor para salir del desván, ratonera del Astrólogo en que había caído huyendo de los gatos que le siguieron -salvo el guante a la metáfora-, y asiéndole por la mano el Cojuelo y diciéndole: "Vamos, don Cleofás, que quiero comenzar a pagarte en algo lo que te debo", salieron los dos por la buarda como si los dispararan de un tiro de artillería, no parando de volar hasta hacer pie en el capitel de la torre de San Salvador, mayor atalaya de Madrid, a tiempo que su reloj daba la una -hora que tocaba a recoger el mundo poco a poco al descanso del sueño; treguas que dan los cuidados a la vida, siendo común el silencio a las fieras y a los hombres; medida que a todos hace iguales; habiendo una priesa notable a quitarse zapatos y medias, calzones y jubones, basquiñas,17 verdugados,18 guardainfantes,19 polleras, enaguas y guardapies, para acostarse hombres y mujeres, quedando las humanidades menos mesuradas y volviéndose a los primeros originales, que comenzaron el mundo horros de todas estas baratijas-, y engestándose al camarada, el Cojuelo le dijo:
-Don Cleofás, desde esta picota de las nubes, que es el lugar más eminente de Madrid, malaño para Menipo en los diálogos de Luciano, te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española, que en la confusión fue esotra con ella segunda deste nombre.
Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió la carne del pastelón de Madrid como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras.
-Yo soy, señor Licenciado, que estoy en esta redoma, a donde me tiene preso este astrólogo que vive ahí abajo, porque también tiene su punta de la mágica negra y es mi alcaide dos años habrá.
-Luego, ¿familiar eres? -dijo el Estudiante.
-Harto me holgara yo -respondieron de la redoma- que entrara uno de la Santa Inquisición, para que, metiéndole a él en otra de cal y canto, me sacara a mí desta jaula de papagayos de piedra azufre. Pero tú has llegado a tiempo que me puedes rescatar, porque este a cuyos conjuros estoy asistiendo me tiene ocioso, sin emplearme en nada, siendo yo el espíritu más travieso del infierno.
Don Cleofás, espumando valor, prerrogativa de estudiante de Alcalá, le dijo:
-¿Eres demonio plebeyo o de los de nombre?
-Y de gran nombre -le repitió el vidrio endemoniado-, y el más celebrado en entrambos mundos.
-¿Eres Lucifer? -le repitió don Cleofás.
-Ese es demonio de dueñas y escuderos -le respondió la voz.
-¿Eres Satanás? -prosiguió el Estudiante.
-Ese es demonio de sastres y carniceros -volvió la voz a repetille.
-¿Eres Bercebú? -volvió a preguntalle don Cleofás.
Y la voz a respondelle:
-Ese es demonio de tahúres, amancebados y carreteros.
-¿Eres Barrabás, Belial, Astarot? -finalmente le dijo el Estudiante.
-Esos son demonios de mayores ocupaciones -le respondió la voz-: demonio más que menudo soy, aunque me meto en todo: yo soy las pulgas del infierno, la chisme, el enredo, la usura, la mohatra; yo truje al mundo la zarabanda, el déligo, la chacona, el bullicuzcuz, las cosquillas de la capona, el guiriguirigay, el zambapalo, la mariona, el avilipinti, el pollo, la carretería, el hermano Bartolo, el carcañal, el guineo, el colorín colorado;11 yo inventé las pandorgas,12 las jácaras,13 las papalatas, los comos,14 las mortecinas, los títeres, los volatines, los saltambancos, los maesecorales15 y, al fin, yo me llamo el Diablo Cojuelo.
-Con decir eso -dijo el Estudiante- hubiéramos ahorrado lo demás: vuesa merced me conozca por su servidor, que hay muchos días que le deseaba conocer. Pero ¿no me dirá, señor Diablo Cojuelo, por qué le pusieron este nombre a diferencia de los demás, habiendo todos caído desde tan alto que pudieran quedar todos de la misma suerte y con el mismo apellido?
-Yo, señor don Cleofás Leandro Pérez Zambullo, que ya le sé el suyo, o los suyos -dijo el Cojuelo-, porque hemos sido vecinos por esa dama que galanteaba y por quien le ha corrido la justicia esta noche, y de quien después le contaré maravillas, me llamo desta manera porque fui el primero de los que se levantaron en el rebelión celestial y de los que cayeron y todo; y como los demás dieron sobre mí, me estropearon, y ansí quedé más que todo señalado de la mano de Dios y de los pies de todos los diablos y con este sobrenombre; mas no por eso menos ágil para todas las facciones que se ofrecen en los países bajos, en cuyas impresas nunca me he quedado atrás, antes me he adelantado a todos: que, camino del infierno, tanto anda el cojo como el viento; aunque nunca he estado más sin reputación que ahora en poder deste vinagre, a quien por trato16 me entregaron mis propios compañeros, porque los traía al retortero a todos, como dice el refrán de Castilla, y cada momento a los más agudos les daba gato por demonio. Sácame de este Argel de vidrio, que yo te pagaré el rescate en muchos gustos, a fe de demonio, porque me precio de amigo de mi amigo, con mis tachas buenas y malas.
