Chet Baker - Like Someone In Love

jueves, 5 de marzo de 2015

Elegías de Duino/ 9 - Rainer Maria Rilke - República Checa (Imperio austrohúngaro)


DIE ACHTE ELEGIE

Warum, wenn es angeht, also die Frist des Daseins
hinzubringen, als Lorbeer, ein wenig dunkler als alles
andere Grün, mit kleinen Wellen an jedem
Blattrand (wie eines Windes Lächeln) –: warum dann
Menschliches müssen – und, Schicksal vermeidend,
sich sehnen nach Schicksal?...

Oh, nicht, weil Glück ist,
dieser voreilige Vorteil eines nahen Verlusts.
Nicht aus Neugier, oder zur Übung des Herzens,
das auch im Lorbeer wäre.....

Aber weil Hiersein viel ist, und weil uns scheinbar
alles das Hiesige braucht, dieses Schwindende, das
seltsam uns angeht. Uns, die Schwindendsten. Ein Mal
jedes, nur ein Mal. Ein Mal und nicht mehr. Und wir auch
ein Mal. Nie wieder. Aber dieses
ein Mal gewesen zu sein, wenn auch nur ein Mal:
irdisch gewesen zu sein, scheint nicht widerrufbar.

Und so drängen wir uns und wollen es leisten,
wollens enthalten in unsern einfachen Händen,
im überfüllteren Blick und im sprachlosen Herzen.
Wollen es werden. – Wem es geben? Am liebsten
alles behalten für immer... Ach, in den andern Bezug,
wehe, was nimmt man hinüber? Nicht das Anschaun, das hier
langsam erlernte, und kein hier Ereignetes. Keins.
Also die Schmerzen. Also vor allem das Schwersein,
also der Liebe lange Erfahrung, – also
lauter Unsägliches. Aber später,
unter den Sternen, was solls: die sind besser unsäglich.
Bringt doch der Wanderer auch vom Hange des Bergrands
nicht eine Hand voll Erde ins Tal, die Allen unsägliche, sondern
ein erworbenes Wort, reines, den gelben und blaun
Enzian. Sind wir vielleicht hier, um zu sagen: Haus,
Brücke, Brunnen, Tor, Krug, Obstbaum, Fenster, –
höchstens: Säule, Turm.... aber zu sagen, verstehs,
oh zu sagen so, wie selber die Dinge niemals
innig meinten zu sein. Ist nicht die heimliche List
dieser verschwiegenen Erde, wenn sie die Liebenden drängt,
daß sich in ihrem Gefühl jedes und jedes entzückt?
Schwelle: was ists für zwei
Liebende, daß sie die eigne ältere Schwelle der Tür
ein wenig verbrauchen, auch sie, nach den vielen vorher
und vor den Künftigen ...., leicht.

Hier ist des Säglichen Zeit, hier seine Heimat.
Sprich und bekenn. Mehr als je
fallen die Dinge dahin, die erlebbaren, denn,
was sie verdrängend ersetzt, ist ein Tun ohne Bild.
Tun unter Krusten, die willig zerspringen, sobald
innen das Handeln entwächst und sich anders begrenzt.
Zwischen den Hämmern besteht
unser Herz, wie die Zunge
zwischen den Zähnen, die doch,
dennoch, die preisende bleibt.

Preise dem Engel die Welt, nicht die unsägliche, ihm
kannst du nicht großtun mit herrlich Erfühltem; im Weltall,
wo er fühlender fühlt, bist du ein Neuling. Drum zeig
ihm das Einfache, das, von Geschlecht zu Geschlechtern gestaltet,
als ein Unsriges lebt, neben der Hand und im Blick.
Sag ihm die Dinge. Er wird staunender stehn; wie du standest
bei dem Seiler in Rom, oder beim Töpfer am Nil.
Zeig ihm, wie glücklich ein Ding sein kann, wie schuldlos und unser,
wie selbst das klagende Leid rein zur Gestalt sich entschließt,
dient als ein Ding, oder stirbt in ein Ding –, und jenseits
selig der Geige entgeht. – Und diese, von Hingang
lebenden Dinge verstehn, daß du sie rühmst; vergänglich,
traun sie ein Rettendes uns, den Vergänglichsten, zu.
Wollen, wir sollen sie ganz im unsichtbarn Herzen verwandeln
in – o unendlich – in uns! Wer wir am Ende auch seien.
Erde, ist es nicht dies, was du willst: unsichtbar
in uns erstehn? – Ist es dein Traum nicht,
einmal unsichtbar zu sein? – Erde! unsichtbar!
Was, wenn Verwandlung nicht, ist dein drängender Auftrag?
Erde, du liebe, ich will. Oh glaub, es bedürfte
nicht deiner Frühlinge mehr, mich dir zu gewinnen –, einer,
ach, ein einziger ist schon dem Blute zu viel.
Namenlos bin ich zu dir entschlossen, von weit her.
Immer warst du im Recht, und dein heiliger Einfall
ist der vertrauliche Tod.

Siehe, ich lebe. Woraus? Weder Kindheit noch Zukunft
werden weniger ....... Überzähliges Dasein
entspringt mir im Herzen.,
so leben wir und nehmen immer Abschied.


NOVENA ELEGÍA*

¿Por qué, si es posible
pasar el tiempo de nuestra escasa existencia
como un laurel1
-un poco más oscuro que cualquier otro verdor,
orlado el borde de cada una de sus hojas por menudas ondas
(semejantes al leve sonreír de la brisa)-,
tener, pues, que ser humanos,
y queriendo evitar el destino,
anhelar el destino?

¡Oh, no es porque exista la felicidad
-ese beneficio anticipado de una inminente pérdida-,
ni por curiosidad, o por mero ejercicio del corazón,
que también estaría en el laurel...!

