Cuando Mayo del 68 en París, algunos de los poetas españoles que forzarían un cambio de agujas en la literatura del final de la dictadura no habían publicado aún su primer libro. Estaban haciéndose a su manera y mirando a sus predecesores con recelo aniquilador. Varios de aquellos pimpollos dieron cuerpo algo después, en 1970, a la antología firmada por el crítico Josep Maria Castellet, Nueve novísimos poetas españoles (Seix Barral). [...] Fue el trabajo que determinó que algo mudaba de nuevo en la poesía. Y no sólo anunciaba un cambio modal, sino de espíritu. Los Nueve novísmos (y Castellet como zahorí) apostaban por fundar una nueva astronomía con la potencia del que busca inaugurar su sitio. En sólo unos meses la antología vendió los 5.000 ejemplares de la primera edición, una cifra insólita para el momento y, sobre todo, para la poesía de un grupo de jóvenes aún por descubrir.
Los escogidos eran ocho hombres y una mujer: Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pedro (hoy Pere) Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Tenían Barcelona y Madrid como sedes comerciales. Casi todo sucedía entre las dos ciudades, infestadas de franquismo. Ellos ondeaban contra la dictadura un fuerte desprecio. Aunque no todos podíamos ser considerados activistas de izquierdas. Y los cambios políticos y culturales no empezaron en este país en 1968 ni en 1970. En ese mismo año, por ejemplo, ocurre el Proceso de Burgos. Y en 1974 el asesinato de Puig Antich, apunta Gimferrer. Eran días de soflamas en medio mundo. De apetito por lo nuevo. En España existía la censura, dominaba el ambiente un nacionalcatolicismo paralizante, la mojigatería sexual y una moral cuartelera y casposa. Aquellos jóvenes buscaban otras tradiciones literarias fuera de este terruño, que a la vez mostraba algunos síntomas postizos de evolución en el ámbito del arte: el informalismo español se había desplegado en la Bienal de Venecia de 1958 y algunos de esos creadores protagonizaron en 1960 la exposición New Spanish Painting and Sculpture en el MoMA de Nueva York.
Aún así, la cutrez medioambiental todavía tiznaba como el monóxido. Los poetas de la Generación del 68 (término acuñado, entre otros, por el profesor Juan José Lanz) acumulaban referentes mundanos que extraían del cine europeo y norteamericano (verdadero aglutinante del grupo, según Molina Foix), de la música, del pensamiento, del arte. Lo sugerente venía para ellos de cualquier lugar que no fuese este. Rechazaban el intimismo primario y el realismo social que habían sido seña de identidad de generaciones anteriores. Su desafecto era el correlato estético de una corriente de cambio social y político. Mantenían, de algún modo, afinidad con el espíritu volatinero que impulsaron los hombres y mujeres del 27, rebanado pronto por la Guerra Civil. Los jóvenes poetas que dieron sentido a la Generación del 68 tomaron el testigo contra todo lo demás. Contra todos los demás. Éramos gente culta y muy exhibicionista, subraya Martínez Sarrión. Algunos de sus primeros libros pasaron a ser casi manifiestos fundacionales de lo por venir: Teatro de operaciones (1967), de Martínez Sarrión; Museo de cera (1978), de José María Álvarez; La muerte en Beverly Hills (1968), de Gimferrer; Dibujo de la muerte (1967), de Guillermo Carnero; Baladas del dulce Jim (1969), de Ana María Moix; Así se fundó Carnaby Street (1970), de Leopoldo María Panero.
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Junto a los Novísimos había también otros poetas que buscaban senda nueva de expresión y completaban la Generación del 68: Antonio Colinas, Jaime Siles, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca, Antonio Carvajal, Marcos-Ricardo Barnatán, Diego Jesús Jiménez, José-Miguel Ullán... La aparición de Arde el mar de Pere Gimferrer, en 1966, fue un acontecimiento que comenzó de algún modo el principio de desalojo. Preferían a autores como Ezra Pound, T. S. Eliot y E. E. Cummings frente a Celaya, Blas de Otero o José Hierro. Respetaban a Valente y a Gil de Biedma, pero arremetían contra el realismo social con más desinterés que esfuerzo. Rescataban a autores coetáneos.
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La suya era una militancia cultural que apostaba por romper costuras en todas direcciones. Incordiaban y eso les seducía. Aunque hoy no se ponen de acuerdo en concretar si eran o no una generación, a la manera del 27. Gimferrer lo plantea así: Más que una generación fuimos un momento y un movimiento respecto a otras poesías. Estábamos menos configurados que los poetas del 27 cuando aparecen en la antología de Gerardo Diego de 1931. Luego hay quien afirmó que los Novísimos fueron la última manifestación sociológica del franquismo, que suena paradójico. Molina Foix también descarta la vitola generacional: Compartíamos intereses, nos leíamos, pero no teníamos ese espíritu. Predominaba una mezcla de lo político con lo pop, igual que un extremo esteticismo con un cierto desgarro de lo popular en algunos. Fueron los detractores que nos salieron al paso los que hicieron de los Novísimos una generación, no nosotros. Carnero carga con distinta pólvora: No éramos un grupo cohesionado. Castellet hizo una apuesta con gran riesgo, y sólo en parte acertó. La antología se limitaba a los poetas, y varios de los nueve no habían demostrado serlo entonces, ni lo han demostrado después, aunque hayan destacado en novela o ensayo. La antología era sólo una parte, prematuramente configurada, de la generación, si bien algunos habíamos publicado libros que permitían presentir un fenómeno colectivo. Pero creo que sí nos considerábamos generación.
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Medio siglo después de la que se denominó (años más tarde) Generación del 68, la poesía española les debe la apertura de compuertas hacia una expresión más libre, más abierta, más dispersa. Un mejor cuarto final de siglo XX.
Antonio Lucas - El Mundo, 01/04/2018
Arde el mar
Oh ser una capitán de quince años1
viejo lobo marino las velas desplegadas
las sirenas de los puertos y el hollín y el silencio en las barcazas
las pipas humeantes de los armadores pintados al óleo
las huelgas de los cargadores las grúas paradas ante el cielo de [zinc
los tiroteos nocturnos en la dársena fogonazos un cuerpo en las [aguas
con sordo estampido
el humo en los cafetines
Dick Tracy2 y los cristales empañados la música zíngara
los relatos de pulpos serpientes y ballenas
de oro enterrado y de filibusteros
un mascarón de proa el viejo dios Neptuno
una dama en las Antillas ríe y agita el abanico de nácar bajo los
cocoteros.
De Arde el mar, 1966
Pere Gimferrer
1 Un capitán de quince años: referencia a la novela homónima de Julio Verne.
2 Dick Tracy: personaje de cómic creado por Cherter Gould en 1931.
3 comentarios:
Nada permanece tan inalterable como las postales o instantáneas de tu niñez. Todo lo demás la memoria lo desvirtúa. No la poesía que capta la niñez... Pere Gimferrer me lo confirma.
La verdadera patria de una persona es su infancia, dijo alguien, y nosotros lo repetimos todo el rato porque es verdad.
Irán saliendo de seguido poemas de los Nueve novísimos incluídos en la antología de Castellet.
Aunque en realidad no hayan pasado 50 años desde su publicación, sino 48, pero adelantamos trabajo, acompañando a Antonio Lucas.
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