Chet Baker - Like Someone In Love

viernes, 30 de agosto de 2019

Un fantasma de nubes - Apollinaire - Francia


Un fantôme de nuées

Comme c’était la veille du quatorze juillet
Vers les quatre heures de l’après-midi
Je descendis dans la rue pour aller voir les saltimbanques

Ces gens qui fonts des tours en plein air
Commencent à être rares à Paris
Dans ma jeunesse on en voyait beaucoup plus qu’aujourd’hui
Ils s’en sont allés presque tous en province

Je pris le boulevard Saint-Germain
Et sur une petite place située entre Saint-Germain-des-Prés et la
        statue Danton
Je rencontrai les saltimbanques

La foule les entourait muette et résignée à attendre
Je me fis une place dans ce cercle afin de tout voir
        Poids formidables
Villes de Belgique soulevées à bras tendu par un ouvrier russe de
        Longwy
Haltères noirs et creux qui ont pour tige un fleuve figé
Doigts roulant une cigarette amère et délicieuse comme la vie

De nombreux tapis sales couvraient le sol
Tapis qui ont des plis qu’on ne défera pas
Tapis qui sont presque entièrement couleur de la poussière
Et où quelques taches jaunes ou vertes ont persisté
Comme un air de musique qui vous poursuit

Vois-tu le personnage maigre et sauvage
La cendre de ses pères lui sortait en barbe grisonnante
Il portait ainsi toute son hérédité au visage
Il semblait rêver à l’avenir
En tournant machinalement un orgue de Barbarie
Dont la lente voix se lamentait merveilleusement
Les glouglous les couacs et les sourds gémissements

Les saltimbanques ne bougeaient pas
Le plus vieux avait un maillot couleur de ce rose violâtre qu’ont aux
        joues certaines jeunes filles fraîches mais près de la mort

Ce rose-là se niche surtout dans les plis qui entourent souvent leur
        bouche
Ou près des narines
C’est un rose plein de traîtrise

Cet homme portait-il ainsi sur le dos
La teinte ignoble de ses poumons

Les bras les bras partout montaient la garde

Le second saltimbanque
N’était vêtu que de son ombre
Je le regardait longtemps
Son visage m’échappe entièrement
C’est un homme sans tête

Un autre enfin avait l’air d’un voyou
D’un apache bon et crapule à la fois
Avec son pantalon bouffant et les accroche-chaussettes
N’aurait-il pas eu l’apparence d’un maquereau à sa
        toilette

La musique se tut et ce furent des pourparlers avec le
        public
Qui sou à sou jeta sur le tapis la somme de deux franc
        cinquante
Au lieu des trois francs que le vieux avait fixés comme
        prix des tours

Mais quand il fut clair que personne ne donnerait plus
        rien
On se décida à commencer la séance
De dessous l’orgue sortit un tout petit saltimbanque
        habillé de rose pulmonaire
Avec de la fourrure aux poignets et aux chevilles
Il poussait des cris brefs
Et saluait en écartant gentiment les avant-bras
Mains ouvertes

Une jambe en arrière prête à la génuflexion
Il salua ainsi aux quatre points cardinaux
Et quand il marcha sur une boule
Son corps mince devint une musique si délicate que
        nul parmi les spectateurs n’y fut insensible
Un petit esprit sans aucune humanité
Pensa chacun
Et ces musique des formes
Détruisit celle de l’orgue mécanique
Que moulait l’homme au visage couvert d’ancêtres

Le petit saltimbanque fit la roue
Avec tant d’harmonie
Que l’orgue cessa de jouer
Et que l’organiste se cacha le visage dans les mains
Aux doigts semblables aux descendants de son destin
Foetus minuscules qui lui sortaient de la barbe
Nouveaux cris de Peau-Rouge
Musique angélique des arbres
Disparition de l’enfant
Les saltimbanques soulevèrent les gros haltères à bout de bras
Ils jonglèrent avec les poids

Mais chaque spectateur cherchait en soi l’enfant miraculeux
Siècle ô siècle des nuages


Un fantasma de nubes

Como era la víspera del catorce de julio
Hacia las cuatro de la tarde
Bajé a la calle para ver a los saltimbanquis

Esa gente que hace suertes al aire libre
Empieza a ser escasa en París
En mi juventud eran tanto más numerosos
Casi todos se han marchado a provincia