Sino porque estar aquí ya es mucho.
Y porque parecen necesitarnos todas las cosas de aquende
-tan huidizas-, que nos requieren
de tan extraña manera-
¡sí, a nosotros, los más fugaces...!
Nos requieren una vez cada una,
sólo una vez;
una vez y no más...
Y nosotros también: una vez;
una vez solamente,
y después nunca más.
Pero esto: haber estado en el mundo
-aunque sólo fuera una vez-,
haber tenido una existencia terrena,
no parece que pudiera ser revocado...

Y así nos afanamos intentando realizarla,
tratando de abarcarla con nuestras simples manos,
con nuestra mirada desbordante, cada vez más plena,
y nuestro corazón, ya sin palabras. La existencia...
Queremos ser ella, hacerla nuestra.
Para darla ¿a quién? Sería preferible
retenerla del todo y para siempre...
¡Ah!, pero ¿qué podemos llevar, míseros,
a ese reino de distintas relaciones? No por cierto el mirar,
que aprendimos tan lentamente aquí,
y nada acontecido aquende, nada.
Luego acaso el sufrimiento,
acaso ante todo esta opresiva pesantez,
y la larga experiencia del amor -
nada, en fin, sino lo indecible.
Pero más tarde, bajo las estrellas,
¿de qué nos serviría todo eso?
Ellas son aún más indecibles...
El caminante no trae de la lejana ladera
de la montaña al valle
un puñado de tierra
para todos indecible,
sino alguna pura palabra que mereció
y conquistó: la genciana amarilla
y azul2... ¿Acaso estamos aquí
para decir tan sólo casa, puente,
fuente, puerta, cántaro, ventana, árbol frutal
o -a lo más- columna y torre...? No,
sino para decir -oh, entiéndelo-, para decir así
todo aquello que las cosas mismas, en su más hondo interior,
jamás creyeron ser. ¿No es acaso
una secreta astucia de este mundo sigiloso
urgir a los amantes para que transfiguren todo
en su arrobado sentimiento? Umbral:
¿qué significa para los amantes
desgastar levemente el umbral de aquella puerta,
tan anterior a ellos; gastarlo ellos también,
tras de la multitud de los que fueron
y precediendo a los que advendrán...?

Aquí está el tiempo de lo que puede ser dicho;
aquí está su patria. Habla y reconoce:
más que nunca declina y pasa aquello que puede ser vivido,
desplazado por un quehacer informe,
quehacer bajo cortezas que voluntariamente estallan
tan pronto como la acción que encubren
las supera y adquiere otro perfil.
Nuestro corazón perdura entre martillos
como entre los dientes la lengua, que
-sin embargo y a pesar de todo-
es la otorgadora de alabanzas.

Haz ante el ángel la alabanza del mundo,
mas no la del mundo inefable
pues ante él no puedes jactarte de la magnificencia sentida -
en ese universo que él experimenta más vivamente que tú
eres apenas un recién arribado.
Por eso muéstrale algo sencillo que,
configurado de generación en generación,
viva al alcance de nuestra mano y en nuestra mirada
como algo que nos es propio.
Háblale de las cosas. Se asombrará,
como tú, ante el cordelero de Roma
o el alfarero del Nilo. Enséñale
cuán feliz puede ser una cosa,
qué inocente y qué nuestra,
y cómo aun el fiero dolor que se queja y revuelve
decide -puro- adoptar una forma
y sirve, transformado en objeto,
o muere encerrado en él,
para luego escapar venturoso
más allá de la sonoridad del violín.
Y estas cosas que viven en tránsito
comprenden que tú las celebres.
Pasajeras, confían su salvación a nosotros,
los más transitorios de todos.
Quieren que dentro de nuestro corazón invisible
las tranformemos -oh, infinitamente- en nosotros mismos,
quienes quiera que fuésemos al final.

Tierra, ¿no es esto lo que tú quieres:
renacer, invisible, en nosotros?
¿No es acaso tu sueño llegar a ser invisible?
¡La Tierra, invisible!
¿Cuál es tu imperioso mandato sino la absoluta transformación?
Tierra, amada, sí quiero.
Oh, créelo, ya no son necesarias tus primaveras
para conquistarme -
una, ay, sólo una
es ya demasiado para mi sangre.
Más allá de cualquier nombre y desde hace mucho
estoy resuelto a ser tuyo. Siempre tuviste razón,
y tu inspiración más sagrada
es la muerte familiar y cercana.

Mira, yo vivo ¿de qué?
Ni la infancia ni el provenir disminuyen...
Una más que numerosa existencia
me brota en el corazón.
De Elegías de Duino, 1912-1922
Versión de Uwe Frisch

* Los versos 1 al 6 y 77 al 79 del poema original fueron escritos en Duino en marzo de 1912, o posiblemente en Ronda o en París durante 1913; el resto en Muzot, el 9 de febrero de 1922. 
1 El castillo de Duino tenía laureles. Dafne se convirtió en laurel para escapar de Apolo: símbolo de la fuga del destino humano, rumbo a la serenidad vegetal. 
2 En algunas regiones de Europa se atribuye propiedades mágicas contra la muerte a la genciana, que tiene variedades azules y amarillas (Barjau).

5 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Complejísima. Ésta, en especial, para releer.

Juan Nadie dijo...

Para ler a Rilke casi hay que hacer un master. Pero atrapa.

carlos perrotti dijo...

Y no te suelta.

marian dijo...

No es por llevar la contraria, para mí ha sido la menos compleja.

Juan Nadie dijo...

No se, la verdad es que todas son bastante complejas, hasta al propio Rilke se lo parecian, como podreis apreciar en el ultimo capitulo de la serie, que saldra dentro de cuatro dias. (Obviar los acentos, please)