La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.
Adentro de su canción hay un vestido azul, hay
un caballo blanco, hay un corazón verde tatuado
con los ecos de los latidos de su corazón
muerto.
Expuesta a todas las perdiciones, ella
canta junto a una niña extraviada que es ella:
su amuleto de la buena suerte. Y a pesar de la
niebla verde en los labios y del frío gris en los
ojos, su voz corroe la distancia que se abre entre
la sed y la mano que busca el vaso.
* Joe hace que la música de la noche anterior... Esta frase está entresacada del poema de Bertholt Brecht Der Bilbao Song, musicado por Kurt Weill. No hay ninguna referencia de que Brecht estuviese en la capital vizcaína para componer su Bilbao Song. Posiblemente el título no sea más que un pequeño juego eufónico (Bills Ballhhaus / Bilbao), pero Bilbao y Brecht quedarán unidos para siempre por esta canción que habla de un Salón de Baile-Cabaret en Bilbao, "el mejor de todo el Continente", donde tienes todo lo que tu dinero puede pagar y donde la música acompaña a veces la llegada de peligrosos delincuentes que se mezclan con las parejas de amantes.
Fa una nit clara i tranquil.la,
hi ha la lluna que fa llum,
els convidats van arribant
i van omplint tota la casa
de colors i de perfums.
Heus aquí a Blancaneus,
en Pulgarcito, els Tres Porquets,
el gos Snoopy i el seu secretari Emili,
i en Simbad, l'Ali-Baba i en Gullivert.
Oh, benvinguts, passeu passeu,
de les tristors en farem fum,
a casa meva és casa vostra
si és que hi ha cases d'algú.
Hola Jaimito, i doña Urraca,
i en Carpanta, i Barba-Azul,
i Frankenstein, i l'Home-Llop,
i el Compte Dràcula, i Tarzan,
la mona Chita i Peter Pan,
la senyoreta Marieta de l'ull viu
ve amb un soldat,
els Reis d'Orient, Papa Noël,
el pato Donald i en Pasqual,
la Pepa Maca i Superman.
Bona nit senyor King Kong,
senyor Asterix i en Taxi-Key,
Roberto Alcazar i Pedrín,
l'Home del Sac, i en Patufet,
senyor Charlot, senyor Obelix
en Pinotxo ve amb la Monyos
agafada del bracet,
hi ha la dona que ven globus,
la família Ulises,
i el Capitán Trueno en patinet.
I a les dotze han arribat
la Fada Bona i Ventafocs,
en Tom i Jerry, la bruixa Calixta,
Bambi i Moby Dick,
i l'emperatriu Sissi,
i Mortadelo, i Filemón,
i Guillem Brown, i Guillem Tell,
la Caputxeta Vermelleta,
el Llop Ferotge, i el Caganer,
en Cocoliso i en Popei.
Oh, benvinguts, passeu passeu,
ara ja no falta ningú,
o potser sí, ja me n'adono
que tan sols hi faltes tu,
també pots venir si vols,
t'esperem, hi ha lloc per tots.
el temps no conta, ni l'espai,
qualsevol nit pot sortir el sol.
CUALQUIER NOCHE PUEDE SALIR EL SOL
Hace una noche clara y tranquila, está la luna que da luz, los invitados van llegando y van llenando toda la casa de colores y de perfumes.
He aquí a Blancanieves, Pulgarcito, los Tres Cerditos, el perro Snoopy y su secretario Emilio, y Simbad, Ali Babá y Gulliver.
Oh, bienvenidos, pasad, pasad, de las tristezas haremos humo mi casa es vuestra casa, si es que hay casas de alguien.
Hola Jaimito, y doña Urraca, y Carpanta y Barbazul, y Frankenstein y el Hombre Lobo, y el conde Drácula y Tarzán, la mona Chita y Peter Pan, la señorita Marieta del ojo vivo viene con un soldado, los Reyes de Oriente, Papa Noel, el pato Donald y Pascual, la Pepa Maca y Superman.
Buenas noches señor King Kong, señor Asterix y Taxi-Key, Roberto Alcázar y Pedrín, el Hombre del Saco y Patufet, señor Charlot, señor Obélix, Pinocho viene con la Moños cogida del brazo, está la mujer que vende globos, la familia Ulises y el Capitán Trueno en patinete.
Y a las doce han llegado la Hada Buena y Cenicienta Tom y Jerry, la bruja Calixta, Bambi y Moby Dick y la emperatriz Sissí, y Mortadelo y Filemón, y Guillermo Brown y Guillermo Tell, la Caperucita Roja, el Lobo Feroz, y el Caganer Cocoliso y Popeye.
Oh, bienvenidos, pasad, pasad, ahora ya no falta nadie, o quizás sí, ya me doy cuenta que sólo faltas tú, también puedes venir si quieres, te esperamos, hay sitio para todos el tiempo no cuenta, ni el espacio, cualquier noche puede salir el sol.
Dedicado a los que tenemos más de cincuenta. También a los que tienen menos. A los niños, a quienes están próximos a volver a serlo y a quienes ya lo consiguieron; sobre todo a estos.
Ayer se celebró en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, como todos los años desde 1976, la ceremonia de entrega del Premio Cervantes, que este año le fue concedido al poeta chileno Nicanor Parra. Don Nica no se presentó. Está demasiado mayor, o no le apeteció, con estos ácratas nunca se sabe. No importa, nosotros le vamos a dedicar un poema que él a su vez dedicó a su hermana Violeta hace un montón de años.
Dulce vecina de la verde selva
Huésped eterno del abril florido
Grande enemiga de la zarzamora
Violeta Parra.
Jardinera
locera
costurera
Bailarina del agua transparente
Árbol lleno de pájaros cantores
Violeta Parra.
