miércoles, 30 de agosto de 2017

Canto V de Orlando furioso - Ludovico Ariosto - Italia


                         1 
De ningún animal que hay en la tierra,
o sosegado y del que rumia y pace,
o fiero e inclinado a hacer la guerra,
violencia alguna el macho a la hembra hace:
en paz la osa con el oso yerra,
al lado del león la leona yace,
vive la loba con el lobo quieta,
jamás a la ternera el toro inquieta.

                         2 
¿Qué abominable peste, qué Megera1
viene a turbar nuestros humanos pechos;
cuando esposo a la esposa vocifera,
y se ven siempre en injuriosos hechos
cruzar la cara, amoratarla entera,
bañar en llanto conyugales lechos?
Y no en el llanto sólo, que en la injuria
hay vez que en sangre los bañó la furia.

                         3 
Y si contra natura el hombre obra
y hace a la ley de Dios grave atropello,
cuando a mujer golpea en su zozobra
el rostro o quiebra apenas un cabello;
al que el alma le arranca al fin por obra
de veneno o puñal o soga al cuello,
jamás lo creeré hombre por abyecto,
sino monstruo infernal de humano aspecto.

                         4 
Así debían de ser los dos ladrones
que Reinaldo* apartó de la doncella
y daban a obra tal tales rincones,
por que no hubiese jamás noticia de ella.
Dejé en suspenso antes las razones
que expuso de su mal la dama aquella
a aquel que fue en su mal buen caballero.
Ahora, prosiguiendo, las refiero:

                         5 
Tu escucharás -gimió empezando apenas-
crueldades hoy aquí más manifiestas
que en Tebas nunca, en Argos, o en Micenas
o en más cruel lugar fueron compuestas.
Y, si alumbrando el sol mares y arenas
menos se acerca aquí que alguna de éstas,
pienso que nos alumbra a mal su grado,
porque odia ver un pueblo así malvado.

                         6 
De ser cruel el hombre al enemigo
se vio en pasada edad más de una prueba,
mas darle muerte a aquel que como amigo
tu bien procura, es cosa impía y nueva.
Y a fin de que comprendas lo que digo,
la causa que a estos dos matarme lleva
en mi más tierna edad contra justicia,
te contaré desde que el mal inicia.

                         7 
Quiero que sepas, señor mío, que siendo
aún tierna niña, entré para servicio
de la hija del rey, con quien creciendo,
gocé de valimiento y beneficio.
Mas envidioso Amor, mi bien sintiendo,
me hizo (¡ay triste!) por él perder el juicio;
y así entre doncel todo o caballero
al duque de Albanía* hizo primero.

                         8 
Pues él mostraba amar sobremanera,
yo todo el corazón a amar movía;
mas, aunque oyera voz o gesto viera,
juzgar el pecho dentro mal podía.
Creyendo, amando, perseguí ligera
yacer con él sin ver si a ello escogía
de entre todas las cámaras aquella
más reservada de Ginebra* bella;

                         9 
donde el ajuar tenía más estrecho
y las más veces sin temor dormía.
Y, porque da a un balcón en piedra hecho,
el cual de la pared sobresalía,
llegaba por allí mi amante al lecho
por la escala que, ya marchado el día,
yo misma del balcón le descolgaba
cada vez que sus brazos deseaba;

                         10 
que fueron al final tantas las veces
cuantas daba Ginebra al gusto mío,
pues solía cambiar de lecho a veces
huyendo del rigor de invierno o estío.
Jamás alguno vio estas placideces,
porque da el cuarto de aquel gusto impío
a algunas casas viejas hechas ruina,
adonde nadie nunca se avecina.

                         11 
Y mes tras mes siguió sin peripecia
secreto el amoroso juego loco:
tanto creció el amor, tanto fue recia
su llama que jamás tuve sofoco;
y tanto ciega ardí, que no vi necia
que mucho fingía él y amaba poco;
por más que sus engaños fueran tales
que verlos debí y pude en mil señales.

