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viernes, 22 de junio de 2018

Literatura y fútbol/ 14 - Elegía al guardameta - Miguel Hernández - España


Miguel Hernández también jugó al fútbol, concretamente como extremo derecha en un equipo formado por vecinos de su pueblo, Orihuela. Al equipo lo llamaban 'La Repartidora', no pregunten por qué. No debía de ser muy rápido corriendo la banda, porque lo apodaban 'Barbacha', que es una especie de caracol muy apreciado en su tierra.

Miguel tenía especial cariño por su portero, Manuel Soler, 'Lolo', así que le dedicó este poema.

El poema hay que explicarlo un poco:

Parece ser que en 1931, al despejar un córner, Lolo se abrió la cabeza con un poste, "como un sexo femenino", y tuvieron que coser y vendar "aquella granada de tristeza". A raíz de este hecho, Miguel Hernández imaginó que Lolo había muerto y fichaba como guardameta del equipo del cielo como un nuevo "sampedro" y escribió esta elegía.
En ella, el árbitro se convierte en "domador de jugadores" o "director de bravura", su silbato es un "grillo de plata", la cancha es "alpiste verde de sosiego de tiza jalonado", la portería "puerta de cáñamo añudado" o "jaulón medio de lino", el portero "araña parda" (treinta años antes de que al mítico portero ruso Lev Yashin lo llamaran así), las banderas de los jueces de línea pasan a ser "delación de las faltas, mensajeras de colores", la aglomeración de jugadores en el área para defender o rematar un córner la define como "tumulto de breves pantalones", la estirada del portero es "pez y fugaz", al balón lo llama "esfera terrenal" o "seno ambulante"...


A Lolo, sampedro joven en la portería del cielo de Orihuela
Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?

En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.

Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.

Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina.

Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.

Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.

Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.

Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.

Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.

Fue un plongeón mortal. Con cuánto tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza.

Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera.

Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.

¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida.

Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.

Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.

A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.

El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.

2 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Faltaba Miguel. Su poesía siempre hace falta. Sea cual fuere la temática. Faltaba su mirada diferente siempre nueva. Faltaba el Miguel futbolero, el que yo más quiero... Y menos mal que no falta la explicación (inestimable información) a la mágica habitual sonoridad de sus versos. Par mí el más grande, Miguel, por vida y obra. No excluyo con esto a muchos otros poetas, son maneras de decir que tenemos los porteños, son gustos o cuestión de conexión o frecuencia. Miguel o Barbacha (me desasno, aunque no creo que exista nada más veloz que el rayo que no cesa) es para mí como Bob, como Gardel, como Astor, como Diego, como tantos... el más grande, desde mi porteña exageración para demostrarle afecto y respetuosa incondicionalidad.

Juan Nadie dijo...

Cómo sos los porteños! ¿Exagerados? No. Le otorgás a las cosas el valor que merecen.
'Barbacha', nada más veloz que "el rayo que no cesa". Genial.