Chet Baker - Like Someone In Love

miércoles, 30 de agosto de 2017

Canto V de Orlando furioso - Ludovico Ariosto - Italia


                         1 
De ningún animal que hay en la tierra,
o sosegado y del que rumia y pace,
o fiero e inclinado a hacer la guerra,
violencia alguna el macho a la hembra hace:
en paz la osa con el oso yerra,
al lado del león la leona yace,
vive la loba con el lobo quieta,
jamás a la ternera el toro inquieta.

                         2 
¿Qué abominable peste, qué Megera1
viene a turbar nuestros humanos pechos;
cuando esposo a la esposa vocifera,
y se ven siempre en injuriosos hechos
cruzar la cara, amoratarla entera,
bañar en llanto conyugales lechos?
Y no en el llanto sólo, que en la injuria
hay vez que en sangre los bañó la furia.

                         3 
Y si contra natura el hombre obra
y hace a la ley de Dios grave atropello,
cuando a mujer golpea en su zozobra
el rostro o quiebra apenas un cabello;
al que el alma le arranca al fin por obra
de veneno o puñal o soga al cuello,
jamás lo creeré hombre por abyecto,
sino monstruo infernal de humano aspecto.

                         4 
Así debían de ser los dos ladrones
que Reinaldo* apartó de la doncella
y daban a obra tal tales rincones,
por que no hubiese jamás noticia de ella.
Dejé en suspenso antes las razones
que expuso de su mal la dama aquella
a aquel que fue en su mal buen caballero.
Ahora, prosiguiendo, las refiero:

                         5 
Tu escucharás -gimió empezando apenas-
crueldades hoy aquí más manifiestas
que en Tebas nunca, en Argos, o en Micenas
o en más cruel lugar fueron compuestas.
Y, si alumbrando el sol mares y arenas
menos se acerca aquí que alguna de éstas,
pienso que nos alumbra a mal su grado,
porque odia ver un pueblo así malvado.

                         6 
De ser cruel el hombre al enemigo
se vio en pasada edad más de una prueba,
mas darle muerte a aquel que como amigo
tu bien procura, es cosa impía y nueva.
Y a fin de que comprendas lo que digo,
la causa que a estos dos matarme lleva
en mi más tierna edad contra justicia,
te contaré desde que el mal inicia.

                         7 
Quiero que sepas, señor mío, que siendo
aún tierna niña, entré para servicio
de la hija del rey, con quien creciendo,
gocé de valimiento y beneficio.
Mas envidioso Amor, mi bien sintiendo,
me hizo (¡ay triste!) por él perder el juicio;
y así entre doncel todo o caballero
al duque de Albanía* hizo primero.

                         8 
Pues él mostraba amar sobremanera,
yo todo el corazón a amar movía;
mas, aunque oyera voz o gesto viera,
juzgar el pecho dentro mal podía.
Creyendo, amando, perseguí ligera
yacer con él sin ver si a ello escogía
de entre todas las cámaras aquella
más reservada de Ginebra* bella;

                         9 
donde el ajuar tenía más estrecho
y las más veces sin temor dormía.
Y, porque da a un balcón en piedra hecho,
el cual de la pared sobresalía,
llegaba por allí mi amante al lecho
por la escala que, ya marchado el día,
yo misma del balcón le descolgaba
cada vez que sus brazos deseaba;

                         10 
que fueron al final tantas las veces
cuantas daba Ginebra al gusto mío,
pues solía cambiar de lecho a veces
huyendo del rigor de invierno o estío.
Jamás alguno vio estas placideces,
porque da el cuarto de aquel gusto impío
a algunas casas viejas hechas ruina,
adonde nadie nunca se avecina.

                         11 
Y mes tras mes siguió sin peripecia
secreto el amoroso juego loco:
tanto creció el amor, tanto fue recia
su llama que jamás tuve sofoco;
y tanto ciega ardí, que no vi necia
que mucho fingía él y amaba poco;
por más que sus engaños fueran tales
que verlos debí y pude en mil señales.

                         12 
Después de un tiempo demostróse amante
de la bella Ginebra. Aún por misterio
tengo si la amó siempre, o si durante
mi amor, le impuso Amor tal cautiverio.
Mira cuánto conmigo era arrogante,
y cuánto sobre mí era su imperio,
que sin rubor el pecho me desnuda
y en este nuevo amor me pide ayuda.

