Chet Baker - Like Someone In Love

sábado, 16 de marzo de 2019

Letanía en contra de las dictaduras - Stephen Vincent Benet - Estados Unidos


Por todos los apaleados, por los cabezas rotas,
los desheredados, los simples, los oprimidos,
los fantasmas de la ciudad en llamas de nuestro tiempo...

Por los llevados en rápidos autos a las permanencias y
      apaleados
allí por los muchachos listos, los muchachos de los puños
      de caucho,
agarrados y golpeados mientras la mesa les corta los
      lomos.

O pateados en la ingle y dejados, con los músculos
      brincando
como una gallina descabezada en el piso del matadero.
Mientras traían al siguiente con los ojos mirando
      despavoridos.
Por los que todavía decían “¡ Frente Popular” o “¡ Viva el
      rey!”
y por los que no eran valientes,
pero fueron apaleados de todos modos.
Por los que escupen sangrantes pedazos de dientes
en silencio en la sala,
duermen bien sobre piedras o hierro, aguardan el momento
y matan al guardia en el excusado antes de morir a su vez,
los de los ojos hundidos y la lámpara ardiendo.
Por los que ostentan cicatrices, los que cojean, por aquellos
cuyas tumbas anónimas se cavan en el patio de la cárcel
y se les nivela la tierra antes de amanecer y les echan cal.
Por los asesinados de una sola vez. Por los que viven
      meses y años
soportando, alertas, esperando, yendo diario
al trabajo o a la fila del pan o al club secreto,
y viven entretanto, tienen hijos, meten rifles de contrabando
y los descubren y los matan al fin como ratas en una cloaca.
Por los que logran escapar
milagrosamente al destierro y a la vida errante, lejos,
por los que viven en cuartuchos de ciudades extranjeras
y recuerdan todavía la patria, los extensos gramales,
las voces de la infancia, la lengua, el olor del viento
      entonces,
la forma de los cuartos, el café bebido en la mesa,
las lápidas con nombre donde ellos no serán enterrados
ni en ninguna en aquella tierra. Sus hijos son ya extranjeros.

Por los que hacían planes y eran líderes, y fueron derrotados,
y por aquellos, humildes y estúpidos, que no tenían plan,
pero fueron denunciados, pero se enfurecieron, pero
      contaron un chiste,
pero no pudieron explicar, pero fueron despachados al
      campo de concentración,
pero sus cadáveres fueron embarcados de vuelta en
      sellados ataúdes,
“Muerto de pulmonía”, “Muerto tratando de escapar.”

Por los cultivadores de trigo que fueron tirados junto a sus
      propios manojos de trigo,
por los cultivadores de pan desterrados a los desiertos
      cercados de hielo,
y su carne recuerda sus trigales.
Por los denunciados por sus propios maricas, horrendos
      hijos,
a cambio de una estrella de pipermín y la alabanza del
      Estado Perfecto,
por todos los estrangulados o los castrados o sólo muertos
      de hambre
para formar estados perfectos; por el sacerdote ahorcado
      con sotana,
el judío con el pecho aplastado y los ojos agónicos,
el revolucionario linchado por la Policía secreta;
para formar Estados Perfectos, en nombre de los Estados
      Perfectos.

Por los traicionados por sus vecinos con quienes
      estrechaban las manos,
y por los traidores, sentados en la incómoda silla,
con el sudor a chorros enredándole el pelo y los dedos
      nerviosos
mientras dicen la calle y la casa y el nombre del hombre.
Y por aquellos que estaban sentados a la mesa en su casa
con la lámpara encendida y los platos y el olor de la
      comida,
hablando tan quedo; cuando oyen ruido de autos
y golpes en la puerta y de prisa se miran los unos a los
      otros.

Y sale la mujer a la puerta con cara rígida,
alisándose el vestido.
                    “Todos aquí somos buenos ciudadanos.
Creemos en el Estado Perfecto.
                              Y aquella fue la última vez
que Tony o Karl o el Chato vinieron a la casa
y la familia fue liquidada más tarde.
Fue la última vez.
                       Oímos los tiros en la noche;
pero al siguiente día nadie sabía lo que había sucedido,
y un hombre tiene que ir a su trabajo. Así que no lo vi,
por tres días, entonces, y yo ya al trastornarme,
y todas las patrullas en las calles con sus cochinos rifles,
y cuando volvió parecía borracho y lleno de sangre.”

Por las mujeres que lloran a sus muertos en la noche
      secreta,
por los niños a quienes hay que enseñarles a no hablar,
      niños envejecidos,
los niños escupidos en las escuelas.
                      Por el laboratorio destruido,
la casa saqueada, el retrato cagado, el pozo meado,
el desnudo cadáver de la Ciencia tirado en la plaza
sin que nadie levante la mano, sin que nadie hable.

Por el frío de la cacha del revólver y el fogonazo de la
      bala,
por la cuerda que ahorca, las esposas que maniatan,
la ronca voz, metálica, que grita mentiras desde mil radios
y las tartamudas ametralladoras que responden a todo.

Por el hombre crucificado en las ametralladoras en cruz,
sin nombre, sin resurrección, sin estrellas,
su cabeza ennegrecida bajo el peso de la muerte y su
      carne ya salada
con el olor de sus muchas prisiones —Juan Pérez, Juan
      Quídam,
Juan Nadie— ¡oh, rómpete la cabeza para dar con su
      nombre!
Sin rostro como el agua, desnudo como el polvo,
deshonrado como la tierra que las bombas de gas
      envenenan,
y bárbaro entre portentos.
                             Este es él,
este es el hombre que se comieron en la mesa verde,
poniéndose los guantes para no tocar su carne;
este es el fruto de la guerra, el fruto de la paz,
la madurez de la invención, el Cordero de ahora,
la respuesta que la sabiduría da a los sabios.
Y todavía está colgado y no muere todavía,
y todavía, en la ciudad de acero de nuestros días,
la luz se apaga y la sangre espantosa se desborda.

Creímos ya concluidas estas cosas, pero nos engañamos.
Creímos que, teniendo poder, teníamos también sabiduría.
Creímos que el largo tren llegaría hasta la plenitud de los
tiempos.

Creímos que la luz aumentaría.
      Ahora el largo tren está descarrilado y los bandidos lo
      saquean,
ahora el jabalí y el áspid tienen poder en nuestro tiempo.
Ahora la noche retrocede hacia Occidente y la noche es
      espesa,
nuestros padres y nosotros sembramos dientes de dragón.
Nuestros hijos conocen y sufren a los hombres armados.
Traducción de José Coronel Urtecho y Ernesto Cardenal

3 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Poema escrito como Picasso pintó su Guernica...

Me quitó el aliento. Me encantó.

Y por supuesto ni sabía de este poeta ganador nada menos que del Pulitzer.

Juan Nadie dijo...

Poema picassiano, sí. Por cierto, en breve podrás leer unos cuantospoemas de Picasso. No hay por donde cogerlos, puro surrealismo y escritura automática, pero son de Picasso.

carlos perrotti dijo...

Ardo en deseos Juan!!!