II. DONDE SE CUENTA CÓMO AQUEL NIÑO SE ESCAPÓ DE SU CUARTO Y LA AVENTURA QUE TUVO (Ver capítulo I)
Aquel cuarto era el más feo de la casa y allí había ido a parar también el gallo de veleta, abrazado a su tizón. Un día el niño se puso a hablar con él, y el pobre gallo, con la boca torcida, le dijo que sabía muchas cosas, que lo librara y se las enseñaría. Entonces hicieron las paces y el niño le sacó el carbón y lo enderezó. Y se pasaban el día y la noche hablando, y el gallo, que era más viejo, enseñaba, y el niño lo escribía todo en el rasgón de camisa. Cuando venía la madre, el gallo se escondía porque no querían que ella supiera que un gallo de veleta hablaba.
Desde lo alto de la casa había aprendido el gallo que lo rojo de los ponientes era una sangre que se derramaba a esa hora por el horizonte, para madurar la fruta, y, en especial, las manzanas, los melocotones y las almendras. Esto fue lo que al niño más le gustó de cuantas cosas el gallo le enseñaba, y pensó cómo podría tener de aquella sangre y para qué serviría.
Un día, que al gallo le pareció bueno, cogió el niño las sábanas de su cama y tres ollas de cobre y se escapó con el gallo al horizonte de aquella ventana. Llegaron a una meseta rasa, en cuyo borde estaba el horizonte que se veía lejísimos desde la casa, y esperaron a que bajara el sol y se derramara la sangre.
Poco a poco vieron venir una nube rosa; luego una niebla rojiza les envolvía y tenía un olor ácido, como a yodo y limones. Por fin la niebla se hizo roja del todo y nada se veía más que aquella luz densísima entre carmín y escarlata. De cuando en cuando pasaba una veta más clara, verde o de color de oro. La niebla se hizo cada vez más roja, más oscura y espesa y dificultaba la luz, hasta que se vieron en una noche de color escarlata. Entonces la niebla empezó a soltar una humedad y una lluvia finísima, pulverizada y ligera, de sangre que lo empapaba y lo enrojecía todo. El niño cogió las sábanas y se puso a sacudirlas en el aire hasta que se volvían del todo rojas. Luego las estrujaba en las ollas de cobre y volvía con ellas al aire para que se embebieran de nuevo. Así se estuvo hasta que las tres ollas fueron llenas.
Ya la niebla había tomado un color negro rojizo y se veteaba de azul. El olor agrio y almizclado se iba transformando en otro olor más ligero, como de violetas animales. La luz aumentaba de nuevo y la niebla tomaba un color morado, cárdeno, porque las vetas azules se habían fundido con lo demás. La humedad disminuía y la niebla aclaraba cada vez más. El olor a violetas animales se hacía más sutil y se tornaba vegetal. La niebla aclaraba tomando un color rosa azulado, cada vez más claro, hasta que abrió de nuevo, y todo se volvió a ver. El cielo estaba blanco y limpio, y el aire tenía un perfume a tila y rosas blancas. Abajo se veía el sol que se iba con sus nieblas escarlata y carmín. Oscurecía. Las tres ollas estaban llenas de una sangre densísima, roja, casi negra. Hervía despacio en grandes, lentas burbujas que explotaban sin ruido como besos de boca redonda.
Aquella noche durmieron en una cueva, y a la mañana siguiente lavaron las sábanas en un río. El agua de aquel río se manchó y lo iba madurando todo, hasta pudrirlo. Bebió una yegua preñada y se volvió toda blanca y transparente, porque la sangre y los colores se le iban al feto, que se veía vivísimo en su vientre, como dentro de un fanal. La yegua se tendió sobre el verde y abortó. Luego volvió a levantarse y se marchó lentamente. Era toda como de vidrio, con el esqueleto blanco. El aborto, volcado sobre la hierba menuda, tenía los colores fuertísimos y estaba envuelto en una bolsa de agua, rameada de venillas verdes y rojas que terminaba en un cordón amoratado por cuya punta iba saliendo el líquido lentamente. El caballito estaba hecho del todo. Tenía el pelo marrón rojizo y la cabezota grande, con los ojos fuera de las órbitas y las pestañas nacidas; el vientre hinchado y las cañas finísimas, que terminaban en unos cascos de cartílago, blando todavía; las crines y la cola flotaban ondulando por el líquido mucoso de la bolsa, que era como agua de almíbar. El caballito estaba allí como en una pecera y se movía vagamente. El gallo de veleta rasgó la bolsa con su pico y toda el agua se derramó por la hierba. El potro, que tendría el tamaño de un gato, fue despertando poco a poco, como si se desperezara, y se levantó. Sus colores eran densos y vivos, como no se habían visto nunca; todo el color de la yegua se había recogido en aquel cuerpo pequeñito. El potrillo dio una espantada y salió en busca de su madre. La yegua se tendió para que mamara. Blanqueaba la leche en sus ubres de cristal.
