Chet Baker - Like Someone In Love

miércoles, 30 de abril de 2014

Auto-retrato com a musa - Vasco Graça Moura - Portugal


1.

vejo-me ao espelho: a cara
severa dos sessenta,
alguns cabelos brancos,
os óculos por vezes
já mais embaciados.

sobrancelhas espessas,
nariz nem muito ou pouco,
sinal na face esquerda,
golpe breve no queixo
(andanças da gilette).

ia a passar fumando
mais uma cigarrilha
medindo em tempo e cinza
coisas atrás de mim.
que coisas? tantas coisas,

palavras e objectos,
sentimentos, paisagens.
também pessoas, claro,
e desfocagens, tudo
o que assim se mistura

e se entrevê no espelho,
tingindo as suas águas
de um dúbio maneirismo
a que hoje cedo. e fico
feito de tinta e feio.


2

quem amo o que é que pode
fazer deste retrato?
nem sabê-lo de cor,
nem tê-lo encaixilhado,
nem guardá-lo num livro,

nem rasgá-lo ou queimá-lo,
mas pode pôr-se ao lado
e ter prazer ou pena
por nos achar parecidos
ou não achar. quem amo

não fica desenhado,
fica dentro de mim
e é quando mais me apago
e deixo de me ver
e apenas me confundo,

amador transformado
na própria coisa amada
por muito imaginar.
assim nem john ashberry,
nem o parmegianino,

nem espelho convexo,
nem mesmo auto-retrato.
só uma sombra que é
na sombra de quem amo
provavelmente a minha.


3

quem amo tem cabelos
castanhos e castanhos
os olhos, o nariz
direito, a boca doce.
em mais ninguém conheço

tal porte do pescoço
nem tão esguias mãos
com aro de safira,
nem tanta luz tão húmida
que sai do seu olhar,

nem riso tão contente,
contido e comovente,
nem tão discretos gestos,
nem corpo tão macio
quem amo tem feições

de uma beleza grave
e música na alma
flutua nas volutas
de um madrigal antigo
em ondas de ternura.

é quando eu sinto a musa
pousando no meu ombro
sua cabeça, assim
me enredo horas a fio
e fico a magicar.


Autorretrato con la musa

1

me veo al espejo: la cara
severa de los sesenta,
algunos cabellos blancos,
las gafas a veces
más empañadas

cejas espesas,
nariz ni mucha ni poca,
cicatriz en la frente izquierda,
leve incisión en la barbilla
(andanzas de la hoja de afeitar).

iba a pasar fumando
otro cigarrillo
midiendo en tiempo y ceniza
cosas de mi pasado.
¿qué cosas? tantas cosas,

palabras y objetos,
sentimientos, paisajes.
también personas, claro,
y desenfocados, todo
lo que así se mezcla

y se entrevé en el espejo,
tiñendo sus aguas
de un vago manierismo
al que hoy cedo, quedando
hecho de tinta y feo.


2

¿quién amo o qué es que puede
hacer de este retrato?
ni lo sabe de corazón,
ni lo tiene encuadrado,
ni lo guarda en un libro,

ni lo rasga o lo quema,
pero puede ponerse al lado
y tener placer o pena
por hallarnos atractivos
o no. quien amo

no queda dibujado,
queda dentro de mí
y es cuando más me apago
y dejo de verme
y tan sólo me confundo,

amante transformado
en la propia cosa amada
por mucho imaginar
así ni john ashberry
ni el parmegianino

en el espejo convexo,
en el mismo autorretrato
sólo una sombra que es,
en la sombra de quien amo,
probablemente la mía.


3

quien amo tiene cabellos
castaños y castaños
los ojos, la nariz
derecha, la boca dulce.
en nadie más conozco

tal prestancia de cuello
ni tan finas manos
con anillo de zafiro,
ni tanta luz tan húmeda
que sale de su mirada,

ni risa tan alegre,
contenida y conmovedora,
ni tan discretos ademanes,
ni cuerpo tan suave.
quien amo tiene facciones

de una belleza grave
y música en el alma
flota en las ondulaciones
de un madrigal antiguo,
en olas de ternura.

es cuando yo siento la musa
posando en mi hombro
su cabeza, así
me paso horas al filo
y quedo meditando.
Traducción de  A. P. Alencart

lunes, 28 de abril de 2014

Literatura y ciencia/ 7 - Oda al átomo - Pablo Neruda - Chile


Pequeñísima
estrella,
parecías
para siempre
enterrada
en el metal: oculto,
tu diabólico
fuego.
Un día
golpearon
en la puerta
minúscula:
era el hombre.
Con una
descarga
te desencadenaron,
viste el mundo,
saliste
por el día,
recorriste
ciudades,
tu gran fulgor llegaba
a iluminar las vidas,
eras
una fruta terrible,
de eléctrica hermosura,
venías
a apresurar las llamas
del estío,
y entonces
llegó
armado
con anteojos de tigre
y armadura,
con camisa cuadrada,
sulfúricos bigotes,
cola de puerco espín,
llegó el guerrero
y te sedujo:
duerme,
te dijo,
enróllate,
átomo, te pareces
a un dios griego,
a una primaveral
modista de París,
acuéstate
en mi uña,
entra en esta cajita,
y entonces
el guerrero
te guardó en su chaleco
como si fueras sólo
una píldora
norteamericana,
y viajó por el mundo
dejándote caer
en Hiroshima.

Despertamos.

La aurora
se había consumido.
Todos los pájaros
cayeron calcinados.
Un olor
de ataúd,
gas de las tumbas,
tronó por los espacios.
Subió horrenda
la forma del castigo
sobrehumano,
hongo sangriento, cúpula,
humareda,
espada
del infierno.
Subió quemante el aire
y se esparció la muerte
en ondas paralelas,
alcanzando
a la madre dormida
con su niño,
al pescador del río
y a los peces,
a la panadería
y a los panes,
al ingeniero
y a sus edificios,
todo
fue polvo
que mordía,
aire
asesino.

La ciudad
desmoronó sus últimos alvéolos,
cayó, cayó de pronto,
derribada,
podrida,
los hombres
fueron súbitos leprosos,
tomaban
la mano de sus hijos
y la pequeña mano
se quedaba en sus manos.
Así, de tu refugio,
del secreto
manto de piedra
en que el fuego dormía
te sacaron,
chispa enceguecedora,
luz rabiosa,
a destruir las vidas,
a perseguir lejanas existencias,
bajo el mar,
en el aire,
en las arenas,
en el último
recodo de los puertos,
a borrar
las semillas,
a asesinar los gérmenes,
a impedir la corola,
te destinaron, átomo,
a dejar arrasadas
las naciones,
a convertir el amor en negra pústula,
a quemar amontonados corazones
y aniquilar la sangre.

Oh chispa loca,
vuelve
a tu mortaja,
entiérrate
en tus mantos minerales,
vuelve a ser piedra ciega,
desoye a los bandidos,
colabora
tú, con la vida, con la agricultura,
suplanta los motores,
eleva la energía,
fecunda los planetas.
Ya no tienes
secreto,
camina
entre los hombres
sin máscara
terrible,
apresurando el paso
y extendiendo
los pasos de los frutos,
separando
montañas,
enderezando ríos,
fecundando,
átomo,
desbordada
copa
cósmica,
vuelve
a la paz del racimo,
a la velocidad de la alegría,
vuelve al recinto
de la naturaleza,
ponte a nuestro servicio,
y en vez de las cenizas
mortales
de tu máscara,
en vez de los infiernos desatados
de tu cólera,
en vez de la amenaza
de tu terrible claridad, entréganos
tu sobrecogedora
rebeldía
para los cereales,
tu magnetismo desencadenado
para fundar la paz entre los hombres,
y así no será infierno
tu luz deslumbradora,
sino felicidad,
matutina esperanza,
contribución terrestre.

sábado, 26 de abril de 2014

Noche oscura - San Juan de la Cruz - España


    Canciones del alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual.

