[...] Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
–Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes1 alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban2 los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje3 aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, solas y señeras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento les menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto, como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje4 y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.
Toda esta larga arenga –que se pudiera muy bien escusar– dijo nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho, asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque5, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un alcornoque. [...]
[...] La edad de oro fue la creada en primer lugar, edad que sin autoridad y sin ley, por propia iniciativa, cultivaba la lealtad y el bien. No existían el castigo ni el temor, no se fijaban, grabadas en bronce, palabras amenazadoras, ni las muchedumbres suplicantes escrutaban temblando el rostro de sus jueces, sino que sin autoridades vivían seguros. Ningún pino, cortado para visitar un mundo extranjero, había descendido aún de sus montañas a las límpidas aguas, y no conocían los mortales otras palabras que las suyas. Todavía no estaban las ciudades ceñidas por fosos escarpados; no había trompetas rectas ni trompas curvas de bronce, ni cascos, ni espadas; sin necesidad de soldados los pueblos pasaban la vida tranquilos y en medio de suave calma. También la misma tierra, a quien nada se exigía, sin que la rozase el azadón ni la despedazase reja alguna, por sí misma lo daba todo; y los hombres, contentos con alimentos producidos sin que nadie lo exigiera, cogían los frutos del madroño, las fresas de las montañas, las cerezas del cornejo, las moras que se apiñan en los duros zarzales, y las bellotas que habían caído del copudo árbol de Júpiter.1
Había una primavera eterna, y apacibles céfiros2 de tibia brisa acariciaban las flores nacidas sin simiente. Pero además la tierra, sin labrar, producía cereales, y el campo, sin que se le hubiera dejado en barbecho, emblanquecía de espigas cuajadas de grano. Corrían también ríos de leche, ríos de néctar, y rubias mieles goteaban de la encina verdeante.
Una vez que, después de haber sido Saturno precipitado al Tártaro tenebroso,3 el mundo estuvo sometido a Júpiter, llegó la generación de plata, peor que el oro, pero más valiosa que el rubicundo bronce. Júpiter empequeñeció la duración de la primavera antigua, haciendo que el año transcurriese, dividido en cuatro tramos, a través de inviernos, veranos, otoños inseguros y fugaces primaveras. Entonces por vez primera el aire, encendido por tórridos calores, se puso candente, y quedó colgante el hielo producido por los vientos. Entonces por vez primera penetraron los hombres bajo techado; sus casas fueron las cuevas, los espesos matorrales y las ramas entrelazadas con corteza de troncos. Entonces por vez primera fueron las semillas de Ceres4 enterradas en largos surcos y gimieron los novillos bajo la opresión del yugo.
Tras esta apareció en tercer lugar la generación de bronce, más cruel de carácter y más inclinada a las armas salvajes, pero no por eso criminal. La última es de duro hierro; de repente irrumpió toda clase de perversidades en una edad de más vil metal; huyeron la honradez, la verdad, la buena fe, y en su lugar vinieron los engaños, las maquinaciones, las asechanzas, la violencia y la criminal pasión de poseer. Desplegaban las velas a los vientos, sin que el navegante los conociese aún apenas, y los maderos que por largo tiempo se habían erguido en las altas montañas saltaron en las olas desconocidas, y el precavido agrimensor señaló con largas líneas las divisiones de una tierra que antes era común como los rayos del sol y como los aires. Y no sólo se exigían a la tierra opulentas cosechas y alimentos que ella debía dar, sino que se penetró en las entrañas de la tierra y se escavaron los tesoros, estímulo de la depravación, que ella había escondido llevándolos junto a las sombras de la Estige.5 Y ya había aparecido el hierro dañino y el oro más dañino que el hierro; apareció la guerra, que combate valiéndose de ambos y con mano sangrienta blande las armas que tintinean. Se vive de la rapiña; ni un huésped puede tener seguridad de su huésped, ni un suegro de su yerno; incluso entre hermanos es rara la avenencia. El marido maquina la ruina de su esposa, y esta la de su esposo. Madrastras horribles preparan los lívidos venenos del acónito; el hijo averigua antes de tiempo la edad de su padre. [...]
1 La encina. Era célebre la encina profética de Zeus en Dodona, Epiro, en la costa norteoccidental de Grecia, junto al actual monte Olytsika.
2 En plural se aplica a cualquier brisa suave, y no ya al viento del oeste.
3 Saturno, es decir, el titán Cronos, había destronado del imperio del mundo, con la ayuda de su madre Gea, a su padre Urano. A su vez fue destronado por su hijo Júpiter con la ayuda de algunos de los titanes, sus tíos, que, prisioneros primero de su padre Urano y arrojados por éste al Tártaro (la región más tenebrosa y horrible del mundo subterráneo de los muertos), y habiendo recibido después el mismo trato de parte de su hermano Cronos, eran imprescindibles, por decreto del Destino, para la victoria de Zeus contra su padre, por lo que éste los liberó, y tuvo lugar así la Titanomaquia o lucha de los dioses jóvenes contra Saturno y algunos de sus hermanos.
4Las semillas son propiedad de Ceres o Deméter, hermana de Júpiter, diosa de la tierra fecunda y de la agricultura.
