DIE ZWEITE ELEGIE
Jeder Engel ist schrecklich. Und dennoch, weh mir,
ansing ich euch, fast tödliche Vögel der Seele,
wissend um euch. Wohin sind die Tage Tobiae,
da der Strahlendsten einer stand an der einfachen Haustür,
zur Reise ein wenig verkleidet und schon nicht mehr furchtbar;
(Jüngling dem Jüngling, wie er neugierig hinaussah).
Träte der Erzengel jetzt, der gefährliche, hinter den Sternen
eines Schrittes nur nieder und herwärts:
hochaufschlagend erschlüg uns das eigene Herz. Wer seid ihr?
Frühe Geglückte, ihr Verwöhnten der Schöpfung,
Höhenzüge, morgenrötliche Grate
aller Erschaffung, – Pollen der blühenden Gottheit,
Gelenke des Lichtes, Gänge, Treppen, Throne,
Räume aus Wesen, Schilde aus Wonne, Tumulte
stürmisch entzückten Gefühls und plötzlich, einzeln,
Spiegel: die die entströmte eigene Schönheit
wiederschöpfen zurück in das eigene Antlitz.
Denn wir, wo wir fühlen, verflüchtigen; ach wir
atmen uns aus und dahin; von Holzglut zu Holzglut
geben wir schwächern Geruch. Da sagt uns wohl einer:
ja, du gehst mir ins Blut, dieses Zimmer, der Frühling
füllt sich mit dir... Was hilfts, er kann uns nicht halten,
wir schwinden in ihm und um ihn. Und jene, die schön sind,
o wer hält sie zurück? Unaufhörlich steht Anschein
auf in ihrem Gesicht und geht fort. Wie Tau von dem Frühgras
hebt sich das Unsre von uns, wie die Hitze von einem
heißen Gericht. O Lächeln, wohin? O Aufschaun:
neue, warme, entgehende Welle des Herzens –;
weh mir: wir sinds doch. Schmeckt denn der Weltraum,
in den wir uns lösen, nach uns? Fangen die Engel
wirklich nur Ihriges auf, ihnen Entströmtes,
oder ist manchmal, wie aus Versehen, ein wenig
unseres Wesens dabei? Sind wir in ihre
Züge soviel nur gemischt wie das Vage in die Gesichter
schwangerer Frauen? Sie merken es nicht in dem Wirbel
ihrer Rückkehr zu sich. (Wie sollten sie's merken.)
Liebende könnten, verstünden sie's, in der Nachtluft
wunderlich reden. Denn es scheint, daß uns alles
verheimlicht. Siehe, die Bäume sind; die Häuser,
die wir bewohnen, bestehn noch. Wir nur
ziehen allem vorbei wie ein luftiger Austausch.
Und alles ist einig, uns zu verschweigen, halb als
Schande vielleicht und halb als unsägliche Hoffnung.
Liebende, euch, ihr in einander Genügten,
frag ich nach uns. Ihr greift euch. Habt ihr Beweise?
Seht, mir geschiehts, daß meine Hände einander
inne werden oder daß mein gebrauchtes
Gesicht in ihnen sich schont. Das giebt mir ein wenig
Empfindung. Doch wer wagte darum schon zu sein?
Ihr aber, die ihr im Entzücken des anderen
zunehmt, bis er euch überwältigt
anfleht: nicht mehr –; die ihr unter den Händen
euch reichlicher werdet wie Traubenjahre;
die ihr manchmal vergeht, nur weil der andre
ganz überhand nimmt: euch frag ich nach uns. Ich weiß,
ihr berührt euch so selig, weil die Liebkosung verhält,
weil die Stelle nicht schwindet, die ihr, Zärtliche,
zudeckt; weil ihr darunter das reine
Dauern verspürt. So versprecht ihr euch Ewigkeit fast
von der Umarmung. Und doch, wenn ihr der ersten
Blicke Schrecken besteht und die Sehnsucht am Fenster,
und den ersten gemeinsamen Gang, ein Mal durch den Garten:
Liebende, seid ihrs dann noch? Wenn ihr einer dem andern
euch an den Mund hebt und ansetzt –: Getränk an Getränk:
o wie entgeht dann der Trinkende seltsam der Handlung.
