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miércoles, 11 de febrero de 2015

Fragmentos de Mortal y rosa/ 3 - Francisco Umbral - España


Los libros, cómo crecen los libros en la casa, aquellos primeros libros de la madre, secos y polvorientos, que me han acompañado por pensiones, viajes, noches, años, cómo proliferaron. Apenas los veo ahora entre el farallón de los libros, pared maestra, muro de letra impresa que ha modificado la estructura de la casa, y ese hormigón con que se pegan las páginas de algunos libros que no volvemos a leer jamás. Los libros respiran, como las flores, y nos van matando, nos van secando el aire, pero los cuido, los ordeno, los desordeno, y crecen. Me olvido de su distribución, pero ellos solos se barajan y vuelven a su geometría lógica de biblioteca, y sé, sin querer saberlo, dónde está cada uno, porque el paso de la vida es el irse convirtiendo uno de poeta en bibliotecario.
Tomar un libro es como quitarle un ladrillo a la muralla, puede venirse abajo toda la construcción y demolernos. Nos amparamos, ya, en una pared de tipografía que nos resguarda de los vientos de la vida, celda de papel en la que uno va siendo el monje de sus propias religiones heterodoxas. Puedo abrir un libro y encontrarme dentro de él, porque uno no es sino la señal de lector puesta entre las páginas de la novela de la propia vida, o puedo mirar y olvidar mis propios libros, los que yo he escrito, rectángulos de ignorancia y obstinación, cajas de puros sin puros.
La marea de los libros, su silencio en la noche, su olor a engrudo y memoria, esa sustancia de celulosa y oro que rodea y limita ya mi vida. Cómo escapar a los libros. Son el enladrillado de mi alma. Para no verlos, para no sentirlos, abro un libro y leo.

Acumulamos cosas levantando un baluarte contra la muerte. A la delicia de no tener nada sobreviene enseguida el espanto de estar disponibles, prestos para la partida. Hay que echar anclas, amarras, anudarse desesperadamente a la vida. Pero me quedo así, indefenso, sin deseo ni futuro, entre el pasado y la muerte, entre el niño y la nada. Alguien ha visto la literatura como la infancia recuperada. Por eso escribo, sí, porque escribir es jugar y jugar es ser niño esencial. Sólo quiero la infancia, la mía y la del mundo, la de mi hijo y la de todos los hijos, sólo quiero el juego, el girar del planeta por toda aventura. Asisto, sin verlos, a los juegos de esos niños de la calle, y no soy el observador sonriente, condescendiente, qué torpeza, sino el ámbito humano en que ellos juegan, la humanidad toda que atiende a su juego, el cielo y la tierra, la ciudad y las luces.

OCTUBRE. Se perfecciona la redondez del mundo. Los árboles son violines cuya música es el azul del cielo. El bosque juega con mi hijo como un tigre verde con un jilguero. Somos el interior de una lentísima manzana cayendo silenciosamente en el tiempo.

6 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Escribir es jugar, dice, y en qué momento lo escribió.

Cuando escribe lo tiene que hacer con ganas, como cuando juega. No se puede jugar-escribir desganado. ¿Se entiende?

Además, cuando uno lee a Umbral, lo escucha. Me he visto varios tracks de él en youtube y habla como escribe.

Juan Nadie dijo...

Era un escritor total, un escritor "full time".

Juan Nadie dijo...

Quiere decirse que, por muy jodido que estuviese, no podía dejar de escribir.

Sirgatopardo dijo...

Seguramente escribiría más aún para evadirse y sacar la mala leche.

Sirgatopardo dijo...

La mala leche o el dolor.

Juan Nadie dijo...

Sí, en algunos de los siguientois estractos se ve claramente esto, aunque iluminado por sus maravillosas metáforas e imágenes.