El arbitro es arbitrario por definición. Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera. Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula los goles. Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo que castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja al exilio.
Los jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera. Solo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón se persigna antes de entrar, no bien se asoma ante la multitud que ruge.
Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única unanimidad del fútbol: todos lo odian. Lo silban siempre, jamás lo aplauden.
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el tiempo. Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso que jadea sin descanso entre los veintidós jugadores; y en recompensa de tanto sacrificio, la multitud aúlla exigiendo su cabeza. Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro esta obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia se le ha sido otorgada. Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo todo el público recuerda a su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo si él no existiera. Cuanto más lo odian, más lo necesitan.
Durante más de un siglo el árbitro se vistió de luto. ¿Por quién? Por él. Ahora disimula con colores.
2 comentarios:
El que hace el trabajo sucio escudado en el "reglamento de la interpretación" cuyo contenido supera largamente un reglamento de no muchas hojas, que más bien parece un resumen, una edición de bolsillo, el que blandiendo su silbato, sus tarjetas y ocultando bajo el poncho de los intereses en juego infinidad de varas con las que siempre mide invariablemente diferente y por lo tanto injustamente... Si al menos en tales instancias tuviera la dignidad de expulsarse a sí mismo o de expulsar a los líneas que sólo ellos ven inexistentes fueras de juego...
Genial.
Uno siempre se ha preguntado qué lleva a una persona a ser árbitro de fútbol, o referí, como decís por allá. Es incomprensible, al menos para mí. ¿Por qué alguien se cree capacitado para juzgar algo? Aquí meto a los jueces en general. ¿Por qué quieren ser jueces, por qué pretenden decidir sobre la vida de otra persona? Vale, ya sé que tienen que existir en la sociedad en que vivimos, pero qué les lleva a eso? No lo entenderé jamás.
Publicar un comentario