                         13 
Bien me decía que igual al mío no era,
ni firme amor el que a ella le profesa,
mas que, fingiendo el abrasarse, espera
tomar con ella la nupcial promesa.
Siente el favor del rey cosa ligera,
ganada la opinión de la princesa;
que en toda Escocia, por su sangre y clase
no hay otro, tras el rey, que lo rebase.

                         14 
Y así me persuadió de que, mediando,
a yerno de su rey podría él llegarse
(que es llano que estaría así medrando
lo más alto que al rey puede elevarse);
y de que premio habría así yo obrando,
pues no es poco el favor para olvidarse;
y que él frente a mujer o a bien cualquiera
pondría siempre a mí como primera.

                         15 
Yo, que era toda a complacerle atenta
y nada supe o quise a esto oponerle,
mi vi en el día aquel sólo contenta
pudiendo en algún modo complacerle.
Pillo la ocasión que se presenta
de hablar de esto y de mucho encarecerle;
y toda industria usé, toda fatiga
por tal de hacer Ginebra de él amiga.

                         16 
Hice de obra y corazón con ella
cuanto se puede hacer, y Dios lo sabe;
mas nunca fruto hallé en Ginebra bella,
con que obtuviese el duque favor suave;
y fue esto porque a amar se entregó ella
con todo el fuego que en el alma cabe
a un hermoso y gentil hombre de guerra,
venido a Escocia de lejana tierra;

                         17 
que junto con su hermano, mozo tierno,
vino de Italia a estar en esta corte;
y demostró en las armas tal gobierno
que no había otro en Bretaña de tal porte.
El rey lo amaba y lo mostró fraterno
donándole una no poca cohorte
de villas y castillos y sinobles,
y lo hizo grande a par de los más nobles,

                         18 
Grato era al rey, y era a la hija grato
aquel galán que se llamó Ariodante*,
por su valor en el castrense trato,
y aún más cuando ella oyó que le era amante.
Ni el Vesubio, ni el Etna en su arrebato
ni Troya se vio en llama semejante
como ella al conocer que, porque amaba,
Ariodante por ella se abrasaba.

                         19 
Aquel amor con que ella le servía
con puro corazón y fe extremada,
hizo que aquella firme tercería
por Ginebra jamás fuese escuchada;
antes si más por él intercedía
y más porfiaba en darle hasta ella entrada,
ella, con más desprecio y más hartura,
mostraba enemistad siempre más dura.

                         20 
Yo aconsejé a mi duque tenazmente
que no fuese en su amor más adelante,
y no esperase más mudar su mente
pues ya estaba su gusto en otro amante,
y conocer le hice claramente
que tanto ardía ella de Ariodante
que cuanta agua hay del mar, podría apenas
templar el fuego que prendió en sus venas.

                         21 
Esto a porfía habiendo Polineso*
(que así es llamado el duque) de mí oído,
y bien visto por él que sin suceso
su amor sería jamás correspondido;
no empero le apartó del torpe acceso,
antes el ver a otro preferido
tan mal vino a sufrir, como soberbio,
que aquel su amor mudó en cólera y nervio.

                         22 
Y entre Ginebra y Ariodante piensa
tanta pugna sembrar, tanta reyerta,
y tanta enemistad hacer intensa
que nunca sea la paz entre ellos cierta;
e ignonimia a Ginebra dar inmensa
que no la lave más viva ni muerta.
Y desta industria inicua ni aun conmigo
tratar dispuso él, sino consigo.

                         23 
Y dijo urdida ya: -Dalinda* mía
-que así me llamo- sabe que del modo
que suele renacer al otro día
árbol cortado casi a ras del lodo;
así mi infelicísima porfía,
aunque del mal cortada casi en todo,
no ceja de aflorar, pues querer debe
que al fín de su apetito yo la lleve.

                         24 
Y no tanto el tomar placer me arenga
cuanto es el que vencer en esto llegue,
y viendo que en verdad jamás lo tenga
quizás ficción haciendo me sosiegue.
Quiero que, alguna vez que hasta ti venga,
justo cuando Ginebra al fin se entregue
desnuda al sueño, de ella tomes traje
y tú misma lo uses de ropaje.

                         25
Como ella el pelo adorna y se compone
imita, y finge de ella voz y aseo,
y ya después sobre el balcón dispone
la escala con que yo el muro franqueo.
Yo a ti vendré pensando que me done
el alma aquella cuyos paños veo;
que así espero engañándome el sentido
que en breve se haya el fuego consumido.-

                         26 
Así me dijo y yo, que con tiniebra
pensaba, no paré mientras lo oía
que cuanto entre sus súplicas enhebra,
fraude más que evidente se escondía;
y del balcón, fingiendo ser Ginebra,
la escala eché por que ascender solía;
y no entendí que fuese todo engaño,
sino después de consumado el daño.