En una noche oscura
con ansias en amores inflamada
¡oh dichosa ventura!
salí sin ser notada, 
estando ya mi casa sosegada.

A oscuras, y segura
por la secreta escala disfrazada,
¡oh dichosa ventura!
a oscuras, y en celada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía, 
ni yo miraba cosa, 
sin otra luz y guía,
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
a donde me esperaba,
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

¡Oh noche, que guiaste
oh noche amable más que la alborada:
oh noche que juntaste
Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada!

En mi pecho florido,
que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba.

El aire de la almena,
cuando yo sus cabellos esparcía,
con su mano serena
en mi cuello hería,
y todos mis sentidos suspendía.

Quedeme, y olvideme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo, y dejeme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.
San Juan de la Cruz

    La expresión "noche oscura" está tomada de la Égloga II de Garcilaso, en la que Albanio, el enamorado, busca desesperadamente la muerte:

                    La quinta noche, en fin, mi cruda suerte,
                    queriéndome llevar do se rompiere
                    aquesta tela de la vida fuerte,
                    hizo que de mi choza me saliere
                    por el silencio de la noche oscura...

jueves, 24 de abril de 2014

Premio Cervantes 2013 - Elena Poniatowska - México


    La escritora, activista y periodista Elena Poniatowska Amor, descendiente del último rey de Polonia, nacida en Francia pero "más mexicana que el mole", recibió ayer en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares el Premio Cervantes 2013, concedido en noviembre del pasado año.
    Elena Poniatowska, que asegura sentirse más periodista que escritora, dedicará los 125.000 euros del galardón a una fundación para promover la cultura en México, a la que ya ha donado los 14.000 volúmenes de su biblioteca.
    Asímismo, la mexicana donará un manuscrito -del que no ha querido desvelar su contenido- a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes, dirigido por Víctor García de la Concha. El manuscrito se depositará en la cámara acorazada de la sede central del Instituto, en la caja de seguridad 1515, donde permanecerá hasta el 21 de abril de 2024. La Caja de las Letras guarda legados de todos los galardonados desde 2006 (Antonio Gamoneda, Juan Gelman, Juan Marsé, José Emilio Pacheco, Ana María Matute, José Manuel Caballero Bonald y Nicanor Parra), además de Francisco Ayala, premio Cervantes 1991.

    - ¿Le preocupa su discurso?, le preguntaban estos días.
    - A mí lo que me preocupa es no caerme.

Fragmentos del discurso de aceptación del Premio Cervantes 2013
    [...] Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes, creado en 1976. (Los hombres son treinta y cinco.) María Zambrano fue la primera y los mexicanos la consideramos nuestra porque debido a la Guerra Civil Española vivió en México y enseñó en la Universidad Nicolaíta en Morelia, Michoacán.

    Simone Weil, la filósofa francesa, escribió que echar raíces es quizá la necesidad más apremiante del alma humana. En María Zambrano, el exilio fue una herida sin cura, pero ella fue una exiliada de todo menos de su escritura.

    La más joven de todas las poetas de América Latina en la primera mitad del siglo XX, la cubana Dulce María Loynaz, segunda en recibir el Cervantes, fue amiga de García Lorca y hospedó en su finca de La Habana a Gabriela Mistral y a Juan Ramón Jiménez. Años más tarde, cuando le sugirieron que abandonara la Cuba revolucionaria respondió que cómo iba a marcharse si Cuba era invención de su familia.

    A Ana María Matute, la conocí en El Escorial en 2003. Hermosa y descreída, sentí afinidad con su obsesión por la infancia y su imaginario riquísimo y feroz.

    María, Dulce María y Ana María, las tres Marías, zarandeadas por sus circunstancias, no tuvieron santo a quién encomendarse y sin embargo, hoy por hoy, son las mujeres de Cervantes, al igual que Dulcinea del Toboso, Luscinda, Zoraida y Constanza. A diferencia de ellas, muchos dioses me han protegido porque en México hay un dios bajo cada piedra, un dios para la lluvia, otro para la fertilidad, otro para la muerte. Contamos con un dios para cada cosa y no con uno solo que de tan ocupado puede equivocarse.

    Del otro lado del océano, en el siglo XVII la monja jerónima Sor Juana Inés de la Cruz supo desde el primer momento que la única batalla que vale la pena es la del conocimiento. Con mucha razón José Emilio Pacheco la definió: “Sor Juana/ es la llama trémula/ en la noche de piedra del virreinato”.

    Su respuesta a Sor Filotea de la Cruz es una defensa liberadora, el primer alegato de una intelectual sobre quien se ejerce la censura. En la literatura no existe otra mujer que al observar el eclipse lunar del 22 de diciembre de 1684 haya ensayado una explicación del origen del universo. Ella lo hizo en los 975 versos de su poema “Primero sueño”. Dante tuvo la mano de Virgilio para bajar al infierno, pero nuestra Sor Juana descendió sola y al igual que Galileo y Giordano Bruno fue castigada por amar la ciencia y reprendida por prelados que le eran harto inferiores.

    Sor Juana contaba con telescopios, astrolabios y compases para su búsqueda científica. También dentro de la cultura de la pobreza se atesoran bienes inesperados. Jesusa Palancares, la protagonista de mi novela-testimonio “Hasta no verte Jesús mío”, no tuvo más que su intuición para asomarse por la única apertura de su vivienda a observar el cielo nocturno como una gracia sin precio y sin explicación posible. Jesusa vivía a la orilla del precipicio, por lo tanto el cielo estrellado en su ventana era un milagro que intentaba descifrar. Quería comprender por qué había venido a la Tierra, para qué era todo eso que la rodeaba y cuál podría ser el sentido último de lo que veía. Al creer en la reencarnación estaba segura de que muchos años antes había nacido como un hombre malo que desgració a muchas mujeres y ahora tenía que pagar sus culpas entre abrojos y espinas.

    Mi madre nunca supo qué país me había regalado cuando llegamos a México, en 1942, en el “Marqués de Comillas”, el barco con el que Gilberto Bosques salvó la vida de tantos republicanos que se refugiaron en México durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas. Mi familia siempre fue de pasajeros en tren: italianos que terminan en Polonia, mexicanos que viven en Francia, norteamericanas que se mudan a Europa. Mi hermana Kitzia y yo fuimos niñas francesas con un apellido polaco. Llegamos “a la inmensa vida de México” —como diría José Emilio Pacheco—, al pueblo del sol. Desde entonces vivimos transfiguradas y nos envuelve entre otras encantaciones, la ilusión de convertir fondas en castillos con rejas doradas. [...]

    Aprendí el español en la calle, con los gritos de los pregoneros y con unas rondas que siempre se referían a la muerte. “Naranja dulce,/ limón celeste,/ dile a María/ que no se acueste./ María, María/ ya se acostó,/ vino la muerte/ y se la llevó”. O esta que es aún más aterradora: “Cuchito, cuchito/ mató a su mujer/ con un cuchillito/ del tamaño de él./ Le sacó las tripas/ y las fue a vender./ —¡Mercarán tripitas/ de mala mujer!” [...]

    Recuerdo mi asombro cuando oí por primera vez la palabra “gracias” y pensé que su sonido era más profundo que el “merci” francés. También me intrigó ver en un mapa de México varios espacios pintados de amarillo marcados con el letrero: “Zona por descubrir”. En Francia, los jardines son un pañuelo, todo está cultivado y al alcance de la mano. Este enorme país temible y secreto llamado México, en el que Francia cabía tres veces, se extendía moreno y descalzo frente a mi hermana y a mí y nos desafiaba: "Descúbranme". El idioma era la llave para entrar al mundo indio, el mismo mundo del que habló Octavio Paz, aquí en Alcalá de Henares en 1981, cuando dijo que sin el mundo indio no seríamos lo que somos.

    ¿Cómo iba yo a transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimicuaro? Me gustó poder pronunciar Xochitlquetzal, Nezahualcóyotl o Cuauhtémoc y me pregunté si los conquistadores se habían dado cuenta quiénes eran sus conquistados. [...]

