POSTERIOR a mí mismo, enfermo, salgo todas las mañanas de un sueño que no sé si es desvanecimiento. Mi despertar tiene algo de resurrección. Es casi un resucitar, sí. Pero un resucitar sin júbilo, un volver a la vida para echar una mirada vacía en torno, para comprobar que todo está en orden -en desorden- y que puede uno volver a morirse tranquilamente. Y para qué hablar de los periódicos. No pido el periódico, no lo busco, pero si me llega, si me lo traen, le echo una ojeada como quien se toma una purga. Cómo está el mundo. Como siempre, claro. Sigue la sangre, la muerte, el espectáculo bochornoso que la humanidad viene dando desde el principio de los siglos. Lo nuestro no tiene arreglo. El hombre es decididamente mediocre y nunca hará carrera. Francia ensaya ahora sus bombas atómicas. A la gente le asusta mucho esto de la bomba atómica. ¿Por qué? Yo creo que, después de tantos siglos de sangre, matanzas, crueldad y obstinación, lo más digno que puede hacer la humanidad es suicidarse colectivamente, globalmente, y terminar de una vez. [...]
SÓLO encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.
Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este medio día con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar.
ELLA ha madrugado, inquieta, movida por un secreto, por una alegría pequeña -qué triste picardía la suya- y se ha movido por la casa con más vivacidad, como cuando tú vivías, y ha traído de la calle dos rosas rojas, dos flores forradas de verde, que eran la clave de su secreto, el centro de su pequeña y tierna conspiración, porque algo había que hacer, hijo, y las dos rosas estuvieron ahí, lumbre de una alegría remota en lo gris del hogar.
Diría yo, sí, que fue ella a lo más remoto de nuestra dicha, al fondo de los días, al bajorrelieve de la memoria, allí donde aún ríes entre conchas doradas, para cortar esas dos flores -que en realidad son del mercado- y hacer que por última vez prenda en esta casa la luz de un tiempo en que éramos alegres. A la tarde, escucha, fuimos apresurados, silenciosos, sonámbulos, en el fondo de un coche, hacia el hueco doloroso, lejano, y el otoño estaba rojo, dorado, lento, espeso, como si tú existieras, y cruzamos tantas arboledas, hijo, tanto espesor de muertos, tanta luz acumulada en las márgenes de la tarde, para sumirnos en el túnel azul e inexistente en que no nos esperas, y llevábamos las dos rosas, como un reclamo para tu sangre, una llamada de lo rojo a lo rojo, de la vida a la vida, de la vida -ay- a la muerte.
SÓLO encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.
Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este medio día con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar.
ELLA ha madrugado, inquieta, movida por un secreto, por una alegría pequeña -qué triste picardía la suya- y se ha movido por la casa con más vivacidad, como cuando tú vivías, y ha traído de la calle dos rosas rojas, dos flores forradas de verde, que eran la clave de su secreto, el centro de su pequeña y tierna conspiración, porque algo había que hacer, hijo, y las dos rosas estuvieron ahí, lumbre de una alegría remota en lo gris del hogar.
Diría yo, sí, que fue ella a lo más remoto de nuestra dicha, al fondo de los días, al bajorrelieve de la memoria, allí donde aún ríes entre conchas doradas, para cortar esas dos flores -que en realidad son del mercado- y hacer que por última vez prenda en esta casa la luz de un tiempo en que éramos alegres. A la tarde, escucha, fuimos apresurados, silenciosos, sonámbulos, en el fondo de un coche, hacia el hueco doloroso, lejano, y el otoño estaba rojo, dorado, lento, espeso, como si tú existieras, y cruzamos tantas arboledas, hijo, tanto espesor de muertos, tanta luz acumulada en las márgenes de la tarde, para sumirnos en el túnel azul e inexistente en que no nos esperas, y llevábamos las dos rosas, como un reclamo para tu sangre, una llamada de lo rojo a lo rojo, de la vida a la vida, de la vida -ay- a la muerte.
11 comentarios:
No pudo pasar ni dejar de volver al segundo párrafo. Dijiste que Félix Grande dijo que había creado un monumento a la literatura. Agréguenle, inmortal, y pónganlo donde quieran.
Garcias, Juan, me has revelado varios, pero éste es el maestro de todos ellos.
Y, sin embargo, todavía en este país se sigue considerando a Umbral básicamente como ariculista de periódicos. Es que escribió más de 15.000 artículos.
Y en algún artículo que otro parecía que descargaba algún tipo de rabia contra las mujeres.
Para mí, "Mortal y rosa" ha sido uno de los mejores descubrimientos de los últimos tiempos.
Pues me alegro, porque "Mortal y rosa" es una de las joyas literarias del siglo XX en lengua española, no creo que nadie se atreva a discutirlo.
Lo de la rabia contra las mujeres es uno de los muchos tópicos referidos a Umbral que han quedado en el estúpido imaginario colectivo de cierta gente que es incapaz de ver más allá. Es falso, naturalmente.
No sé, no sé, recuerdo uno sobre una violación que dejaba bastante que desear.
Bueno, nadie es perfecto, que diría Billy Wilder. No sé, quizá habría que leer de nuevo ese artículo.
Para poder hablar justamente sobre esa sombra de misoginia (literaria) que pesa sobre Umbral, habría que conocer su obra entera, yo no la conozco para poder hablar con pleno conocimiento, pero sí he encontrado alguna vez ramalazos misóginos (no tan brutales como los de Bukowski, desde luego), al margen del imaginario colectivo.
Yo tampoco conozco toda su obra, es misión casi imposible, pero sí es verdad que a veces tiene ramalazos misóginos que no tienen un pase... si no valoramos la obra en su conjunto. Y en la obra en conjunto yo veo admiración por la mujer. (Yo, insisto).
Igual era exceso de admiración lo que tenía:)
Seguramente, pero se lo perdonamos :-)
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