5 La Estige, laguna o río del Infierno o mundo subterráneo, es el más famoso de los cursos de agua de ese reino, y viene a ser, por sinécdoque, un nombre muy usual del Infierno. Al inicio de las Metamorfosis, afirma Ovidio que es su intención hablar de los cuerpos que cambiaron de forma, y ruega a los dioses, a quienes achaca esas transformaciones, que secunden su propósito, guiando el poema desde el origen del mundo hasta su época. Como preámbulo no dice más, ateniéndose al precepto dado por Horacio de ser sucinto en la presentación de la obra, igual que habían hecho Homero en su Ilíada y Virgilio en su Eneida. Acto seguido, el poeta describe los comienzos del mundo y de la vida, partiendo del Caos originario. [...] Poco más adelante, todavía dentro del primer libro, se narra el diluvio universal, decretado en una asamblea de los dioses, la única asamblea de los divinos propiamente dicha en todas las Metamorfosis. A raíz del mismo, los únicos seres que sobreviven en la tierra, Deucalión y Pirra, hermanos y esposos, como Júpiter y Juno, arrojan a sus espaldas los "huesos de su madre", de tal modo que los arrojados por Pirra se convierten en mujeres y los arrojados por Deucalión en varones. [...] La narración de Ovidio procede al modo de un largo y fascinante travelling a través de pasajes previamente conocidos por los lectores de la Eneida y de la Odisea, sólo que lo que interesa a nuestro autor son fundamentalmente las maravillas y metamorfosis, y así asistimos, por ejemplo, a la conversión en cerdos de los compañeros de Ulises, o a la transformación, operada también por Circe, de la hermosísima Escila en el monstruo que en la costa itálica asusta a los navegantes con sus perros ladradores prendidos de las ingles. [...] (Del prólogo de BARTOLOMÉ SEGURA RAMOS para la edición de "Clásicos Latinos" de Círculo de Lectores, S. A., 1997) Ovidio tenía un alto concepto de sí mismo, como se puede apreciar en la "despedida" de las Metamorfosis, donde dice:
Y ya he dado fin a una obra que no podrán aniquilar ni la cólera de Júpiter ni el fuego ni el hierro ni el tiempo devorador. Que ese día que no tiene derecho a otra cosa más que a mi cuerpo acabe cuando quiera con el transcurso de mi vida incierta; pero en la mejor parte de mi yo viajaré inmortal por encima de los astros de las alturas, y mi nombre será indestructible, y por donde se extiende el poder de Roma sobre la tierra subyugada, la gente me leerá de viva voz, y gracias a la fama, si algo de verídico tienen los presentimientos de los poetas, viviré por todos los siglos.
Pero algo parecido había dicho ya Horacio. También Lucrecio. Parece que era común entre los poetas latinos para encarecer y prestigiar su obra.
Surcamos el río negro, sus bancos lisos como piedras. Ni un barco, ni un bote, ni una mota de blanco. El viento ha roto, agrietado la superficie del agua. Es ancho, interminable este gran estuario. El río es salobre, azul por el frío. Discurre borroso por debajo de nosotros. Las aves marinas que lo sobrevuelan giran y desaparecen. Surcamos velozmente el ancho río, un sueño del pasado. Rebasadas sus aguas profundas, el fondo empalidece la superficie, traspasamos los bajíos, las embarcaciones varadas en la playa para pasar el invierno, los embarcaderos desolados. Y, alados como gaviotas, nos elevamos, viramos, miramos atrás.
El día es blanco como papel. Las ventanas están congeladas. Las canteras están vacías, la mina de plata inundada. El Hudson es aquí vasto, vasto e inmóvil. Una región oscura, un paraje de esturiones y de carpas. En otoño plateaba de sábalos. Los gansos dibujaban en el cielo su larga y cambiante uve. La marea sube desde el mar.
Dicen que los indios buscaban un río que "discurriera en los dos sentidos". Lo encontraron aquí. La cuña de sal penetra no menos de cincuenta kilómetros; a veces llega hasta Poughkeepsie. Aquí había lechos enormes de ostras, focas en el puerto, caza inagotable en los bosques. Este gran tajo glacial, con sus bahías nupciales, las calas de apio silvestre y arroz, el río majestuoso. Los pájaros, como signos de puntuación, cruzan en vuelo uniforme. Parece que se aproximan despacio, luego aceleran y pasan por encima como flechas. El cielo es incoloro. Atisbo de lluvia.
Todo esto era holandés. Después fue inglés, como tantas otras cosas. El río es un reflejo. Contiene sólo silencio, un frío relumbrante. Los árboles están pelados. Las anguilas duermen. El cauce es tan hondo que podrían surcarlo transatlánticos; si quisieran, dejarían pasmadas a las ciudades de tierra adentro. En las marismas hay tortugas y cangrejos, garzas, gaviotas Bonaparte. Las cloacas de las ciudades vierten más arriba. El río es sucio, pero se lava a sí mismo. Los peces, aletargados, fluyen con la marea.
A lo largo de las riberas hay casas de piedra, que ya no están de moda, y casas de madera, oreadas y escuetas. Todavía existen fincas, pervivencias de las grandes parcelas del pasado. Cerca del agua, una espaciosa mansión victoriana, de ladrillo pintado de blanco, sobrevolada por altas copas de árboles, un jardín tapiado, un invernadero derruido con herrajes a lo largo de la cubierta. Una casa junto al río, demasiado baja para el sol de la tarde. La inundaba, en cambio, la luz de la mañana, la luz del este. El mediodía era glorioso. La pintura se ha oscurecido en ciertos puntos desnudos. Los senderos de grava se deshacen; en los cobertizos anidan pájaros. [...]
3 La cárcel del alma es el cuerpo y el mundo material que lo rodea.
4 La realidad, simple sombra emanada del bien divino.
5 Esta alusión al paso del tiempo anticipa en cierta medida la visión barroca de la vida como sueño del que despertamos con la muerte.