                         27 
Y a par le dijo el duque a Ariodante
estas mismas palabras u otras tales
(que amigos fueron ellos dos bastante
antes de por Ginebra ser rivales):
-Me maravillo- comenzó mi amante-
que, habiéndote entre todos mis iguales
tenido en gran respeto y siempre amado,
yo sea ahora de ti tan mal pagado.

                         28 
Sé bien por cierto que el amor sabías
que entre Ginebra y yo de antiguo arde
tanto que el casamiento en estos días
pedir pretendo al rey por que no tarde.
¿Por qué me turbas, pues? ¿Por qué aún porfías
sin fruto en ir tras ella cuando es tarde?
Yo bien sometería mi albedrío,
si yo en tu grado fuese, y tú en el mío-

                         29 
-Y yo- Ariodante dijo confïado-
de ti me maravillo mayormente,
pues antes fui yo de ella enamorado
que tú la hubieses visto solamente;
y sé que sabes que es su amor en grado
que más no puede ser como hoy ardiente:
así mi esposa ser sólo reclama,
y sé que sabes tú que no te ama.

                         30 
¿Por qué, pues, como amigo y compañero
demandas el respeto ese que entiendas
que a ti te deba, y yo tendría el primero
si de ella más que yo gozases prendas?
No menos por mujer que tú la espero
que, aunque no tenga aquí como tú haciendas,
no soy menos que tú del rey preciado,
y sí más de su hija que tú amado-.

                         31 
-¡Oh -el duque respondió-, cuán manifiesto
es el error a que el amor te lleva!
Crees tú ser más amado; también esto
yo creo: mas podemos hacer prueba.
Muestra de su favor contigo el gesto
y yo diré el secreto que a mí eleva;
y aquel que de nosotros menor tenga
ceda a quien venza, y otro amor sostenga.

                         32 
Yo estoy dispuesto a hacerte el juramento
de no decir jamás cuanto reveles;
y así quiero también saber de asiento
que, cuanto diga yo, tú siempre celes-.
Y sobre el Evangelio en un momento
pactaron ser al voto siempre fieles,
y luego de fe darse el uno al otro
cuenta Arïodante dio de su quillotro2.

                         33 
Y dijo sin mentir ni hacer delito
cómo era entre Ginebra y él la cosa:
que ella juró con lengua y por escrito
que no sería sino suya esposa;
y si era no del rey esto suscrito
le juraba ser siempre desdeñosa
al resto de amorosas baterías,
y vivir sola hasta acabar sus días.

                         34 
Y así esperaba él, por tanta audacia
que al hierro en más de un brete había mostrado;
y urdía con honor, con pertinacia,
con provecho del rey y de su estado,
crecer ante su padre tanto en gracia
que fuera al fin por él considerado
esposo digno de Ginebra bella,
después que lo supiese gusto de ella.

                         35 
Dijo después: -Estoy yo en este punto,
y no creo que haya quien se me equipara;
ni más deseo de esto, ni barrunto
que pueda haber de amor prueba más clara;
ni quiero más, si no es cuanto por junto
concede Dios frente a la sacra ara:
es vano, pues, que más de ella pidiere
que sé que no hay favor que a este supere-.

                         36 
Después que la verdad hubo él expuesto
de la merced que espera su fatiga,
Polineso, que ya se había propuesto
hacer Ginebra bella a él enemiga,
rompió a decir: -Yo te aventajo en esto
y quiero que tu boca así lo diga;
de suerte que después de hecho el examen,
que soy yo más feliz sea tu dictamen.

                         37 
Finge contigo, no ama ni te aprecia:
de esperanza y promesas te mantiene.
Y aún más, siempre tu amor por cosa necia,
cuando conmigo está, a juzgarlo viene.
De ser sólo por mí la pasión recia
certeza tengo, y no fraude que suene;
y la diré, pues guardarás secreto,
por más que me convenga ser discreto.

                         38 
No pasa mes que, seis noches o siete,
y alguno diez, en el placer del lecho
desnuda entre mis brazos la sujete,
y muestre ella su gusto satisfecho.
Juzga ahora, pues, si lo que a ti aún promete
iguala a lo que yo ya gozo de hecho.
Retírate, y haz tiento a otras batallas,
pues inferior en la de aquí te hallas-.

