Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso.
[...] -La vida es una partida, muchacho. La vida es una partida, y hay que vivirla de acuerdo con las reglas del juego..
-Sí, señor. Ya lo sé. Ya lo sé.
De partida, un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo dónde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada.
-Sí, señor. Ya lo sé. Ya lo sé.
De partida, un cuerno. Menuda partida. Si te toca del lado de los que cortan el bacalao, desde luego que es una partida, eso lo reconozco. Pero si te toca del otro lado, no veo dónde está la partida. En ninguna parte. Lo que es de partida, nada.
[...] Soy el mentiroso más fantástico que puedan imaginarse. Es terrible. Si voy camino del quiosco a comprar una revista y alguien me pregunta que adónde voy, soy capaz de decirle que voy a la ópera. Es una cosa seria. Así que eso que le dije a Spencer de que tenía que ir a recoger mi equipo era pura mentira. Ni siquiera lo dejo en el gimnasio.
[...] Estaba leyendo un libro que había sacado de la biblioteca por error. Se habían equivocado al dármelo y yo no me dí cuenta hasta que estuve de vuelta en mi habitación. Era Fuera de África, de Isak Dinesen. Creí que sería un plomo, pero no. Estaba muy bien. Soy un completo analfabeto, pero leo muchísimo.
[...] Estaba leyendo un libro que había sacado de la biblioteca por error. Se habían equivocado al dármelo y yo no me dí cuenta hasta que estuve de vuelta en mi habitación. Era Fuera de África, de Isak Dinesen. Creí que sería un plomo, pero no. Estaba muy bien. Soy un completo analfabeto, pero leo muchísimo.
[...] La orquesta era pútrida. Aquella noche tocaba Buddy Singer. Mucho metal, pero no del bueno sino del tirando a cursi. Por otra parte, había muy poca gente de mi edad. Bueno, la verdad es que no había absolutamente nadie de mi edad. Estaba lleno de unos tipos viejísimos y afectadísimos con sus parejas, menos en la mesa del al lado mío en que había tres chicas de unos treinta años o así. Las tres eran bastante feas y llevaban unos sombreros que anunciaban a gritos que ninguna era de Nueva York. Una de ellas, la rubia, no estaba mal del todo. Tenía cierta gracia, así que empecé a echarle unas cuantas miradas insinuantes; pero en ese momento llegó el camarero a preguntarme qué quería tomar. Le dije que me trajera un whisky con soda sin mezclar y lo dije muy deprisa porque como empieces a titubear en seguida se dan cuenta de que eres menor de edad y no te traen nada que tenga alcohol. Pero aun así se dio cuenta.
[...] Por si no viven en Nueva York, les diré que el Wicker Bar está en un hotel muy elegante, el Seton. Antes me gustaba mucho, pero poco a poco fui dejando de ir. Es uno de esos sitios que se consideran muy finos y donde se ven farsantes a patadas. Había dos chicas francesas, Tina y Janine, que actuaban tres veces por noche. Una de ellas tocaba el piano -lo asesinaba-, y la otra cantaba siempre unas canciones o muy verdes o en francés. La tal Janine se ponía delante del micrófono, y antes de empezar la actuación, decía como susurrando: "Y ahoja les pjesentamos nuestja vejsión de Vulé vü fjansé. Es la histojia de una fjansesita que llega a una gjan siudad como Nueva Yojk y se enamoja de un muchachito de Bjooklyn. Espejo que les guste."
Cuando acababa de susurrar y de demostrar lo graciosa que era, cantaba medio en francés medio en inglés una canción tontísima que volvía locos a todos los imbéciles del bar. Si te pasabas allí un buen rato oyendo aplaudir a ese hatajo de idiotas, acababas odiando a todo el mundo. De verdad.
Cuando acababa de susurrar y de demostrar lo graciosa que era, cantaba medio en francés medio en inglés una canción tontísima que volvía locos a todos los imbéciles del bar. Si te pasabas allí un buen rato oyendo aplaudir a ese hatajo de idiotas, acababas odiando a todo el mundo. De verdad.
[...] Esto es todo lo que voy a contarles. Podría decirles lo que pasó cuando volví a casa y cuando me puse enfermo, y a qué colegio voy a ir el próximo otoño cuando salga de aquí, pero no tengo ganas. De verdad. En este momento no me importa nada de eso.
Mucha gente, especialmente el psiquiatra que tienen aquí, me pregunta si voy a aplicarme cuando vuelva a estudiar en septiembre. Es una pregunta estúpida. ¿Cómo sabe uno lo que va a hacer hasta que llega el momento? Es imposible. Yo creo que sí, pero, ¿cómo puedo saberlo con seguridad? Vamos, que es una estupidez.
[...]No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
Mucha gente, especialmente el psiquiatra que tienen aquí, me pregunta si voy a aplicarme cuando vuelva a estudiar en septiembre. Es una pregunta estúpida. ¿Cómo sabe uno lo que va a hacer hasta que llega el momento? Es imposible. Yo creo que sí, pero, ¿cómo puedo saberlo con seguridad? Vamos, que es una estupidez.
[...]No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo.
Traducción: Carmen Criado
J. D. Salinger publicó El guardián entre el centeno en 1951. Casi desde ese momento, la novela se convirtió en un libro de culto, y aún hoy es considerada como una de las obras de ficción más importantes de la literatura norteamericana del siglo XX. También con su toque de malditismo, desde que se supo que Mark David Chapman la llevaba consigo cuando asesinó a John Lennon.
Retrato de adolescencia, reflejado en la inmadurez, inadaptación y rebeldía de su proptagonista Holden, El guardián antre el centeno marcó un punto de inflexión en la vida de Salinger, que acabó aislándose por completo del contacto con la gente, y jamás concedió una entrevista. Publicó algunos libros de relatos, como Un día perfecto para el pez banana y Hapworth 16, 1924, a partir del cual (1965) dejó de publicar. Aunque si hacemos caso de sus hijos y de su vecino Jerry Burt, escribía religiosamente todos los días, con lo que puede haber un buen material, que seguramente irá saliendo. "Hay una maravillosa paz en el hecho de no publicar. Publicar es una horrible invasión de mi privacidad. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo para mí y por puro placer."
Jerome David Salinger, J. D. Salinger, acaba de morir en su retiro de Cornish (New Hampshire) recién cumplidos los 91 años. Descanse.