6 Pueden entenderse como las trampas o estorbos a la visión (anteojos, semejantes a los que se colocan a los caballos) o, más propiamente, como los deseos o caprichos de los bienes terrenales.
7 La esfera celeste, donde las ideas habitan junto a Dios.
8 Las estrellas.
9 La rueda más cercana a la tierra es la que sigue la órbita lunar.
10 La segunda rueda corresponde a Mercurio, transmisor de sabiduría.
11 Venus, en la tercera órbita.
12 La quinta rueda (el poeta se salta la cuarta, la del Sol), gobernada por el sangriento (sanguinoso) Marte, dios de la guerra.
13 La sexta rueda, regida por el rayo de Júpiter, apaciguador del cielo.
14 En la séptima y última gira Saturno, rodeado de tres luces (satélites diríamos hoy), proporcionando paz y abundancia, como en la Edad de Oro.
15 Las estrellas fijas.
16 El Espíritu Santo.
17 Fuentes o manantiales.
18 Se convierte aquí el ciclo en un locus amoenus, un lugar escondido, en cuyos bien abastecidos o repuestos valles abundan las riquezas.
Estos poemillas de autor desconocido y muy difícil datación enraizaron en el pueblo, que los hizo suyos cantándolos a lo largo de un tiempo indeterminado (años, décadas, tal vez siglos en algún caso), hasta que por su éxito fueron recogidos en cancioneros musicales durante el siglo XVI. Suelen ser zéjeles o villancicos surgidos de un núcleo inicial (la cabeza) que da pie a una secuencia de versos de arte menor que suele repetirse (estribillo). Su estilo se caracteriza por los recursos de repetición, principalmente anáforas y paralelismos, y por un lenguaje arcaizante y simbólico. El tema dominante es el mal de amor, casi siempre de una joven burlada o abandonada.
1 Abū al-Hasan 'Ali ben Saad (أبو الحسن علي), rey de Granada, llamado Muley Hassan o Muley Hacén, penúltimo monarca de Granada, padre de Boabdil el Chico. Perdió Alhama a manos de los cristianos el 28 de febrero de 1482, en represalia por la toma nazarí de Zahara, lo que significó el inicio de la Guerra de Granada.
Una leyenda dice que, hastiado de su trato con los hombres, dispuso que a su fallecimiento fuese enterrado en el lugar más alto, cercano al cielo y alejado de la civilización: en el pico Mulhacén (de ahí el nombre de la máxima altura de la península ibérica). Desde entonces fueron muchas las búsquedas que se realizaron en la montaña para localizar la tumba del monarca, pero nunca fue encontrada. (Wiki)
2 Caxas de guerra: tambores.
3 Batalla: hueste.
4 Es verosímil la enérgica intervención de tal personaje, autoridad oficial en derecho y aquí con el prestigio de la edad. Pocos años después, algunos alfaquíes de Granada instaron al entonces rey Boabdil para que fuera a socorrer a Baza, otro lugar estratégico en la defensa del reino agonizante. Fue inútil, y perdieron sus cabezas. Probablemente ignoraban que Boabdil cobraba ya una pensión de los Reyes Católicos y había pactado la transformación de Granada y parte de su territorio en un Ducado vasallo del reino español.
5 La poderosa familia granadina de los Abencerrajes.
6 Alude a la estirpe de Pedro Venegas, de origen cristiano. Un hijo suyo llegó a ser visir y privado de Muley Hassan.
Romance del rey moro que perdió Alhama - Joaquín Díaz
A pesar de las dificultades de conservación y atribución de este poema (transmitido en secciones diferentes de un solo manuscrito y alguna vez tenido parcialmente por obra de Peire Vidal), la designación de la dama con el senhal "Reina de honor" (detalle común a otras composiciones de Jordi de Sant Jordi) asegura la autenticidad de esta canción galante, en la que el enamorado reacciona y se reivindica ante la incredulidad e indiferencia de la dama, que lo acusa de fingir y de amar a otra.
Las glosas a letras ajenas fueron una práctica recurrente en la poesía del XVI y constituyen un indicador fiable del éxito de las composiciones, así como de la evolución del gusto literario; Jorge Manrique fue el más glosado hasta que vino a sustituirlo Garcilaso, ya en la segunda mitad del siglo. También las coplas más populares de los cancioneros fueron objeto de nuevas formulaciones. Aquí, una metáfora vinculada al cortejo amoroso (la caza de amor de la poética cancioneril) se rehace a lo divino de forma que la estrofa inicial adquiere nuevos significados.
Tras de un amoroso lance, y no de esperanza falto volé tan alto, tan alto que le di a la caza alcance.
Para que yo alcance diese
a aqueste lance divino,
tanto volar me convino
que de vista me perdiese;
y, con todo, en este trance
en el vuelo quedé falto,
mas el amor fue tan alto que le di a la caza alcance.
Cuanto más alto subía
deslumbróseme la vista
y la más fuerte conquista
en escuro se hacía,
mas, por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance.
Cuanto más alto llegaba
de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba;
dije: no habrá quien alcance;
y abatíme1 tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance.
Por una extraña manera
mil vuelos pasé de un vuelo2,
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera,
esperé sólo este lance;
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance.
1 En el contexto de la cetrería, se aplica al descenso súbito de la rapaz para cobrar la pieza; nótese la paradoja en esa caída. El juego de opósitos entre lo alto y lo bajo caracteriza la copla.