                         39 
-No quiero creer tal cosa -le repuso
Arïodante- y sé que todo inventas:
tú mismo esto compones que recuso,
porque ahuyentarme de la impresa intentas;
mas, porque agravio le haces con tu abuso,
veremos si a las armas lo sustentas,
que no falsario solo, mas hoy quiero
mostrar que eres traidor, no caballero-.

                         40 
-No es -quiso añadir mi duque- honesto
que recurramos al guerrero brío,
si yo te ofrezco hacerte manifiesto
cuando más gustes, lo que ahora fío-.
Quedó Ariodante exangüe oyendo esto,
y en la espalda sintió un escalofrío;
y aun creo que si a dar crédito llega,
allí mismo a sus pies la vida entrega.

                         41 
Con boca amarga y voz que se atropella,
pasado el pecho y pálida la cara,
responde: -En tú mostrándome con ella
ser cierta esta tu fábula tan rara,
prometo a ti dejar Ginebra bella,
contigo liberal, conmigo avara;
mas no pretendas que el creerte evite,
antes que con los ojos lo acredite.-

                         42 
-Te avisaré, cuando sea tiempo de ello-,
dijo luego a Ariodante el duque, y fuese.
Dos noches no pasaron, creo, de aquello,
cuando orden él me dio de que saliese.
Y al punto dijo a su rival tras ello
(por que en el cepo al que guió cayese)
que se escondiese la noche siguiente
entre las casas que no habita gente;

                         43 
y le mostró un lugar frente por frente
de aquel balcón al que yo andar solía.
Temió Ariodante que sin otra gente
a aquel lugar desierto lo traía,
como elegido al caso conveniente
para asaltarlo y darle muerte impía,
bajo ficción de demostrarle asina
lo que imposible de Ginebra opina.

                         44 
Al fin quiso asistir, mas con partido
de no ser menos que él al caso fuerte;
de suerte que, si fuese acometido
no hubiera de temer traidora muerte.
Tenía un hermano él sabio y ardido,
de armas celebrado en toda suerte,
un tal Lurcanio*, que de escolta haría
más que si diez le hiciesen compañía.

                         45 
A sí llamólo; y quiso que prendiese
las armas y a la noche tras él fuera,
no porque aquel secreto le dijese
que a él ni a ningún otro dicho hubiera.
A un tiro hizo de piedra que estuviese:
-Si me sientes gritar, ven y no espera
-le dijo-; mas, si hablar nada sintieres,
no te salgas de aquí, si algo me quieres.

                         46 
-No dudes y ve, pues- Lurcanio asiente;
y así se fue Ariodante sosegado,
y se escondió en aquel rincón que frente
estaba al balcón mío retirado.
Llegó por otro extremo el maldiciente
que tanto había a Ginebra difamado;
e hizo la señal acostumbrada
a mí, que del engaño sabía nada.

                         47 
Y yo con blanca ropa de bordada
lista de oro a mitad y en el contorno,
con redecilla de oro salpicada
de rojos flecos al cabello en torno
(factura sola de Ginebra usada,
y no de otra), sentido el silbo, torno
sobre el balcón, que estaba hecho de modo
que el cuerpo descubría claro y todo.

                         48 
Entretanto Lurcanio sospechando
que ir el hermano a algún peligro pueda,
o, como afán común que es, buscando
espïar siempre lo que a otro suceda;
había tras él seguido caminando,
siempre a la sombra que la vista veda,
y a menos de diez pasos de él dispuesto
en el mismo escondrijo se había puesto.

                         49 
No sabiendo yo de esto cosa alguna,
llegué al balcón para el engaño electo,
tal como había llegado ya más de una
o de dos veces con logrado efecto.
Los tres veían mis ropas a la luna,
y no siendo dispar yo en el aspecto
ni en la persona de Ginebra tanto,
pasó un rostro por otro por el tanto;

                         50 
y tanto que, aunque había un largo trecho
entre el balcón y aquella inculta ruina,
a ambos hermanos, que asistían al hecho,
el duque diestramente los inclina
a creer el falso. Ve, pues, con qué despecho
quedó Ariodante y qué dolor lo mina.
Polineso me ve, toma la escala
que yo le lanzo, y sube hasta la sala.

                         51 
Apenas llega, yo a abrazar me apresto
su cuello, sin pensar que vista fuese;
en la boca lo beso y en el gesto
como siempre al venir gusta que bese.
Hizo más de lo usado él manifiesto
su amor, porque la fraude más creciese.
El otro en su recóndito acomodo
mísero asiste lejos, y ve todo.

