Prólogo al lector
Tú dirás (como si lo oyera), luego que agarres en tu mano este papel, que en Torres no es virtud, humildad ni entretenimiento escribir su vida, sino desvergüenza pura, truhanada sólida y filosofía insolente de un picarón que ha hecho negocio en burlarse de sí mismo y gracia estar haciendo zumba y gresca de todas las gentes del mundo. Y yo diré que tienes razón, como soy cristiano.
Prorrumpirás también, después de haberlo leído (si te coge de mal humor), en decir que no tiene doctrina deleitable, novedad sensible, ni locución graciosa, sino muchos disparates, locuras y extravagancias, revueltas entre las brutalidades de un idioma cerril, a ratos sucio, a veces basto y siempre desabrido y mazorral. Y yo te diré, con mucha cachaza, que no hay que hacer ascos, porque no es más limpio el que escucho salir de tu boca, y casi casi tan hediondo y pestilente el que, después de muy fregado y relamido, pone tu vanidad en las imprentas.
Puede ser que digas (por meterte a doctor como acostumbras) que porque se me han acabado las ideas, los apodos y las sátiras, he querido pegar con mis huesos, con los de mis difuntos y con los de mi padre y madre, para que no quede en este mundo ni en el otro vivo ni muerto que no haya baboseado la grosera boca de mi pluma. Y yo te diré que eso es mentira, porque yo encuentro con las ideas, los apodos y los equívocos cuando los he menester, sin más fatiga que menearme un poco los sesos; y si te parece que te engaño, arrímate a mí, que juro ponerte de manera que no te conozca la madre que te parió.
Maliciarás acaso (yo lo creo) que esta inventiva es un solapado arbitrio para poner en el público mis vanidades, disimuladas con la confesión de cuatro pecadillos, queriendo vender por humildad rendida lo que es una soberbia refinada. Y no sospechas mal; y yo, si no hago bien, hago a lo menos lo que he visto hacer a los más devotos, contenidos y remilgados de conciencia, y pues yo trago tus hipocresías y sus fingimientos, embocaos vosotros (pese a vuestra alma) mis artificios, anden los embustes de mano en mano, que lo demás es irremediable.
Dirás, últimamente, que porque no se me olvide ganar dinero, he salido con la invención de venderme la vida. Y yo diré que me haga buen provecho; y si te parece mal que yo gane mi vida con mi Vida, ahórcate, que a mí se me da muy poco de la tuya.
Mira, hombre, yo te digo la verdad; no te aporrees ni te mates por lo que no te importa, sosiégate y reconoce que das con un bergante que desde ahora se empieza a reír de las alabanzas que le pones y de las tachas que le quitas, y ya que murmures, sea blandamente, de modo que no te haga mal al pecho ni a los livianos, que primero es tu salud que todo el mundo. Cuida de tu vida y deja que yo lleve y traiga la mía donde se me antojare, y vamos viviendo, sin añadir pesadumbres excusadas a una vida que apenas puede con los petardos que sacó de la naturaleza.
En las hojas inmediatas, que yo llamo Introducción, pongo los motivos que me dieron la gana y la paciencia de escribir mi Vida; léelos sin prevenir antes el enojo, y te parecerán, si no justos, decentes, y disimula lo demás, porque es lo de menos. Yo sé que cada día te bruman otros escritores con estilos y voces, unas tan malas y otras tan malditas como las que yo te vendo, y te las engulles sin dar una arcada; conmigo solamente guardas una ojeriza irreconciliable, y juro por mi vida que no tienes razón. Seamos amigos, vida nueva, dejemos historias viejas, y aplícate a esta reciente de un pobretón que ha dejado vivir a todo el mundo sin meterse en sus obras, pensamientos, ni palabras.
En este prólogo no hay más que advertir. Quédate con Dios.
Tú dirás (como si lo oyera), luego que agarres en tu mano este papel, que en Torres no es virtud, humildad ni entretenimiento escribir su vida, sino desvergüenza pura, truhanada sólida y filosofía insolente de un picarón que ha hecho negocio en burlarse de sí mismo y gracia estar haciendo zumba y gresca de todas las gentes del mundo. Y yo diré que tienes razón, como soy cristiano.
Prorrumpirás también, después de haberlo leído (si te coge de mal humor), en decir que no tiene doctrina deleitable, novedad sensible, ni locución graciosa, sino muchos disparates, locuras y extravagancias, revueltas entre las brutalidades de un idioma cerril, a ratos sucio, a veces basto y siempre desabrido y mazorral. Y yo te diré, con mucha cachaza, que no hay que hacer ascos, porque no es más limpio el que escucho salir de tu boca, y casi casi tan hediondo y pestilente el que, después de muy fregado y relamido, pone tu vanidad en las imprentas.
Puede ser que digas (por meterte a doctor como acostumbras) que porque se me han acabado las ideas, los apodos y las sátiras, he querido pegar con mis huesos, con los de mis difuntos y con los de mi padre y madre, para que no quede en este mundo ni en el otro vivo ni muerto que no haya baboseado la grosera boca de mi pluma. Y yo te diré que eso es mentira, porque yo encuentro con las ideas, los apodos y los equívocos cuando los he menester, sin más fatiga que menearme un poco los sesos; y si te parece que te engaño, arrímate a mí, que juro ponerte de manera que no te conozca la madre que te parió.