    Tina Modotti llegó de Italia pero bien podría considerarse la primera fotógrafa mexicana moderna. En 1936, en España cambió de profesión y acompañó como enfermera al doctor Norman Bethune a hacer las primeras transfusiones de sangre en el campo de batalla. Treinta y ocho años más tarde, Rosario Ibarra de Piedra se levantó en contra de una nueva forma de tortura, la desaparición de personas. Su protesta antecede al levantamiento de las Madres de Plaza de Mayo con su pañuelo blanco en la cabeza por cada hijo desaparecido. “Vivos los llevaron, vivos los queremos”.

    La última pintora surrealista, Leonora Carrington pudo escoger vivir en Nueva York al lado de Max Ernst y el círculo de Peggy Guggenheim pero, sin saber español, prefirió venir a México con el poeta Renato Leduc, autor de un soneto sobre el tiempo que pienso decirles más tarde si me da la vida para tanto. [...]

    “¿Quien anda ahí?” “Nadie”, consignó Octavio Paz en “El laberinto de la soledad”. Muchos mexicanos se ningunean. “No hay nadie” —contesta la sirvienta. “¿Y tú quien eres?” “No, pues nadie”. No lo dicen para hacerse menos ni por esconderse sino porque es parte de su naturaleza. Tampoco la naturaleza dice lo que es ni se explica a sí misma, simplemente estalla. Durante el terremoto de 1985, muchos jóvenes punk de esos que se pintan los ojos de negro y el pelo de rojo, con chalecos y brazaletes cubiertos de estoperoles y clavos arribaban a los lugares siniestrados, edificios convertidos en sandwich, y pasaban la noche entera con picos y palas para sacar escombros que después acarreaban en cubetas y carretillas. A las cinco de la mañana, ya cuando se iban, les pregunté por su nombre y uno de ellos me respondió: “Pues póngame nomás Juan”, no sólo porque no quería singularizarse o temiera el rechazo sino porque al igual que millones de pobres, su silencio es también un silencio de siglos de olvido y de marginación.

    Tenemos el dudoso privilegio de ser la ciudad más grande del mundo: casi 9 millones de habitantes. El campo se vacía, todos llegan a la capital que tizna a los pobres, los revuelca en la ceniza, les chamusca las alas aunque su resistencia no tiene límites y llegan desde la Patagonia para montarse en el tren de la muerte llamado “La Bestia” con el sólo fin de cruzar la frontera de Estados Unidos.

    En 1979, Marta Traba publicó en Colombia una “Homérica Latina” en la que los personajes son los perdedores de nuestro continente, los de a pie, los que hurgan en la basura, los recogedores de desechos de las ciudades perdidas, las multitudes que se pisotean para ver al Papa, los que viajan en autobuses atestados, los que se cubren la cabeza con sombreros de palma, los que aman a Dios en tierra de indios. He aquí a nuestros personajes, los que llevan a sus niños a fotografiar ya muertos para convertirlos en “angelitos santos”, la multitud que rompe las vallas y desploma los templetes en los desfiles militares, la que de pronto y sin esfuerzo hace fracasar todas las mal intencionadas políticas de buena vecindad, esa masa anónima, oscura e imprevisible que va poblando lentamente la cuadrícula de nuestro continente; el pueblo de las chinches, las pulgas y las cucarachas, el miserable pueblo que ahora mismo deglute el planeta. Y es esa masa formidable la que crece y traspasa las fronteras, trabaja de cargador y de mocito, de achichincle y lustrador de zapatos —en México los llamamos boleros—. El novelista José Agustín declaró al regresar de una universidad norteamericana: “Allá, creen que soy un limpiabotas venido a más”. Habría sido mejor que dijera “un limpiabotas venido a menos”. Todos somos venidos a menos, todos menesterosos, en reconocerlo está nuestra fuerza. Muchas veces me he preguntado si esa gran masa que viene caminando lenta e inexorablemente desde la Patagonia a Alaska se pregunta hoy por hoy en qué grado depende de los Estados Unidos. Creo más bien que su grito es un grito de guerra y es avasallador, es un grito cuya primera batalla literaria ha sido ganada por los chicanos. [...]

    Ya para terminar y porque me encuentro en España entre amigos, quisiera contarles que tuve un gran amor “platónico” por Luis Buñuel porque juntos fuimos al Palacio Negro de Lecumberri —cárcel legendaria de la ciudad de México— a ver a nuestro amigo Álvaro Mutis, el poeta y gaviero, compañero de batallas de nuestro indispensable Gabriel García Márquez. La cárcel, con sus presos reincidentes llamados “conejos”, nos acercó a una realidad compartida: la de la vida y la muerte tras los barrotes. [...]

    El poder financiero manda no sólo en México sino en el mundo. Los que lo resisten, montados en Rocinante y seguidos por Sancho Panza son cada vez menos. Me enorgullece caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos.
A mi hija Paula, su hija Luna, aquí presente, le preguntó: —Oye mamá, ¿y tú cuántos años tienes?
Paula le dijo su edad y Luna insistió:
—¿Antes o después de Cristo? [...]

    En los últimos años de su vida, el astrónomo Guillermo Haro repetía las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Observaba durante horas a una jacaranda florecida y me hacía notar “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”. Esa certeza del estrellero también la he hecho mía, como siento mías las jacarandas que cada año cubren las aceras de México con una alfombra morada que es la de la cuaresma, la muerte y la resurrección.
    Muchas gracias por escuchar.
Elena Poniatowska

El silencio de los pobres es un silencio de siglos de olvido y marginación"
Antes de Gabo éramos los condenados de la Tierra. Pero con sus Cien años de soledad le dio alas a América Latina"

miércoles, 23 de abril de 2014

Día Mundial del Libro - Quijotescas/ 25 - Fragmentos del último capítulo de Don Quijote de la Mancha - Miguel de Cervantes - España


    Hoy se celebra -como cada año desde hace casi dos décadas- el Día Mundial del Libro, en conmemoración de las muertes de Miguel de Cervantes y William Shakespeare. En realidad, Cervantes murió el 22 de abril de 1616 y fue enterrado al día siguiente. Shakespeare falleció el 23 de abril del mismo año, pero no el mismo 23 de abril, ya que en Inglaterra seguía utilizándose el calendario juliano y en España ya se utilizaba el gregoriano. La muerte de Shakespeare correspondería en el calendario gregoriano al 3 de mayo. Quien sí murió el 23 de abril de 1616 fue el Inca Garcilaso de la Vega.
    La UNESCO ha nombrado Capital Mundial del Libro para 2014 a Port Harcourt (Nigeria).


SEGUNDA PARTE

Capítulo LXXIV
 De cómo don Quijote cayó malo, y del testamento 
que hizo y su muerte   

    Como las cosas humanas no sean eternas, yendo siempre en declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los hombres, y como la de don Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de la suya, llegó su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba; porque, o ya fuese de la melancolía que le causaba el verse vencido, o ya por la disposición del cielo, que así lo ordenaba, se le arraigó una calentura que le tuvo seis días en la cama, en los cuales fue visitado muchas veces del cura, del bachiller y del barbero, sus amigos, sin quitársele de la cabecera Sancho Panza, su buen escudero. [...]

    Llamaron sus amigos al médico, tomóle el pulso, y no le contentó mucho y dijo que, por sí o por no, atendiese a la salud de su alma, porque la del cuerpo corría peligro. Oyólo don Quijote con ánimo sosegado; pero no lo oyeron así su ama, su sobrina y su escudero, los cuales comenzaron a llorar tiernamente, como si ya le tuvieran muerto delante. Fue el parecer del médico que melancolías y desabrimientos le acababan. Rogó don Quijote que le dejasen solo, porque quería dormir un poco. Hiciéronlo así y durmió de un tirón, como dicen, más de seis horas; tanto, que pensaron el ama y la sobrina que se había de quedar en el sueño. Despertó al cabo del tiempo dicho y, dando una gran voz, dijo:
    -¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! En fin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.
    Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos en aquella enfermedad, preguntóle:
    -¿Qué es lo que vuestra merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son estas, o qué pecados de los hombres?
    Las misericordias -respondió don Quijote-, sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco; que, puesto que1 lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: al cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento. [...]