Has recorrido toda la comarca
Desenterrando cántaros de greda
Y liberando pájaros cautivos
Entre las ramas.
Preocupada siempre de los otros
Cuando no del sobrino
de la tía
Cuándo vas a acordarte de ti misma
Viola piadosa.
Tu dolor es un círculo infinito
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.
Cuando se trata de bailar la cueca
De tu guitarra no se libra nadie
Hasta los muertos salen a bailar
Cueca valseada.
Cueca de la Batalla de Maipú
Cueca del Hundimiento del Angamos
Cueca del Terremoto de Chillán
Todas las cosas.
Ni bandurria
ni tenca
ni zorzal
Ni codorniza libre ni cautiva
Tú
solamente tú
tres veces tú
Ave del paraíso terrenal.
Charagüilla gaviota de agua dulce
Todos los adjetivos se hacen pocos
Todos los sustantivos se hacen pocos
Para nombrarte.
Poesía
pintura
agricultura
Todo lo haces a las mil maravillas
Sin el menor esfuerzo
Como quien se bebe una copa de vino.
Pero los secretarios no te quieren
Y te cierran la puerta de tu casa
Y te declaran la guerra a muerte
Viola doliente.
Porque tú no te vistes de payaso
Porque tú no te compras ni te vendes
Porque hablas la lengua de la tierra
Viola chilensis.
¡Porque tú los aclaras en el acto!
Cómo van a quererte
me pregunto
Cuando son unos tristes funcionarios
Grises como las piedras del desierto
¿No te parece?
En cambio tú
Violeta de los Andes
Flor de la cordillera de la costa
Eres un manantial inagotable
De vida humana.
Tu corazón se abre cuando quiere
Tu voluntad se cierra cuando quiere
Y tu salud navega cuando quiere
Aguas arriba!
Basta que tú los llames por sus nombres
Para que los colores y las formas
Se levanten y anden como Lázaro
En cuerpo y alma.
¡Nadie puede quejarse cuando tú
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!
Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.
Rayos son los que salen de tu voz
Hacia los cuatro puntos cardinales
Vendimiadora ardiente de ojos negros
Violeta Parra.
Se te acusa de esto y de lo otro
Yo te conozco y digo quién eres
¡Oh corderillo disfrazado de lobo!
Violeta Parra.
Yo te conozco bien
hermana vieja
Norte y sur del país atormentado
Valparaíso hundido para arriba
¡Isla de Pascua!
Sacristana cuyaca de Andacollo
Tejedora a palillo y a bolillo
Arregladora vieja de angelitos
Violeta Parra.
Los veteranos del Setenta y nueve
Lloran cuando te oyen sollozar
En el abismo de la noche oscura
¡Lámpara a sangre!
Cocinera
niñera
lavandera
Niña de mano
todos los oficios
Todos los arreboles del crepúsculo
Viola funebris.
Yo no sé qué decir en esta hora
La cabeza me da vueltas y vueltas
Como si hubiera bebido cicuta
Hermana mía.
Dónde voy a encontrar otra Violeta
Aunque recorra campos y ciudades
O me quede sentado en el jardín
Como un inválido.
Para verte mejor cierro los ojos
Y retrocedo a los días felices
¿Sabes lo que estoy viendo?
Tu delantal estampado de maqui.
Tu delantal estampado de maqui
¡Río Cautín!
¡Lautaro!
¡Villa Alegre!
¡Año mil novecientos veintisiete
Violeta Parra!
Pero yo no confío en las palabras
¿Por qué no te levantas de la tumba
A cantar
a bailar
a navegar
En tu guitarra?
Cántame una canción inolvidable
Una canción que no termine nunca
Una canción no más
una canción
Es lo que pido.
Qué te cuesta mujer árbol florido
Álzate en cuerpo y alma del sepulcro
Y haz estallar las piedras con tu voz
Violeta Parra
Esto es lo que quería decirte
Continúa tejiendo tus alambres
Tus ponchos araucanos
Tus cantaritos de Quinchamalí
Continúa puliendo noche y día
Tus toromiros de madera sagrada
Sin aflicción
sin lágrimas inútiles
O si quieres con lágrimas ardientes
Y recuerda que eres
Un corderillo disfrazado de lobo.
Pero ¿qué tiene este hombre?
Toda la tarde (ayer, anteayer y hoy) está sentado con
los ojos clavados en el fuego;
esta tarde conmigo ha tropezado al bajar la escalera
y me ha dicho:
"El cuerpo muere, el agua se enturbia, el alma
vacila
y el viento olvida; todo olvida,
pero el fuego no cambia".
Me ha dicho también:
"Sabe, amo a una mujer que se fue tal vez al otro
mundo; no es esto lo que me hace parecer tan
desolado,
trato de sostenerme en una llama,
porque no cambia".
Después me contó la historia de su vida.
2. Niño
Cuando empecé a crecer, los árboles me torturaban:
"¿Por qué sonríe? ¿Su pensamiento voló a la prima-
vera que es tan dura con los niños pequeños?"
Las hojas verdes me gustaban mucho;
si aprendí algunas cosas creo que fue porque el
secante que guardaba en el pupitre era también
verde;
me torturaron las raíces de los árboles cuando venían
en el calor del invierno a enrollarse en torno de
mi cuerpo.
No tenía otros sueños yo de niño:
así conocí mi cuerpo.
3. Adolescente
Un verano -tenía yo dieciséis años- una voz
extraña cantaba en mis oídos;
fue -recuerdo- a la orilla del mar, entre las redes
rojas y una barca olvidada en la arena como un
esqueleto.
Traté de acercarme a aquella voz aplicando mi oído
a la arena;
la voz se perdió,
pero cayó una estrella
como si viera yo por vez primera una estrella caer
y en los labios el sabor salado de la ola.
