Azorín, a raíz de la muerte de Justina, abandonó el pueblo y vino a Madrid. En Madrid su pesimismo instintivo se ha consolidado; su voluntad ha acabado de disgregarse en este espectáculo de vanidades y miserias. Ha sido periodista revolucionario, y ha visto a los revolucionarios en secreta y provechosa concordia con los explotadores. Ha tenido luego la humorada de escribir en periódicos reaccionarios, y ha visto que estos pobres reaccionarios tienen un horror invencible al arte y a la vida.
Azorín, en el fondo, no cree en nada, ni estima acaso más que a tres o cuatro personas entre las innumerables que ha tratado. Lo que le inspira más repugnancia es la frivolidad, la ligereza, la inconsistencia de los hombres de letras. Tal vez éste sea un mal que la política ha creado y fomentado en la literatura. No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos a personas a quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática... Esta sonrisa Azorín la juzga emblema de la idiotez política. Y esa sonrisa es la que ha encontrado también en el periodismo y en la literatura. El periodismo ha sido el causante de esta contaminación de la literatura. Ya casi no hay literatura. El periodismo ha creado un tipo frívolamente enciclopédico, de estilo brillante, de suficiencia abrumadora. Es el tipo que detestaba Nietzsche: el tipo "que no es nada, pero que lo representa casi todo". Los especialistas han desaparecido: hoy se escribe para el periódico, y el periódico exige que se hable de todo. Dentro de treinta años todos seremos periodistas, es decir, nadie sabrá nada de nada. Nos limitaremos a sospechar las cosas, lo cual tiene la ventaja de que ahorra tiempo y no entristece el espíritu con la melancolía de las lecturas largas...
Azorín, en el fondo, no cree en nada, ni estima acaso más que a tres o cuatro personas entre las innumerables que ha tratado. Lo que le inspira más repugnancia es la frivolidad, la ligereza, la inconsistencia de los hombres de letras. Tal vez éste sea un mal que la política ha creado y fomentado en la literatura. No hay cosa más abyecta que un político: un político es un hombre que se mueve mecánicamente, que pronuncia inconscientemente discursos, que hace promesas sin saber que las hace, que estrecha manos a personas a quienes no conoce, que sonríe, sonríe siempre con una estúpida sonrisa automática... Esta sonrisa Azorín la juzga emblema de la idiotez política. Y esa sonrisa es la que ha encontrado también en el periodismo y en la literatura. El periodismo ha sido el causante de esta contaminación de la literatura. Ya casi no hay literatura. El periodismo ha creado un tipo frívolamente enciclopédico, de estilo brillante, de suficiencia abrumadora. Es el tipo que detestaba Nietzsche: el tipo "que no es nada, pero que lo representa casi todo". Los especialistas han desaparecido: hoy se escribe para el periódico, y el periódico exige que se hable de todo. Dentro de treinta años todos seremos periodistas, es decir, nadie sabrá nada de nada. Nos limitaremos a sospechar las cosas, lo cual tiene la ventaja de que ahorra tiempo y no entristece el espíritu con la melancolía de las lecturas largas...
Lo que valía en 1902, año en que Azorín escribió "La voluntad", sigue valiendo hoy. Es lo que tienen los clásicos y por eso se les denomina así: sus reflexiones son intemporales. Sin duda, Azorín es un clásico.
"Hasta tal punto se proyectó José Martínez Ruiz en el personaje que protagoniza La voluntad (1902) y su continuación, Antonio Azorín (1903), que adoptó su apellido como seudónimo -desde 1904 en colaboraciones periodísticas y desde 1905 en libros- hasta su muerte en 1967.
... Antonio Azorín ha ido acumulando decepciones y frustraciones en todos los órdenes, desde la más alta indagación metafísica (imposibilidad del conocimiento y de la percepción de la propia identidad, con Berkeley, Kant y Schopenhauer al fondo) hasta la crítica del mundo contemporáneo y el repaso de sus opciones ideológicas y de las posiciones y conductas que de ellas se derivan (capitalismo salvaje, paliativos del Estado asistencial, materialismo, positivismo, socialismo, anarquismo, matrimonio, mediocridad de la Iglesia, vitalismo nietzscheano). La voluntad es también así una novela de la España negra, mazorral y profunda, trabajada secularmente por el estoicismo y la tristeza, la de los Cristos sanguinolentos de Semana Santa, la que inspiró las pinturas negras de Goya, la que llevó al suicidio a Larra; una España que recuerda las danzas medievales de la muerte, especialmente en ese Madrid representado como una mezcla de pesadilla de El Bosco y fin de fiesta de zarzuela". GUILLERMO CARNERO
5 comentarios:
No imaginaba que podía ser tan actual este escritor.
Yo tampoco, pero es que nunca he leído nada de él.
Una forma interesante de presentar su obra, Juan. Gracias.
En aquellas época sus reflexiones podrían resultar premonitoras, hoy certifican la realidad periodística, salvo contadas excepciones, que también las hay.
Es lo que tienen los escritores serios, sus testimonios están por encima de cualquier época.
Un abrazo.
Hola, me podrías decir si ese fragmento de "La Voluntad" es un texto ensayístico, narrativo o descriptivo (o los tres o dos...). Por favor es muy importante.
"La voluntad" es un texto en principio narrativo, es una novela, una novela de la España negra del XIX escrita en 1902. José Martínez Ruiz le tomó prestado el nombre al protagonista, que se llama Azorín, y desde entonces lo siguió utilizando como seudónimo en sus escritos.
Pero también contiene muchas reflexiones filosóficas y políticas, de modo que no sé... Pero en principio es una novela. Una gran novela.
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