Salinas (Burgos, h. 1513 - Salamanca, 1590), ciego desde los diez años, fue un excelente músico y organista. Desde 1567 ocupó la cátedra de su disciplina en la Universidad de Salamanca, poco después de que ganara la suya fray Luis. La publicación de su tratado De musica libri septem (1577) pudo motivar la redacción de esta oda, en la que se fusionan ideas platónicas y pitagóricas.
A Francisco de Salinas,
catedrático de Música de la Universidad de Salamanca
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida1.
Y como se conoce2,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera3,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
Ve cómo el gran Maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado4,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía5.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro6,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás amortecidos!
1 Su ilustre procedencia divina; origen era femenino, como el latino origo.
2 Se reconoce en el mundo ideal; a esto llamó Platón anamnesis.
3 El cielo Empíreo, morada de Dios en el sistema platónico.
4 Dios, dedicado a tocar un enorme instrumento, con el que gobierna el universo; nótese la fusión de la preposición con el demostrativo (aqueste por a aqueste).
5 La música divina y la que envía el alma compiten (a porfía) antes de fundirse en una.
6 Sus amigos, todos ellos dedicados a la creación, a las Musas, dependientes de Apolo.
Media noche era por filo, los gallos querien cantar,
conde Claros con amores no podía reposar;
grandes sospiros va dando que amor le haze penar,
que el amor de Claraniña no le dexa sossegar.
Cuando vino la mañana que quería alborear,
salto diera de la cama que parece un gabilán:
-Levantad, mi camarero, dadme vestir y calçar.-
Presto estava el camarero para havérselo de dar.
Diérale calças de grana, borzeguís de cordován;
diérale jubón de seda aforrado en zarzahán;
diérale un manto rico que no se puede apreciar:
trezientas piedras preciosas alderedor del collar.
Tráele un rico cavallo que en la corte no hay su par,
que la silla con el freno bien valía una ciudad,
con trezientos cascaveles alderedor del petral:
los ciento eran de oro, y los ciento de metal
y los ciento son de plata por los sones concordar.
Ivase para el palacio, para el palacio real.
A la infanta Claraniña allá la fuera a hallar,
trezientas damas con ella que la van acompañar.
Tan linda va Claraniña, que a todos haze penar.
Conde Claros que la vido luego va descavalgar;
las rodillas por el suelo le començó de hablar:
-Mantenga Dios a tu alteza.- -Conde Claros, bien vengáis.-
Las palabras que prosigue eran para enamorar:
-Conde Claros, conde Claros, el señor de Montalván,
¡cómo avéis hermoso cuerpo para con moros lidiar!-
Respondiera el conde Claros, tal respuesta le fue a dar:
-Mejor le tengo, señora, para con damas holgar.
Si yo os tuviesse esta noche, señora, a mi mandar,
otro día en la mañana con cien moros pelear,
si a todos no los venciesse me mandássedes matar.-
-Calledes, conde, calledes, y no os queráis alabar.
Los que quieren servir damas assí lo suelen hablar
y al entrar en las batallas bien se saben escusar.-
-Si no lo creéis, señora, por las obras se verá.
Siete años son passados que os empecé de amar,
que de noche yo no duermo, ni de día puedo holgar.-
-Siempre tuvistes, el conde, de las damas os burlar.
Mas dexadme ir a los baños, a los baños a bañar;
cuando yo sea bañada estoy a vuestro mandar.-
Allí respondiera el conde, tal respuesta le fue a dar:
-Bien sabedes vos, señora, que soy caçador real;
caça que tengo en la mano nunca la puedo dexar.-
Tomárala por la mano y para un vergel se van;
a la sombra de un ciprés, debaxo de un rosal,
de la cintura arriba tan dulces besos se dan,
de la cintura abaxo como hombre y muger se han.
Mas Fortuna que es adversa, que a plazeres da pesar,
por aí passó un caçador, que no deviera passar,
detrás de una podenca, que ravia deviera matar.
Vido estar al conde Claros con la infanta a bel holgar.
El conde cuando lo vido empeçóle de llamar:
-Ven acá tú, el caçador, assí Dios te guarde de mal;
de todo lo que has visto tú nos tengas poridad.
Darte he yo mil marcos de oro, y si más quisieres, más;
casarte he con una donzella que era mi prima carnal:
darte he en arras y en dote la villa de Montalván;
de otra parte la infanta mucho más te puede dar.-
El caçador sin ventura no les quiso escuchar.
Vase para los palacios adonde el buen rey está.
-Manténgate Dios, el rey, y a tu corona real.
Una nueva yo te traigo dolorosa y de pesar,
que no te cumple traer corona ni en cavallo cavalgar,
corona de la cabeça bien te la puedes quitar
si tal deshonra como ésta la huviesses de comportar:
que he hallado a la infanta y a Claros de Montalván
besándola y abraçándola en vuestro huerto real:
de la cintura abaxo como hombre y muger se han.
El rey con grande enojo al caçador mandó matar,
porque havía sido osado de tales nuevas llevar.
Mandó llamar alguaziles a priessa y no de vagar;
mandó armar quinientos hombres para los acompañar,
para que prendan al conde y le ayan de tomar;
mandara cerrar las puertas, las puertas de la ciudad.
A las puertas del palacio allá le fueron a hallar.
Preso llevan al buen conde con mucha seguridad,
unos grillos a los pies que bien pesan un quintal,
las esposas a las manos que era dolor de mirar,
una cadena a su cuello que de hierro es el collar;
caválganle en una mula por más deshonra le dar.
Metiéronle en una torre de muy gran escuridad;
las llaves de la prisión el rey las quiso llevar,
porque sin licencia suya nadie le pueda hablar.