Las raíces de los árboles la noche aquella no volvie-
ron ya.
Al otro día un viaje se abrió en mi pensamiento y se
volvió a cerrar como un libro de imágenes;
soñaba con volver a la playa cada tarde
para primero conocer la playa y partir después hacia
alta mar.
Al tercer día a una muchacha amé sobre una cima;
tenía una casita blanca como una ermita;
una madre anciana en la ventana con las gafas
pegadas a la aguja, siempre silenciosa;
un tiesto de albahaca, un tiesto de claveles;
se llamaba, creo, Vaso, Frosso o Bilio;
así olvidé yo el mar.
Un lunes de octubre
ante la casita blanca hallé un cántaro roto.
Vaso -para abreviar- apareció con un vestido
negro, el pelo despeinado y los ojos rojos
cuando le pregunté:
"Murió, el médico dice que murió por no haber
degollado un gallo negro en los cimientos...
dónde encontrar un gallo negro por aquí... sólo
bichos blancos... y en el mercado las aves las
venden ya peladas".
La tristeza y la muerte no las imaginaba así;
me fui y volví al mar.
En el "San Nicolás" sobre cubierta aquella noche
soñé con un olivo viejo que lloraba.
4. Joven
Con el capitán Odiseo viajé un año,
fui feliz:
en el buen tiempo me acomodaba en la proa cerca de
la sirena,
canté sus labios rojos contemplando los peces vola-
dores,
en las tormentas me hundía en una esquina de la cala
con el perro del barco que daba calor.
Al acabar el año yo vi una madrugada minaretes
y me dijo el patrón:
"Es Santa Sofía, te llevaré a la tarde de mujeres".
Así conocí las mujeres que sólo llevan medias;
aquellas que elegimos, desde luego.
Era un lugar extraño;
un patio con dos nogales, una parra, un pozo
y, en torno, la pared con cristales rotos en el borde.
Un canal cantaba "Al correr de mi vida".
Entonces vi por primera vez un corazón
traspasado por una flecha conocida
pintada con carbón en la pared.
Vi amarillas las hojas de la parra
caídas en la tierra,
pegadas al barro miserable, al pavimento,
y di un paso atrás para volver al barco.
Entonces el patrón me cogió por el cuello y me
arrojó en el pozo:
¡qué caliente el agua y tanta vida en torno de la piel!
Después me dijo la muchacha jugando distraída con
su seno derecho:
"Soy de Rodas, por cien duros me desposaron a los
trece años".
Y el canal cantaba "Al correr de mi vida".
Me acordé del cántaro roto en aquella tarde fresca
y pensé:
"¿Morirá también ésta, cómo morirá?"
Le dije solamente:
"Ten cuidado, vas a estropearlo y es tu vida".
Por la tarde en el barco no pude acercarme a la sirena,
estaba avergonzado.
5. Hombre
He visto desde entonces muchos paisajes nuevos: campos verdes en que el cielo y la tierra, el hombre y la semilla se confunden en una humedad irresistible; plátanos y abetos; lagos con visiones arrugadas y cisnes inmortales porque habían perdido ya su voz, decoraciones que desplegaba mi compañero voluntario -este comediante errante- mientras tocaba una bocina larga que le había destrozado los labios, y con voz penetrante como la trompeta de Jericó derrumbaba lo que yo llegaba a construir. Vi también un cuadro viejo en una sala de techo bajo; mucha gente lo admiraba. Representaba la resurrección de Lázaro. No recuerdo ni a Lázaro ni a Cristo. Sólo, en una esquina, la repugnancia pintada en una cara que miraba el milagro como si oliera. Trataba de proteger su aliento con un pañuelo enorme que a lo largo del cuerpo le colgaba. Este señor del Renacimiento me enseñó a no esperar gran cosa del Juicio Universal.
Nos decían: "Venceréis cuando estéis sometidos". Nos sometimos y hallamos la ceniza. Nos decían: "Venceréis cuando améis". Amamos y hallamos la ceniza. Nos decían: "Venceréis cuando dejéis la vida". Dejamos nuestra vida y hallamos la ceniza.
Hallamos la ceniza. Nos falta encontrar de nuevo nuestra vida ahora que no tenemos nada. Me imagino que el que vuelva a hallar la vida, a pesar de tantos papeles, tantas luchas y tantas enseñanzas, será alguien como nosotros, sólo que un poco más tenaz en el recuerdo. Para nosotros no es posible, recordamos todavía lo que dimos. Aquél recordará tan sólo sus ganancias por cada una de sus ofrendas. ¿Qué puede recordar una llama? Si recuerda un poco menos de lo necesario, se apaga; si recuerda un poco más de lo necesario, se apaga. ¡Si pudiera enseñarnos, cuando arde, a recordar con precisión! Acabé. ¡Si hubiera, al menos, otro que empezara donde yo he terminado! Hay momentos en que tengo la impresión de haber llegado al fin, de que todas las cosas se encuentran en su sitio, conjuntadas, dispuestas a cantar. La máquina a punto de ponerse en marcha. Puedo, desde luego, imaginarla viva, en movimiento, como algo insospechadamente nuevo. Pero queda algo todavía, un obstáculo mínimo, un grano de arena que se hace más pequeño, más pequeño sin poder jamás aniquilarse. No sé qué tengo que decir ni lo que debo hacer. Este obstáculo se me presenta a veces como un núcleo de lágrimas hundido en cierta juntura de la orquesta sin dejarla sonar hasta que se disuelva. Y tengo el presentimiento insoportable de que toda la vida que me queda no será suficiente para disolver esta gota dentro de mi alma. Y me persigue el pensamiento de que este instante inacabable sería el último en rendirse si me quemaran vivo.