    Entró el escribano con los demás, y después de haber hecho la cabeza del testamento y ordenado su alma don Quijote, con todas aquellas circunstancias cristianas que se requieren, llegando a las mandas2, dijo:
    -Iten, es mi voluntad que de ciertos dineros que Sancho Panza, a quien en mi locura hice mi escudero, tiene, que porque ha habido entre él y mí ciertas cuentas, y dares y tomares, quiero que no se le haga cargo dellos, ni se le pida cuenta alguna, sino que si sobrare alguno después de haberse pagado de lo que le debo, el restante sea suyo, que será bien poco, y buen provecho le haga; y si como estando yo loco fui parte para darle el gobierno de la ínsula, pudiera agora, estando cuerdo, darle el de un reino, se le diera, porque la sencillez de su condición y fidelidad de su trato lo merece.
    Y, volviéndose a Sancho, le dijo:
    -Perdóname, amigo, de la ocasión que te he dado de parecer loco como yo, haciéndote caer en el error en que yo he caído de que hubo y hay caballeros andantes en el mundo.
    -¡Ay! -respondió Sancho, llorando-. No se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años; porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más, sin que nadie le mate ni otras manos le acaben que las de la melancolía. Mire no sea perezoso, sino levántese desa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores, como tenemos concertado; quizá tras de alguna mata hallaremos a la señora doña Dulcinea desencantada, que no haya más que ver. Si es que se muere de pesar de verse vencido, écheme a mí la culpa, diciendo que por haber yo cinchado mal a Rocinante le derribaron; cuanto más que vuestra merced habrá visto en sus libros de caballerías ser cosa ordinaria derribarse unos caballeros a otros, y el que es vencido hoy ser vencedor mañana.
    -Así es -dijo Sansón-, y el buen Sancho Panza está muy en la verdad destos casos.
    -Señores -dijo don Quijote-, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco, y ya soy cuerdo; fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuestras mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.
    -Iten, mando toda mi hacienda, a puerta cerrada, a Antonia Quijana, mi sobrina, que está presente, habiendo sacado primero de lo más bien parado della lo que fuere menester para cumplir las mandas que dejo hechas; y la primera satisfación que se haga quiero que sea pagar el salario que debo del tiempo que mi ama me ha servido, y más veinte ducados para un vestido. Dejo por mis albaceas al señor cura y al señor bachiller Sansón Carrasco, que están presentes.
    -Iten, es mi voluntad que si Antonia Quijana, mi sobrina, quisiere casarse, se case con hombre de quien primero se haya hecho información que no sabe qué cosas sean libros de caballerías; y en caso que se averiguare que lo sabe y, con todo eso, mi sobrina quisiere casarse con él y se casare, pierda todo lo que le he mandado, lo cual puedan mis albaceas distribuir en obras pías a su voluntad.
    -Iten, suplico a los dichos señores mis albaceas que si la buena suerte les trujere a conocer al autor que dicen que compuso una historia que anda por ahí con el título de Segunda parte de las hazañas de don Quijote de la Mancha, de mi parte le pidan, cuan encarecidamente ser pueda, perdone la ocasión que sin yo pensarlo le di de haber escrito tantos y tan grandes disparates como en ella escribe; porque parto desta vida con escrúpulo de haberle dado motivo para escribirlos.
    Cerró con esto el testamento y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la cama. Alborotáronse todos y acudieron a su remedio, y en tres días que vivió después deste donde hizo el testamento, se desmayaba muy a menudo. Andaba la casa alborotada; pero, con todo, comía la sobrina, brindaba el ama y se regocijaba Sancho Panza; que esto del heredar algo borra o templa en el heredero la memoria de la pena que es razón que deje el muerto.
    En fin, llegó el último de don Quijote, después de recebidos todos los sacramentos y después de haber abominado con muchas y eficaces razones de los libros de caballerías. Hallóse el escribano presente y dijo que nunca había leído en ningún libro de caballerías que algún caballero andante hubiese muerto en su lecho tan sosegadamente y tan cristiano como don Quijote; el cual, entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió.
   Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio cómo Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente don Quijote de la Mancha, había pasado desta presente vida y muerto naturalmente; y que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente y hiciese inacabables historias de sus hazañas.
    Este fin tuvo el Ingenioso Hidalgo de la Mancha, cuyo lugar no quiso poner Cide Hamete puntualmente, por dejar que todas las villas y lugares de la Mancha contendiesen entre sí por ahijársele y tenérsele por suyo, como contendieron las siete ciudades de Grecia por Homero.
    Déjanse de poner aquí los llantos de Sancho, sobrina y ama de don Quijote, los nuevos epitafios de su sepultura, aunque Sansón Carrasco le puso éste:

    Yace aquí el hidalgo fuerte
que a tanto estremo llegó
de valiente, que se advierte
que la muerte no triunfó
de su vida con su muerte.
    Tuvo a todo el mundo en poco;
fue el espantajo y el coco
del mundo, en tal coyuntura,
que acreditó su ventura
morir cuerdo y vivir loco.

    Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma:
    -"Aquí quedarás, colgada desta espetera3 y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola4 mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte. Pero antes que a ti lleguen, les puedes advertir y decirles en el mejor modo que pudieres:

    —¡Tate, tate, folloncicos!
De ninguno sea tocada;
porque esta empresa, buen rey,
para mí estaba guardada.

    Para mí sola nació don Quijote, y yo para él; él supo obrar y yo escribir; solos los dos somos para en uno, a despecho y pesar del escritor fingido y tordesillesco que se atrevió, o se ha de atrever, a escribir con pluma de avestruz grosera y mal deliñada las hazañas de mi valeroso caballero, porque no es carga de sus hombros ni asunto de su resfriado ingenio; a quien advertirás, si acaso llegas a conocerle, que deje reposar en la sepultura los cansados y ya podridos huesos de don Quijote, y no le quiera llevar, contra todos los fueros de la muerte, a Castilla la Vieja, haciéndole salir de la fuesa5 donde real y verdaderamente yace tendido de largo a largo, imposibilitado de hacer tercera jornada y salida nueva; que para hacer burla de tantas como hicieron tantos andantes caballeros, bastan las dos que él hizo tan a gusto y beneplácito de las gentes a cuya noticia llegaron, así en estos como en los estraños reinos. Y con esto cumplirás con tu cristiana profesión, aconsejando bien a quien mal te quiere, y yo quedaré satisfecho y ufano de haber sido el primero que gozó el fruto de sus escritos enteramente, como deseaba, pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que por las de mi verdadero don Quijote van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna". Vale6.
1 Puesto que: aunque. 
2 Mandas: legados.
3 Espetera:  tabla con garfios para colgar utensilios de cocina.
4 Péñola: pluma. 
5 Fuesa: fosa, sepultura.
6 Vale: en latín, adiós.

