maestro y discípulo, amigo, amante, padre e hijos,
caminarán separados, aunque cercanos parezcan.
Cada uno ve a los que ama tan lejos como estrellas.
Así nosotros, por siempre separados nos acercará el llanto,
con llantos contemplaremos la bahía,
las Grandes Puertas,
como dos grandes águilas que volaran sobre las montañas,
sólo unidas por sus lamentos, hasta perderse entre los cedros.
Los años irán acercándonos,
día tras día irán atrayéndonos, semana tras semana,
hasta que la muerte disuelva esta separación.
Porque amamos lo que soñamos,
y en nuestro sueño, aunque muy lejos el uno del otro,
vivimos juntos, corazón a corazón.
Olvidamos lo que somos,
nuestras almas están protegidas por un vano sueño.
Como el soldado que de una atroz guerra vuelve sin temor,
o el marino desde los abismos,
como el caminante regresa de la helada noche y de los bosques a [su refugio,
aún con los ojos llenos de rocío y de oscuridad.
Es inapelable. La suerte está echada, siempre. Hasta la muerte de cada unos de nuestros vanos sueños. Más allá de los afectos, incluso. Venimos y nos vamos solos. Solos estamos y es más, solos somos.
ResponderEliminarSiempre esa inapelable mirada tiene Stevenson sobre la dramática condición humana.
Impecable.
ResponderEliminarEs lo que pienso desde hace muchos años, y es uno de los vectores que van guiando a trancas y barrancas la vida de uno, o lo que sea esto: uno nace solo y se muere solo, nadie nace contigo ni se va a morir junto a ti, por muy acompañado que estés. Conviene enterder esto cuanto antes.
Aunque, mientras tanto..., acompañado se está muy bien, ¿que no?
En fin, c'est la vie.