¿Quién nos ayudaría? Una vez, cuando andaba en los barcos todavía, un mediodía de julio, me encontré solo en una isla, deshecho bajo el sol. Un viento suave me traía tiernos pensamientos, cuando vinieron a sentarse, un poco más allá, una mujer con un vestido transparente que dejaba adivinar su cuerpo, delgado y fuerte como el de una cierva, y un hombre silencioso que, a cierta distancia, la miraba a los ojos. Hablaban una lengua que yo no comprendía. Le llamaba Jim. Sus palabras, sin embargo, no tenían peso y sus miradas, confundidas e inmóviles, dejaban sus ojos ciegos. Pienso siempre en ellos por ser las únicas personas que he visto en mi vida sin tener ese aire rapaz o ya batido que he hallado en todos los demás. Ese aire que los hace pertenecer al rebaño de los lobos o al rebaño de los corderos. Las volví a encontrar el mismo día en una de esas capillas isleñas que encuentra uno al pasear y que pierde apenas sale de ellas. Mantenían siempre la misma distancia y después se acercaban y se besaban. La mujer se convirtió en una imagen oscura y desapareció, pequeña como era. Me pregunto si sabían que estaban fuera de las redes del mundo...
Es hora de que parta. Conozco un pino que se inclina cerca de un mar. Al mediodía regala al cuerpo fatigado una sombra medida como nuestra vida, y a la tarde, el viento pasando a través de sus agujas, entona una canción extraña, como almas que abolieron la muerte en el instante de volver a convertirse en piel y labios. Una vez pasé la noche en vela debajo de este árbol. Al alba estaba nuevo, como si entonces mismo me hubieran tallado en la cantera.
¡Ay! ¡Si al menos se pudiera vivir de esta manera! No importa.
Dónde reunir los mil pedazos de cada persona. *** ¿Qué le pasa al timón? La barca describe círculos y ni una sola gaviota. *** Vierte en el lago sólo una gota de vino y el sol se extinguirá. *** Ni un solo trébol de cuatro hojas en el campo, ¿quién falla de los tres? *** Sillas vacías, las estatuas volvieron a otro museo. *** Sus dedos en el pañuelo verde mar, míralos: corales. *** La más grave preocupación, su busto en el espejo.
Hay alguien que escucha muy cerca de aquí,
espera, retiene el aliento.
Dice: Es mi voz la que habla.
Nunca más, dice él,
va a estar todo tan tranquilo,
tan seco y cálido como ahora.
Se escucha a sí mismo
en su cabeza burbujeante.
Dice: No hay nadie más
aquí. Esta tiene que ser mi voz.
Espero, retengo el aliento,
escucho. El rumor distante
en mis oídos, antena
de carnes suaves, no significa nada.
Es tan sólo el latido
de la sangre en las venas.
He esperado mucho tiempo
con el aliento retenido.
Rumor blanco en los auriculares
de mi máquina del tiempo.
Sordo zumbido cósmico.
Ni un sonido, ninguna llamada de auxilio.
La radio permanece muda.
O éste es el fin,
me digo, o es que
ni siquiera hemos comenzado.
¡Aquí, sí! ¡Ahora!
Se oye un rasguido, un crujir, algo
que se desgarra. Aquí está. Una uña helada
que araña la puerta y se queda quieta.
Algo cruje.
Un lienzo largo e interminable,
una inmaculada tela blanca
que se desgarra, lentamente al principio
y luego más y más de prisa,
se rasga en dos pedazos con un silbido.
Esto es el principio.
¡Escuchad! ¿No lo oís?
¡Agarraos bien!
Y regresa el silencio.
Sólo se oye un sutil tintineo
en los aparadores,
el temblor del cristal,
más y más tenue
hasta desaparecer.
¿Quieres decir que
eso fue todo?
Sí. Todo pasó.
Eso fue sólo el principio.
El principio del fin
es siempre discreto.
A bordo son ahora
las once cuarenta. Hay una grieta
de doscientos metros
en el casco de acero,
bajo la línea de flotación,
abierta por un cuchillo gigantesco.
El agua corre
hacia las escotillas.
Emergiendo treinta metros,
el iceberg pasa silencioso,
se desliza junto al barco resplandeciente,
y se pierde en la oscuridad.
Canto II
Fue muy ligero el golpe. Primer mensaje por radio: Hora 00:15. Mayday. Llamada general. Posición 41° 64’ Norte 50° 14’ Oeste. ¡Realmente fabuloso, este Marconi!
Un tic tac en la cabeza, en el auricular, inalámbrico,
y no obstante lejano, muy lejano, ¡a más de medio siglo!
Ni sirenas ni campanas de alarma, simplemente
unos golpes discretos contra la puerta de la cabina,
tosecillas en el salón de fumar. Sobre el puente D, mientras
abajo el agua sube, el steward ata los cordones de las botas
a un viejo caballero quejumbroso vinculado
a las máquinas herramienta y a la industria metalúrgica.
¡Damas mías, coraje! ¡Que no os consuma la fatiga!
¡Al galope!, exclama el señor McCawley, profesor de gimnasia,
atravesando el gimnasio artesonado,
impecable como siempre con su traje de franela.
Dromedarios mecánicos oscilan mudos y cadenciosos.
Nadie sospecha que este hombre infatigable padece de una úlcera
[de estómago,
que no sabe nadar, que tiene miedo. John Jacob Astor,
por su parte, hunde su lima de uñas en un salvavidas
para mostrar a su esposa (de soltera Connaught)
lo que contiene (probablemente corcho) mientras penetra
el agua a chorros en la bodega de proa y su helado turbión
gorgotea entre las sacas del correo, se filtra en los
pañoles. Los músicos, de uniforme inmaculado,
interpretan Wigl Wagl Wak my monkey,
un popurrí de «The Dollar Princess».
