Hay quien considera El Libro de Job no sólo la cumbre del genio poético hebreo, un ejemplo supremo entre los antiguos textos sapienciales, sino el poema más alto de todas las literaturas, por encima de Homero, Dante, Virgilio, La Bhágavad Gita o Shakespeare. La apreciación es excesiva, sin duda. De cualquier modo se trata de una obra maestra excepcional, admirable fusión de narrativa popular, alto lirismo, lamento individual, oráculo profético, tragedia filosófica y poema didáctico. Jorge Luis Borges decía que si hay un libro que merezca el nombre de sublime, ése es El libro de Job.
El poema relata las vicisitudes de un jeque idumeo1 poderoso y respetado, un sabio cuya piedad extraordinaria es mencionada por el profeta Ezequiel, comparándolo con Noé y David, que vivió en los confines de Arabia y Edom -región célebre por sus sabios- a quien el Dios hebreo Yahvé, o Jehová, permite que Satanás torture física y mentalmente para probar su integridad y su fe.
Se sabe muy poco acerca del autor. Algunos creen que data de la época de los patriarcas; otros, los menos, que era anterior a Moisés y que éste lo tradujo de algún dialecto semítico al hebreo. La mayoría cree que fue escrito cinco o seis siglos antes de nuestra era. Varios orientalistas piensan que el hecho de que un jefe tribal edomita sea interpelado por el Dios de los hebreos sugiere que el poema fue escrito en una fecha anterior al siglo VI a.C. y basan su suposición en que la desconfianza que los israelitas sentían hacia los edomitas se acentuó durante el exilio que siguió a la toma de Jerusalén por Nabucodonosor, en 587 a.C.
Según don Francisco de Quevedo el personaje se llamaba Jobab antes de su aventura; se le quitaron las dos letras finales a su nombre y quedó Job, que significa "el afligido, el que llora". El poema presenta similitudes con los oráculos de Isaías y las Lamentaciones de Jeremías.
Se ha señalado también la influencia de la tragedia griega o de los Diálogos de Platón en la composición de El libro de Job. Borges anota que Milton en un diálogo entre Cristo y Satán, en El Paraíso recobrado, hace decir al primero que El libro de Job es "una tragedia aún superior a las Esquilo y las de Sófocles". H.G. Wells, el autor de La máquina del tiempo, especulaba que el poema es posterior a los Diálogos y que el autor los había conocido. Nada de esto ha sido probado. Y aunque hay eruditos que creen que el autor de El libro de Job era un semita familiarizado con la religión y la literatura hebreas, la mayoría se inclina a pensar que es obra de un poeta judío. El libro no tiene sin embargo un ambiente hebreo y está plagado de elementos extranjeros. El autor, en todo caso, parece haber conocido bien Egipto.
La obra comienza y concluye con dos breves narraciones en prosa, un prólogo y un epílogo, provenientes probablemente de un antiguo cuento popular que narraba la historia de un gran justo que se había mantenido fiel a Dios durante una prueba excepcional; estas narraciones enmarcan la parte central, en verso: un extenso diálogo ente el héroe y tres de sus amigos (eventualmente aparecerá un cuarto2), y al final la intervención del propio Dios. [...]
Existen muchas lecturas de El libro de Job. Una, que prevaleció durante siglos -nos hace saber Borges-, sostiene que es una especie de fábula sobre el estoicismo: el hombre que sufre, que debe sufrir, y que pese a todo no pierde su fe. Otra se plantea como una indagación del problema del mal: ¿a qué se debe el sufrimiento injustificado del inocente?, ¿por qué existe el mal en el mundo? Una tercera señala que Dios es inexplicable e inescrutable y que su naturaleza no puede ser comprendida por el hombre. Los hombres somos incapaces de pensar a Dios en términos humanos, es imposible e inútil aplicar una medida humana a la divinidad. El universo existe y en él existen nuestra desdicha y nuestra felicidad, no sabemos por qué.