lunes, 21 de abril de 2014

Camino de luz - Amina Saïd - Túnez


Sentier de lumiére

j'ai dormi trois siècles sur un lit de rochers
j'ai vu des choses oubliées des hommes
j'ai mesuré la distance qui sépare le ciel de la terre
j'ai lu les lignes de la main j'ai rendu les oracles
une voix qui n'était pas la mienne a parlé par ma bouche
j'ai disparu dans une ville elle-même disparue
des cavaliers en armes ont envahi nos plaines
nous sommes restés dans l'attente d'autres barbares
la mer s'est retirée des portes de ma ville
je me suis concilié les fleuves de la terre
j'ai orné le jour du tatouage de mes rêves
mon visage a vu mon autre visage
je n'ai pas entendu la voix qui m'appelait
la main qui me cherchait ne m'a pas trouvée
je suis née plusieurs fois de chaque étoile
je suis morte autant de fois du soleil des jours
j'ai pris très tôt des bateaux pour nulle part
j'ai demandé une chambre dans la patrie des autres
je n'avais rien accompli avant nos adieux
j'ai habité le couchant le levant et l'espace du vent
j'étais cette étrangère qu'accompagnait le soir
deux fois étrangère entre nord et sud
j'ai gravé des oiseaux tristes sur des pierres grises
j'ai dessiné ces pierres et les ai habitées
j'ai construit des radeaux où il n'y avait pas d'océans
j'ai dressé des tentes où n'étaient nuls déserts
des caravanes m'ont conduite vers un rêve d'orient
mes calligraphies ont voyagé sur le dos des nuages
je me suis souvenue de la neige des amandiers
j'ai suivi la route aérienne des oiseaux
jusqu'au mont de la lune aux duvets des naissances
j'ai appris et oublié toutes les langues de la terre
j'ai fait un grand feu de toutes les patries
j'ai bu quelques soirs au flacon de l'oubli
j'ai cherché mon étoile dans le lit des étoiles
j'ai gardé ton amour au creux de ma paume
j'ai tissé un tapis avec la laine du souvenir
j'ai déplié le monde sous l'arche des commencements
j'ai pansé les plaies du crépuscule
j'ai mis en gerbes mes saisons pour les offrir à la vie
j'ai compté les arbres qui me séparent de toi
nous étions deux sur cette terre nous voilà seuls
j'ai serré une ceinture de mots autour de ma taille
j'ai recouvert d'un linceul l'illusion des miroirs
j'ai cultivé le silence comme une plante rare
lueur après lueur j'ai déchiffré la nuit
la mort un temps m'a courtisée
j'ai cherché dans le soleil la direction du soleil
je me suis couchée dans ma tombe et me suis relevée
je me suis égarée puis retrouvée d'une genèse à l'autre
je t'ai attendu sans t'attendre
jusqu'à ce que tu deviennes poème
j'ai mêlé la chair à l'argile et à la lumière
j'ai mêlé le souffle à ce qui était déjà souffle
j'ai habité la maison chaude de ta voix
j'ai fait naître les souvenirs avant qu'ils n'aient vécu
j'ai caché mon amour sous les pudeurs de l'ombre
je me suis demandé comment le dire avant de le dire
et pourquoi je ne le disais pas
j'ai dit qu'il était temps que j'aille vers toi
j'ai rampé jusqu'à tes lèvres sur un lit de ronces
j'ai cru que ce qui nous unissait
était ce qui nous ressemblait
je me suis cherché en toi un pays une langue
en m'éloignant du rêve je m'en suis approchée
j'ai noirci des pages avec la nuit du poème
l'oiseau noir du silence les froissait une à une
j'ignore encore quelle langue me parle et m'absout
j'ai pris un sentier de lumière qui mène à l'horizon
mon pays : un bouquet d'adieux cueillis au fil du temps
j'ai déroulé ses rives comme une natte d'alpha
j'ai trouvé un nom pour ce gui reste de l'enfance
pour fleurir entre tes bras
j'ai jeté les oranges du souvenir dans un puits
j'ai dessiné mon amour à la craie sur une muraille d'eau
rien ne demeure dans la mémoire des hommes
je marchais en moi et loin de moi
une ombre parfois épousait mon ombre
à chaque départ je tranchais un lien
libérais l'oiseau de feu des cendres de la mémoire
je marchais en toi et loin de toi
je me suis alliée à l'alphabet du sable
aux ondulations de la vague
à la paix qui clôt tes paupières
mon chant sera à l'image de cette paix
j'ai reconnu l'aube à l'aube dans son regard
j'ai voulu le jour à l'image de ceux que j'aime
j'ai apprêté la nuit pour la moisson du rêve
j'ai courtisé le visible j'ai étreint l'invisible
j'ai tout lu de la terre dans le grand livre de la terre
j'ai témoigné de l'éphémère et de l'éternité de l'instant
je me suis attardée au seuil de chaque seuil
nos morts appelaient de l'autre rive
les lignes de leur monde sillonnaient nos mains
l'écho de leurs voix s'épuisait dans la distance
les suicides du sang étaient autant de pierres
dans les remparts du temps
j'ai fait mes premiers pas dans le limon des fleuves
on m'a ensablée vive sous un amas de dunes
on a obstrué la caverne - que mon sommeil s'éternise
on a exilé mon corps à l'intérieur de mon corps
on a effacé mon nom de tous les registres
jusqu'aux épousailles des deux rives
j'ai porté en moi le vide comme la bouche d'un noyé
décembre a disparu derrière l'horizon
j'ai appelé - seul le silence était attentif
j'ai vu les siècles s'égarer jusqu'à nous
le grenadier refleurissait entre les stèles
ma ville changeait de maîtres comme de parure
ma terre : un nuage en marge du levant
pourquoi chercher un lieu quand nous sommes le lieu
mon ombre a gravi un long chemin jusqu'à moi
un jour je suis entrée dans la maison de la langue
j'ai niché deux oiseaux à la place du cœur
j'ai traversé le miroir du poème et il m'a traversée
je me suis fiée à l'éclair de la parole
j'ai déposé un amour insoumis dans le printemps des arbres
et délivré mes mains pour que s'envolent les colombes


Camino de luz

dormí en un lecho de rocas durante tres siglos
ví cosas que los hombres olvidaron
medí la distancia que separa el cielo de la tierra
leí las líneas de la mano pronuncié los oráculos
una voz que no era la mía habló por mi boca
desaparecí en una ciudad a su vez desaparecida
unos jinetes armados invadieron nuestras llanuras
permanecimos a la espera de otros bárbaros
el mar se retiró de las puertas de mi ciudad
me gané el favor de los ríos de la tierra
adorné el día con el tatuaje de mis sueños
mi rostro vio mi otro rostro
no oí la voz que me llamaba
la mano que me buscaba no me encontró
nací varias veces de cada estrella
morí otras tantas con el sol de los días
muy pronto me embarqué hacia ninguna parte
pedí una habitación en la patria de los otros
no había hecho nada antes de nuestro adiós
viví en el poniente en el levante y en el espacio del viento
era esa extranjera que acompañaba a la noche
dos veces extranjera entre norte y sur
grabé pájaros tristes en unas piedras grises
dibujé esas piedras y las habité
construí balsas donde no había océanos
levanté tiendas donde no existían desiertos
unas caravanas me llevaron hacia un sueño de oriente
mis caligrafías viajaron a lomos de las nubes
recordé la nieve de los almendros
seguí la ruta aérea de los pájaros
hasta el monte de la luna en los plumones de los nacimientos
aprendí y olvidé todas las lenguas de la tierra
encendí una hoguera con todas las patrias
algunas noches bebí del frasco del olvido
busqué mi estrella en el lecho de las estrellas
guardé tu amor en el hueco de mi mano
tejí una alfombra con la lana del recuerdo
desplegué el mundo bajo el arco de los orígenes
vendé las llagas del crepúsculo
hice gavillas con mis estaciones para regalárselas a la vida
conté los árboles que me separan de ti
éramos dos en esta tierra ahora estamos solos
me ceñí un cinturón de palabras en el talle
cubrí con una mortaja la ilusión de los espejos
cultivé el silencio como una planta rara
fulgor tras fulgor descifré la noche
la muerte me cortejó durante un tiempo
busqué en el sol la dirección del sol
me acosté en mi tumba y me levanté
me perdí luego me encontré de una génesis a la otra
te esperé sin esperarte
hasta que te convirtieras en poema
mezclé la carne con la arcilla y con la luz
mezclé el aliento con lo que ya era aliento
viví en la cálida casa de tu voz
hice que los recuerdos nacieran antes de que vivieran
oculté mi amor bajo los pudores de la sombra
me pregunté cómo decirlo antes de decirlo
y por qué no lo decía
dije que ya era hora de ir a ti
me arrastré hasta tus labios por un lecho de espinos
creí que lo que nos unía
era aquello que nos hacía semejantes
busqué en ti un país una lengua
alejándome del sueño me acerqué a él
ennegrecí páginas con la noche del poema
el pájaro negro del silencio las rozaba una a una
aún no sé qué lengua me habla y me absuelve
tomé un sendero de luz que conduce al horizonte
mi país: un ramo de adioses recogidos al hilo del tiempo
desenrollé sus orillas como una estera de alfa
encontré un nombre para lo que queda de la niñez
para florecer entre tus brazos
tiré a un pozo las naranjas del recuerdo
dibujé mi amor con tiza en una muralla de agua
nada permanece en la memoria de los hombres
caminaba en mí y lejos de mí
a veces una sombra se casaba con mi sombra
en cada partida cortaba un lazo
liberaba el pájaro de fuego de las cenizas de la memoria
caminaba en ti y lejos de ti
me alié con el alfabeto de la arena
con las ondulaciones de la ola
con la paz que cierra tus párpados
mi canto será a imagen de esa paz
reconocí el alba en el alba dentro de su mirada
quise el día a imagen de los que amo
dispuse la noche para la cosecha del sueño
cortejé lo visible abracé lo invisible
lo leí todo de la tierra en el gran libro de la tierra
fui testigo de lo efímero y de la eternidad del instante
me demoré en el umbral de cada umbral
nuestros muertos llamaban desde la otra orilla
las líneas de su mundo surcaban nuestras manos
el eco de sus voces se agotaba en la distancia
los suicidios de la sangre eran otras tantas piedras
en las murallas del tiempo
di mis primeros pasos en el limo de los ríos
me enterraron viva en la arena bajo un mar de dunas
taparon la caverna – que mi sueño sea eterno
exiliaron mi cuerpo al interior de mi cuerpo
borraron mi nombre de todos los registros
hasta los esponsales de las dos orillas
llevé en mí el vacío como la boca de un ahogado
diciembre desapareció tras el horizonte
llamé – sólo el silencio estaba atento
vi a los siglos perderse hasta nosotros
el granado volvía a florecer entre las estelas
mi ciudad cambiaba de señores como de aderezos
mi tierra: una nube al margen del levante
por qué buscar un lugar si somos el lugar
mi sombra recorrió un largo camino hasta llegar a mí
un día entré en la casa de la lengua
puse dos pájaros en el nido del corazón
atravesé el espejo del poema y este me atravesó
confié en el relámpago de la palabra
deposité un amor rebelde en la primavera de los árboles
y liberé mis manos para que volasen las palomas
Traducción de Ros Aragón