Todos al Metropol. La loca alegría del loco Berlín.
Solamente allá abajo, allá donde como siempre
se comprende primero,
agarran a toda prisa los bebés,
petates y edredones rojos. La chusma
del entrepuente no habla inglés ni alemán, pero hay algo
que no requiere explicación:
que a la primera clase le toca el primer turno
y que nunca hay botellas de leche suficientes,
ni zapatos ni botes salvavidas para todos.
Canto V
Tomad lo que os han quitado,
tomad a la fuerza lo que siempre ha sido vuestro,
gritó, congelándose en su ajustada chaqueta,
su pelo ondeando bajo el pescante,
soy uno de vosotros, gritó,
¿qué esperáis? Este es el momento,
echad abajo las barandas,
tirad a esos degenerados por la borda
con todos sus baúles, perros, lacayos,
mujeres, y hasta niños,
usad la fuerza bruta, los cuchillos, las manos.
Y les mostró el cuchillo,
y les mostró las manos desnudas.
Pero los pasajeros del entrepuente,
emigrantes, todos a oscuras,
se quitaron las gorras
y lo escucharon en silencio.
¿Cuándo tomaréis la venganza,
si no ahora? ¿O es que no podéis
soportar ver sangre?
¿Y la sangre de vuestros hijos?
¿Y la vuestra? Y se arañó la cara,
y se cortó las manos,
y les mostró la sangre.
Pero los pasajeros de entrepuente
lo escuchaban inmóviles.
No porque él no hablara lituano
(no lo hablaba), ni porque estuvieran ebrios
(hacía tiempo que habían vaciado
sus anticuadas botellas
envueltas en toscos pañuelos),
ni porque estuvieran hambrientos
(aunque estaban hambrientos):
Era otra cosa. Algo
difícil de explicar.
Entendían bien
lo que él decía, pero no lo
entendían a él. Sus frases
no eran las frases de ellos. Golpeados
por otros miedos y otras esperanzas,
aguardaban allí pacientemente
con sus bolsos, sus rosarios,
sus raquíticos hijos, recostados
en las barandas, dejaron
pasar a otros, prestándole atención
respetuosamente,
y esperaron hasta que se ahogaron.
El iceberg
El iceberg avanza hacia nosotros
inexorablemente.
Vedlo cómo se suelta
del frente del glaciar,
de los pies del glaciar.
Sí, es blanco,
se mueve,
sí, es más grande
que todo cuanto avanza
en el mar,
en el aire
o la tierra.
Sueños mortales
que una larga caravana
de icebergs atraviesa.
«A doscientos cincuenta pies de altura
sobre el nivel del mar,
destellan sus colores
que son maravillosos
y totalmente diáfanos.»
«Como si fuese un sol
multiplicado
sobre las celosías de cientos de palacios.»
Mejor es no pensar en lo que pesa
un iceberg.
Cuantos lo han visto
no olvidarán jamás tal espectáculo
aunque vivan cien años.
«Ese espectáculo aguza la imaginación
pero llena el corazón
de un sentimiento de involuntario horror.»
El iceberg carece de futuro.
Flota a la deriva.
No podemos hacer uso de él.
Existe, sin duda.
No tiene valor.
La confortabilidad
no es su fuerte.
Es mayor que nosotros.
Siempre y únicamente
vemos su cima.
Es efímero.
No se preocupa.
Nunca progresa,
pero «cuando, parecido
a una inmensa mesa
de mármol blanco,
veteado de azules,
se mueve de improviso y quiebra lo profundo,
todo el mar se estremece.»
En nada nos concierne,
sigue su ruta monocorde,
no necesita nada,
no se reproduce,
y se derrite.
No deja huellas.
Se disipa perfectamente.
Sí, esa es la palabra:
perfectamente.
Canto XVII
Nos hundimos sin hacer ruido. Como en una bañera
el agua está quieta en los alumbrados salones de palmeras,
en las canchas de tenis, en los vestíbulos reflejados en los
[espejos.
Transcurren minutos oscuros que cuajan como gelatina.
No hay riñas, ni disputas. Diálogos a media voz.
Usted primero, señor. Saludos a los niños.
Cuídese del catarro. En los botes se oye el crujir de los cables
y se ven sobre el remo fosforescentes gotas de agua
que como a cámara lenta del mar emergen y al mar vuelven.
Sólo cuando se acerque el fin —la proa oscura levantada
perpendicularmente desde la profundidad cual absurda torre,
apagada la última luz, nadie pregunta la hora—
entonces un sonido jamás oído quebrará la calma de cristal:
«Fue un estruendo, o más bien un chacoloteo, un fragor o más
[bien
una sucesión de golpes, como si desde una bóveda enorme
se precipitaran toneladas de cosas pesadas desde lo alto,
agolpándose en los escalones y arrastrándolo todo en su caída.
Fue un ruido jamás escuchado
y que nadie quiere volver a oír en su vida.»
A partir de este momento, ya el barco no existía.
Después sólo se oyeron los gritos.
Canto XIX
Había un hombre en el mar, flotando
en un tablón, en una mesa,
no, no era una mesa, era una puerta,
a la que se aferraba, bamboleado
arriba y abajo, de vez en cuando
algo helado le inundaba el rostro,
sin devorarlo. No veía nada,
nadie le veía los ojos, porque tenía la cara
pegada al tablón, era un hombre pequeño,
aplastado, como si una enorme mano
lo hubiese clavado a la puerta.
Sólo los muertos se ven tan pequeños. Algunos
que pasaban cerca en un bote lo llamaron,
pero él no respondió. Debe de estar muerto,
dijeron algunos, pero hubo quienes le quisieron ayudar.