-¿Cómo quieres -dijo don Cleofás, mudando la cortesía con la familiaridad en la conversación- que yo haga lo que tú no puedes, siendo demonio tan mañoso?
-A mí no me hes concedido -dijo el Espíritu-, y a ti sí, por ser hombre con el previlegio del baptismo y libre del poder de los conjuros, con quien han hecho pacto los príncipes de la Guinea infernal. Toma un cuadrante de ésos y haz pedazos esta redoma, que luego en derramándome me verás visible y palpable.
No fue escrupuloso ni perezoso don Cleofás, y ejecutando lo que el Espíritu le dijo, hizo con el instrumento astronómico jigote del vaso, inundando la mesa sobredicha de un licor turbio, escabeche en que se conservaba el tal Diablillo; y volviendo los ojos al suelo, vio en él un hombrecillo de pequeña estatura, afirmado en dos muletas, sembrado de chichones mayores de marca, calabacino de testa y badea de cogote, chato de narices, la boca formidable y apuntalada en dos colmillos solos, que no tenían más muela ni diente los desiertos de las encías, erizados los bigotes como si hubiera barbado en Hircania; los pelos de su nacimiento, ralos, uno aquí y otro allí, a fuer de los espárragos, legumbre tan enemiga de la compañía, que si no es para venderlos en manojos no se juntan. Bien hayan los berros, que nacen unos entrepernados con otros, como vecindades de la Corte, perdone la malicia de la comparación.
Asco le dio a don Cleofás la figura, aunque necesitaba de su favor para salir del desván, ratonera del Astrólogo en que había caído huyendo de los gatos que le siguieron -salvo el guante a la metáfora-, y asiéndole por la mano el Cojuelo y diciéndole: "Vamos, don Cleofás, que quiero comenzar a pagarte en algo lo que te debo", salieron los dos por la buarda como si los dispararan de un tiro de artillería, no parando de volar hasta hacer pie en el capitel de la torre de San Salvador, mayor atalaya de Madrid, a tiempo que su reloj daba la una -hora que tocaba a recoger el mundo poco a poco al descanso del sueño; treguas que dan los cuidados a la vida, siendo común el silencio a las fieras y a los hombres; medida que a todos hace iguales; habiendo una priesa notable a quitarse zapatos y medias, calzones y jubones, basquiñas,17 verdugados,18 guardainfantes,19 polleras, enaguas y guardapies, para acostarse hombres y mujeres, quedando las humanidades menos mesuradas y volviéndose a los primeros originales, que comenzaron el mundo horros de todas estas baratijas-, y engestándose al camarada, el Cojuelo le dijo:
-Don Cleofás, desde esta picota de las nubes, que es el lugar más eminente de Madrid, malaño para Menipo en los diálogos de Luciano, te he de enseñar todo lo más notable que a estas horas pasa en esta Babilonia española, que en la confusión fue esotra con ella segunda deste nombre.
Y levantando a los techos de los edificios, por arte diabólica, lo hojaldrado, se descubrió la carne del pastelón de Madrid como entonces estaba, patentemente, que por el mucho calor estivo estaba con menos celosías, y tanta variedad de sabandijas racionales en esta arca del mundo, que la del diluvio, comparada con ella, fue de capas y gorras.
2 Empresarios.
3 Lectura.
4 Se acabó el río.
5 Tosca, grosera, mal formada.
6 Fraude o engaño en los contratos.
7 Vendedora de lo que carecía.
8 Novato.
9 Buhardilla.
10 Cueva, gruta, concavidad tenebrosa.
11 Bailes populares.
12 Música ruidosa.
13 Cantares de rufianes.
14 Burlas
15 Prestidigitadores
16 Traición.
17 Faldas.
18 Vestidura que se ponía debajo de las basquiñas.
19 Molde de alambre sobre el cual se ponían las faldas.
8 comentarios:
¡Colorin colorado, pandorga, jácara, como! Pura actualidad.
Y parece que por los siglos de los siglos. Pero escritores como estos no abundan.
¿Qué se encontrarían hoy el Diablo Cojuelo y el estudiante don Cleofás, si les diese por levantar los tejados de este país?
Muchas goteras y mucho sin techo.
Entre otras cosas.
Tendría materia de inspiración.
Tus recomendaciones son ordenes para mi, ya me lo he descargado y espero leerlo pronto, y no dejarmelo para la jubilación.
Parece ser otra gozada.
Te divertirás un montón y alucinarás con lo actual que puede parecer.
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