de cerraduras y raíces,
por orificios y rendijas
y por debajo de las puertas,
entra la noche.
Entra la noche como un trueno
por los rompientes de la vida,
recorre salas de hospitales,
habitaciones de prostíbulos,
templos, alcobas, celdas, chozos,
y en los rincones de la boca
entra también la noche.
Entra la noche como un bulto
de mar vacío y de caverna,
se va esparciendo por los bordes
del alcohol y del insomnio,
lame las manos del enfermo
y el corazón de los cautivos,
y en la blancura de las páginas
entra también la noche.
Entra la noche como un vértigo
por la ciudad desprevenida,
rasga las sábanas más tristes,
repta detrás de los cobardes,
ciega la cal y los cuchillos
y en el fragor de las palabras
entra también la noche.
Entra la noche como un grito
por el silencio de los muros,
propaga espantos y vigilias,
late en lo hondo de las piedras,
abre los últimos boquetes
entre los cuerpos que se aman,
y en el papel emborronado
entra también la noche.
Estoy más desconcertado que nunca. El mundo anda desalmado. Hay circunstancias que van creándome una especie de escepticismo, de desgana, de incredulidad... Atravesamos una etapa pésima. Incluyendo, cómo no, a la Cultura.
Es el triunfo de la banalidad. De una banalidad encubierta. Escarbas un poco y todo está hueco, cogido con las trampas de lo trivial, de lo frívolo.
Yo creo en el poder curativo y salvador de la palabra poética. Para mí la poesía, más que nunca, es una forma de conocimiento de la propia identidad. Y una cuestión de fe. Y también una forma de manifestarse contra el gregarismo, contra las convenciones, contra el pensamiento único.
Yo he sido muy contradictorio... La duda es esencial. Es un estado radicalmente positivo. Que me dejen dudar.
Palabras de Caballero Bonald, uno de los poetas principales de la Gereración del 50, y uno de los pocos que quedan vivos y trabajando, junto con Francisco Brines.
El próximo día 15 publica su nuevo libro de poemas, "La noche no tiene paredes", en la Editorial Seix Barral.
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