[...] Shujov jamás se había quedado dormido después del toque de diana; se levantaba siempre puntual. Hasta el momento de partir disponían de hora y media, tiempo que podían utilizar libremente, y quien conoce la vida del campo de concentración aprovecha todas las ocasiones para realizar alguna labor remunerativa: coser a alguien una funda para las manoplas utilizando un viejo forro; acercarle al jefe de la brigada las botas de fieltro secas al pie de la cama, para que no tenga que dar vueltas descalzo buscándolas entre el montón; o recorrer uno por uno los almacenes y mirar a quién se podía hacer un favor, como barrer el suelo o traerle cualquier cosa; o recoger en el comedor las escudillas apiladas sobre las mesas y llevarlas al fregadero, con la esperanza de encontrar alguna sobra. No obstante eran muchos los que deseaban realizar aquel trabajo y no te dejaban en paz; y si en la escudilla quedaba algún resto de comida, no te resistías a pasarle la lengua. Pero a Shujov se le habían quedado grabadas en la memoria las palabras de su primer brigada, Kuziomin, un viejo lobo de los campos de concentración que desde 1943 contaba ya con doce años de experiencia en ellos, y que en una ocasión, sentado en un claro del bosque al calor de una hoguera junto a un grupo de prisioneros traídos del frente para completar su brigada, dijo: "Aquí, muchachos, impera la ley de la taiga. Pero también aquí viven hombres. En el campo sucumben aquellos que lamen los platos, los que intentan triquiñuelas con la enfermedad y los soplones. [...]
O le controlaban a uno por las mañanas para ver si alguien lleva un traje de civil bajo las ropas de penado. Todas las ropas civiles se las quedan ellos cuando uno cae en este pozo, y prometen devolverlas después de la expiación de la pena. Es decir, nunca, porque en este campo nadie ha vivido lo bastante para verlo. [...]
Cuando hacía menos frío, en la columna hablaban todos, tanto si gustaba como si no. Pero hoy todos se habían replegado en sí mismos, todos se ocultaban tras la espalda del que iba delante y se sumergían en sus propios pensamientos.
Pero tampoco los pensamientos de los detenidos se movían libremente: ¿No hallará alguien, por casualidad, tu ración dentro del colchón? ¿Te darán de baja, por la tarde en la enfermería? ¿Arrestarán o no al capitán? ¿Y cómo había conseguido César su caliente ropa interior? Seguro que ha sobornado a alguien de los del guardarropa privado. Si no, ¿cómo...?
Como Shujov había desayunado sin la ración de pan y comido todo frío, no se sentía satisfecho y, para que el estómago no empezara a pellizcarle ni a pedirle comida, dejó de preocuparse del campo y empezó a pensar en la carta que pronto iba a escribir a casa. [...]
El nuevo año 1951 había empezado, y Shujov tenía derecho a escribir dos cartas. La última la había enviado en julio, y en octubre había recibido la contestación. En Ust-Ishma había empezado otra clase de orden, allí uno podía, al menos, escribir cada mes. Pero ¿qué podía escribir? En aquel entonces, Shujov tampoco escribía más a menudo que ahora... [...]
Escribir ahora es lo mismo que arrojar piedrecillas en un lago profundo y dormido. Lo que cayó quedó en el fondo sin que se obtenga ninguna respuesta. Al fin y al cabo, no puedes escribir en qué brigada trabajas ni la clase de brigadier que es Andrei Prokofievich Tiurin. Con Kilgas, el letón, tiene uno más de que hablar que con los de casa. [...]
Cuando había tormenta de nieve el temor no era de salir a trabajar, sino simplemente de traspasar la puerta del barracón. Pues si del barracón de los dormitorios al del comedor no han tendido un cable, uno se pierde. Si un preso se hiela en la nieve, mal rayo lo parta. Mas, ¿y si se escapa? Ya sucedió. Durante las tormentas, la nieve es como polvillo y se adensa durante la nevisca como si alguien la apisonara. Precisamente durante una de esas tormentas, al quedar la alambrada cubierta de nieve, se largaron algunos. Claro que no llegaron muy lejos... [...]
Shujov se sentía satisfecho cuando todos los dedos le señalaban: "A ése le falta poco para salir". Pero en su fuero interno no estaba muy seguro. Los que cumplían la condena durante la guerra fueron retenidos "en reserva" hasta 1946. El que estaba condenado a tres años, por ejemplo, se quedaba encerrado cinco años más. Es una ley muy elástica. Pasan los diez años, y pueden caerte otros diez, o el destierro. [...]
Según la acusación, Shujov estaba condenado por alta traición. Él había confesado y declaró que se dejó coger prisionero con intención de traicionar a su país, y que fue puesto en libertad para cumplir una misión del servicio secreto alemán. Cuál fuese esa misión, no pudo precisarlo Shujov ni el juez de instrucción. Una misión, pues, quedó en los papeles.
Los del servicio de contraespionaje le pegaron muchas veces. Shujov llegó a una sencilla conclusión: si no firmas te darán el pijama de madera; si firmas, al menos conseguirás vivir otro poco. Firmó. [...]
Desde diana hasta el toque de queda, así eran los días de su condena, en número de tres mil seiscientos cincuenta y tres.
Tres días de más: por los años bisiestos...
O le controlaban a uno por las mañanas para ver si alguien lleva un traje de civil bajo las ropas de penado. Todas las ropas civiles se las quedan ellos cuando uno cae en este pozo, y prometen devolverlas después de la expiación de la pena. Es decir, nunca, porque en este campo nadie ha vivido lo bastante para verlo. [...]
Cuando hacía menos frío, en la columna hablaban todos, tanto si gustaba como si no. Pero hoy todos se habían replegado en sí mismos, todos se ocultaban tras la espalda del que iba delante y se sumergían en sus propios pensamientos.