Maliciarás acaso (yo lo creo) que esta inventiva es un solapado arbitrio para poner en el público mis vanidades, disimuladas con la confesión de cuatro pecadillos, queriendo vender por humildad rendida lo que es una soberbia refinada. Y no sospechas mal; y yo, si no hago bien, hago a lo menos lo que he visto hacer a los más devotos, contenidos y remilgados de conciencia, y pues yo trago tus hipocresías y sus fingimientos, embocaos vosotros (pese a vuestra alma) mis artificios, anden los embustes de mano en mano, que lo demás es irremediable.
Dirás, últimamente, que porque no se me olvide ganar dinero, he salido con la invención de venderme la vida. Y yo diré que me haga buen provecho; y si te parece mal que yo gane mi vida con mi Vida, ahórcate, que a mí se me da muy poco de la tuya.
Mira, hombre, yo te digo la verdad; no te aporrees ni te mates por lo que no te importa, sosiégate y reconoce que das con un bergante que desde ahora se empieza a reír de las alabanzas que le pones y de las tachas que le quitas, y ya que murmures, sea blandamente, de modo que no te haga mal al pecho ni a los livianos, que primero es tu salud que todo el mundo. Cuida de tu vida y deja que yo lleve y traiga la mía donde se me antojare, y vamos viviendo, sin añadir pesadumbres excusadas a una vida que apenas puede con los petardos que sacó de la naturaleza.
En las hojas inmediatas, que yo llamo Introducción, pongo los motivos que me dieron la gana y la paciencia de escribir mi Vida; léelos sin prevenir antes el enojo, y te parecerán, si no justos, decentes, y disimula lo demás, porque es lo de menos. Yo sé que cada día te bruman otros escritores con estilos y voces, unas tan malas y otras tan malditas como las que yo te vendo, y te las engulles sin dar una arcada; conmigo solamente guardas una ojeriza irreconciliable, y juro por mi vida que no tienes razón. Seamos amigos, vida nueva, dejemos historias viejas, y aplícate a esta reciente de un pobretón que ha dejado vivir a todo el mundo sin meterse en sus obras, pensamientos, ni palabras.
En este prólogo no hay más que advertir. Quédate con Dios.
20 comentarios:
Pues si le parece poco.
Menudo traje a medida.
Torres Villarroel, un genio, y sobre todo un cachondo. Los prólogos al lector, en su época y en las anteriores, se dedicaban a dorar la píldora al hipotético lector, tratándolo de sabio. Torres dio la vuelta a esa convención y poco menos que le llama estúpido. Con un par.
Vamos, estimulando la lectura.
Y también tiene los ojos rasgados, medio achinados.
Ja, ja, ja, ja...
Quiero decir, como tú en la foto del blog, Juan Nadie.
Pues yo le saco más parecido al Rey Carlos de la Memoria de Clío, ah, y de infante a Pitagorín, porque es el de las gafitas seguro.
(De esta nos mata Ande)
Yo disto muchísimo de ser un alucinado, Anderea, y ni me parezco al Rey Carlos ni a Pitagorín, Marian, pero el bueno de Villarroel sí lo era, o hacía como que: en su tiempo fue famoso durante décadas por las previsiones astrológicas, en forma de almanaques, que realizaba bajo el nombre de "Gran Piscator de Salamanca". Realmente es una gozada leer tanto su Vida como estas previsiones.
Leamos un poco, que no hace daño.
Haciendo amigos, Marian. Y vive dios que los tenía. Enemigos también, pero no estaban a la altura.
¿Previsiones astrológicas recomiendas leer?, deben ser alucinantes pues.
Igual hasta acertó en alguna, seguro que sí, pero por ser buen observador y por su perspicacia, que me da la sensación de que andaba sobrado. No creo que tenga algo que ver con el asenjo ni con la posición de los astros, aunque igual sí, pero con sorna.
Si merecen la pena las buscaré y las leeré.
Tampoco te obligues mucho, pero con su Vida te vas a reír un rato.
Ok, Pitagorín (lo siento, se me ha escapado), como dice Anderea, Buenas noches.
alucinado, da.
(Del part. de alucinar).
1. adj. Trastornado, ido, sin razón.
2. adj. visionario. U. t. c. s.
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No pensaba que fueras un alucinado, Juan Nadie. (Y desde luego no lo he dicho.) Más bien pensaba en el comentario de Gato. Sin más.
¿Alucinado? Ahora que lo pienso... Ja, ja, ja, ja... Como dice Marian, de ésta...
En fin, buenas noches.
Fantástico!
Sí, Logan y Lory, realmente Villarroel era un tipo peculiar, no hay más que leer su vida, y su "Vida". Curioso tipo, que le da por hacer novela picaresca con su propia vida, cuando la novela picaresca había pasado ya casi a la historia, al menos en España, porque en Inglaterra, por ejemplo... Tendremos que poner algo de Laurence Sterne.
Pues algo de visionario tiene Juan, claro que, de alucinado creo que nada, aunque alucine de vez en cuando, como todo hijo de vecino.
Me gustó muchísimo el vídeo que aparecéis de críos, el fondo que hay en él. Que después de tantos años y a pesar de las diferencias que seguramente habrá habido entre vosotros, todavía estéis en contacto y que os sigáis queriendo, me gustó y me llamó la atención, eso es todo. No es una curiosidad malsana saber quién es quién, ni hacerme la lista, porque ya lo soy :).
¿Hacerte la lista?
Aquí tienes la lista, por orden de aparición: Alfonso, Fer, Finchu, Alberto Calderón, Juan Nadie y Jose. Luego nos repetimos en distinto orden.
Ahora, después de tantos años, como dice Jose, ya no resultamos tan graciosos.
Pues me pasé de lista, qué ojo clínico tengo.
Pero como los años como no se trata de resultar graciosos, sino de no preocuparnos por resultar o no graciosos, que nos quiten lo bailao.
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