Tomé el bulevar Saint-Germain
Y en una placita situada entre Saint-Germain-des-Prés
         y la estatua de Danton
Di con los saltimbanquis

La muchedumbre los rodeaba muda y resignada a
         esperar
Me abrí lugar en aquel círculo para verlo todo
Pesos formidables
Ciudades de Bélgica alzadas a pulso por un obrero
         ruso de Longwy
Pesas negras y vacías que tienen por barra un río
         congelado
Dedos que enrollan un cigarrillo amargo y delicioso
         como la vida

Numerosas alfombras sucias cubren el suelo
Alfombras con pliegues indelebles
Alfombras que ya son casi color de polvo
Y en las que algunas manchas verdes o amarillas
Persisten como una tonada que nos persiguiera

Imagina al personaje huraño y flaco
La ceniza de sus padres le brotaba como barba
         entrecana
Así mostraba toda su herencia en el rostro
Parecía soñar con el futuro
Mientras maquinalmente tocaba el organillo
Cuya lenta voz era un lamento maravilloso
Gluglús gallos y gemidos sordos

No se movían los saltimbanquis
El más viejo llevaba unas mallas de ese oro violáceo
         que tiñe las mejillas de ciertas muchachas aunque
         frescas ya cerca de la muerte
Ese rosa anida en los pliegues que a menudo rodean
         sus bocas
O cerca de las narices
Es el rosa de la traición

Aquel hombre llevaba así a cuestas
El innoble color de sus pulmones

Brazos brazos por todas partes vigilantes

El segundo saltimbanqui
Sólo iba vestido de su sombra
Lo miré largamente
Pero su rostro se me escapa
Es un hombre sin cabeza

Otro más tenía todo el aire de un granuja
De un apache en que se aunaran bondad y crápula
Con sus pantalones bombachos y sus calcetines con
         ligas
No recordaba acaso al alcahuete a medio ataviarse

Cesó la música y hubo negociaciones con el público
Céntimo a céntimo fue arrojada la suma de dos francos
         cincuenta sobre la alfombra
En vez de los tres francos que el viejo había fijado
         como precio de los números

En cuanto estuvo claro que nadie daba más
Se decidió empezar con la función
De debajo del organillo salió un saltimbanqui
         diminuto vestido de rosa pulmonar
Con pieles en tobillos y muñecas
Lanzaba gritos cortos
Y saludaba apartando amablemente los brazos
Con las manos abiertas

Con una pierna hacia atrás preparada para la
         genuflexión
Saludó hacia los cuatro puntos cardinales
Y cuando caminó sobre una bola
Su cuerpo esbelto se transformó en música tan
         delicada que no hubo espectador a ella insensible
Un duendecillo sin ninguna humanidad
Pensó cada cual
Aquella música de las formas
Borraba la del organillo
Tocada por el hombre del rostro cubierto de
         antepasados

El pequeño saltambanqui se pavoneaba
Tan armoniosamente
Que el organillo cesó de tocar
Y el organillero escondió el rostro entre las manos
Sus dedos se parecían a los descendientes de su
         destino
Fetos minúsculos que le salían de la barba
Nuevos gritos de pielroja
Música angélica de los árboles
Desaparición del niño
Los saltimbanquis levantaron a pulso las pesas
En juegos malabares

Pero cada espectador buscaba ya en sí mismo al niño
         milagroso
Siglo oh siglo de las nubes
Traducción de Ulalume González de León

miércoles, 21 de agosto de 2019

Exaltación a Inanna - Enheduanna - Sumeria


Enheduanna es el primer escritor y poeta (escritora y poeta) de la Humanidad del que se tiene noticia cierta, ya que fue el primero (la primera) que firmó sus escritos.
Nació hacia 2354 a. C. en la ciudad sumeria de Ur. Era hija de Sargón I, rey que unificó las ciudades-estado de la Alta y la Baja Mesopotamia en un único imperio.
Según la investigadora Ale Mendé, cada sílaba del nombre de Enheduanna tiene un sentido: en quiere decir "alta sacerdotisa", hedu "ornamento" y anna significa "cielo".
Fue nombrada por su padre Gran Sacerdotisa del dios de la Luna Nanna. El puesto era sumamente poderoso, ya que era la única que podía nombrar a cualquiera de los mandatarios de la ciudad, de modo que sus funciones no eran únicamente religiosas, sino, además, políticas.
Vivió en un templo cercano a lo que hoy es el Golfo Pérsico y mantuvo el puesto de Gran Sacerdotisa hasta su muerte, de la que se desconoce su fecha exacta.
El reverso de  una de tablillas aparecidas con su nombre en el templo de Nanna en Ur contiene un texto que podría hacer referencia a su nacimiento. Dicho texto, según la traducción de Robert Rivas, reza así:

Mi madre sacerdotal me concibió; secretamente
Me trajo al nacimiento
Me colocó en un Arca, hizo trabar mi puerta.
Me confió al río, que no me hundió.
El río me trajo hasta aquí, el labrador,
Quien me condujo a ser su hijo…
Durante mi jardinería,
La Diosa Ishtar, me amó, y durante
Cincuenta y cuatro años
Mío fue el reinado.

A lo largo de su vida y sobre todo durante su cargo como sacerdotisa, escribió una gran variedad de poemas e himnos religiosos, en su mayoría escritos para el dios de la Luna Nanna y para la diosa sumeria del Amor.
En la actualidad se conservan 42 himnos que enaltecen diferentes ciudades de Sumeria y Acadia como Eridu, Sipar y Esnunna.

Lo que van a leer a continuación es un extracto del poema La exaltación de Enheduanna a Inanna , compuesto por 18 estrofas en las que se habla sobre la felicidad y desastres de la Diosa Innana según la traducción de Robert Rivas.

Pero Enheduanna también es considerada como la primera música, ya que escribió diferentes himnos, la mayoría de temática religiosa, como no podía ser otra forma en aquellos tiempos. El más conocido  es el Himno a Inanna (diosa sumeria del Amor), que se utilizaba durante el ritual en honor a la diosa.

Enheduanna podría también ser considerada como la primera cronista de la historia, ya que fue ella quien escribió la crónica del derrocamiento de su padre y el destierro de su familia.

Unos 4300 años después, los eruditos la llaman la Shakespeare de Sumeria.


INNANA1 Y LAS ESENCIAS DIVINAS

Señora de todas las esencias, luz plena, buena mujer
vestida de esplendor
a quien el cielo y la Tierra te aman,
amiga del templo de An
tú llevas grandes ornamentos,
tú deseas la tiara de la grande sacerdotisa
cuyas manos sostienen las siete esencias,
las has escogido y colgado de tu mano.
Has reunido las esencias sagradas y las has puesto
apretadas sobre tus pechos


INNANA Y AN2

Como un dragón has cubierto el suelo de veneno
como el trueno cuando ruges sobre la Tierra
árboles y plantas caen a tu paso.
Eres una inundación descendiendo desde
una montaña,
¡Oh primaria,
Diosa Lunar del cielo y de la Tierra!
tu fuego sopla alrededor y cae sobre
nuestra nación.
Señora montada sobre una bestia,
An te da cualidades, ordenes sagradas
y tú decides
tú estás en todos nuestros grandes ritos
¿Quién puede entenderte?


INNANA Y ENLIL3

Las tormentas te prestan alas,
destructora de nuestras tierras.
Amada por Enlil, tú vuelas sobre nuestra nación
tú sirves a los decretos de An.
Oh mi señora, al oír tu sonido
colinas y llanuras reverencian.
Cuando nos presentamos ante ti,
aterrados, temblando en tu clara luz
tormentosa,
recibimos justicia
nosotros cantamos, nos lamentamos y
lloramos ante ti
y caminamos hacia ti a través de un sendero
desde la casa de los enormes suspiros


INNANA E ISHKUR4

Tú lo derribas todo en la batalla.
Oh, mi señora sobre tus alas
llevas la segada tierra y embistes
enmascarada
en una atacante tormenta,
ruges como una rugiente tormenta,
truenas y sigues tronando y resoplas
con vientos malignos.
Tus pies están llenos de inquietud.
En tu arpa de suspiros
yo escucho tu canto fúnebre


INNANA Y LA ANUNNA5

Oh, mi señora, la Anunna, los grandes
Dioses,
Aleteando como murciélagos delante de ti,
se vuelan hacia los farallones.
No tienen el valor de caminar
delante de tu terrible mirada.
¿Quién puede domar tu furibundo corazón?
Ningún Dios menor.
Tu malevolente corazón está más allá de la
templanza.
Señora, tú sedas los reinos de la bestia,
tú nos haces felices.
Tu furia está más allá de la templanza,
¡Oh hija mayor de Suen!
¿Quién te ha negado alguna vez
reverencia,
Señora, suprema sobre la tierra?


