Chet Baker - Like Someone In Love

sábado, 5 de diciembre de 2009

Primer capítulo de Industrias y andanzas de Alfanhuí - Rafael Sánchez Ferlosio - España

Gallo de veleta
"Sembré avena loca ribera de Henares"

Sembradas están para ti las locuras que andaban en mi cabeza y que en Castilla tenían tan buen asiento. Escrita para ti esta historia castellana y llena de mentiras verdaderas.

I. DE UN GALLO DE VELETA QUE CAZÓ UNOS LAGARTOS Y LO QUE CON ELLOS HIZO UN NIÑO.

El gallo de la veleta, recortado en una chapa de hierro que se cantea al viento sin moverse y que tiene un ojo solo que se ve por las dos partes, pero es un solo ojo, se bajó una noche de la casa y se fue a las piedras a cazar lagartos. Hacía luna, y a picotazos de hierro los mataba. Los colgó al tresbolillo en la blanca pared de levante que no tiene ventanas, prendidos de muchos clavos. Los más grandes puso arriba y cuanto más chicos, más abajo. Cuando los lagartos estaban frescos todavía, pasaban vergüenza, aunque muertos, porque no se les había aún secado la glandulita que segrega el rubor, que en los lagartos se llama "amarillor", pues tienen una vergüenza amarilla y fría.

Pero andando el tiempo se fueron secando al sol, y se pusieron de un color negruzco, y se encogió su piel y se arrugó. La cola se les dobló hacia el mediodía, porque esa parte se había encogido al sol más que la del septentrión, adonde no va nunca. Y así vinieron a quedar los lagartos con la postura de los alacranes, todos hacia una misma parte, y ya, como habían perdido los colores y la tersura de la piel, no pasaban vergüenza.

Y andando más tiempo todavía, vino el de la lluvia, que se puso a flagelar la pared donde ellos estaban colgados, y los empapaba bien y desteñía de sus pieles un zumillo, como de herrumbre verdinegra, que colaba en reguero por la pared hasta la tierra. Un niño puso un bote al pìe de cada reguerillo, y al cabo de las lluvias había llenado los botes de aquel zumo y lo juntó todo en una palangana para ponerlo seco.

Ya los lagartos habían desteñido todo lo suyo, y cuando volvieron los días de sol tan sólo se veían en la pared unos esqueletitos blancos, con la película fina y transparente, como las camisas de las culebras y que apenas destacaban del encalado.

Pero el niño era más hermano de los lagartos que del gallo de la veleta, y un día que no hacía viento y el gallo no podía defenderse, subió al tejado y lo arrancó de allí y lo echó a la fragua, y empezó a mover el fuelle. El gallo chirriaba en los tizones como si hiciera viento y se fue poniendo rojo, amarillo, blanco. Cuando notó que empezaba a reblandecerse, se dobló y se abrazó con las fuerzas que le quedaban a un carbón grande, para no perderse del todo. El niño paró el fuelle y echó un cubo de agua sobre el fuego, que se apagó resoplando como un gato, y el gallo de veleta quedó asido para siempre al trozo de carbón.

Volvió el niño a su palangana y vio cómo había quedado en el fondo un poso pardo, como un barrillo fino. A los días, toda el agua se había ido por el calor que hacía y quedó tan sólo polvo. El niño lo desgranó y puso el montoncito sobre un pañuelo blanco para verle el color. Y vio que el polvillo estaba hecho de cuatro colores: negro, verde, azul y oro. Luego cogió una seda y pasó el oro, que era lo más fino; en una tela de lino pasó el azul, en un harnero el verde y quedó el negro.

De los cuatro polvillos usó el primero, que era el de oro, para dorar picaportes; con el segundo, que era azul, se hizo un relojito de arena; el tercero, que era el verde, lo dio a su madre para teñir visillos, y con el negro, tinta, para aprender a escribir.

La madre se puso muy contenta al ver las industrias de su hijo, y en premio lo mandó a las escuela. Todos los compañeros le envidiaban allí la tinta por lo brillante y lo bonita que era, porque daba un tono sepia como no se había visto. Pero el niño aprendió un alfabeto raro que nadie le entendía, y tuvo que irse de la escuela porque el maestro decía que daba mal ejemplo. Su madre lo encerró en un cuarto con una pluma, un tintero y un papel, y le dijo que no saldría de allí hasta que no escribiera como los demás. Pero el niño, cuando se veía solo, sacaba el tintero y se ponía a escribir en su extraño alfabeto, en un rasgón de camisa blanca que había encontrado colgando de un árbol.

Industrias y andanzas de Alfanhuí: el realismo mágico avant la lettre.

«Un libro maravilloso que hace realidad lo que no existe.»«Rafael Sánchez Ferlosio inventó un niño y marchó con él por los caminos de su nuevo viejo país y escribió el libro más hermoso de su tiempo.» (Miguel Delibes). Alfanhuí se llama así porque le puso el nombre su maestro: "¿Tú? Tú tienes ojos amarillos como los alcaravanes; te llamaré Alfanhuí porque este es el nombre con que los alcaravanes se gritan los unos a los otros… al-fan-huí, al-fan-huí". Es amigo de los lagartos, pero también del gallo de una veleta que le enseñó muchas cosas sobre los colores. Después estudió con un taxidermista que tenía una criada que un día se puso verde y se murió; conoció a unos ladrones de trigo y a un gigante en un bosque rojo, y, en Madrid, a un hombre que trabajaba en una fábrica de chocolate y bailaba sobre las mesas... Alfanhuí es el espectador itinerante de hombres extraños pero reales. Vive las aventuras sin inmutarse, adaptándolas a una cotidianeidad fantástica en la que nada parece estar fuera de lugar. (De una reseña)
Sánchez Ferlosio ha sido distinguido estos días con el Premio Nacional de las Letras que concede el Ministerio de Cultura en reconocimiento al conjunto de la obra de un escritor vivo.
Premio Cervantes 2004, Ferlosio acaba de publicar su último trabajo: "Guapo y sus isótopos".

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué delicioso fragmento, Juan! Creativo, ágil, divertido...
Gracias.

Anónimo dijo...

Me han obligado a leerlo en clase y me parece un auténtico "pe-ñazo", (no escribo co- para que no quede ordinario, pero quiero decir lo mismo). Es un rollazo, cuanto más leo menos entiendo y además me parece violento. No me ha gustado nada. Me pregunto porqué a algunas personas les puede gustar un libro tan raro.

Juan Nadie dijo...

Hay gente pa'tó, amigo "anónimo"

Anónimo dijo...

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