Erstaunte euch nicht auf attischen Stelen die Vorsicht
menschlicher Geste? war nicht Liebe und Abschied
so leicht auf die Schultern gelegt, als wär es aus anderm
Stoffe gemacht als bei uns? Gedenkt euch der Hände,
wie sie drucklos beruhen, obwohl in den Torsen die Kraft steht.
Diese Beherrschten wußten damit: so weit sind wirs,
dieses ist unser, uns so zu berühren; stärker
stemmen die Götter uns an. Doch dies ist Sache der Götter.
Fänden auch wir ein reines, verhaltenes, schmales
Menschliches, einen unseren Streifen Fruchtlands
zwischen Strom und Gestein. Denn das eigene Herz übersteigt uns
noch immer wie jene. Und wir können ihm nicht mehr
nachschaun in Bilder, die es besänftigen, noch in
göttliche Körper, in denen es größer sich mäßigt.
SEGUNDA ELEGÍA*
Todo ángel es terrible.
Y sin embargo -ay de mí-
yo os invoco sabiendo lo que sois,
pájaros casi mortales para el alma.
¿Qué fué del tiempo de Tobias,
cuando ante la humilde puerta
uno de los más resplandecientes se detuvo,
apenas disfrazado y dispuesto para el viaje,
perdida ya la terrible prestancia?
(Doncel para el doncel,
¡cómo miraba en su curiosidad!)1
Si ahora, desde más allá de las estrellas el peligroso arcángel
tan sólo descendiera un paso hacia nosotros,
latiendo a su encuentro
nos abatirían, ansiosos,
los golpes del propio corazón.
Decidme, ¿quiénes sois?
Oh vosotros, iniciales perfecciones,
predilectos de la creación,
cúspides, cimas,
crestas del amanecer de todo génesis,
polen de la divinidad en flor,
articulaciones de la luz,
pasadizos, escalas, tronos,
espacios de existencia,
escudos de la dicha,
tumultos de sentimientos tormentosos y extasiados,
y de improviso aislados, espejos
que reflejan la propia belleza escapada a torrentes
de nuevo radiante en su rostro...
Porque nosotros, al sentir, nos disipamos.
Nos consumimos -ay- en nuestro propio aliento
y de ascua en ascua exhalamos un aroma más tenue cada vez.
Entonces, alguien nos dirá:
-"Sí, tu ser entrega en mi sangre,
este cuarto y la primavera se me llenan de ti..."
Pero no importa, porque no puede retenernos
y nos diluimos en él y en torno suyo.
Mas a ellos, que ponen su belleza, ¿quién los podría retener?
Cambia en su rostro de continuo la apariencia y al fin se desvanece.
Como el rocío de la hierba matinal,
como la tibieza de un manjar caliente,
así se aparta lo nuestro de nosotros.
Y la sonrisa, ¿a dónde? -¡Oh levantar los ojos arrobados,
nueva y ardiente onda enajenada al corazón!
Y sin embargo, ay, somos todo eso.
El cosmos en que nos disolvemos, ¿tiene tal vez nuestro sabor?
¿Capturan los ángeles lo suyo solamente, lo que manó de su presencia,
o a veces y como por descuido
algo de nuestro ser penetra en ellos?
¿Acaso estamos confundidos en sus rasgos
como la vaguedad y el estupor en el rostro de la mujer encinta?
Ellos, en el torbellino del retorno a sí mismos, no lo advierten.
Y ¡cómo podrían advertirlo!
Los amantes, de saberlo, lograrían
decir extrañas cosas en el aire de la noche,
pues parece que todo nos pretende ocultar.
Mira: los árboles son,
las casas que habitamos continúan existiendo;
sólo somos nosotros que pasamos
en aéreos trueques ante ello.