Por él rogavan los grandes, cuantos en la corte están;
por él rogava Oliveros, por él rogava Roldán
y ruegan los doze Pares de Francia la natural;
y los monjes de sant Ana con los de la Trinidad
llevavan un crucifixo para mejor le rogar;
con ellos va un arçobispo y un perlado cardenal.
Mas el rey con gran enojo a nadie quiso escuchar;
antes, de muy enojado, sus grandes mandó llamar.
Cuando ya los tuvo juntos empeçóles de hablar:
-Amigos y hijos míos, a lo que vos hize llamar:
ya sabéis del conde Claros, el señor de Montalván,
de cómo le he criado hasta ponelle en edad
y le he guardado su tierra, que su padre le fue a dar,
el que morir no devía, Reinaldos de Montalván;
y por hazerle más grande de lo mío le quise dar:
hízele gobernador de mi reino natural.
Él por darme galardón, mirad, en qué fue a tocar:
que quiso forçar la infanta, hija mía natural.
Hombre que lo tal comete ¿qué sentencia le han de dar?-
Todos dizen a una voz que lo ayan de degollar.
Y assí la sentencia dada, el buen rey la fue a firmar.
El arçobispo que esto viera al buen rey fuera a hablar,
pidiéndole por merced licencia le quiera dar
para ir a ver el conde su muerte le denunciar.
-Plázeme -dixo el buen rey-, plázeme de voluntad,
mas con esta condición: que solo avéis de andar
con aqueste pagezico de quien puedo bien fiar.-
Ya se parte el arçobispo y a las cárceles se va.
Las guardas desque lo vieron luego le dexan entrar;
con él iva el pagezico que le va acompañar.
Cuando vido estar al conde en tal prisión y pesar,
las palabras que le dize dolor es de le escuchar:
-Pésame de vos, el conde, cuanto me puede pesar,
que los yerros por amores dignos son de perdonar.
De vos me pesa, el buen conde, porque assí os quieren tratar,
que los yerros que hezistes dignos son de perdonar.
Por vos he rogado al rey; nunca me quiso escuchar,
antes ha dado sentencia que os ayan de degollar.
Yo os lo dixe, sobrino, que os dexéssedes de amar,
que el que las mugeres ama atal galardón le dan:
que aya de morir por ellas y en cárceles penar.-
Respondiera el buen conde con esfuerço singular:
-Calléis por Dios, el mi tío, no me queráis enojar.
Quien no ama a las mugeres no se puede hombre llamar;
mas la vida que yo tengo por ellas quiero gastar.-
Respondía el pagezico, tal respuesta le fue a dar:
-Conde bienaventurado siempre os deven llamar,
porque muerte tan honrada por vos aya de passar.
Más enbidia he de vos, conde que manzilla ni pesar;
más querría ser vos, conde, que el rey que os manda matar,
porque muerte tan honrada por mí huviesse de passar.
Llama yerro a la Fortuna quien no la sabe gozar.
La priessa del cadahalso vos, conde, la devéis dar;
si no es dada la sentencia, vos la devéis de firmar.-
El conde que esto oyera tal respuesta le fue a dar;
-Por Dios te ruego, el paje, en amor de caridad,
que vayas a la princesa de mi parte a le rogar,
que suplico a su alteza que ella me salga a mirar,
que en la hora de mi muerte yo la pueda contemplar,
que si mis ojos la veen mi alma no penará.-
Ya se parte el pagezico, ya se parte, ya se va,
llorando de los sus ojos que quisiera rebentar.
Topara con la princesa, bien oiréis lo que dirá:
-Agora es tiempo, señora, que ayáis de remediar,
que vuestro querido, el conde, lo llevan a degollar.-
La infanta que esto oyera, en la tierra muerta cae.
Damas, dueñas y donzellas no la pueden retornar
hasta que llegó su aya, la que la fue a criar:
-¿Qué es aquesto, la infanta? Aquesto ¿qué puede estar?-
-¡Ay triste de mí, mezquina, que no sé qué remedio dar!,
que si al conde me matan avré desesperar.-
-Saliéssedes vos, mi hija, saliéssedeslo a quitar.-
Ya se parte la infanta, ya se parte, ya se va.
Fuese para el mercado donde lo han de sacar;
vido estar el cadahalso en que lo han de justiciar,
damas, dueñas y donzellas que lo salen a mirar;
Vio venir la gente d'armas que lo traen a matar,
los pregoneros delante por su yerro publicar.
Con el poder de la gente ella no podía passar.
-Apartadvos, gente d'armas, todos me hazed lugar,
si no... ¡por vida del rey, a todos mande matar!-
La gente que la conoce luego le hazen lugar
hasta que llegó al conde y le empeçara de hablar:
-Esforçá, esforçá, el buen conde, y no queráis desmayar,
que aunque yo pierda la vida, la vuestra se ha de salvar.-
El alguazil que esto oyera començó de caminar;
vase para los palacios adonde el buen rey está.
-Cavalgue la vuestra alteza, apriessa y no de vagar,
que salida es la infanta para el conde nos quitar.
Los unos manda que maten y los otros enforcar.
Si tu alteza no socorre, yo no puedo remediar.-
El buen rey de que esto oyera començó de caminar,
y fuese para el mercado adonde el buen conde está.
-¿Qué es aquesto, la infanta? Aquesto, ¿qué puede estar?
La sentencia que yo he dado ¿vos la queréis revocar?
Yo juro por mi corona, por mi corona real,
que si heredero tuviesse que me huviesse de heredar,
que a vos y al conde Claros vivos vos haría quemar.-
-Que vos me matéis, mi padre, muy bien me podéis matar.