                         52 
Y cae en tanto dolor que se dispone
entonces a buscar la muerte en breve;
y el pomo de la espada en tierra pone,
por que la punta sus entrañas pruebe.
Lurcanio, que admirado ve que abone
la entrada al duque yo dócil y leve,
aunque no conoce quien Ginebra ultraja,
viendo el hermano loco, el acto ataja.

                         53 
y le impidió que con su propia mano
se pasase en aquel furor el pecho.
Si tarda más o no está tan cercano
no llega a tiempo de atajar el hecho.
-Ah mísero -gritó-, mísero hermano,
¿qué cosa la razón perder te ha hecho?
¿Cómo hay mujer que esfuerce en ti este intento,
si todas son como la niebla al viento?

                         54 
Hazla mejor morir, que morir gana,
y tú en más alta empresa halla la muerte.
La amaste, cuando no era tan diáfana
su fraude; y ahora odiarla debes fuerte,
pues ven tus ojos cuán puta fulana
es esta a la que amaste y de qué suerte.
Sirva el metal que vuelves contra el pecho,
para hacer ante el rey público el hecho.-

                         55 
Cuando Ariondante ve sobre él venido
su hermano, aquella dura empresa deja;
mas la intención que había concebido
ya de morir, muy poco en cambio ceja.
Se eleva, y con el pecho no ya herido,
mas traspasado con extrema queja,
simula ante su hermano, estar repuesto
de aquel furor, en que se había puesto.

                         56 
La siguiente mañana, sin que ruido
Lurcanio o familiar oyera, fuese
de su mortal desperación movido;
y no hubo en días quien tal fin supiese.
No fue, sino del duque o dél, sabido
la causa que a partir lo condujese.
Mucho en la corte de ello se negocia,
y aun en las casas de la entera Escocia.

                         57 
Tras ocho días o más del hecho fuerte
ante Ginebra se llegó un viandante,
trayendo nuevas de funesta suerte:
que en el mar se había hundido su Ariodante
por propia voluntad de darse muerte,
no por culpa de Bóreas o Levante.
De un risco frente al mar agreste y alto
dio al aire de cabeza un fuerte salto.

                         58 
Así contó: -Antes que fuese esto,
a mí, que me topó sin previa idea,
dijo: "Atiende, a fin que manifiesto
por ti a Ginebra mi destino sea;
y luego di que la razón del resto
que tú sabrás de mí, y que hoy se vea,
han sido de haber mucho visto enojos:
¡Dichoso si, al nacer, nazco sin ojos!"

                         59 
Estábamos al caso en Capobajo
que frente a Irlanda señorea la costa.
Diciendo así, de aquel peñasco abajo
lo vi saltar al mar con fuerza aposta.
Allí lo abandoné, y aquí a destajo
he andado para hacer del hecho posta-.
Ginebra, demudada y casi yerta,
quedó ante aquel anuncio medio muerta.

                         60 
¡Oh, Dios, cuánto hizo y dijo, cuando al nido
sola se halló de su secreto lecho!
Se arañó el seno, y se rompió el vestido,
y el pelo se arrancó y dejó deshecho,
gimiendo vez tras vez lo que había oído
que Ariodante dijera con despecho:
que la razón de aquel caso malquisto
era toda el haber él mucho visto.

                         61 
Corrió por el país el cuento de esto,
que por dolor se había dado la muerte.
No tuvo libre el rey de llanto el gesto,
ni hombre ni mujer de cualquier suerte.
Y fue de ellos Lurcanio el más funesto,
pues tantó lo hostigó un dolor tan fuerte
que a ejemplo de él, contra sí mismo habría
vuelto el metal y hecho compañía.

                         62 
Y entre sí de continuo repitiendo
que fue Ginebra quien le hurtó el hermano,
y que no fue sino su acto horrendo
quien lo empujó a final tan inhumano;
tan ciego de venganza fue viniendo
y tanto ira y dolor lo traen de mano,
que despreció cuanto el hablar reporte
y el odio del país y de la corte.

                         63 
Y así ante el rey, cuando era más de gente
la sala llena, habló de esta manera:
-Sabe, señor, que de nublar la mente,
tanto a mi hermano que morir quisiera,
tu hija es la culpable solamente;
pues tanto de razón y de sí fuera
quedó por ver que entrega cuerpo y viso,
que más la muerte que la vida quiso.