sábado, 19 de abril de 2014

Literatura y jazz/ 25 - Voy a poner en marcha un viejo disco de vinilo y lo escucharé con la ventana de mi guarida abierta para dejar un poema proletario en el aire - Luis Artigue - España


La ascesis monacal del poeta Sonny Rollins
aislado y ensayando en el Puente de Williamsburg;
ese sonido puro de conductor abstemio
me recuerda que es fácil parecer uno más
y difícil ser libre.
La luna roza y ama el saxo alto
del tipo que parece trabajar en pompas fúnebres
y toca a la intemperie dibujando en el aire
ebrio de claridad.
Duerme la ciudad toda
al ritmo noble y límpido de un músico romántico
que se queda a vivir
en esa abuhardillada azotea de la canción.
Y así el íntimo impacto de sus revelaciones
resulta convincente, lento y suculento
como verte desnuda
                            a escondidas.
La eternidad artística
esta vez la vislumbra un honesto explorador
que se separa de la gloria efímera
y practica en el puente.
El equilibrio
es ese estado de ánimo del viejo saxofón
al asomarse al puente. El otro. El puente.
El ámbito sonoro
reservado a entendidos pero muy envidiado.
Siempre un espectador
sinuosamente avanza a gatas por la música
lo mismo que un borracho que busca la salida.
Llega hasta Sonny Rollins.
Se levanta. Le hace
                           al concluir St. Thomas
la única pregunta pertinente:

¿eres tú el elegido
o tenemos que esperar a otro?
St. Thomas - Sonny Rollins 
Sonny Rollins - Saxo tenor 
Kenny Drew - Piano
Niels-Henning Ørsted Pedersen (NHØP) - Bajo 
Albert "Tootie" Heath - Batería

viernes, 18 de abril de 2014

La soledad de América Latina - In memoriam Gabriel García Márquez - Colombia


Gabriel García Márquez, Premio Nobel de Literatura 1982, acaba de fallecer en Ciudad de México a los 87 años. Descanse. 
Ha muerto un gigante de las Letras. La Literatura está hoy de luto.

La soledad de América Latina
(Discurso íntegro de aceptación del Premio Nobel de Literatura 1982)

    Antonio Pigafetta, un navegante florentino que acompañó a Magallanes en el primer viaje alrededor del mundo, escribió a su paso por nuestra América meridional una crónica rigurosa que sin embargo parece una aventura de la imaginación. Contó que había visto cerdos con el ombligo en el lomo, y unos pájaros sin patas cuyas hembras empollaban en las espaldas del macho, y otros como alcatraces sin lengua cuyos picos parecían una cuchara. Contó que había visto un engendro animal con cabeza y orejas de mula, cuerpo de camello, patas de ciervo y relincho de caballo. Contó que al primer nativo que encontraron en la Patagonia le pusieron enfrente un espejo, y que aquel gigante enardecido perdió el uso de la razón por el pavor de su propia imagen.

    Este libro breve y fascinante, en el cual ya se vislumbran los gérmenes de nuestras novelas de hoy, no es ni mucho menos el testimonio más asombroso de nuestra realidad de aquellos tiempos. Los cronistas de Indias nos legaron otros incontables. Eldorado, nuestro país ilusorio tan codiciado, figuró en mapas numerosos durante largos años, cambiando de lugar y de forma según la fantasía de los cartógrafos. En busca de la fuente de la Eterna Juventud, el mítico Alvar Núñez Cabeza de Vaca exploró durante ocho años el norte de México, en una expedición venática cuyos miembros se comieron unos a otros y sólo llegaron cinco de los 600 que la emprendieron. Uno de los tantos misterios que nunca fueron descifrados, es el de las once mil mulas cargadas con cien libras de oro cada una, que un día salieron del Cuzco para pagar el rescate de Atahualpa y nunca llegaron a su destino. Más tarde, durante la colonia, se vendían en Cartagena de Indias unas gallinas criadas en tierras de aluvión, en cuyas mollejas se encontraban piedrecitas de oro. Este delirio áureo de nuestros fundadores nos persiguió hasta hace poco tiempo. Apenas en el siglo pasado la misión alemana de estudiar la construcción de un ferrocarril interoceánico en el istmo de Panamá, concluyó que el proyecto era viable con la condición de que los rieles no se hicieran de hierro, que era un metal escaso en la región, sino que se hicieran de oro.

    La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia. El general Antonio López de Santana, que fue tres veces dictador de México, hizo enterrar con funerales magníficos la pierna derecha que había perdido en la llamada Guerra de los Pasteles. El general García Moreno gobernó al Ecuador durante 16 años como un monarca absoluto, y su cadáver fue velado con su uniforme de gala y su coraza de condecoraciones sentado en la silla presidencial. El general Maximiliano Hernández Martínez, el déspota teósofo de El Salvador que hizo exterminar en una matanza bárbara a 30 mil campesinos, había inventado un péndulo para averiguar si los alimentos estaban envenenados, e hizo cubrir con papel rojo el alumbrado público para combatir una epidemia de escarlatina. El monumento al general Francisco Morazán, erigido en la plaza mayor de Tegucigalpa, es en realidad una estatua del mariscal Ney comprada en París en un depósito de esculturas usadas.

    Hace once años, uno de los poetas insignes de nuestro tiempo, el chileno Pablo Neruda, iluminó este ámbito con su palabra. En las buenas conciencias de Europa, y a veces también en las malas, han irrumpido desde entonces con más ímpetus que nunca las noticias fantasmales de la América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego. Un presidente prometeico atrincherado en su palacio en llamas murió peleando solo contra todo un ejército, y dos desastres aéreos sospechosos y nunca esclarecidos segaron la vida de otro de corazón generoso, y la de un militar demócrata que había restaurado la dignidad de su pueblo. En este lapso ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa occidental desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi los 120 mil, que es como si hoy no se supiera dónde están todos los habitantes de la ciudad de Upsala. Numerosas mujeres arrestadas encintas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aún se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 mil muertes violentas en cuatro años.

