...esta corporeidad mortal y rosa
donde el amor inventa su infinito.
PEDRO SALINAS
Por la noche, entra en el sueño como en una gruta viva. Cualquier postura es buena, y el dormir le sorprende siempre yendo a hacer algo, en ademán de tirarle a la luz de su túnica o apresar el agua por la garganta. Toco su pelo de luz, su rostro simple a la mirada, pero minucioso al tacto, su piel de queso que ama, su carne que huele a calle, a frío, a actualidad furiosa, y aparto el dolor de que el niño haya nacido, pueda morir. Sólo quiero sentir en mí ese cuajarón de existencia, esa ráfaga de animalidad que le ha robado al hombre retazos de lenguaje, este amago de humanidad que todavía se asoma a las cuevas húmedas de las otras especies y conversa con ellas.
El niño participa de la fruta, del gato y del hombre. Es un cruce de individuo, manzana y felino. Ansía tanto la vida y no sabe que está dentro de la vida, de que en él se han logrado y detenido corrientes de siglos y que le habita la actualidad. No verle, de vez en cuando, como hijo, sino como milagro de las cosechas, como creación momentánea del tiempo. Todas las fuerzas de la vida pasan por él y con esta misma materia que se ha hecho un niño podría haberse hecho un tigre, un frutal o un regato. La reunión de días y electricidades, de energías y semillas que ha producido un niño, igual podría liberarse y producir un crepúsculo, una cosecha, una descarga o un puma.
Lo que palpo en el niño son fuerzas heterogéneas y hermosas que en él se armonizan indeciblemente. Más que a un proyecto, parece deberse a un encuentro. Y como todavía participa de las corrientes generales de que ha sido hecho, reconoce enseguida la hermandad de las cáscaras, los pescados y el légamo. Es una pulpa salvaje en la que se han hincado suavemente los peines lentos del idioma. [...]
El quiosco de los latones brillantes, los colores, los juguetes, las semillas, flores de anís pobre y artillería de chocolate triste. Un vaho de algo que se guisa, se cuece, se asa, se fríe, se sufre. El quiosco, para el niño, es la cultura, toda la cultura, el haz apretado de las posibilidades, los sueños, la guerra, el relato, la velocidad y la risa. El quiosco es la Historia Universal del niño. Y toda mi Historia Universal, la cultura, la guerra, la ciencia, lo escrito y lo pensado se me reducen a un quiosco de semillas, de juguetes, de periódicos. En la mañana inmensa, el quiosquillo de la cultura, todo el arsenal de las guerras y la filosofía. El niño lleva en las manos raíces, armas, frutos secos, objetos, cosas, realidades. Yo llevo periódicos, sólo periódicos, palabras, palabras, palabras. Letra impresa, tipografía menuda, el hilo del caracol humano, la repetición y la oclusión.
Estoy oyendo crecer a mi hijo.
Francisco Umbral
En Mortal y rosa, sobrecogedora y tierna elegía de la infancia, Francisco Umbral evoca la muerte de su hijo. Desde la inhóspita revelación de la pérdida, el escritor construye un largo monólogo en que la muerte de su hijo actúa como la coartada maravillosa que convierte su pesadilla humana en una fuerza catártica y liberadora.
Umbral procura el reencuentro en la evocación y cada sensación es un superar la existencia inerte, cada objeto una excusa para la reflexión: "sillas de paja infantil, graves mecedoras, caballos de crin celeste me preguntan por ti, se preguntan por ti". Con "esta corporeidad mortal y rosa, donde el amor inventa su infinito" -verso de Pedro Salinas que preludia el texto-, el escritor aborda una cantata de belleza y originalidad máxima, que desborda todos los rencores, porque, como señala en una frase que bien pudiera glosar la obra: "El hijo es un relámpago de futuro que nos deslumbra. Por él, por mi hijo, he visto más allá, más adentro, y más lejos, y quizás, ay, eso basta". [De la contraportada de la edición de Ediciones Destino, S. A.]
7 comentarios:
"...Lo que palpo en el niño son fuerzas heterogéneas y hermosas que en él se armonizan indeciblemente. Más que a un proyecto, parece deberse a un encuentro..."
Todo tiene esta profundidad, profundo dentro de lo profundo, como un zoom varias veces infinito. Impresionante.
Leía a Rilke, ya digo.
Esperemos a próximas entregas.
"...Del mar sólo le interesa una concha. Sabe reducir lo enorme a su medida, compendiar el mundo y entenderse con lo inmenso mediante lo pequeño..." "...Por la noche, entra en el sueño como en una gruta viva. Cualquier postura es buena, y el dormir le sorprende siempre yendo a hacer algo..."
(Por no entrecomillarlo por completo)
Una bella y triste catarsis.
Bellísima, si no has leído el libro completo ya irás viendo, hay otros nueve capítulos.
Bien recibidos serán porque no lo he leído.
Este me lo prestaste, y todavía te estoy agradecido.
Se lo agradeceremos a Umbral, que fue capaz de escribir esta maravilla.
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