Mas suplico a vuestra alteza que se quiera él acordar
de los servicios passados de Reinaldos de Montalván,
que murió en las batallas, por su corona ensalçar:
por los servicios del padre al hijo devéis galardonar;
por malquerer de traidores vos no lo devéis matar,
que su muerte será causa que me aya de disfamar.
Mas suplico a vuestra alteza que se quiera consejar,
que los reyes con furor no deven sentencia dar,
porque el conde es de linaje del reino muy principal,
porque él era de los Doze que a tu mesa comen pan:
sus amigos y parientes todos te querrían mal,
rebolverte han cruda guerra, tus reinos se perderán.-
El rey que aquesto oyera començara a demandar:
-Consejo os pido, los míos, que me queráis consejar.-
Luego todos se apartaron por su consejo tomar.
El consejo que le dieron, que lo aya de perdonar
por quitar males y bregas y por la princesa affamar.
Todos firman el perdón, el buen rey fue a firmar.
También le aconsejaron, consejo le fueron dar,
pues la infanta quería al conde con ella aya de casar,
Ya perdonavan al conde, ya lo mandan desferrar.
Descavalga de una mula, el arçobispo a los desposar;
él tomólos de las manos y assí los huvo a juntar.
Los enojos y pesares en plazer van a tornar.
[...] Sirvieron en platos de oro los manjares; todo lo que ofrece la tierra, el aire, el mar y el Nilo; todo lo que el lujo desenfrenado por una vana ostentación ha buscado por el mundo entero sin que el hambre lo reclame; se sirvieron muchas aves y animales salvajes considerados como divinidades en Egipto.1 Una vasija de cristal ofrece agua del Nilo para las manos, y amplias piedras preciosas en forma de recipientes contienen el vino, pero no vino de la uva mareótide, sino un generoso Falerno al que Méroe ha hecho madurar en pocos años forzando su áspera naturaleza a fermentar. Coronan sus frentes con guirnaldas de nardo florido y de rosas, que nunca faltan en aquel país, y esparcen por sus cabellos, hasta humedecerlos, abundante cinamomo que no se ha evaporado aún con el aire de un país extranjero ni ha perdido el aroma de su tierra de origen, y amomo recién traído de los campos vecinos. César aprende a derrochar las riquezas del mundo despojado, se avergüenza de haber luchado contra un yerno pobre y desea un pretexto para hacer la guerra con los pueblos de Faros.
Cuando el placer saciado puso límite a los manjares y al vino, César inició una conversación que se prolongó hasta muy entrada la noche, y con palabras amables se dirigió a Acoreo, que, vestido de lino, estaba sentado en un elevado sitial: "Oh anciano dedicado a los sagrados cultos y, como lo demuestra tu edad, no detestado por los dioses, explícame los orígenes de la raza de Faros, la configuración del país, las costumbres del pueblo, los ritos, las formas de los dioses, revélame todo lo que está esculpido en los antiquísimos santuarios2 y descúbreme los dioses que están deseando ser conocidos. Si tus antepasados enseñaron sus sagrados ritos al ateniense Platón, ¿qué huésped fue jamás más digno que yo de escuchar estas cosas y de conocer los secretos del universo? En verdad que fue la fama de mi yerno la que me condujo a las ciudades egipcias, pero también la vuestra; en medio de los combates siempre encontré tiempo para estudiar los espacios estelares y celestes y los arcanos de los dioses, y al año por mí establecido no lo aventajarán los fastos de Eudoxio.3 Pero aunque bulle en mi pecho una enorme inquietud intelectual y un amor tan grande por la verdad, nada hay que desee conocer más que las causas de las crecidas de este río por tantos siglos ignoradas y su desconocido nacimiento; si se me diera la seguridad de contemplar las fuentes del Nilo, sería capaz incluso de abandonar la guerra civil".
Estas fueron sus palabras, y el sacerdote Acoreo, en contestación, comenzó a hablar así: "Me está permitido, César, revelarte los arcanos de nuestros ilustres ancestros ignorados hasta el presente por el vulgo profano. Tengan los demás piadoso escrúpulo de callar tan grandes maravillas; yo pienso, por el contrario, que es agradable a los dioses que tales obras se divulguen entre las gentes y que se den a conocer a los pueblos sus sagradas leyes. A los astros que por sí solos moderan el rápido movimiento del firmamento y se mueven en dirección opuesta a la del cielo, les fueron dados poderes diferentes en el primer ordenamiento del universo. El sol regula las estaciones, alterna el día con la noche, y con sus poderosos rayos estorba el paso de los astros y detiene su vagabundo errar con períodos estacionarios. La luna, mediante sus fases, mezcla a Tetis con las tierras; a Saturno le está asignado el frío hielo y la zona nivosa; Marte es señor de los vientos y de los inciertos rayos; bajo Júpiter están el clima templado y el aire siempre transparente; la fecunda Venus posee la simiente de todas las cosas; el dios de Cilene es el árbitro de la inmensidad de las aguas. Cuando éste se encuentra en la región del cielo donde se mezclan las constelaciones de Leo y de Cáncer, donde Sirio emite su impetuosa llama, donde el círculo que hace alternar las estaciones del año contiene a la vez a Capricornio y a Cáncer, bajo el cual están situadas las ocultas fuentes del Nilo, y cuando el señor de las aguas le toca lanzando verticalmente su rayo, entonces el Nilo, abierta su fuente, se lanza lo mismo que el océano obedece a las crecidas de la luna, y no reprime su constante aumento de caudal hasta que la noche ha recibido del sol las horas perdidas en el verano". [...]