Otra vez la vieja disputa. Remaron hasta dejarlo atrás,
discutieron otra vez, y regresaron.
Lo subieron a bordo zafándole los nudos
con que se había crucificado a sí mismo
a los goznes de la puerta. ¡Es un niño!,
exclamó alguien, volviéndolo boca arriba, y empezaron
a frotarle las manos. Era un japonés.
Abrió los ojos, habló en su lengua nativa,
y a los pocos minutos se puso en pie de un salto,
alzó los brazos, brincando, moviendo los pies,
y en seguida tomó los remos y remó hasta el amanecer,
golpe a golpe, charlando alegremente
todo el tiempo. No estaba muerto
ni era el Mesías,
y nadie entendía lo que decía.
Canto XXVII
«De hecho, nada ha ocurrido.»
No hubo tal hundimiento del Titanic.
Era sólo una película, un presagio, una alucinación.
«De hecho» siguen jugando a las cartas,
y si no a las cartas, al backgammon; las cajas de tabacos
del salón de fumar, productos de artesanía made in Cuba,
siguen cubiertas de radiantes medallas de oro; Paz y Progreso
flotan para siempre sobre la entrada del salón de recreo,
pesadas y alegóricas, en bronce;
los ricos siguen siendo ricos, y los comandantes,
comandantes; en el baño turco la señora Maud Slocombe,
la primera masajista del mundo en un barco, prosigue su tarea
activamente. Hay candelabros por doquier,
cortinas de terciopelo, palmas, espejos,
Luis XV, Luis XVI: para enfermar a cualquiera.
Desde luego, hoy en día la tripulación disfruta
de trece pagas y televisión en color en los camarotes;
el sobrecargo es turco; la enfermera está graduada
en psicología; por lo demás, nada ha cambiado. Los menús
son todavía demasiado largos. En la cubierta F, es cierto,
hay ahora una sauna finlandesa, donde suda el Comité Central,
tomando el té con sacarina en lugar de azúcar; los glaciólogos
han traído su microcomputadora para el simposio
de climatología, que funciona
como simulador de icebergs para los próximos doscientos
[cincuenta años.
Las boutiques, como siempre, hacen su agosto,
vendiendo ceniceros Titanic y camisetas Titanic,
en el cine exhiben la película Una noche para recordar,
y el final feliz es simple rutina, como los asaltos a los bancos,
como los debates sobre el aumento de pensiones,
y sobre el socialismo en un barco.
De vez en cuando se produce una huelga puntualmente
[secundada,
en que el camarero deja caer el cubo para el champán
y el pianista no completa la Fantasía en Do Menor.
Entonces incluso los gangsters y editores están desconcertados,
los pintores de salón no se divierten, los agregados militares
piden la cuenta; todo es diversión y emociones.
«Así —piensa la puta juiciosa— terminará el mundo,
con los vítores de hombres ingeniosos que se toman todo a
[broma».
También los poetas deambulan
por el Café Astor, sirviéndose Cubalibres en
vasos de plástico. Parecen ligeramente mareados
y recuerdan con todo rigor
a los pasajeros del entrepuente, a los chicanos,
a los esquimales, y a los palestinos. El falso poeta
da el visto bueno al poeta mediocre; el poeta mediocre
hace un guiño al verdadero; entonces cada uno de ellos
se retira a su camarote, se recuesta en su hamaca
y escribe, como si nada hubiera ocurrido, en el papel seco:
«De hecho, nada ha ocurrido.»
Canto XXXIII
Calado hasta los huesos, diviso gentes con baúles chorreantes.
Los veo, de pie sobre un plano inclinado, recostados al viento.
Bajo una lluvia oblicua, borrosos, al borde del abismo.
No, no es un sexto sentido. Es el tiempo,
el mal tiempo el que los empalidece. Les advierto,
les grito, por ejemplo,
señoras y señores, andáis por mal camino, estáis al
borde del abismo.
Pero sólo me otorgan una débil sonrisa y responden altivos:
Gracias, lo sabemos.
Me pregunto si se trata de unas cuantas docenas de personas,
¿o está allí todo el género humano, sobre un barco
decrépito, digno de la chatarra, dedicado tan sólo
a una causa, el naufragio?
Lo ignoro. Yo chorreo y escucho. Es difícil
decir quiénes son estas gentes asidas a un baúl,
a un talismán de color puerro, a un dinosaurio, a una corona
[de laurel.
Les oigo reír y les grito palabras incomprensibles.
Aquel desconocido con la cabeza envuelta en periódicos mojados
supongo que sea K, un viajante vendedor de galletas;
de aquel barbudo no tengo la más ligera idea; el hombre del
pincel se llama Salomón P, la dama que estornuda sin cesar es de
[seguro Marylin Monroe;
pero el hombre de blanco, el que sostiene un manuscrito
envuelto en una tela negra, encerada, seguramente es Dante.
Esas gentes rebosan esperanzas, están llenas de una energía
[criminal.
Bajo la lluvia a cántaros, se ponen a pasear sus dinosaurios,
abren y cierran sus maletas mientras cantan a coro:
«El trece de mayo el mundo se hundirá,
todo acabará, todo acabará.»
Es difícil decir quién se ríe, quién me observa, quién no,
en esta niebla, a no sé qué distancia del abismo.
Los veo hundirse poco a poco y les grito:
Veo cómo os hundís poco a poco.
Y no hay respuesta. En lejanos barcos, leves y corajudos,
suenan las orquestas. Todo es tan lamentable; no me gusta mirar
como mueren empapados en la lluvia y la niebla. Es tan penoso.
Les podría gritar, les grito: «Pero nadie sabe
en qué año acabará el mundo; ¿no es maravilloso?»