                         12 
Después de un tiempo demostróse amante
de la bella Ginebra. Aún por misterio
tengo si la amó siempre, o si durante
mi amor, le impuso Amor tal cautiverio.
Mira cuánto conmigo era arrogante,
y cuánto sobre mí era su imperio,
que sin rubor el pecho me desnuda
y en este nuevo amor me pide ayuda.

                         13 
Bien me decía que igual al mío no era,
ni firme amor el que a ella le profesa,
mas que, fingiendo el abrasarse, espera
tomar con ella la nupcial promesa.
Siente el favor del rey cosa ligera,
ganada la opinión de la princesa;
que en toda Escocia, por su sangre y clase
no hay otro, tras el rey, que lo rebase.

                         14 
Y así me persuadió de que, mediando,
a yerno de su rey podría él llegarse
(que es llano que estaría así medrando
lo más alto que al rey puede elevarse);
y de que premio habría así yo obrando,
pues no es poco el favor para olvidarse;
y que él frente a mujer o a bien cualquiera
pondría siempre a mí como primera.

                         15 
Yo, que era toda a complacerle atenta
y nada supe o quise a esto oponerle,
mi vi en el día aquel sólo contenta
pudiendo en algún modo complacerle.
Pillo la ocasión que se presenta
de hablar de esto y de mucho encarecerle;
y toda industria usé, toda fatiga
por tal de hacer Ginebra de él amiga.

                         16 
Hice de obra y corazón con ella
cuanto se puede hacer, y Dios lo sabe;
mas nunca fruto hallé en Ginebra bella,
con que obtuviese el duque favor suave;
y fue esto porque a amar se entregó ella
con todo el fuego que en el alma cabe
a un hermoso y gentil hombre de guerra,
venido a Escocia de lejana tierra;

                         17 
que junto con su hermano, mozo tierno,
vino de Italia a estar en esta corte;
y demostró en las armas tal gobierno
que no había otro en Bretaña de tal porte.
El rey lo amaba y lo mostró fraterno
donándole una no poca cohorte
de villas y castillos y sinobles,
y lo hizo grande a par de los más nobles,

                         18 
Grato era al rey, y era a la hija grato
aquel galán que se llamó Ariodante*,
por su valor en el castrense trato,
y aún más cuando ella oyó que le era amante.
Ni el Vesubio, ni el Etna en su arrebato
ni Troya se vio en llama semejante
como ella al conocer que, porque amaba,
Ariodante por ella se abrasaba.

                         19 
Aquel amor con que ella le servía
con puro corazón y fe extremada,
hizo que aquella firme tercería
por Ginebra jamás fuese escuchada;
antes si más por él intercedía
y más porfiaba en darle hasta ella entrada,
ella, con más desprecio y más hartura,
mostraba enemistad siempre más dura.

                         20 
Yo aconsejé a mi duque tenazmente
que no fuese en su amor más adelante,
y no esperase más mudar su mente
pues ya estaba su gusto en otro amante,
y conocer le hice claramente
que tanto ardía ella de Ariodante
que cuanta agua hay del mar, podría apenas
templar el fuego que prendió en sus venas.

                         21 
Esto a porfía habiendo Polineso*
(que así es llamado el duque) de mí oído,
y bien visto por él que sin suceso
su amor sería jamás correspondido;
no empero le apartó del torpe acceso,
antes el ver a otro preferido
tan mal vino a sufrir, como soberbio,
que aquel su amor mudó en cólera y nervio.

                         22 
Y entre Ginebra y Ariodante piensa
tanta pugna sembrar, tanta reyerta,
y tanta enemistad hacer intensa
que nunca sea la paz entre ellos cierta;
e ignonimia a Ginebra dar inmensa
que no la lave más viva ni muerta.
Y desta industria inicua ni aun conmigo
tratar dispuso él, sino consigo.

                         23 
Y dijo urdida ya: -Dalinda* mía
-que así me llamo- sabe que del modo
que suele renacer al otro día
árbol cortado casi a ras del lodo;
así mi infelicísima porfía,
aunque del mal cortada casi en todo,
no ceja de aflorar, pues querer debe
que al fín de su apetito yo la lleve.

                         24 
Y no tanto el tomar placer me arenga
cuanto es el que vencer en esto llegue,
y viendo que en verdad jamás lo tenga
quizás ficción haciendo me sosiegue.
Quiero que, alguna vez que hasta ti venga,
justo cuando Ginebra al fin se entregue
desnuda al sueño, de ella tomes traje
y tú misma lo uses de ropaje.

                         25
Como ella el pelo adorna y se compone
imita, y finge de ella voz y aseo,
y ya después sobre el balcón dispone
la escala con que yo el muro franqueo.
Yo a ti vendré pensando que me done
el alma aquella cuyos paños veo;
que así espero engañándome el sentido
que en breve se haya el fuego consumido.-

                         26 
Así me dijo y yo, que con tiniebra
pensaba, no paré mientras lo oía
que cuanto entre sus súplicas enhebra,
fraude más que evidente se escondía;
y del balcón, fingiendo ser Ginebra,
la escala eché por que ascender solía;
y no entendí que fuese todo engaño,
sino después de consumado el daño.

                         27 
Y a par le dijo el duque a Ariodante
estas mismas palabras u otras tales
(que amigos fueron ellos dos bastante
antes de por Ginebra ser rivales):
-Me maravillo- comenzó mi amante-
que, habiéndote entre todos mis iguales
tenido en gran respeto y siempre amado,
yo sea ahora de ti tan mal pagado.

                         28 
Sé bien por cierto que el amor sabías
que entre Ginebra y yo de antiguo arde
tanto que el casamiento en estos días
pedir pretendo al rey por que no tarde.
¿Por qué me turbas, pues? ¿Por qué aún porfías
sin fruto en ir tras ella cuando es tarde?
Yo bien sometería mi albedrío,
si yo en tu grado fuese, y tú en el mío-

                         29 
-Y yo- Ariodante dijo confïado-
de ti me maravillo mayormente,
pues antes fui yo de ella enamorado
que tú la hubieses visto solamente;
y sé que sabes que es su amor en grado
que más no puede ser como hoy ardiente:
así mi esposa ser sólo reclama,
y sé que sabes tú que no te ama.

                         30 
¿Por qué, pues, como amigo y compañero
demandas el respeto ese que entiendas
que a ti te deba, y yo tendría el primero
si de ella más que yo gozases prendas?
No menos por mujer que tú la espero
que, aunque no tenga aquí como tú haciendas,
no soy menos que tú del rey preciado,
y sí más de su hija que tú amado-.

                         31 
-¡Oh -el duque respondió-, cuán manifiesto
es el error a que el amor te lleva!
Crees tú ser más amado; también esto
yo creo: mas podemos hacer prueba.
Muestra de su favor contigo el gesto
y yo diré el secreto que a mí eleva;
y aquel que de nosotros menor tenga
ceda a quien venza, y otro amor sostenga.

                         32 
Yo estoy dispuesto a hacerte el juramento
de no decir jamás cuanto reveles;
y así quiero también saber de asiento
que, cuanto diga yo, tú siempre celes-.
Y sobre el Evangelio en un momento
pactaron ser al voto siempre fieles,
y luego de fe darse el uno al otro
cuenta Arïodante dio de su quillotro2.

                         33 
Y dijo sin mentir ni hacer delito
cómo era entre Ginebra y él la cosa:
que ella juró con lengua y por escrito
que no sería sino suya esposa;
y si era no del rey esto suscrito
le juraba ser siempre desdeñosa
al resto de amorosas baterías,
y vivir sola hasta acabar sus días.

                         34 
Y así esperaba él, por tanta audacia
que al hierro en más de un brete había mostrado;
y urdía con honor, con pertinacia,
con provecho del rey y de su estado,
crecer ante su padre tanto en gracia
que fuera al fin por él considerado
esposo digno de Ginebra bella,
después que lo supiese gusto de ella.

                         35 
Dijo después: -Estoy yo en este punto,
y no creo que haya quien se me equipara;
ni más deseo de esto, ni barrunto
que pueda haber de amor prueba más clara;
ni quiero más, si no es cuanto por junto
concede Dios frente a la sacra ara:
es vano, pues, que más de ella pidiere
que sé que no hay favor que a este supere-.