Traducción y notas de Víctor-José Herrero Llorente
1 Los egipcios tributaban un culto especial a los animales, pues creían que los dioses perseguidos por el gigante Tifón se habían ocultado en Egipto bajo la figura de diversos animales.
2Es decir, los jeroglíficos.
3Famoso astrónomo y matemático griego que vivió hacia el 360 a.C. Fue discípulo de Platón. De toda la obra del estoico Lucano, pese a que fue poeta de extraordinaria fecundidad, sólo se ha conservado la Farsalia o Guerra Civil, una epopeya incompleta de diez libros. Sobrino de Séneca, gozó también el favor del emperador Nerón, quien le permitió la lectura pública de sus poemas a una edad muy temprana. No obstante, mantuvo una actitud rebelde ante la vida y la literatura. Aprovechó en la Farsalia un tema que se remontaba a tres generaciones atrás, las luchas entre Pompeyo y César, y trasladó las repercusiones de estas a su época en lo que expresó como libertas et Caesar, la libertad para su clase y el deseo de no estar subordinado a un César. Esta actitud comprometida le llevó a implicarse en la fracasada conjura de los Pisones, por lo que fue condenado a quitarse la vida. Renovador en su estilo, siguió pautas distintas de las marcadas por autores precedentes. Convirtió un hecho real e histórico en un poema épico intentando conferirle un carácter cósmico a su obra y enriqueciéndola con episodios procedentes de la mitología. Su temprana muerte le impidió concluir la obra, que se interrumpe a mitad del libro décimo. La Farsalia ha ejercido una gran influencia en autores tan diversos como Dante y Petrarca, Corneille y Goethe. (De la edición de "Clásicos Latinos" de Círculo de Lectores, S. A., 1998)
XIII. En toda la Galia dos son los estados de personas de que se hace alguna cuenta y estimación. Los plebeyos son mirados como esclavos, que por sí nada emprenden, ni son jamás admitidos a consejo. Los más, en viéndose adeudados o apremiados del peso de los tributos o de la tiranía de los poderosos, se dedican al servicio de los nobles, que con ellos ejercitan los mismos derechos que los señores con sus esclavos. De los dos estados, uno es el de los druidas, el otro el de los caballeros. Aquellos atienden al cultivo divino, ofrecen los sacrificios públicos y privados, interpretan los misterios de la religión. A su escuela concurre gran número de jóvenes a instruirse. El respeto que les tienen es grande. Ellos son los que sentencian casi todos los pleitos del común y de los particulares; si algún delito se comete, si sucede alguna muerte, si hay disensión sobre herencia o sobre linderos, ellos son los que deciden; determinan los premios y los castigos; cualquier persona, ora sea privada, ora pública, que no se rinde a su sentencia, es excomulgada, que para ellos es la pena más grave. Los tales excomulgados se miran como impíos y facinerosos; todos se esquivan de ellos, rehuyendo su encuentro y conversación, por no contaminarse; no se les hace justicia por más que la pidan, ni se les fía cargo alguno honroso. A todos los druidas preside uno con autoridad suprema. Muerto este, le sucede quien a los demás se aventaja en prendas. En caso de haber muchos iguales, se hace la elección por votos de los druidas, y más de una vez se disputan la primacía a mano armada. En cierta ocasión del año se congregan en el país de los carnutes, tenido por centro de toda la Galia, en un lugar sagrado. Aquí concurren todos los que tienen pleitos, y están a sus juicios y decisiones. Créese que la tal ciencia fue inventada en Gran Bretaña y trasladada de allí a la Galia. Aún hoy en día, los que quieren saberla a fondo van allá por lo común a estudiarla.
XIV. Los druidas no suelen ir a la guerra, ni pagan tributos como los demás, están exentos de la milicia y de toda clase de obligaciones. Con el atractivo de tantos privilegios, son muchos los que se dedican a esta profesión, unos por inclinación propia, otros por destino de sus padres y parientes. Dícese que allí aprenden gran número de versos. Así es que algunos gastan los veinte años en la escuela. No tienen por lícito escribir lo que aprenden, no obstante que casi en todo lo demás de negocios públicos y particulares se sirven de caracteres griegos. Por dos causas, según pienso, han establecido esta ley: porque ni quieren divulgar su doctrina, ni tampoco que los estudiantes, fiados en los escritos, descuiden en el ejercicio de la memoria, lo que suele acontecer a muchos, que teniendo a mano los libros aflojan en el ejercicio de aprender y retener las cosas en la memoria. Esméranse sobre todo en persuadir la inmortalidad de las almas y su transmigración de unos cuerpos a otros, cuya creencia juzgan ser grandísimo incentivo para el valor, poniendo aparte el temor de la muerte. Otras muchas cosas disputan y enseñan a la juventud acerca de los astros y su movimiento, de la magnitud del orbe terrestre, de la naturaleza de las cosas, del poder y soberanía de los dioses inmortales.
XV. El segundo estado es el de los caballeros. Todos estos salen a campaña siempre que lo pide el caso u ocurre alguna guerra (y antes de la venida de César ocurría casi todos los años, ya fuese ofensiva, ya defensiva), y cuando uno es más noble y rico, tanto mayor acompañamiento lleva de dependientes y criados, lo cual tiene por único distintivo de su grandeza y poder.