INANNA Y EBIH6

En las montañas en donde no eres
venerada
la vegetación está maldita.
Tú has convertido en cenizas sus
grandes entradas.
Por ti los ríos se inflan de sangre
y la gente no tiene nada que beber.
El ejército de la montaña va hacia ti
cautivo
espontáneamente.
Saludables hombres jóvenes desfilan
ante ti
espontáneamente.
La ciudad danzante está colmada de
tormenta,
conduciendo a los hombres jóvenes
hacia ti, cautivos.
Traducción de Robert Rivas
Enheduanna

1 En la mitología sumeria Inanna era la diosa del amor, de la guerra y protectora de la ciudad de Uruk. Con la llegada de los acadios Inanna se sincretiza con la diosa Ishtar. Su representación era un haz de juncos verticales con la parte superior curvada.
Asociada con el planeta Venus, se la identifica con la diosa griega Afrodita y con la Astarté fenicia. Entre los acadios fue conocida como Ishtar. Según la mitología sumeria era hija de Nannar (Sin en acadio, dios de la Luna) y Ningal (la Gran Dama, la luna) y hermana gemela de Utu, conocido en acadio como Shamash. Su consorte fue Dumuzi (semidiós y héroe de Uruk). Ishtar o Inanna representa el arquetipo de la Diosa madre.

2 En la mitología sumeria, An (en sumerio An = "cielo") o Anu (en acadio) era el dios del cielo, señor de las constelaciones, rey de los dioses, que vivía con su esposa, la diosa Ki (en sumerio, "tierra" o Antu en acadio), en las regiones más altas del cielo.
Se creía que tenía el poder de juzgar a los que habían cometido delitos, y que había creado las estrellas como soldados para destruir a los malvados. Su atributo era la tiara real. Su sirviente y ministro era el dios Ilabrat.
Fue uno de los más antiguos dioses del panteón sumerio, y formaba parte de una tríada de grandes dioses, junto a Enlil, dios del aire y la atmósfera y a Enki (también conocido, en acadio, como Ea), dios de la tierra o de los "cimientos".​ Era considerado como el padre y primer rey de los dioses. Anu es asociado con el templo E-anna de la ciudad de Ur (la Erech bíblica), en el sur de Babilonia y hay buenas razones para creer que este lugar sería la sede original del culto a Anu. Si esto fuese correcto, entonces la diosa Inanna (o, en acadio, Ishtar) de Ur puede, en algún momento, haber sido su consorte.
Fue posteriormente asimilado por el dios Assur (asirio-babilónico), y el dios Marduk.

3 En la mitología sumeria, Enlil (también, a veces, Ellil en textos posteriores acadios, hititas o caananitas), era el señor de los cielos y de la tierra,​ adorado por otros pueblos mesopotámicos, como los acadios, babilonios, cananeos y asirios. Aparece citado en el Código de Hammurabi.​
Se han propuesto dos orígenes para el nombre Enlil. Según el primero vendría del sumerio. En es "señor" y líl es "tormenta" o "viento",​ por lo que su nombre significaría literalmente, "Señor de la tormenta" o "Señor del viento" o "Dios del viento". La otra opción, más reciente, indicaría una sumerización de la raíz semita il (Dios),​ la misma que da origen a los términos El y Alá, significando así dios señor. Su nombre se encuentra asociado frecuentemente al término kur, que hacía referencia a montaña y a extranjero. Así, su hogar era el é.kur (casa-montaña) y los adjetivos asociados al dios eran kur.gal (gran montaña) y lugal.a.ma.ru (rey de las tormentas). Todos estos términos parecen indicar que Enlil era un dios del clima. En Mesopotamia, el clima no marcaba la bonanza de las cosechas, ya que éstas dependían del curso de los ríos, sino sólo su desgracia y malogro. Esto explica el carácter irascible y temible de Enlil que sólo se manifiesta en hechos negativos como las grandes tormentas, las inundaciones y los cambios de curso de los ríos. Así, en el mito del Diluvio mesopotámico es Enlil quien abre las compuertas del cielo para acabar con los molestos humanos.