¿Pero a dónde fueron los dinosaurios? ¿Y de dónde provienen
aquellas miles y decenas de miles de maletas empapadas,
flotando a la deriva, sobre las aguas?
Nado y gimo.
Todo, como de costumbre, gimo, todo bajo control,
todo sigue su curso, todos, sin duda, se habrán ahogado
en la lluvia sesgada, es una pena, ¿y qué? ¿por qué gemir?
Lo raro, lo difícil de explicar, es: ¿por qué sollozo
y sigo nadando?
La Habana 1969 — Berlín 1977
Traducido por Heberto Padilla con la colaboración de Hans Magnus Enzensberger y Michael Faber–Kaiser. Título original: Der Untergang der Titanic, 1978
Αθάνατη Αφροδίτη του Διός κόρη,
όλο παγίδες στήνεις της αγάπης.
Δέσποινα παρακαλώ,
μη να χαρείς, μη ρίχνεις άλλο βάρος
από καημούς και πίκρες στην ψυχή μου.
Δέσποινα παρακαλώ,
μη να χαρείς.
Τι να 'ναι πάλι τι
εκείνο που ποθεί η τρελή καρδιά μου.
Ποια να 'ναι πάλι αυτή
που την Πειθώ ικετεύεις να σου φέρει πίσω.
Ποια να πονέσεις σ' έκανε Σαπφώ;
Ποια να 'ναι πάλι αυτή
που την Πειθώ ικετεύεις να σου φέρει πίσω.
Έλα λοιπόν ακόμα μια φορά
να με λυτρώσεις απ' τα βάσανά μου.
Inmortal Afrodita, hija de Zeus,
continuamente tiendes las trampas del amor.
Te ruego, señora,
no por favor, no arrojes más carga
de penas y amarguras en mi alma.
Te ruego, señora,
no por favor.
¿Qué será otra vez, qué,
aquello que desea mi loco corazón?
¿Quién será otra vez ella, quién,
que imploras a Persuasión que te la devuelva?
¿Quién es la que ha hecho que sientas dolor, Safo?
¿Quién será otra vez ella, quién,
que imploras a Persuasión que te la devuelva?
Ven entonces todavía una vez más
para liberarme de mis tormentos.
Bebiendo sol corintio leyendo los mármoles saltando mares de viñas señalando con el tridente un pez exvoto que se escurre encontré las hojas que el salmo del sol recita el firme vivo que el anhelo celebra hendir. Bebo agua corto un fruto hundo mi mano en los follajes del viento los limoneros irrigan el polen de la bonanza los pájaros verdes rasgan mis sueños parto con una mirada mirada amplia en donde el mundo vuelve a ser bello desde el principio en la talla del corazón.
Las amarguras que el tiempo arroja dentro de mí las sustrae de mis poemas. Me he llenado de arrugas, para permanecer terso ahí donde nadie me recordará. Una rosa que se vuelve poesía te puede destrozar mucho más que un puñetazo que no se vuelve poesía. Millares de palabras se marchitan en los libros rojos, cuando una simple muchacha dispara. Al parecer, incluso para derrocar gobiernos -qué triunfo- se necesita la buena calidad. En la tristeza de la interminable mediocridad que nos ahoga por todos lados, me consuela que en algún lugar, en alguna habitación pequeña, algunos obstinados luchan por eliminar el desgaste. Con pleno conocimiento de que un día este planeta se congelará o se incendiará junto con sus logros. Ellos, otro tipo de héroes, son los que harán quedar bien a la alguna vez humanidad. Extraño: en nombre del humanismo, desde siempre los pueblos han dado dos pasos adelante y los poetas dos pasos atrás. No nos engañemos. No te haces vegetariano comiendo cordero pintado de verde. Que reduzcas un poema a su sentido esencial no tiene ningún sentido. Una cámara fotográfica oculta en la mala poesía nos condena a volver a ver aquello que hemos visto muchas veces -y a no ver aquello que nunca hemos visto. Seguramente la capacidad de observación es un gran defecto para el poeta que, al final, acaba tomando las nubes por nubes. Muchas mentiras esperan en fila para ocupar el lugar de la verdad. Al menos mintamos correctamente. Muchos en la poesía, porque resulta que son feos, proclaman que Dios hizo feo al mundo. Algunos incluso llegan más lejos: porque alguna vez estuvieron en peligro de ahogarse, insisten en que el mar no es azul. No percibes la magia con la interpretación de la magia, mucho menos con la descripción de la interpretación de la magia. O cantas, o callas. No dices: esto que hago es canto. Eso faltaba. Si los pájaros pensaran nos arrojarían piedras -perdón, quise decir excrementos. En nuestros tiempos se admira más al diamante que se vuelve carbón que al carbón que se vuelve diamante. La sensación del fracaso continúa siendo el buen conductor de las emociones en una mayoría a la que, queriéndolo o no, este complejo la domina toda su vida. Joven, recuerda: no te haces esclavo cuando te somete sólo quien tiene el poder -sino también quien lucha en su contra. Olor de los Textos: a madera húmeda en el fuego, o a hojas podridas, o a habitación vacía. Y más: a piedra ardiente en el sol, a establo, a cabello sin lavar de una mujer hermosa. ¡Pobre Guerlain! Cuidado con la emoción. Si es hechicera, no deja de ser embustera. De la misma manera en que a veces una palabra (no necesariamente bonita o rara) se vuelve el pretexto para crear todo un verso, de tal modo que esa palabra pueda encontrar su lugar preciso y resplandezca, ese verso, a su vez, por la misma razón, se vuelve a veces pretexto para crear todo un poema, cuyo contenido, si nació de dos o tres sílabas humildes, como sentido está tan alejado de ellas como un hombre completo del placer de un instante, que se volvió la razón de que existiera. Toda gran música, en el fondo, es un menosprecio de la muerte. Lo Uno y lo Absoluto que concibe nuestra mente es lo mucho y lo relativo de los demás, llevados a la claridad de la unidad. La distancia de la "nada" a lo "mínimo" es mucho más grande que la de lo "mínimo'' a lo "mucho''. Grecia es el país dorado de la Poquedad que inutiliza el valor del número; pero también el país negro de lo Desigual, donde ningún destino se corta a la medida dada del inicio. En la vida, que aciertes a algunas codornices significa: las mataste. En el arte: las resucitaste. El arte, aun cuando se dirige hacia la muerte, la sube; no cae dentro de ella. Y es por eso que cuanto más se agota la vida, tanto más la obra flota con la cabeza de fuera. Sólo que, a veces, algunos no perciben el espejo y se rompen la cara. Si hay algo que teme el artista consciente es que sabe que los cadáveres de las malas obras son peores que los del hombre. Es cómico, pero las palabras que te ayudan a vivir al otro le ayudan a matarte.