XVI. Toda la nación de los Galos es supersticiosa en extremo, y por esta causa los que padecen enfermedades graves y se hallan en batallas y peligros, o sacrifican hombres o hacen voto de sacrificarlos, para cuyos sacrificios se valen del ministerio de los druidas, persuadidos a que no se puede aplacar la ira de los dioses inmortales en orden a la conservación de la vida de un hombre si no se hace ofrenda de la vida de otro; y por pública ley tienen ordenados sacrificios de esta misma especie. Otros forman de mimbres entretejidos ídolos colosales, cuyos huesos llenan de hombres vivos, y pegando fuego a los mimbres, rodeados ellos de las llamas, rinden el alma. En su estimación, los sacrificios de ladrones, salteadores y otros delincuentes son los más gratos a los dioses inmortales, si bien, a falta de estos, no reparan sacrificar los inocentes. [...]
Nacido el 13 de julio del año 100 a.C. en el seno de una familia aristocrática, Julio César estaba destinado a convertirse, con el paso del tiempo, en una de las personalidades más sugestivas de Occidente. Sus condiciones naturales, unidas a la vasta formación cultural que recibió y a las convenciones propias de la sociedad de su época, lo arrojaron desde niño en brazos de la literatura. Después, durante el largo viaje hacia el poder político que lo aguardaba, practicó el arte de la elocuencia. Según testimonios de los antiguos, César fue también experto en matemáticas y astronomía. De su competencia en tales materias procede la reforma de calendario que instituyó, como pontifex maximus, en el año 46 a.C. Como político, Julio César creó, sobre las ruinas de la República, un imperio de vitalidad secular cuya idea, si no su realidad inicial, ha sobrevivido hasta hoy. Como conquistador, unificó las tribus galas y romanizó para siempre la tierra transalpina hasta el Rin y el Océano. Por último, como hombre de cultura y de letras (por más que se sirviera de una y otras para corroborar su acción política), imprimió con su espíritu creador una profunda huella en la prosa latina clásica y en el saber antiguo. En la Guerra de las Galias César consigue una enorme densidad de exposición, caracterizada por su claridad, y un estilo único en su género, esmerado y magistral. Introduce fragmentos en forma de "diario", escenas de gran contenido dramático e incluso digresiones geográficas, etnológicas y técnicas. Como detalle estilístico peculiar, alude siempre a sí mismo en tercera persona, con lo cual su relato gana en claridad y distanciamiento, y ofrece una impresión de objetividad que difícilmente habría podido conseguir de otro modo. La serenidad, la moderación y la armonía de su admirable prosa latina hacen de la Guerra de las Galias una obra que ha merecido su lugar de privilegio en la literatura universal. (Del prólogo de LUIS ALBERTO DE CUENCA para la edición de "Clásicos Latinos" de Círculo de Lectores, S. A., 1997)
Noch in meines Lebens Lenze
War ich, und ich wandert' aus,
Und der Jugend frohe Tänze
Ließ ich in des Vaters Haus.
All mein Erbtheil, meine Habe
Warf ich fröhlich glaubend hin,
Und am leichten Pilgerstabe
Zog ich fort mit Kindersinn.
Denn mich trieb ein mächtig Hoffen
Und ein dunkles Glaubenswort,
Wandle, rief's, der Weg ist offen,
Immer nach dem Aufgang fort.
Bis zu einer goldnen Pforten
Du gelangst, da gehst du ein,
Denn das Irdische wird dorten
Himmlisch, unvergänglich sein.
Abend ward's und wurde Morgen,
Nimmer, nimmer stand ich still;
Aber immer blieb's verborgen,
Was ich suche, was ich will.
Berge lagen mir im Wege,
Ströme hemmten meinen Fuß,
Über Schlünde baut' ich Stege,
Brücken durch den wilden Fluß.
Und zu eines Stroms Gestaden
Kam ich, der nach Morgen floß;
Froh vertrauen seinem Faden,
Warf' ich mich in seinen Schoß.
Hin zu einem großen Meere
Trieb mich seiner Wellen Spiel;
Vor mir liegt's in weiter Leere,
Näher bin ich nicht dem Ziel.
Ach, kein Steg will dahin führen,
Ach, der Himmel über mir
Will die Erde nicht berühren,
Und das Dort ist niemals hier!
***
El Peregrino
Todavía en la primavera de mi vida estaba yo y me marché lejos Y los alegres bailes de la juventud los dejé en la casa de mi padres De toda mi herencia y hacienda me desprendí con fe y alegría Y con un ligero bastón de peregrino partí con mentalidad de niño Pues a mí me empuja una poderosa esperanza y una oscura palabra de fe Marcha, me dice, el camino está abierto y siempre seguido hacia el Este, hacia el Levante, hacia el Sol Hasta una puerta de oro tú llegarás y la atravesarás Y lo terrenal se transformará allí en celestial, en algo inmortal La tarde dio paso a la mañana nunca, nunca me pararé tranquilamente Ya que siempre permanece oculto lo que yo busco, lo que yo quiero Montañas se alzan ante mi camino y ríos dificultan mi caminar Sobre abismos he construido senderos y puentes sobre los turbulentos ríos Y a orillas de un río yo llegué, marchando hacia el Amanecer Y alegre y confiado en su cauce me lancé en su regazo Hacia un gran mar me empujó el juego de sus olas Ante mí tengo un gran vacio y más cerca del Final, de la Meta, no he estado Ay, ningún camino quiere guiarme Ay, el cielo sobre mí No quiere a la tierra tocar ¡y lo de allí nunca más estará aquí!
Cada poema es único. En cada obra late, con mayor o menor grado, toda la poesía. Cada lector busca algo en el poema. Y no es insólito que lo encuentre: ya lo llevaba dentro.