                         36 
Después que la verdad hubo él expuesto
de la merced que espera su fatiga,
Polineso, que ya se había propuesto
hacer Ginebra bella a él enemiga,
rompió a decir: -Yo te aventajo en esto
y quiero que tu boca así lo diga;
de suerte que después de hecho el examen,
que soy yo más feliz sea tu dictamen.

                         37 
Finge contigo, no ama ni te aprecia:
de esperanza y promesas te mantiene.
Y aún más, siempre tu amor por cosa necia,
cuando conmigo está, a juzgarlo viene.
De ser sólo por mí la pasión recia
certeza tengo, y no fraude que suene;
y la diré, pues guardarás secreto,
por más que me convenga ser discreto.

                         38 
No pasa mes que, seis noches o siete,
y alguno diez, en el placer del lecho
desnuda entre mis brazos la sujete,
y muestre ella su gusto satisfecho.
Juzga ahora, pues, si lo que a ti aún promete
iguala a lo que yo ya gozo de hecho.
Retírate, y haz tiento a otras batallas,
pues inferior en la de aquí te hallas-.

                         39 
-No quiero creer tal cosa -le repuso
Arïodante- y sé que todo inventas:
tú mismo esto compones que recuso,
porque ahuyentarme de la impresa intentas;
mas, porque agravio le haces con tu abuso,
veremos si a las armas lo sustentas,
que no falsario solo, mas hoy quiero
mostrar que eres traidor, no caballero-.

                         40 
-No es -quiso añadir mi duque- honesto
que recurramos al guerrero brío,
si yo te ofrezco hacerte manifiesto
cuando más gustes, lo que ahora fío-.
Quedó Ariodante exangüe oyendo esto,
y en la espalda sintió un escalofrío;
y aun creo que si a dar crédito llega,
allí mismo a sus pies la vida entrega.

                         41 
Con boca amarga y voz que se atropella,
pasado el pecho y pálida la cara,
responde: -En tú mostrándome con ella
ser cierta esta tu fábula tan rara,
prometo a ti dejar Ginebra bella,
contigo liberal, conmigo avara;
mas no pretendas que el creerte evite,
antes que con los ojos lo acredite.-

                         42 
-Te avisaré, cuando sea tiempo de ello-,
dijo luego a Ariodante el duque, y fuese.
Dos noches no pasaron, creo, de aquello,
cuando orden él me dio de que saliese.
Y al punto dijo a su rival tras ello
(por que en el cepo al que guió cayese)
que se escondiese la noche siguiente
entre las casas que no habita gente;

                         43 
y le mostró un lugar frente por frente
de aquel balcón al que yo andar solía.
Temió Ariodante que sin otra gente
a aquel lugar desierto lo traía,
como elegido al caso conveniente
para asaltarlo y darle muerte impía,
bajo ficción de demostrarle asina
lo que imposible de Ginebra opina.

                         44 
Al fin quiso asistir, mas con partido
de no ser menos que él al caso fuerte;
de suerte que, si fuese acometido
no hubiera de temer traidora muerte.
Tenía un hermano él sabio y ardido,
de armas celebrado en toda suerte,
un tal Lurcanio*, que de escolta haría
más que si diez le hiciesen compañía.

                         45 
A sí llamólo; y quiso que prendiese
las armas y a la noche tras él fuera,
no porque aquel secreto le dijese
que a él ni a ningún otro dicho hubiera.
A un tiro hizo de piedra que estuviese:
-Si me sientes gritar, ven y no espera
-le dijo-; mas, si hablar nada sintieres,
no te salgas de aquí, si algo me quieres.

                         46 
-No dudes y ve, pues- Lurcanio asiente;
y así se fue Ariodante sosegado,
y se escondió en aquel rincón que frente
estaba al balcón mío retirado.
Llegó por otro extremo el maldiciente
que tanto había a Ginebra difamado;
e hizo la señal acostumbrada
a mí, que del engaño sabía nada.