                         64 
Amante le era, y porque su deseo
deshonesto no fue, no más lo escondo:
por servicio y virtud sacro himeneo
de ti esperaba como premio mondo;
mas mientras, infeliz, era su empleo
el adorar las hojas, otro asondo3
que el árbol escaló vedado, y todo
el fruto vi que hurtó de sucio modo-.

                         65 
Y siguió hablando cómo había él visto
llegar Ginebra hasta el balcón, y cómo
lanzó a un amante escala que allí listo
estaba, aunque no dio del nombre asomo;
pues por celarlo bien, se había provisto
de extrañas calzas y de capa al lomo.
Y concluyó que con metal quería,
probar ser cierto cuando allí decía.

                         66 
Juzga, pues, tú, si al rey faltó el aliento
oyendo de Ginebra esta mancilla;
o ya porque al oír de ella este cuento,
que no pensó jamás, se maravilla;
o ya porque conoce el mandamiento
(si la defensa algún varón no pilla
y hace que Lurcanio se desdiga)
que a condenarla a ejecución obliga.

                         67 
No creo yo, señor, que te sea nueva
la ley que en mi país da fin penoso
a dueña o a doncella, que se prueba
que yazga con varón que no es su esposo.
Es muerta, si en un mes al juez no lleva
un hombre en su favor tan animoso
que contra el falso acusador sustente
que no debe morir y es inocente.

                         68 
Bando ha dictado el rey, por liberarla
(que aún piensa que es en falso ella acusada)
en que se ofrece con gran dote darla
a aquel que lo desmienta por la espada.
Que deba ser quien quiera desporsarla
guerrero es condición harto excusada;
que aquel Lurcanio en armas es tan fiero
que de él hasta hoy temió todo guerrero.

                         69 
La cruel suerte ha aguardado a que Zerbino*,
su hermano, de este reino se halle ausente;
que ha ya meses que vaga peregrino
mostrando su valor entre la gente:
que, hallándose en país a este vecino
el príncipe o lugar donde al corriente
fuese del mal que sobre el reino pesa,
no faltaría ayuda a la princesa.

                         70 
El rey, que en tanto de informarse trata
por otro medio que las armas, si era
o falsa o no la acusación ingrata
y es justo o tuerto que Ginebra muera,
ha hecho prender cuanta le fue azafata,
pues piensa que sabrán, si cierto fuera;
diligencia en que vi, si era prendida,
que el duque y yo arriesgábamos la vida.

                         71 
Y esto la noche misma de la corte
sacóme, y hasta el duque me condujo;
al cual le hice notorio cuanto importe
a la cabeza de ambos mi rebujo.
Loó él mi prudencia y mi reporte;
y luego, en su salud, a andar me indujo
a alcázar suyo que es de aquí no lejos,
escoltada por dos alguacilejos.

                         72 
Las pruebas ya, señor, de mí has sentido
que a él mi amor hicieron manifiesto,
y si era o no deudor por lo ofrecido
de hacer corresponsión, lo has visto en esto.
Ve ahora el galardón que he recibido;
ve la merced que obtuve por mi gesto;
ve si mujer, por cierto enamorada,
debe esperar jamás de ser amada;

                         73 
porque el ingrato de que fui pelele,
vino a dudar de que mi fe se enzaine4,
y ha dado en sospechar que yo revele
su fraude finalmente y desenvaine.
Y así fingió, porque me esconda y cele
hasta que ya el furor del rey amaine,
querer mandarme a algún secreto fuerte,
cuando era su intención darme la muerte;

                         74 
pues a la escolta ordena, ¡oh cruel dislate!,
que en llegando a la selva aquí mediata
por digno premio de mi fe me mate.
Y habría cumplido su merced ingrata,
si tú a mis gritos no me das rescate.
¡Ve cómo Amor a quien lo sigue, trata!
Así narró Dalinda al paladino,
siguiendo a mismo tiempo su camino.

                         75 
Al cual sobre cualquier fortuna agrada
esta de haber hallado tal doncella,
pues le ha dado razón fundamentada
de la inocencia de Ginebra bella.
Y si ayudar pensaba, aunque acusada
fuese con la verdad, a su querella,
ahora con más pujanza al arma viene,
después que por traición el hecho tiene.

                         76 
Y así hacia San Andrés con esta guía,
donde se hallaba el rey, y se celebra
la singular batalla que tenía
que dar comienzo a causa de Ginebra,
marchó Reinaldo cuanto andar podía
hasta que cerca ya su ritmo quiebra,
cerca de la ciudad lo quiebra, donde
un paje halló que de la lid responde

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que un caballero extraño* se ofrecía
a defender Ginebra muy dispuesto,
con rara insigna, y nadie de él sabía,
porque nunca se hacía manifiesto;
y que, tras su venida, todavía
no había quien le hubiese visto el gesto;
y tanto era esto así que aun su escudero
juraba no saber del caballero.