    De Chile, país de tradiciones hospitalarias, ha huido un millón de personas: el 10 por ciento de su población. El Uruguay, una nación minúscula de dos y medio millones de habitantes que se consideraba como el país más civilizado del continente, ha perdido en el destierro a uno de cada cinco ciudadanos. La guerra civil en El Salvador ha causado desde 1979 casi un refugiado cada 20 minutos. El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.

    Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de las Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad.

    Pues si estas dificultades nos entorpecen a nosotros, que somos de su esencia, no es difícil entender que los talentos racionales de este lado del mundo, extasiados en la contemplación de sus propias culturas, se hayan quedado sin un método válido para interpretarnos. Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios. Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a ocho mil de sus habitantes.

    No pretendo encarnar las ilusiones de Tonio Kröger, cuyos sueños de unión entre un norte casto y un sur apasionado exaltaba Thomas Mann hace 53 años en este lugar. Pero creo que los europeos de espíritu clarificador, los que luchan también aquí por una patria grande más humana y más justa, podrían ayudarnos mejor si revisaran a fondo su manera de vernos. La solidaridad con nuestros sueños no nos haría sentir menos solos, mientras no se concrete con actos de respaldo legítimo a los pueblos que asuman la ilusión de tener una vida propia en el reparto del mundo.

    América Latina no quiere ni tiene por qué ser un alfil sin albedrío, ni tiene nada de quimérico que sus designios de independencia y originalidad se conviertan en una aspiración occidental.

    No obstante, los progresos de la navegación que han reducido tantas distancias entre nuestras Américas y Europa, parecen haber aumentado en cambio nuestra distancia cultural. ¿Por qué la originalidad que se nos admite sin reservas en la literatura se nos niega con toda clase de suspicacias en nuestras tentativas tan difíciles de cambio social? ¿Por qué pensar que la justicia social que los europeos de avanzada tratan de imponer en sus países no puede ser también un objetivo latinoamericano con métodos distintos en condiciones diferentes? No: la violencia y el dolor desmesurados de nuestra historia son el resultado de injusticias seculares y amarguras sin cuento, y no una confabulación urdida a 3 mil leguas de nuestra casa. Pero muchos dirigentes y pensadores europeos lo han creído, con el infantilismo de los abuelos que olvidaron las locuras fructíferas de su juventud, como si no fuera posible otro destino que vivir a merced de los dos grandes dueños del mundo. Este es, amigos, el tamaño de nuestra soledad.

    Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte. Una ventaja que aumenta y se acelera: cada año hay 74 millones más de nacimientos que de defunciones, una cantidad de vivos nuevos como para aumentar siete veces cada año la población de Nueva York. La mayoría de ellos nacen en los países con menos recursos, y entre éstos, por supuesto, los de América Latina. En cambio, los países más prósperos han logrado acumular suficiente poder de destrucción como para aniquilar cien veces no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de los seres vivos que han pasado por este planeta de infortunios.

    Un día como el de hoy, mi maestro William Faulkner dijo en este lugar: «Me niego a admitir el fin del hombre». No me sentiría digno de ocupar este sitio que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32 años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.

    Agradezco a la Academia de Letras de Suecia el que me haya distinguido con un premio que me coloca junto a muchos de quienes orientaron y enriquecieron mis años de lector y de cotidiano celebrante de ese delirio sin apelación que es el oficio de escribir. Sus nombres y sus obras se me presentan hoy como sombras tutelares, pero también como el compromiso, a menudo agobiante, que se adquiere con este honor. Un duro honor que en ellos me pareció de simple justicia, pero que en mí entiendo como una más de esas lecciones con las que suele sorprendernos el destino, y que hacen más evidente nuestra condición de juguetes de un azar indescifrable, cuya única y desoladora recompensa, suelen ser, la mayoría de las veces, la incomprensión y el olvido.

    Es por ello apenas natural que me interrogara, allá en ese trasfondo secreto en donde solemos trasegar con las verdades más esenciales que conforman nuestra identidad, cuál ha sido el sustento constante de mi obra, qué pudo haber llamado la atención de una manera tan comprometedora a este tribunal de árbitros tan severos. Confieso sin falsas modestias que no me ha sido fácil encontrar la razón, pero quiero creer que ha sido la misma que yo hubiera deseado. Quiero creer, amigos, que este es, una vez más, un homenaje que se rinde a la poesía. A la poesía por cuya virtud el inventario abrumador de las naves que numeró en su Iliada el viejo Homero está visitado por un viento que las empuja a navegar con su presteza intemporal y alucinada. La poesía que sostiene, en el delgado andamiaje de los tercetos del Dante, toda la fábrica densa y colosal de la Edad Media. La poesía que con tan milagrosa totalidad rescata a nuestra América en las Alturas de Machu Pichu de Pablo Neruda el grande, el más grande, y donde destilan su tristeza milenaria nuestros mejores sueños sin salida. La poesía, en fin, esa energía secreta de la vida cotidiana, que cuece los garbanzos en la cocina, y contagia el amor y repite las imágenes en los espejos.

    En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de recibir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía.

    Muchas gracias.
Gabriel García Márquez

¿Habrá algún lector que no conozca el comienzo de Cien años de soledad?:

    Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".
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    Cien años de soledad es una novela total, en la línea de esas creaciones demencialmente ambiciosas que compiten con la realidad real de igual a igual, enfrentándole una imagen de una vitalidad, vastedad y complejidad cualitativamente equivalentes. Esta totalidad se manifiesta ante todo en la naturaleza plural de la novela, que es, simultáneamente, cosas que se creían antinómicas: tradicional y moderna, localista y universal, imaginaria y realista. MARIO VARGAS LLOSA

    Me cuesta mucho trabajo decir algo sensato sobre su obra literaria. He leído todos sus originales antes de que fueran publicados. Sigo pensando que su obra más acabada y perfecta es El coronel no tiene quien le escriba; la que se considera su obra prima, Cien años de soledad, no puedo leerla sin cierto sordo pánico. Toca vetas muy profundas de nuestro inconsciente colectivo americano. Hay en ella una sustancia mítica, una carga adivinatoria tan honda, que pierdo siempre la necesaria serenidad para juzgarla. ÁLVARO MUTIS

    Como Cervantes, García Márquez establece las fronteras de la realidad dentro de un libro y las fronteras de un libro dentro de la realidad. CARLOS FUENTES

jueves, 17 de abril de 2014

El llanto fracasado - Jaime Sabines - México


Roto, casi ciego, rabioso, aniquilado,
hueco como un tambor al que golpea la vida,
sin nadie pero solo,
respondiendo las mismas palabras para las mismas
cosas siempre,
muriendo absurdamente, llorando como niña, asqueado.
He aquí éste que queda, el que me queda todavía.
Háblenle de esperanza,
díganle lo que saben ustedes, lo que ignoran,
una palabra de alegría, otra de amor, que sueñe.

Todos los animales sobre la tierra duermen.
Sólo el hombre no duerme.
¿Han visto ustedes un gesto de ternura en el rostro de
un loco dormido?
¿Han visto un perro soñando con gaviotas?
¿Qué han visto?

Nadie sino el hombre pudo inventar el suicidio.
Las piedras mueren de muerte natural.
El agua no muere.
Sólo el hombre pudo inventar para el día la noche,
el hambre para el pan,
las rosas para la poesía.

Mortalmente triste sólo he visto a un gato, un día,
agonizando.
Yo no tengo la culpa de mis manos: es ella.
Pero no fue escrito:
Te faltará una mujer para cada día de amor.

Andarás, te dijeron, de un sitio a otro de la muerte
buscándote.
La vida no es fácil.
Es más fácil llorar, arrepentirse.

En Dios descansa el hombre.
Pero mi corazón no descansa,
no descansa mi muerte,
el día y la noche no descansan.