El personaje que describe el poema es todo lo contrario de la imagen que la Iglesia ha querido popularizar. No es el resignado y paciente siervo de Dios, sino un ser humano angustiado e indignado que padece lo que a su juicio es un castigo injusto y que protesta con violencia por el modo como Dios lo trata. Job está convencido de su inocencia y no acepta, no puede aceptar, pese a la insistencia de sus amigos, que los males que padece sean consecuencia de su maldad.
Las personalidades de los tres amigos están muy bien trazadas. Elifaz aparece como un místico versado en la tradición profética. Bildad, como un sabio que se apoya en la autoridad irrefutable de la tradición. Zofar es un dogmático impaciente y suelto de lengua que expone lo que él considera son las vías incomprensibles de Dios. Los tres amigos atormentan a Job con sus incitaciones al arrepentimiento y a la sumisión. Job replica que todo se debe a un capricho de Dios y clama por la posibilidad de ir a un juicio con quien lo tortura sin motivo. Exige incluso la posibilidad de que un tercer actor, un testigo imparcial intervenga para protegerlo de lo que considera un abuso del poder irrestricto de Dios, que, como dice Quevedo, "encarcelábale el corazón en la congoja".
El tema central del poema, la agonía de un hombre que se siente perdido en un universo insensato y que percibe que ha sido abandono por todos, incluso por la divinidad, le confiere toda su vigencia. Lo que atormenta a Job, y al autor del poema, es la cuestión de la justicia y el honor del hombre en busca de su Dios, esto es, del sentido superior de la existencia. Más allá de cualquier sutileza teológica, el conflicto que plantea es de carácter moral: ¿por qué existe un sentido ético que nos dice que debemos obrar de un modo y no de otro? [...]
7
contado sobre la tierra, y sus días
son como los días del jornalero.3
Lo mismo que el esclavo busca sombra
y el jornalero espera su salario,
así meses de escarnio son mi herencia
y mi cuenta las noches de dolor.
Si me acuesto me digo: "¿Vendrá el día?";
si me levanto: "¿Llegará la noche?",
y me siento angustiado hasta el crepúsculo.
Mi carne está cubierta de gusanos
y de costras de polvo,
mi piel se agrieta, purulenta.
Raudos como la lanzadera
del tejedor fueron mis días:
terminaron sin esperanza.
Recuerda que mi vida es sólo un soplo,
que mis ojos ya no contemplarán el bien.
Los ojos que me miran ya nunca me verán;
pondrás en mí la vista y ya no existiré.
Las nubes se disipan y se van:
lo mismo le sucede
al que baja al sepulcro: ya no sube;
no volverá a su casa
ni en su lugar lo reconocerán.
Por eso no refrenaré mi lengua,
hablaré con la angustia de mi espíritu,
me quejaré con la aflicción de mi alma.
¿Acaso soy el mar, o la ballena
para que pongas diques contra mí?
Digo: "Mi cama me confortará,
mi lecho atenuará mis quejas",
y entonces con visiones terribles me quebrantas,
me perturbas con sueños.
Por eso mi alma prefirió la muerte,
mis huesos claman por la desaparición.
Me disuelvo: no he de vivir por siempre,
déjame, pues mis días son sólo vanidad.
Qué es el hombre para que lo engrandezcas
y que pongas en él tu corazón
y lo visites todas las mañanas
y a cada instante lo escudriñes?
¿Hasta cuándo me dejarás?,
¿me darás tiempo de tragar saliva?
Incluso si pequé, ¿qué te he hecho a ti,
oh guardián de los hombres?
¿Por qué me has hecho blanco tuyo
y un fardo para mí?
¿Por qué no desvaneces mi delito
y perdonas mi falta?
Porque ahora me acostaré en el polvo,
me buscarás y ya no existiré.
Versión, introducción y notas de Francisco Serrano
1 Idumea, llamada en la Biblia y en las tablillas del Tell-el-Amarna Edom, que significa "rojo", era una región de Asia, entre Palestina y el Golfo de Akaba, en la península arábiga.
2 Algunos estudiosos piensan que la intervención de este cuarto personaje, llamado Eliú, es una interpolación posterior a la redacción original del poema. En todo caso no aparece ni en el prólogo ni en el epílogo.