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Poco después se muestra a la pupila
el muro y la ciudad de aquella fiesta.
Dalinda entrar en la ciudad vacila;
mas entra, pues Reinaldo lo amonesta.
Cerrado está el portón, y a quien vigila
Reinaldo preguntó: ¿Qué cosa es esta?
Y dice aquel: Que el pueblo todo asiste
a ver la conclusión de un caso triste;

                         79 
que entre Lurcanio e ignoto caballero
se hace en la otra punta de esta tierra,
donde en un espacioso y llano albero
ha poco que ha empezado ya la guerra.
Dicho lo cual, abrió al franco guerrero
aquel portillo, y luego tras él cierra.
Por la ciudad desierta el héroe pasa,
mas antes a Dalinda busca casa,

                         80 
y dice que se guarde allí segura
hasta que vuelva él, que será presto;
y al punto hacia aquel campo se apresura
donde los dos rivales golpe y resto
ya muchos se habían dado, y aún tal dura.
Lurcanio estaba airado y mal dispuesto
contra Ginebra; al otro en su defensa
punzaba bien la rica recompensa.

                         81 
Seis caballeros vio en el estacado
todos a pie, vestidos con coraza,
y el duque de Albanía, que montado
estaba en un corcel de bella raza.
Como gran condestable a él le fue dado
el seguro del campo y de la plaza,
y ya de ver en tal brete a Ginebra
alegra el gesto, y la ocasión celebra.

                         82 
Reinaldo se abre paso entre la gente,
soltándole la rienda al buen Bayardo*;
quien el estruendo de su trote siente
a darle paso no es cojo ni tardo.
Reinaldo comparece allí eminente,
que a todos les parece hombre gallardo,
y para frente a donde el rey se sienta.
Todos se acercan para oír que cuenta.

                         83 
Magno señor, rompió su voz la espera,
no dejes más que el arma aquí resuene,
porque de entre estos dos, muera quien muera,
sabe que a tuerto alguno a morir viene.
Tener cree uno razón, y es ella huera,
y dice el falso, y necio lo mantiene;
que el mismo yerro que mató a su hermano
le pone ahora a él el hierro en mano.

                         84 
No sabe el otro si hace bien o tuerto;
mas sólo por bondad y gentileza
en peligro se pone de ser muerto,
por no dejar morir tanta belleza.
Yo a la inocencia la salud oferto,
y lo opuesto al que usó de la vileza.
Mas primero, por Dios, la lucha parte;
despues atiende lo que quiero hablarte.

                         85 
Fue por la autoridad de hombre tan digno
como Reinaldo parecía al semblante,
que accedió el rey, y dijo e hizo el signo
de no seguir la lid más adelante;
al cual dio él testimonio fidedigno,
y a los nobles y al vulgo allí expectante,
de cómo aquel engaño cruel y avieso
urdido había a Ginebra Polineso.

                         86 
Y luego se ofreció a querer con brega
probar que era verdad lo relatado.
Se llama a Polineso, y éste llega;
mas, todo en la figura conturbado,
cuanto se escucha con audacia niega.
Reinaldo arguye: Al hierro sea probado
Armados son los dos, el campo hecho,
así que sin tardar vienen al hecho.

                         87 
¡Oh cuánto el rey y el pueblo juzgan caro
que pueda ser Ginebra ahora inocente!
Todos esperan que Dios muestre claro
que fue impúdica dicha injustamente.
Cruel, soberbio, y reputado avaro
fue Polineso, e inicuo, y fraudulente;
y así no juzgan peregrina idea.
que aquel engaño de él urdido sea.

                         88 
Aguarda Polineso con faz triste,
tremoso corazón y poca holganza,
y al tercer son con asta al frente embiste.
Igual Reinaldo contra él se lanza,
que, deseoso de que acabe el chiste,
mira pasarle el pecho con la lanza.
No anduvo lejos del deseo el hecho,
y media lanza le metió en el pecho.

                         89 
Hincado al leño lo conduce a tierra
y a seis brazos del bruto lo descalza.
Desmonta el franco súbito, y le aferra
el yelmo, aún en el suelo, y se lo alza.
y aquel, que no ya puede hacerle guerra,
merced le pide con la voz descalza;
y, oyendo el rey y la corte, allí confiesa
la fraude que la vida le atraviesa.