Lola en la playa El bonito lugar de verano
donde va Lola,
situado en la Costa del Sol
que es lo que mola,
tiene dos librerías inglesas
y una española. (1)
Las inglesas se ven concurridas,
la otra está sola,
pues la chica compró la novela
que está de moda
y entre baño, refresco y solarium
leyola toda.
Para ver y leer en la playa
ya tiene el Hola.
(Esto Fabio, ay dolor,
es lo de ahora)
(1) Datos fidedignos.
***
Soneto Un soneto me manda hacer Violante,
no comprendo por qué quiere un soneto
si no es para ponerme en un aprieto
esta señora tan extravagante.
De mí, que sólo soy un dibujante,
espera, entre un cuarteto y un terceto,
ponerme a prueba, por si así cometo
una pifia sonora e importante.
Pretende hacer patente mi ignorancia
y ridiculizar a un académico,
que es una cosa a la que no hay derecho.
Quiero por eso que tengáis constancia
de ser yo sólo un dibujante cómico
por si sale el soneto contrahecho.
***
Humorada Le espanta a don Ramón, y así lo cita,
la triste soledad del eremita;
pero le espanta más, según decía,
la soledad de dos en compañía.
¡Y espantosa será la soledad
del que se encuentra solo en sociedad!
***
A una señora elegantísima
Con tu nariz altiva por delante
como proa y heraldo de la Francia
paseas por el mundo tu elegancia,
que es cosa, como sabes, importante.
Y aunque el ser importante ya es bastante,
no te basta y, a más de la importancia,
envuelve tu figura la fragancia,
nunca será mi admiración bastante.
Te veo caminar mientras te alejas
esparciendo a tu paso la hermosura,
y suspiro, ya ves, sin disimulo,
pues suspenso y atónito me dejas
admirando en tu porte y tu figura
lo que es más digno de admirar, tu culo.
Antonio Mingote, genial dibujante y editorialista gráfico durante décadas, miembro de la Real Academia Española desde 1987, acaba de fallecer a los 93 años. Descanse.
En esta época de retorno desmelenado y turístico a la Naturaleza, en que los ciudadanos miran la vida de campo como Rousseau miraba al buen salvaje, me solidarizo más que nunca con: a) Max Jacob, que en respuesta a una invitación para pasar el fin de semana en el campo, dijo entre estupefacto y aterrado: «¿El campo, ese lugar donde los pollos se pasean crudos?»; b) el doctor Johnson, que en mitad de una excursión al parque de Greenwich, expresó enérgicamente su preferencia por Fleet Street; c) Baudelaire, que llevó el amor de lo artificial hasta la noción misma de paraíso. Un paisaje, un paseo por el bosque, un chapuzón en una cascada, un camino entre las rocas, sólo pueden colmarnos estéticamente si tenemos asegurado el retorno a casa o al hotel, la ducha lustral, la cena y el vino, la charla de sobremesa, el libro o los papeles, el erotismo que todo lo resume y lo recomienza. Desconfío de los admiradores de la naturaleza que cada tanto se bajan del auto para contemplar el panorama y dar cinco o seis saltos entre las peñas; en cuanto a los otros, esos boy-scouts vitalicios que suelen errabundear bajo enormes mochilas y barbas desaforadas, sus reacciones son sobre todo monosilábicas o exclamatorias; todo parece consistir en quedarse una y otra vez como estúpidos delante de una colina o una puesta de sol que son las cosas más repetidas imaginables. Los civilizados mienten cuando caen en el deliquio bucólico; si les falta el scotch on the rocks a las siete y media de la tarde, maldecirán el minuto en que abandonaron su casa para venir a padecer tábanos, insolaciones y espinas; en cuanto a los más próximos a la naturaleza, son tan estúpidos como ella. Un libro, una comedia, una sonata, no necesitan regreso ni ducha; es allí donde nos alcanzamos por todo lo alto, donde somos lo más que podemos ser. Lo que busca el intelectual o el artista que se refugia en la campaña es tranquilidad, lechuga fresca y aire oxigenado; con la naturaleza rodeándolo por todos lados, él lee o pinta o escribe en la perfecta luz de una habitación bien orientada; si sale de paseo o se asoma a mirar los animales o las nubes, es porque se ha fatigado de su trabajo o de su ocio. No se fíe, che, de la contemplación absorta de un tulipán cuando el contemplador es un intelectual. Lo que hay allí es tulipán + distracción, o tulipán + meditación (casi nunca sobre el tulipán). Nunca encontrará un escenario natural que resista más de cinco minutos a una contemplación ahincada, y en cambio sentirá abolirse el tiempo en la lectura de Teócrito o de Keats, sobre todo en los pasajes donde aparecen escenarios naturales. Sí, Max Jacob tenía razón: los pollos, cocidos.
Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro.