Canéforas- Juan Antonio Tinte
A Ángel Estrada, poeta.
RESPONSO
Padre y maestro mágico, liróforo celeste
que al instrumento olímpico y a la siringa agreste
diste tu acento encantador;
¡Panida! Pan tú mismo, que coros condujiste
hacia el propíleo sacro que amaba tu alma triste,
¡al son del sistro y del tambor!
Que tu sepulcro cubra de flores Primavera,
que se humedezca el áspero hocico de la fiera
de amor si pasa por allí;
que el fúnebre recinto visite Pan bicorne;
que de sangrientas rosas el fresco abril te adorne
y de claveles de rubí.
Que si posarse quiere sobre la tumba del cuervo,
ahuyenten la negrura del pájaro protervo
el dulce canto de cristal
que Filomela vierta sobre tus tristes huesos,
o la harmonía dulce de risas y de besos
de culto oculto y florestal.
Que púberes canéforas te ofrenden el acanto,
que sobre tu sepulcro no se derrame el llanto,
sino rocío, vino, miel;
que el pámpano allí brote, las flores de Citeres,
y que se escuchen vagos suspiros de mujeres
¡bajo un simbólico laurel!
Que si un pastor su pífano bajo el frescor del haya,
en amorosos días, como un Virgilio, ensaya,
tu nombre ponga en la canción;
y que la virgen náyade, cuando ese nombre escuche,
con ansias y temores entre las linfas luche,
llena de miedo y de pasión.
De noche, en la montaña, en la negra montaña
de las Visiones, pase gigante sombra extraña,
sombra de un Sátiro espectral;
que ella al centauro adusto con su grandeza asuste;
de una extra-humana flauta la melodía ajuste
a la harmonía sideral.
Y huya el tropel equino por la montaña vasta;
tu rostro de ultratumba bañe la luna casta
de compasiva y blanca luz;
y el Sátiro contemple sobre un lejano monte
una cruz que se eleve cubriendo el horizonte
¡y un resplandor sobre la cruz!
De Prosas profanas y otros poemas (1896-1901)
Peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
RUBÉN DARÍO
Indio con entorchados (casi se le adivinan los pies descalzos por debajo del uniforme diplomático), "negro" con alma de princesa cachonda y pianista ("negro" le llama Valle-Inclán, que tanto robó y plagió de él), cuaco idolizado, fabuloso derrumbe humano que iluminó Madrid, que habitó París, que se irguió frente al mar latino, congestionado de trascendencia, pálido bajo su color indio, robusto de persona y esbelto de corazón. Impar como una ruina, precolombino y único, parisiense, madrileño, poeta solo de la noche occidental, como un Baudelaire más nuevo, más triste y más bueno.
Aunque su mercancía es el Modernismo, lo que realmente trae Rubén es algo más profundo y difundido, nada menos que la modernidad. Rubén tiene esa cosa inaugural y festival del que vuelve la esquina de un siglo, es el quicio humano por el que nos asomamos a lo venidero y no sólo entonces, sino todavía hoy; [...]
"Que púberes canéforas te ofrenden el acanto." ("De todo el verso, sólo he entendido el que", diría García Lorca.) Qué ramo de palabras recién golpeadas contra el agua, como rosas grandes o mujeres desnudas. Devuelve su mañana a "púberes", incorpora "canéforas" (bordadora griega), hace más verde y duradero el acanto. "Peregrinó mi corazón y trajo de la sagrada selva la armonía." Es la sintaxis, siempre la sintaxis, una sintaxis nueva que reinventa el mundo. La sintaxis del poeta no es sino la matemática de su música. Porque el poeta no ha de tener musa, como dice el tópico, sino música.
Habría que esperar al surrealismo y las vanguardias para que se diese en el lenguaje, en los idiomas, otra revolución semejante e insurgente. Pero el surrealismo y las vanguardias son más bien destructivos, contraculturales, como empezaba a serlo el siglo XX (cuya enfermedad secreta es la dispersión), y en cambio Rubén es armonizador, armónico, orfeónico, el hombre capaz de hacer pasar el viejo camello del mundo por el ojo de la aguja de oro de su verso. [...]
Habría que esperar al surrealismo y las vanguardias para que se diese en el lenguaje, en los idiomas, otra revolución semejante e insurgente. Pero el surrealismo y las vanguardias son más bien destructivos, contraculturales, como empezaba a serlo el siglo XX (cuya enfermedad secreta es la dispersión), y en cambio Rubén es armonizador, armónico, orfeónico, el hombre capaz de hacer pasar el viejo camello del mundo por el ojo de la aguja de oro de su verso. [...]
De Las palabras de la tribu, 1994
11 comentarios:
Estás sembrao.
Los que estuvieron sembrados fueron Darío y Umbral. Uno sólo hace de transmisor.
Tomo ése consejo: el poeta ha de tener música. Es un faro y a la vez un norte.
Como dice Umbral, Rubén Darío fue quien devolvió la musicalidad a la poesía en castellano, después del paso fugaz de Bécquer.
Buena reflexión.
... de Francisco Umbral, con la que se puede estar de acuerdo.
Sin olvidar su "Balada en honor de las musas de carne y hueso."
Extraordinario poema que también está en el Crepúsculo.
Muy bien. Me gusta. Pero no estaría mal que igual que nombras la fuente literaria, lo hicieras de las imágenes que también tienen autor.
Un saludo
Juan antonio
Muy bien. Me gusta. Pero no estaría mal que igual que nombras la fuente literaria, lo hicieras de las imágenes que también tienen autor.
Un saludo
Juan antonio
Me alegro de que te guste, pero si te fijas también nombro a los autores de las imágenes. Basta con poner el puntero del ratón encima de la imagen y sale una leyenda con el título de la ilustración y el nombre del autor. No obstante lo pondré más claro.
Muchas gracias por pasarte por aquí, es un privilegio.
Un saludo.
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