Este pelo blanco, en cambio, no es el otro, pero cumple su
tarea con la misma fe.
El brazo izquierdo, con un reloj en la muñeca, pregunta la
hora a cada rato;
el derecho acerca la comida, se estira hacia el teléfono y
dispone de una mano que no tiene descanso: una mano
que detuvo un camión en Payogasta.
La pierna izquierda alguna vez se golpeó contra una piedra
(dos meses inactiva); se acompaña con la otra y entre las
dos transportan esta carga difícil, de opinión imprevista.
El hígado promueve aclamadas satisfacciones;
el sexo euforia súbita, esperanza sucesiva de una nueva euforia.
Los ojos miran gestos, colecciones de gestos, y de ellos
sacan la conclusión que necesitan.
Esta mirada no siempre es impasible, esconde un centro
incontrolado, una acumulación de miradas: todas
necesarias, ninguna con la solución.
No puedo distraerme;
un solo instante de abandono
y muero aplastado por estos desconocidos
que he juntado
y que trabajan para mi perdición.
3 comentarios:
Un retrato de lo que somos, un yo laberíntico que incluye los desconocidos que albergamos.
Me gusta mucho "Viejas Máscaras" de José Pérez Olivares que contiene un homenaje a Chagall.
Ni más ni menos lo que dices, tanto del poema como del cuadro. Nada que añadir. Quizá una cosa: "los desconocidos que albergamos", y también los que fuimos.
Maravilloso.
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