                         90 
No acabó, cuando a mitad del parlamento
el aliento y la vida le abandona.
El rey, que ve Ginebra del tormento
libre y la deshonra a su persona,
más se solaza y más toma contento
que, si habiendo perdido la corona,
se la viese otra vez sobre la frente;
así que honra al francés singularmente.

                         91 
Y ya, cuando sin yelmo, conocido
le fue, porque otras veces lo había visto,
las manos alzó a Dios, porque afligido
lo hubiese de una ayuda tal provisto.
El otro campeón que, socorrido
había a Ginebra en caso así imprevisto,
y armádose por ella de aquel modo,
estaba aparte de ellos viendo todo.

                         92 
Rogóle el rey que diese al fin respuesta,
y se dejase ver al descubierto;
a fin de que él hiciese premio y fiesta
a aquel que a riesgo estuvo de ser muerto.
Y él, tras largos ruegos, de la testa
se alzó el yelmo, y mostró evidente y cierto
todo cuanto en el otro canto cuento,
si os es de agrado el proseguir el cuento.

* Ginebra, hija del rey de Escocia, es prometida en matrimonio a Ariodante. Polineso, un celoso rival de Ariodante, se gana la simpatía de Dalinda, amiga de Ginebra. Con la ayuda de Dalinda, Polineso engaña a Ariodante y le hace creer que Ginebra es su amante.
El rey, al oír la supuesta infidelidad de Ginebra la repudia mientras llegan noticias de que Ariodante se ha suicidado. Polineso envía entonces a sus agentes a matar a Dalinda, la única que puede desvelar la trama. Pero Ariodante, que encuentra a Dalinda mientras vaga por los bosques, derrota a los asesinos y le salva la vida a la amiga de Ginebra.
Polineso, buscando ganar el favor del monarca, se ofrece para defender el honor de Ginebra en un torneo. En el combate, cae mortalmente herido por el vengativo hermano de Ariodante, Lurcanio. Ariodante, a quien Dalinda ha contado lo realmente ocurrido, aparece en ese momento y se ofrece como campeón de Ginebra. Con sus últimos alientos Polineso confiesa sus culpas y Ginebra es perdonada por el rey.

1 Megera: Μέγαιρα, "La de los celos" o "La celosa", es un personaje de la mitología griega. Es una de las tres Erinias, diosas infernales del castigo y la venganza divina. Se considera que Megera es la más terrible de las tres Erinias, pues es ella la encargada de castigar todos aquellos delitos que se cometen contra la institución del matrimonio, especialmente los de la infidelidad.
2 Quillotro: Excitación, incentivo, estímulo. Indicio, síntoma, señal. También, amorío, enamoramiento. Adorno, gala. Amigo favorito. Voz con que se daba a entender aquello que no se sabía o no se acertaba a expresar de otro modo.
3 Asondo: de asondar, sondear.
4 Enzaine: de enzainar, ponerse a mirar a lo zaino. Otro significado es también ser traidor, falso o poco seguro en el trato.

2 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Más que animal "monstruo infernal de humano aspecto..."

Nunca había leído a Ludovico. Me impacta la potencia de su ritmo (gran trabajo de quien lo tradujo, obvio) pero más me pone de rodillas su extremo conocimiento "del otro lado" donde se supone anida (o debiera estar) el alma ¿humana?

Y digo donde debiera estar porque mucha veces me pregunto si existe en todos los seres tal entidad. En mí mismo algunas veces en momentos de insensiblidad o animalidad (no sé cómo decirlo) me cuestioné si está. ¿Estaremos todos en todo momento completos los seres ¿humanos?

Imposible para mí abarcar tanta sabiduría. Es para leer y releer y estudiar esta obra de Ludovico. Como sea, párrafo aparte para tu tarea, Juan, divulgar tanta maravilla y desasnar... por lo que agradecido una vez más.

Juan Nadie dijo...

¿Estaremos completos? Buena pregunta, me temo que sin respuesta.

Una maravilla "Orlando furioso", que no puedes dejar de leer una vez que comienzas, aunque a veces resulte un poco farragoso. Aquí seguramente tiene mucho que ver el traductor (traduttore~tradittore). Pero sin conocer al "tradittore", creo que en este caso lo ha hecho genial. Si alguien sabe de quién es eta traducción, le estaría eternamente agradecido.

Me gustan, sobre todo, las tres primeras estrofas, por la modernidad que suponen. ¡Fueron escritas a principios del XVI!