Y todo coincide en sigilarnos,
tal vez un poco por pudor
y otro poco quizá,
por esperanza inconfesada.
Amantes, a vosotros que os bastáis
en la recíproca satisfacción de vuestros goces,
es que vengo a preguntaros por nosotros.
Os tocáis, pero decidme: ¿Poseéis las pruebas de ello?
A veces acontece que mis manos
intuyen mutuamente su existencia,
o que mi rostro gastado
busca en ellas un refugio.
Esto me hace sentirme en cierto modo,
mas ¿quién sólo por sentirse pretendería ser?
A vosotros, sin embargo, que crecéis en el éxtasis del otro
hasta que, subyugado, implora: -"Ya no más...";
a vosotros, que bajo la caricia arrebatada de las manos
devenís más plenos, como el año
en que se dio una más rica cosecha en los viñedos;
a vosotros, que dejáis de ser a veces
únicamente porque el otro se impone y prepondera;
os pregunto por nosotros.
Harto sé por qué en vuestro contacto hay beatitud tan grande:
porque persiste la caricia
y no se desvanece el sitio que recubrís tan tiernamente,
porque bajo él sentís la pura duración.
Y así pensábais alcanzar casi la eternidad en el abrazo.
Y sin embargo, luego de soportar el sobresalto
de la primera mirada que se encuentra,
luego de la nostálgica espera ante la ventana clausurada
y de ese único primer paseo dado junto a lo largo del jardín,
decidme, amantes: ¿seguís siendo los mismos todavía?
Cuando vuestros labios inician el beso en mutua libación,
-¡ah!- que extrañamente se evade de su acto el libador...
¿No os asombra la mesura del ademán humano
en las áticas estelas funerarias2? ¿No se posan allí
el amor y el adiós sobre los hombros tan ingrávidamente
como si fueran de materia distinta que en nosotros?
Recordad cómo se tocan, sin oprimir, las manos
aunque en los torsos la fuerza se eleve y perdure.
-"Hasta aquí llegamos.
Este es nuestro dominio. Así es nuestro contacto.
Los dioses nos oprimirían con más fuerza.
Pero eso ya sería cosa de los dioses."
¡Oh, si también nosotros encontráramos
un coto puro y perdurable de sustancia humana,
una franja nuestra de tierra fecunda
entre el río y la roca! Porque nuestro corazón
nos sobrepasa como a ellos.
No podemos seguirlo ya con la mirada
hasta las aquietadoras imágenes que los sosiegan
ni a los divinos cuerpos donde,
aún más grande, se modera y descansa
finalmente.
De Elegías de Duino, 1912-1922
Versión de Uwe Frisch
1 Rilke alude aquí a uno de los textos bíblicos calificados de "apócrifos", el Libro de Tobías, que cuenta cómo el Arcángel Rafael acompañó al joven Tobías durante toda una jornada sin que éste se apercibiera de quién era su compañero.
2 Una estela funeraria en la que Eurídice se despide de Orfeo: ella apenas le roza el hombro, él apenas le toca la mano con la punta de los dedos; las expresiones de ambos, a pesar de la tragedia, son contenidas y serenas. Rilke la vio en Nápoles.
2 Una estela funeraria en la que Eurídice se despide de Orfeo: ella apenas le roza el hombro, él apenas le toca la mano con la punta de los dedos; las expresiones de ambos, a pesar de la tragedia, son contenidas y serenas. Rilke la vio en Nápoles.
5 comentarios:
"Articulaciones de la luz..." Me encantan esos versos.
Un místico, Rilke. Complejo. Frases como muy concentradas. Para estudiarlo y recién después leerlo.
A Rilke lo leo desde pequeño....no digo más.
Sigo diciendo que me resulta difícil, pero bueno, aquí quedarán las Elegías para cuando queramos darlas un repaso.
Tú las conocerás en alemán. Supongo que serán pelín diferentes.
Yo lo he leído en alemán... y la misma intensidad:)
A pesar de la "intensidad", me gusta, pero te deja agotada.
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