me daré a tocar mi saxo.
Cuidaré colocar la boquilla de aquel
con el que dije a mis sentidos
los acordes que me dejaban en suspenso
y que les haría oír mientras los otros
naufragaban en sexo y engañosas
substancias de elevación.
No volveré a mirarme en un espejo.
No tiene más sentido un espejo
que el que el ciego de Buenos Aires
le dio. Ah! Saxo en la vieja historia eres
el arco; nadie podrá tocarte como yo.
En la estación del metro, vueltos boñiga
mis amigos por maldición de Calipso,
me di a tocar Summertime;
la detención de algunos entre la multitud
y las monedas que arrojaron nos sirvió
para ir al mercado por nutrientes
antes de volver a embarcarnos.
Dados a la mala unos y otros esperando
encontrar el Espíritu; si era que éste
no los había abandonado ya o ninguna
esperanza podía servirles de ambición.
La música del mar, intimidante y lenta
nos fue cubriendo de olvido
como a un boxeador su muñeca y antebrazo
en palanca le sirven para botar el uppercaut
del contendor que lo aventaja.
La gracia era eso que de entre todos podía
librarme. Era de ella y sólo de ella
lo que me valía para creer que Ítaca estaba
ante mis ojos aunque estos no la vieran.
De Jazz de Ítaca, 2014
1 comentario:
"La música del mar, intimidante y lenta..." Siempre recordaré este verso.
"No volveré a mirarme en un espejo.
No tiene más sentido un espejo
que el que el ciego de Buenos Aires
le dio..."
Borges ya casi que para siempre asimilado como marco o parte de ese "monstruoso abominable" objeto que como "la cópula multiplican el número de los hombres..."
Maravilla de poema.
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