Vende el día el cambista, la noche el poseído
de su lucro, lo venden tratante y competencia,
y la fulana vende su tiempo perfumado.
Ya no huele el dinero, que lo atusan muy fino,
que lo sedan y almizclan, y lo viajan abstracto.
Pero se cuela el tufo de las viejas letrinas
en cada urgente gesto sonámbulo, en el gesto
del presente y del pésame, de la mano tendida
con la dádiva fácil o el empinado adiós;
en el gesto entregado de subirle el rebozo
al durmiente que sueña sin saberse denario.
Hila cada resquicio el astuto micelio
del dinero, se afianza en cada telaraña
de cada paraíso, de cada árida mística
sentimental, en cada solitario cultivo.
El dinero se esconde como fuente Aretusa,
pero su peste cala la tierra que pisamos.
Ya no es tierra esta tierra, que un día de abandono
la entregamos cobardes a gestores del miedo.
Y el tiempo que va oliendo, Mañara embalsamado,
a dinero evidente, mientras la voz del niño
acusa: ¡va desnudo! Y el don Juan a su burla,
porque sabe que el niño también está comprado.
Se te compran el tiempo que te cuesta ganarlo,
esclavo, y no te quejas; lo malvendes, vendido.
Carne de propaganda, ¡aviva!, ¿no recuerdas
la promesa de un mundo, tu promesa de un día?
Despierta, tú, breado de la usura, sacúdete
el mal sueño de pez, tu parda siesta espesa,
operario, aprendiz, oficinista, paria,
intelectual dormido…; cuánta masa vendida
en la turbia almoneda por el premio de un rápido
auto para las tornas; por un circo barato
de domingo, ese juego de pelota que heredas
de los dioses aztecas, sin la espuela y el riesgo.
Para que no lo dejes caer del corazón,
va la estrofa ferrada en la vieja cuaderna
de aquellos calafates tan bravos que traían
las aguas, las lorigas del cauce repitiendo
la antigua barcarola de que todo es del río
eterno de los sueldos; la moneda sonante
de las nieves de antaño, de donceles vellidos;
su linaje de cambio, sus nombres de dinero:
Nuños, Arias, Gonzalvos, sacrificadas huestes
por aquellos vellones, por los cueros aquellos,
por aquellas putañas tan caras como fueron
de dejar y tan fáciles, las madres con las hijas;
¡despertarais y viereis cómo se llama el cuerno
quemado del milagro, cómo se llama el viejo
portento de a las horas, cómo se llama el don
de entonces y de agora, pascual tiempo dinero!
Inédito
2 comentarios:
Poeta que jamás había leído. De esos que te dejan sin aliento y atónito entre sus versos...
Poeta como la copa de un pino, Velasco, lástima que muriese joven, hace ahora ocho años. Poeta total, intenso, de los que no abundan últimamente. Habrá que poner alguna cosa más, aunque ya hay otro poema de Velasco en este blog.
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