4 Isku o Iskur en sumerio, y Adad en acadio, es el dios de las tormentas y las lluvias de los pastores, adorado aproximadamente del 3500 a. C. al 1750 a. C. en la antigua Mesopotamia. Su centro de culto estaba en Karkara, y E.nam.khe era el templo al que recibía culto.​ Es descrito como hermano del dios sol Utu. En la mitología de la creación Enki puso a su cargo los vientos y "el dique de plata en el corazón del cielo". Otros autores lo describen como un toro o un león, y sus rugidos eran como truenos. En un texto figura como hijo de An y hermano gemelo de Enki.
En 1772 a. C. Hammurabi construyó un trono para rendir culto a Adad.

5 Los Anunnaki (antigua transcripción acadia por el sumerio Anunna) son un grupo de deidades sumerias y acadias identificados en los textos con los Anunna y los Igigi, dioses menores.
Originalmente pertenecían al panteón de la ciudad de Nippur. Se mencionan también en Lagash y en Eridú. En esta última ciudad los Anunna eran cincuenta.
Según la mitología mesopotámica, los Anunna eran, inicialmente, los dioses más poderosos y vivían con Anu en el cielo. Posteriormente, sin que se haya establecido un motivo claro de este cambio, fueron los Igigi los considerados como dioses celestes mientras el término Anunna se empleaba para designar a los dioses del Inframundo, especialmente a siete dioses que hacían la función de jueces en el Inframundo.

6​ Gobernante de la antigua ciudad de Mari. 
Se conserva una extraordinaria y muy conocida estatua del superintendente Ebih, que representa una ofrenda votiva realizada hacia Ishtar, diosa babilónica del amor y la guerra, de la vida, del sexo, de la fertilidad, y patrona de otros temas menores, conocida también con el nombre de Inanna en Sumeria, Anahit en la antigua Armenia (Urartu), Astarté en Fenicia y en las religiones abrahámicas.
(Datos recogidos de la Wikipedia).

Versos 1-33 del Himno a la diosa Inanna, cantados en sumerio

sábado, 10 de agosto de 2019

Fragmentos de Árbol de Diana - Alejandra Pizarnik - Argentina


1
He dado el salto de mí al alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.

2
Estas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...

3
sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra

4
                                               Ahora bien:
Quién dejará de hundir su mano en busca
del tributo para la pequeña olvidada. El frío
pagará. Pagará el viento. La lluvia pagará.
Pagará el trueno.

5
por un minuto de vida breve
única de ojos abiertos
por un minuto de ver
en el cerebro flores pequeñas
danzando como palabras en la boca de un mudo

6
ella se desnuda en el paraíso
de su memoria
ella desconoce el feroz destino
de sus visiones
ella tiene miedo de no saber nombrar
lo que no existe

7
Salta con la camisa en llamas
de estrella a estrella,
de sombra en sombra.
Muere de muerte lejana
la que ama al viento.

8
Memoria iluminada, galería donde vaga
la sombra de lo que espero. No es verdad
que vendrá. No es verdad que no vendrá.

10
un viento débil
lleno de rostros doblados
que recorto en forma de objetos que amar

11
ahora
           en esta hora inocente
yo y la que fui nos sentamos
en el umbral de mi mirada

12
no más las dulces metamorfosis de una niña; de seda
sonámbula ahora en la cornisa de niebla

su despertar de mano respirando
de flor que se abre al viento

13
explicar con palabras de este mundo
que partió de mí un barco llevándome

14
El poema que no digo,
el que no merezco.
Miedo de ser dos
camino del espejo:
alguien en mí dormido
me come y me bebe.

15
Extraño desacostumbrarme
de la hora en que nací.
Extraño no ejercer más
oficio de recién llegada.

16
has construido tu casa
has emplumado tus pájaros
has golpeado al viento
con tus propios huesos
has terminado sola
lo que nadie comenzó

17
Días en que una palabra lejana se apodera de mí. Voy por esos días
sonámbula y transparente. La hermosa autómata se canta, se                                                                                        [encanta,
se cuenta casos y cosas: nido de hilos rígidos donde me danzo y                                                                                             [me
lloro en mis numerosos funerales. (Ella es su espejo incendiado, su
espera en hogueras frías, su elemento místico, su fornicación de                                                                                       [nombres
creciendo solos en la noche pálida.)