3 Otra lectura posible de estos versos:
2 Algunos estudiosos piensan que la intervención de este cuarto personaje, llamado Eliú, es una interpolación posterior a la redacción original del poema. En todo caso no aparece ni en el prólogo ni en el epílogo.
3 Otra lectura posible de estos versos:
¿No es acaso una guerra la que libra
el hombre sobre la tierra, y sus días
como días de mercenario?
Nota de Francisco Serrano sobre la traducción:
Mi versión se limita a los textos que pude consultar en español y otras lenguas modernas. Seguí la traducción de Casiodoro de Reina, revisada por Cipriano de Valera. Cotejé la "admirable versión inglesa" (Borges) del siglo XVII, conocida como La Biblia del Rey Jacobo, y desde luego la intrincada traducción literal de Fray Luis de León, en la que el gran escritor se propuso "conservar el sentido latino y el aire hebreo", y algunos trozos transcritos por Quevedo. También revisé la espléndida y documentada traducción del orientalista francés Ernest Renan, y una curiosa versión francesa de una traducción etíope que encontré en la Biblioteca Nacional de Francia. Tuve igualmente a la vista La Biblia de Jerusalén y las versiones de Nácar y Colunga y de Torres Amat.
En mi versión intenté, como Fray Luis hace 500 años, hacer que las palabras "hablaran en castellano y no como extranjeras y advenedizas, sino como nacidas en él y naturales". Procuré conservar del poema la fluidez y la fuerza que emanan de sus imágenes, correspondencias y metáforas, sin apartarme demasiado de la inmediatez inigualable de su lenguaje. Desearía que, a pesar de mis deficiencias, algo de la sublime belleza del original se alcanzara a traslucir. Los lectores dirán qué tanto lo logré.
Nota de Francisco Serrano sobre la traducción:
Mi versión se limita a los textos que pude consultar en español y otras lenguas modernas. Seguí la traducción de Casiodoro de Reina, revisada por Cipriano de Valera. Cotejé la "admirable versión inglesa" (Borges) del siglo XVII, conocida como La Biblia del Rey Jacobo, y desde luego la intrincada traducción literal de Fray Luis de León, en la que el gran escritor se propuso "conservar el sentido latino y el aire hebreo", y algunos trozos transcritos por Quevedo. También revisé la espléndida y documentada traducción del orientalista francés Ernest Renan, y una curiosa versión francesa de una traducción etíope que encontré en la Biblioteca Nacional de Francia. Tuve igualmente a la vista La Biblia de Jerusalén y las versiones de Nácar y Colunga y de Torres Amat.
En mi versión intenté, como Fray Luis hace 500 años, hacer que las palabras "hablaran en castellano y no como extranjeras y advenedizas, sino como nacidas en él y naturales". Procuré conservar del poema la fluidez y la fuerza que emanan de sus imágenes, correspondencias y metáforas, sin apartarme demasiado de la inmediatez inigualable de su lenguaje. Desearía que, a pesar de mis deficiencias, algo de la sublime belleza del original se alcanzara a traslucir. Los lectores dirán qué tanto lo logré.
6 comentarios:
Conocía la valoración de Borges y no mucho más. Un texto pleno de profundidad y de una religiosidad que no desestima la duda como instrumento en la búsqueda del sentido a todo esto... Para recalar en él de aquí en más. Sin duda.
Un libro imprescindible, aun dejando aparte la religiosidad. Un libro plenamente humano, como tantos otros libros clásicos: arquetipos, no solamente poéticos o literarios, sino definidores de la esencia de la condición humana.
La introducción de Francisco Serrano está muy bien, y seguro que la traducción también. Es que Serrano, además, es un magnífico poeta, del que habrá que poner algo en "El Crepúsculo".
No lo conocía y, mientras espero su edición en el Crepúsculo, lo buscaré...
Ya me hice de un sustancioso pdf...
http://www.francisco-serrano.com/books/poemas.pdf
...que seguramente tienes.
Como siempre, agradecido.
Pues sí, lo bajé el otro día al hilo de este post, pero se agradece igual.
Iremos conociéndolo.
Tiene versos que son poemas: "saber ver lo que acaece / en lo que desaparece..."
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