Diariamente se levantan los montes, el cielo se ilumina
el mar sube hacia el mar
los árboles llegan hasta los pájaros.
Sólo yo no me alumbro, no me levanto.

Háblenle de tragedias a un pescado.
A mí no me hagan caso.
Yo me río de ustedes que piensan que soy triste
como si la soledad o mi zapato
me apretaran el alma.

La yugular es la vena de la mujer.
Allí recibe al hombre.
Las mujeres se abren bajo el peso del hombre
como el mar bajo un muerto,
lo sepultan, lo envuelven,
lo incrustan en ovarios interminables,
lo hacen hijos e hijos…
Ellas quedan de pie,
paren de pie, esperando.

No me digan ustedes en dónde están mis ojos,
pregunten hacia dónde va mi corazón.

Les dejaré una cosa el día último,
la cosa más inútil y más amada de mí mismo,
la que soy yo y se mueve, inmóvil para entonces,
rota definitivamente.
Pero les dejaré también una palabra,
la que no he dicho aquí, inútil, amada.

Ahora vuelve el sol a dejarnos.
La tarde se cansa, descansa sobre el suelo, envejece.
Trenes distantes, voces, hasta campanas suenan.
Nada ha pasado.

martes, 15 de abril de 2014

Poema amarillo - Carlos Perrotti - Argentina


Según los chinos el mundo de los muertos es amarillo
Como la hojarasca de otoño y el dolor de Vincent Van Gogh
Como tu lengua, los biombos en llamas de Akutagawa
El estambre de las calas, las manos sucias de Dios
La 335 de John en la terraza de 3 Savile Row
El brillo de la trompeta de Miles, Time After Time reseteando mi                                                                              [corazón
Las autopistas de la mente que aún revisita la Highway Sixty-One

Borges decía que la ceguera se veía como una neblina amarilla
Aunque hay quien postula con todo derecho que amarilla es la                                                                                  [alegría
Tu delicia, la Consagración de la Primavera
La balada amarilla de Lorca, las flores de Leonard Cohen para Hitler
Incluso tus ojos tristes subterráneos de cirrosis pintados
The Big Yellow Taxi que se tomó la Joni para llegar
Al paraíso pavimentado

El ocaso amarillo de aquel tango de Piazzolla
Un sol parpadeando entre los resquicios de un bosque de cañas
Las alas de la mariposa que despertaron a Chuang-Tzu del sueño
Tu aliento mojado y amarillo como una calle de invierno
El submarino psicodélico navegando el mar de ningún lugar
El tigre de Blake, ardiente llamarada
También la Avenida de Mayo tiene ese aire de madrugada

El Pájaro de Fuego invisible en el terso amarillo
El jugo del cielo cayendo entre tus labios hasta tus pétalos
Monjes cantando sus mantras amarillos al Buda Elefante
Todo no es más que un momento distante
La poesía de Miguel Hernández que no cesa
Los ecos amarillos de los arrayanes bajo la luna
Francisco, el gato pulguiento de mi vieja

Hombres Huecos atravesando el jardín de gardenias caídas del                                                                                    [cielo
Las flores que La Dama Virgen lucía en el pelo
La Cantata de Puentes Amarillos, el pan inmóvil de Louis Aragón
El peluche de mi infancia, violáceo en el negativo
Todo eso que ametralla de amarillo mi temblor
Que se apaga, se va apagando como mi agitada respiración
Cuando me quedo, me voy quedando dormido y amarillo sobre vos

Don't Let Me Down - The Beatles en la terraza de 3 Savile Row, 1969

Time After Time - Miles Davis

Balada amarilla (F. García Lorca) - Vicente Monera

Big Yellow Taxi - Joni Mitchell

Libertango - Astor Piazzolla

El pájaro de fuego (Igor Stravinsky) - Filarmónica de Viena - Director: Valery Gergiev - Festival de Salzburgo, 2000

Cantata de Puentes Amarillos (Luis Alberto Spinetta) - Pedro Aznar

domingo, 13 de abril de 2014

Literatura y ciencia/ 6 - Aula de Matemática - Antonio Carlos Jobim / Marino Pinto - Brasil


AULA DE MATEMÁTICA

Pra que dividir sem raciocinar
Na vida é sempre bom multiplicar
E por A mais B
Eu quero demonstrar
Que gosto imensamente de você

Por uma fração infinitesimal,
Você criou um caso de cálculo integral
E para resolver este problema
Eu tenho um teorema banal

Quando dois meios se encontram desaparece a fração
E se achamos a unidade
Está resolvida a questão

Prá finalizar, vamos recordar
Que menos por menos dá mais amor
Se vão as paralelas
Ao infinito se encontrar
Por que demoram tanto os corações a se integrar?
Se infinitamente, incomensuravelmente,
Eu estou perdidamente apaixonado por você.


AULA DE MATEMÁTICAS

¿Para qué dividir sin razonar?
En la vida es siempre bueno multiplicar
E por A más B. Yo quiero demostrar
Que me gustas inmensamente.

Por una fracción infinitesimal
Tú inventaste un caso de cálculo integral
y para resolver este problema yo tengo un teorema banal.

Cuando dos medios se encuentran desaparece la fracción
y si hallamos la unidad
está resuelta la cuestión.

Para finalizar, vamos a recordar
Que menos por menos da más amor.
Si van las paralelas al infinito a encontrarse,
¿por qué tardan tanto los corazones en integrarse?
Si infinitamente, inconmensurablemente,
estoy perdidamente enamorado de ti.

Aula de Matemática (T. Jobim/M.Pinto)
Claudia Marss y Effetto Musica Ensemble
Claudia Marss - Voz 
Gianluca Marino - Guitarra 
Giuseppe La Pusata - Batería
Aldo Vigorito - Contrabajo 
Stefano Saconne - Saxo - Flauta
Enzo Orefice - Piano
Robertinho Bastos - Percusión

viernes, 11 de abril de 2014

Fábulas/ 7 - Insuficiencia de las leyes (El reino de los beodos) - Ramón de Campoamor - España


INSUFICIENCIA DE LAS LEYES
EL REINO DE LOS BEODOS

    Tuvo un reino una vez tantos beodos,
que se puede decir que lo eran todos,
en el cual por ley justa se previno:
- Ninguno cate el vino.

    Con júbilo el más loco
aplaudióse la ley, por costar poco:
acatarla después, ya es otro paso;
pero en fin, es el caso
que la dieron un sesgo muy distinto,
creyendo que vedaba sólo el tinto,
y del modo más franco
se achisparon después con vino blanco.
Extrañado que el pueblo no la entienda,
el Senado a la ley pone una enmienda,
y a aquello de: Ninguno cate el vino,
añadió, blanco, al parecer, con tino.
Respetando la enmienda el populacho,
volvió con vino tinto a estar borracho,
creyendo por instinto ¡mas qué instinto!
que el privado en tal caso no era el tinto.

    Corrido ya el Senado,
en la segunda enmienda, de contado,
- Ninguno cate el vino,
sea blanco, sea tinto-, les previno;
y el pueblo, por salir del nuevo atranco,
con vino tinto entonces mezcló el blanco;
hallando otra evasión de esta manera,
pues ni blanco ni tinto entonces era.

    Tercera vez burlado.
- "No es eso, no señor", dijo el Senado;
"o el pueblo es muy zoquete, o muy ladino;
se prohíbe mezclar vino con vino".
Mas ¡cuánto un pueblo rebelado fragua!
¿Creeréis que luego lo mezcló con agua?
Dejando entonces el Senado el puesto,
de este modo al cesar dio un manifiesto:
La ley es red, en la que siempre se halla
descompuesta una malla,
por donde el ruin que en su razón no fía,
se evade suspicaz... ¡Qué bien decía!

    Y en lo demás colijo
que debiera decir, si no lo dijo:
Jamás la ley enfrena
al que a su infancia su malicia iguala:
si se ha de obedecer, la mala es buena;
mas si se ha de eludir, la buena es mala.