20
                                                               a Laure Bataillon
dice que no sabe del miedo de la muerte del amor
dice que tiene miedo de la muerte del amor
dice que el amor es muerte es miedo
dice que la muerte es miedo es amor
dice que no sabe

21
he nacido tanto
y doblemente sufrido
en la memoria de aquí y de allá

22
en la noche
un espejo para la pequeña muerta
un espejo de cenizas

23
una mirada desde la alcantarilla
puede ser una visión del mundo
la rebelión consiste en mirar una rosa
hasta pulverizarse los ojos

32
Zona de plagas donde la dormida come lentamente
su corazón de medianoche.

33
alguna vez
                   alguna vez tal vez
me iré sin quedarme
                   me iré como quien se va

34
la pequeña viajera
moría explicando su muerte

sabios animales nostálgicos
visitaban su cuerpo caliente

35
                                        a Ester Singer
Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de                                                                                        [fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.

37
más allá de cualquier zona prohibida
hay un espejo para nuestra triste transparencia

38
Este canto arrepentido, vigía detrás de mis poemas'
este canto me desmiente, me amordaza.
Alejandra - Documental de Virna Molina y Ernesto Ardito, 2013

jueves, 8 de agosto de 2019

Fragmentos de Jazz - Toni Morrison - Estados Unidos


Yo soy el nombre del sonido
y el sonido del nombre.
Y soy el signo de la letra
y la señal de la división

Thunder, Perfect Mind
THE NAG HAMMADI

Ssst… yo conozco a esa mujer. Vivía rodeada de pájaros en la avenida Lenox. También conozco a su marido. Se encaprichó de una chiquilla de dieciocho años y le dio uno de esos arrebatos que te calan hasta lo más hondo y que a él le metió dentro tanta pena y tanta felicidad que mató a la muchacha de un tiro sólo para que aquel sentimiento no acabara nunca. Cuando la mujer, que se llama Violet, fue al entierro para ver a la chica y acuchillarle la cara sin vida, la derribaron al suelo y la expulsaron de la iglesia. Entonces echó a correr, en medio de toda aquella nieve, y en cuanto estuvo de vuelta en su apartamento sacó a los pájaros de las jaulas y les abrió las ventanas para que emprendiesen el vuelo o para que se helaran, incluido el loro, que decía: «Te quiero.»

[...]

Hubo una tarde, allá en 1906, antes de que Joe y Violet emigrasen a la Ciudad, en que Violet soltó el arado y se dirigió a su casita, agobiada aún por el calor del día. Vestía un mono de faena y una descolorida camisa sin mangas, que se quitó despacio junto con el pañuelo que le cubría la cabeza. Sobre una mesa cercana a los fogones de la cocina había una palangana esmaltada, moteada de blanco y azul y con el borde desportillado. Cubierta por una toalla cuadrada para protegerla de los insectos, la palangana estaba llena de agua limpia. Con las palmas hacia arriba, extendidos los dedos, Violet hundió las manos en el agua y se salpicó el rostro. Repitió la operación varias veces hasta que, mezclada el agua con el sudor, se refrescaron su frente y sus mejillas. Luego mojó la toalla y se lavó cuidadosamente todo el cuerpo. Del alféizar de la ventana tomó una enagua blanca, salida de la colada aquella mañana, e introdujo en ella la cabeza y los hombros. Finalmente se sentó en la cama a desenredarse el cabello. La mayoría de los lazos que se había puesto al comenzar el día se habían aflojado debajo del pañuelo y ahora tenía la cabeza cubierta de mechones lanosos, suaves al tacto, que hacían estremecer sus dedos. Sentada allí, con las manos tendidas en el vedado placer de acariciarse el cabello, se dio cuenta de que no se había quitado las recias botas que usaba para trabajar. Empujando con la punta de la bota izquierda el tacón de la derecha, la hizo caer al suelo. El esfuerzo le pareció exagerado, y a la ligera sorpresa de descubrir lo cansada que estaba se añadió la sensación de que una especie de amplio sombrero, grande y blando, tan gastado y deslustrado como la habitación en que se encontraba, descendía sobre ella. Violet ya no se enteró del momento en que su hombro tocaba el colchón. Bastante antes de ello había entrado en un sueño apacible, profundo, seguro, adornado de imágenes coloristas. El calor era implacable, insinuante. Como las voces de las mujeres que en las casas próximas cantaban «Baja, baja, baja hacia las tierras de Egipto…» requebrándose unas a otras de patio a patio con una estrofa o su variante.

