Chet Baker - Like Someone In Love

jueves, 25 de noviembre de 2010

Fragmentos de Paraíso inhabitado - Ana María Matute - España

Niñas - Pere Borrell del Caso
I

Nací cuando mis padres ya no se querían. Cristina, mi hermana mayor, era por entonces una jovencita displicente, cuya sola mirada me hacía culpable de alguna misteriosa ofensa hacia su persona, que nunca conseguí descifrar. En cuanto a mis hermanos Jerónimo y Fabián, gemelos y llenos de acné, no me hacían el menor caso. De modo que los primeros años de mi vida fueron bastante solitarios.

[...]
A pesar de todo, mis primeros años no fueron desgraciados. Incluso me atrevo a decir que fueron más felices que los de algunos niños nacidos en circunstancias más favorables. Entre otras cosas, yo ya me había fabricado un mundo propio, donde vivía sumergida en algún elemento nebuloso, y a veces extraordinariamente cálido, con la calidez que -por lo oído bajo la mesa de la plancha- me había sido de algún modo regateada. Esconderme bajo aquella mesa -aun con el convencimiento de que las dos mujeres sabían, o sospechaban, mi presencia- no era el único de mis refugios. No puedo recordar exactamente cuándo empecé a saltar de la cama y recorrer el mundo nocturno de la casa. Suponía a todos dormidos. Y lo estaban, o no estaban, o estaban en algún lugar muy alejado de mí. Pero la casa, no. La casa despertaba precisamente entonces.

Tata María, y la cocinera Isabel, me habían leído, la primera, y contado, la segunda, muchos cuentos. Los libros desechados ya por mis hermanos fueron, primero en sus labios y poco más tarde leídos por mí misma, lo más revelador y dichoso de mi primera infancia. Y no es extraño -o no lo era entonces- que en alguna de aquellas correrías nocturnas, descalza y en camisón, viera una bandada de príncipes cisnes -once, exactamente- volar cielo arriba, o escuchara suavemente, entre el vaivén de las cortinas de mi ventana, la llamada de un conocido caramillo.

Cristina me había aceptado a regañadientes en su cuarto. Casi lloró pidiendo que no la obligaran a compartir sus cosas con las mías (yo no tenía nada, excepto el osito Celso). Y mamá dijo que Cristina tenía razón: ella era una mujercita, y yo, un "gorgojo". Así que por aquellas noches ya tenía un dormitorio propio, claro que mucho más pequeño que el que hasta entonces había compartido con Cristina. Era una habitación, no en la llamada parte "noble" de la casa, sino en la zona del cuarto de estudio, el de las Tatas, el de la plancha, la cocina... En fin allí donde yo me movía libremente y sin temor. Se trataba de un cuarto pequeño, con una ventana de cortinas azules y amarillas, y gruesos visillos blancos, con un casi invisible zurcidito en una esquina, que había cosido Tata María. Cuando se corrían los visillos, se podía apreciar, en su amplitud, el patio interior que tanta importancia tuvo para mi primera infancia, y mis recuerdos. No era precisamente un jardín encantador, era un espacioso patio interior con el suelo cubierto de lositas hexagonales de color gris. Al fondo del portal de la casa, había una puerta grande que sólo se abría para dar paso a ese patio y al garaje -minigaraje-, donde guardaban los dos o tres únicos coches de los vecinos de la casa. En una plaquita dorada, de otros tiempos, aún se leía: "ENTRADA DE CARRUAJES".

Cuando me asomaba a la ventana de mi cuarto, contemplaba el ir y venir de los chóferes. Entre ellos estaba Paco, mi primer amigo, porque fue la primera persona con la que entablé conversación fuera de la familia. Visto desde mi ventanita, Paco era un hombre para mí gigantesco, que calzaba botas altas, como si fuera a montar a caballo. Era mi amigo, porque él me llamaba su novia, y me lanzaba besos con la mano.

También consideraba amigo mío al farolero, aunque jamás había cruzado una palabra con él, pero en mis escapadas al salón, le veía desde el balcón, allá abajo. En los atardeceres iba encendiendo, con una larga pértiga, llamitas azuladas, temblorosas, dentro de sus fanales. Era un hombre bajito, vestido de azul marino, con gorra adornada de una cinta roja, a quien nunca vi la cara, porque en la ciudad era siempre otoño, o invierno, y a esas horas ya no se veía con claridad lo que ocurría más allá de los balcones. Eran precisamente los balcones del llamado Salón -nombrado así, con cierto deleite en boca de Tata María y la cocinera Isabel- allí a donde yo acudía, noctámbula y rodeada de una niebla cálida que sólo transparentaba cuanto yo deseaba ver, y jamás he vuelto a recuperar. Ahora la niebla sólo es niebla, conocida y húmeda, fría y casi desprovista de misterio.

Pero no entonces.

[...]

Si me dan el Cervantes daré saltos de alegría, había dicho hace unos días Ana María Matute. Bueno, pues se lo acaban de conceder, sin duda con todo merecimiento. No ha dado saltos de alegría, pero es que tiene 85 años, oiga. Es la tercera mujer que lo obtiene en 35 ediciones, después de la española María Zambrano en 1988, y la cubana Dulce María Loynaz en 1992.

Miembro (no miembra) de la Real Academia Española con el sillón K, ha dicho, entre otras cosas, las siguientes:
- Uno no escribe para ganar premios, habrá quien lo haga, pero yo no entro en esos filos.
- Uno podrá ser mejor o peor, pero siempre es él mismo. Desde el primer cuento que escribí hasta ahora siempre he querido transmitir la misma sensación de desánimo y pérdida.

No piensa dejar de escribir, por el momento:
- El próximo libro tendrá tintes mágicos porque, en realidad, toda la vida es mágica.

Matute nunca ha pertenecido a ninguna generación o grupo:
- Siempre he estado un poco al margen y antes parecía más una escritora extranjera en un tiempo en el que imperaba el mal llamado realismo social.

"Los Abel", "Fiesta al Noroeste", "Pequeño Teatro", "Primera memoria", "Los soldados lloran de noche", "La trampa", "Olvidado Rey Gudú", "Aranmanoth", "Paraíso inhabitado"..., jalonan toda una vida dedicada a la fabulación.

Respecto a "Paraíso inhabitado", del que damos aquí unos fragmentos, ha dicho Santos Sanz Villanueva: En buena medida, Matute ha escrito una autobiografía imaginaria, síntesis de sus ideas y de su obra, que vale como el testamento literario que lega alguien curtida en experiencias.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya iba siendo hora, otros con quizás menos talento ya lo recibieron

Juan Nadie dijo...

Y otros se quedaron sin él. Esto de los premios no es muy justo, siempre que se le da a alguien, se le hace un agravio comparativo a unos cuantos más.