El niño y el gallo de veleta volvieron hacia su casa. Llevaban las ollas de cobre y entraron por un balcón. Luego echaron la sangre en una tinaja y la lacraron. La madre perdonó a su hijo; pero el niño dijo que quería ser disecador y tuvieron que mandarlo de aprendiz con un maestro taxidermista.
Tanto se me ocurre decir que voy a aburrir, y no es la intención, claro, porque quién quiere aburrir.
ResponderEliminarPero Rafael Sánchez Ferlosio (de quien recién me entero que existe, porque aunque haya muerto existe, porque la muerte a estos tipos los potencia y redimensiona jamás los extingue, y la memoria humana de ellos jamás desiste) Rafael Sánchez Ferlosio, decía, es un desconocido tan ilustre que desde ya pasa a integrar mi legión, mi seleccionado mayor, mi olimpo personal…
Es una persona, personaje, personalidad, y ojo que no en cualquier persona, personaje o personalidad se da ese tríptico existencial, porque no cualquier persona es un personaje o una personalidad ni cualquier personalidad es una persona o un personaje ni cualquier personaje es una personalidad o una persona...
Es un lector, un librepensador tan sólo atado a escribir, leer, pensar y pensarse, un escritor, qué digo escritor: escritorazo al que ninguna temática ni asunto se ve que le fue ajeno ni en vano…
Un tipo que es una invitación a leerlo, a conocerlo, pensarlo, releerlo (que no todos invitan a hacerlo), a copiarlo, repensarlo, consultarlo, recomendarlo, decodificarlo, deificarlo, exprimirlo, porque en su obra evidentemente se sacó jugo a sí mismo…
Un niño todavía cuando murió, prolífico y variopinto que pintó los varios estilos de sí mismo, quijotesco, surreal, absurdo, inclasificable...
Un diferente-transgresor que modeló sus fantasías y delirios…
Un Frankenstein tierno y gruñón, me lo imagino, un Frankenstein autocreado con las partes de todas sus lecturas e introspecciones, visiones y escrituras hasta el cansancio…
Un desconocido tanto como quiso ser, lo que le vino bien a la sociedad y a muchos como excusa para desconocerlo, se ve.
Respecto de la entrada, Juan, debo decir (aunque seguro que ya aburrí) que ha sido una sobredosis inicial o iniciática, no sé bien, de Rafael Sánchez Ferloiso, un hallazgo para mí porque como dice un artículo de los que leí “hizo real lo que no existe”, hizo la luz o él se hizo a la luz de sí mismo, tampoco sé bien… Y dicho sea de paso, todos los artículos que integran esta entrada son extraordinarios, pero el que más me conmovió es el que lo pinta en sus últimas horas cuando murió, solo y sin perder el tiempo… como sabe morir un hombre (de letras o no) con todas las letras.
Escritor excepcional, y siempre a contracorriente. Desconocido para ti, pero es que aquí "casi" también lo es, excepto entre los aficionados a la buena literatura.
ResponderEliminarCascarrabias, con razón, acabó odiando la novela que le dio la fama: "El Jarama". En realidad decía que odiaba a España en general. Seguro que era mentira, porque nunca salió de aquí y, cuando dejó de hacer literatura y se dedicó al ensayo y a la crítica social jamás de dejó de hablar de este pobre y cainita país como nadie lo ha hecho, con una prosa extraordinaria, insuperable. Uno de los grandes, amigo.
Librepensador, sí. No se achantaba ni por tirios ni por troyanos, así saliese el sol por donde quisiera.
Para mí Alfanhuí fue un descubrimiento (un deslumbramiento) hace ya tantos años... Más de cuarenta, seguro. Lo tendré siempre entre mis libros preferidos.
Genial y certero tu comentario, Carlos. Gracias.
Gracias a vos, Juan...
ResponderEliminar...Puesto que disfruté la tarde buscando material y leyendo sobre Rafael Sánchez Ferlosio, bajé algunos pdf, entre ellos el de su novela "El Jarama" y dos ensayos, "Babel contra Babel" y "Gastos, Disgustos y Tiempo Perdido" en los que cita la letra del tango de Celedonio Flores "Mano a Mano" que inmortalizó Gardel. Encontré además una foto de Ferlosio con su gato por lo que acabo de subirlo a mi sección gatuna con uno de sus recordados pecios, de modo que el agradecido soy yo.
Pues me alegro de que te haya servido de uinspiración.
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