[...]

Yo comencé por creer que la vida estaba hecha simplemente para que el mundo dispusiera de alguna pauta para reflexionar sobre si mismo, pero descubrí que había perdido el rumbo con los seres humanos porque la carne, incluso atrapada en el sufrimiento, se aferra a ella, a la vida, con placer. Se aferra a los manantiales y al cabello rubio de un niño; tan pronto inhalaría el dulce fuego provocado por una muchacha ardiente como asiría la mano que, quizá sí quizá no, se le tiende. Yo he dejado ya de creer en aquello. Aquí falta algo. Algo engañoso. Algo más que tienes que imaginar antes de llegar a una conclusión.

[...]

Es bonito que unas personas adultas se hablen en susurros bajo la colcha. Su éxtasis es el suspiro de un pétalo, nunca el rebuzno de un asno, y el cuerpo es el medio, no el fin. Anhelan, los adultos, algo que está más allá, más allá y muy muy hundido por debajo del tejido. Mientras susurran recuerdan las muñecas de feria que ganaron y los barcos de Baltimore en que no navegaron nunca. Las peras que dejaron colgar de la rama porque si las cogían desaparecían de allí, ¿y quién más gozaría de aquellos frutos maduros si ellos se las llevaban para su exclusivo provecho? ¿Cómo podrían, quienes pasaran por el lugar, verlas e imaginar para sus adentros cuál sería su aroma? Respirando y murmurando bajo la colcha que ambos han lavado y colgado a secar, en una cama que eligieron juntos y juntos han conservado sin que importe que una pata se apoye sobre un diccionario de 1916 a manera de cuña, y cuyo colchón, curvado como la palma de la mano de un predicador que pide testimonio en nombre de Dios, los ha acogido cada noche, todas las noches, y ha envuelto su susurrante y antiguo amor.

Están debajo de la colcha porque ya no tienen que mirarse más; no hay ya ojos de semental ni mirada de hembra casquivana que los trastornen. Están cada uno dentro de la mente del otro, unidos y atados por las muñecas de feria y los navíos que zarparon de puertos que ellos no llegaron a ver. Esto es lo que hay debajo de sus murmullos confidenciales.

Pero hay también otra parte no tan secreta. La parte que hace que se rocen los dedos de ambos cuando uno pasa la taza o el platillo al otro. La parte que cierra el broche del escote de ella mientras esperan la llegada del tranvía; y que sacude con la mano alguna mota de su traje de sarga azul cuando salen del cine a la luz del atardecer.

Yo envidio su amor público. Yo misma sólo lo he conocido en secreto y he deseado con ansia, oh, con qué ansia, exhibirlo, poder decir en voz muy alta lo que ellos no necesitan ni decir: Que te he amado únicamente a ti, que he entregado todo mi ser atolondrado a ti y a nadie más. Que quiero que tú también me ames y me lo demuestres. Que amo la forma en que me abrazas, lo cerca de ti que me dejas estar. Me gustan tus dedos que se mueven y vuelven a moverse, levantando, volviendo, revolviendo. He mirado tu cara durante muchísimo tiempo, y echaba de menos tus ojos cuando te alejabas de mí. Hablarte y escuchar tu respuesta: ahí está el cosquilleo del placer.

Pero esto yo no puedo decirlo en voz alta; no puedo contarle a nadie que llevo esperándolo toda mi vida y que haber sido elegida para esperar es precisamente la razón de que me haya sido posible esperar tanto. Si fuera capaz te lo diría. Diría que me creases, que me recreases. Eres libre de hacerlo y yo soy libre de permitírtelo porque mira, mira. Mira donde están tus manos. Ahora.
De Jazz, 1992
Traducción de Jordi Gubern
¿Quién fue Toni Morrison?