Pero tampoco los pensamientos de los detenidos se movían libremente: ¿No hallará alguien, por casualidad, tu ración dentro del colchón? ¿Te darán de baja, por la tarde en la enfermería? ¿Arrestarán o no al capitán? ¿Y cómo había conseguido César su caliente ropa interior? Seguro que ha sobornado a alguien de los del guardarropa privado. Si no, ¿cómo...?
Como Shujov había desayunado sin la ración de pan y comido todo frío, no se sentía satisfecho y, para que el estómago no empezara a pellizcarle ni a pedirle comida, dejó de preocuparse del campo y empezó a pensar en la carta que pronto iba a escribir a casa. [...]
El nuevo año 1951 había empezado, y Shujov tenía derecho a escribir dos cartas. La última la había enviado en julio, y en octubre había recibido la contestación. En Ust-Ishma había empezado otra clase de orden, allí uno podía, al menos, escribir cada mes. Pero ¿qué podía escribir? En aquel entonces, Shujov tampoco escribía más a menudo que ahora... [...]
Escribir ahora es lo mismo que arrojar piedrecillas en un lago profundo y dormido. Lo que cayó quedó en el fondo sin que se obtenga ninguna respuesta. Al fin y al cabo, no puedes escribir en qué brigada trabajas ni la clase de brigadier que es Andrei Prokofievich Tiurin. Con Kilgas, el letón, tiene uno más de que hablar que con los de casa. [...]
Cuando había tormenta de nieve el temor no era de salir a trabajar, sino simplemente de traspasar la puerta del barracón. Pues si del barracón de los dormitorios al del comedor no han tendido un cable, uno se pierde. Si un preso se hiela en la nieve, mal rayo lo parta. Mas, ¿y si se escapa? Ya sucedió. Durante las tormentas, la nieve es como polvillo y se adensa durante la nevisca como si alguien la apisonara. Precisamente durante una de esas tormentas, al quedar la alambrada cubierta de nieve, se largaron algunos. Claro que no llegaron muy lejos... [...]
Shujov se sentía satisfecho cuando todos los dedos le señalaban: "A ése le falta poco para salir". Pero en su fuero interno no estaba muy seguro. Los que cumplían la condena durante la guerra fueron retenidos "en reserva" hasta 1946. El que estaba condenado a tres años, por ejemplo, se quedaba encerrado cinco años más. Es una ley muy elástica. Pasan los diez años, y pueden caerte otros diez, o el destierro. [...]
Según la acusación, Shujov estaba condenado por alta traición. Él había confesado y declaró que se dejó coger prisionero con intención de traicionar a su país, y que fue puesto en libertad para cumplir una misión del servicio secreto alemán. Cuál fuese esa misión, no pudo precisarlo Shujov ni el juez de instrucción. Una misión, pues, quedó en los papeles.
Los del servicio de contraespionaje le pegaron muchas veces. Shujov llegó a una sencilla conclusión: si no firmas te darán el pijama de madera; si firmas, al menos conseguirás vivir otro poco. Firmó. [...]
Desde diana hasta el toque de queda, así eran los días de su condena, en número de tres mil seiscientos cincuenta y tres.
Tres días de más: por los años bisiestos...
Traducción de J. A. Mercado, J. A. Bravo y M. A. Chao
Alexandr Solzhenitsin
Quien lea ahora, por vez primera, Un día en la vida de Iván Denisovich queda perplejo. ¿Es posible que este breve relato provocara al aparecer, en 1962, semejante conmoción? Un cuarto de siglo después nadie ignora la realidad del gulag y los genocidios de la era de Stalin, que el propio Nikita Jruschev denunció en el XXII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Pero en 1962, innumerables progresistas del mundo entero se resistían todavía a aceptar aquel brutal desmentido a la quimera del paraíso socialista. El discurso de Jruschev era negado, atribuido a maniobras del imperialismo y sus agentes. En estas circunstancias, A. Tvardovski, con autorización del propio Jruschev, publicó en Novy Mir el texto que daría a conocer al mundo a Solzhenitsin y marcaría el inicio de su carrera literaria.
El efecto del libro fue explosivo. ¿Quién podía, ahora, negar la evidencia? El hombre que testimoniaba lo hacía en la propia Unión Soviética y a partir de la experiencia, pues el universo concentracionario que describía lo había padecido en persona y por causas tan crueles y estúpidas como las que sepultan en el gulag al oscuro campesino Iván Denisovich Shujov de la novela. El famoso deshielo jruscheviano duró poco pero sus efectos no se extinguirían, al menos en lo que se refiere a la destrucción de una cierta visión ingenua, mítica, del primer estado marxista-leninista de la historia. Y acaso ningún texto, ni siquiera el discurso de Jruschev en el XXII Congreso del PCUS, simboliza de manera tan vívida aquel violento trizarse del sueño comunista, como esta pequeña novela. MARIO VARGAS LLOSA
4 comentarios:
Gran grande escritor que padeció sobretodo la iniquidad del progresismo bobo más que ingenuo que en menor grado también padecieran Vargas Llosa y tantos otros. Me acuerdo ahora de Reinaldo Arenas, por ejemplo y para no aburrir con la larga lista.
Larga lista haríamos, sí. No sé allá, pero en mi tierra el progresismo bobo, que no ingenuo, sigue existiendo y siguen estando encantados de conocerse y de dar lecciones de no se sabe qué a los demás porque están convencidos de tener la "razón moral", pobrecitos míos.
Aquí también abunda el relato trasnochado de una casta de millonarios con ínfulas de recién bajados de la Sierra Maestra y que nos tienen de rehenes hace ya doce años...
Anda que...!
Me pregunto cómo pueden seguir comiendo el coco a la gente.
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