                         47 
Y yo con blanca ropa de bordada
lista de oro a mitad y en el contorno,
con redecilla de oro salpicada
de rojos flecos al cabello en torno
(factura sola de Ginebra usada,
y no de otra), sentido el silbo, torno
sobre el balcón, que estaba hecho de modo
que el cuerpo descubría claro y todo.

                         48 
Entretanto Lurcanio sospechando
que ir el hermano a algún peligro pueda,
o, como afán común que es, buscando
espïar siempre lo que a otro suceda;
había tras él seguido caminando,
siempre a la sombra que la vista veda,
y a menos de diez pasos de él dispuesto
en el mismo escondrijo se había puesto.

                         49 
No sabiendo yo de esto cosa alguna,
llegué al balcón para el engaño electo,
tal como había llegado ya más de una
o de dos veces con logrado efecto.
Los tres veían mis ropas a la luna,
y no siendo dispar yo en el aspecto
ni en la persona de Ginebra tanto,
pasó un rostro por otro por el tanto;

                         50 
y tanto que, aunque había un largo trecho
entre el balcón y aquella inculta ruina,
a ambos hermanos, que asistían al hecho,
el duque diestramente los inclina
a creer el falso. Ve, pues, con qué despecho
quedó Ariodante y qué dolor lo mina.
Polineso me ve, toma la escala
que yo le lanzo, y sube hasta la sala.

                         51 
Apenas llega, yo a abrazar me apresto
su cuello, sin pensar que vista fuese;
en la boca lo beso y en el gesto
como siempre al venir gusta que bese.
Hizo más de lo usado él manifiesto
su amor, porque la fraude más creciese.
El otro en su recóndito acomodo
mísero asiste lejos, y ve todo.

                         52 
Y cae en tanto dolor que se dispone
entonces a buscar la muerte en breve;
y el pomo de la espada en tierra pone,
por que la punta sus entrañas pruebe.
Lurcanio, que admirado ve que abone
la entrada al duque yo dócil y leve,
aunque no conoce quien Ginebra ultraja,
viendo el hermano loco, el acto ataja.

                         53 
y le impidió que con su propia mano
se pasase en aquel furor el pecho.
Si tarda más o no está tan cercano
no llega a tiempo de atajar el hecho.
-Ah mísero -gritó-, mísero hermano,
¿qué cosa la razón perder te ha hecho?
¿Cómo hay mujer que esfuerce en ti este intento,
si todas son como la niebla al viento?

                         54 
Hazla mejor morir, que morir gana,
y tú en más alta empresa halla la muerte.
La amaste, cuando no era tan diáfana
su fraude; y ahora odiarla debes fuerte,
pues ven tus ojos cuán puta fulana
es esta a la que amaste y de qué suerte.
Sirva el metal que vuelves contra el pecho,
para hacer ante el rey público el hecho.-

                         55 
Cuando Ariondante ve sobre él venido
su hermano, aquella dura empresa deja;
mas la intención que había concebido
ya de morir, muy poco en cambio ceja.
Se eleva, y con el pecho no ya herido,
mas traspasado con extrema queja,
simula ante su hermano, estar repuesto
de aquel furor, en que se había puesto.

                         56 
La siguiente mañana, sin que ruido
Lurcanio o familiar oyera, fuese
de su mortal desperación movido;
y no hubo en días quien tal fin supiese.
No fue, sino del duque o dél, sabido
la causa que a partir lo condujese.
Mucho en la corte de ello se negocia,
y aun en las casas de la entera Escocia.

                         57 
Tras ocho días o más del hecho fuerte
ante Ginebra se llegó un viandante,
trayendo nuevas de funesta suerte:
que en el mar se había hundido su Ariodante
por propia voluntad de darse muerte,
no por culpa de Bóreas o Levante.
De un risco frente al mar agreste y alto
dio al aire de cabeza un fuerte salto.

                         58 
Así contó: -Antes que fuese esto,
a mí, que me topó sin previa idea,
dijo: "Atiende, a fin que manifiesto
por ti a Ginebra mi destino sea;
y luego di que la razón del resto
que tú sabrás de mí, y que hoy se vea,
han sido de haber mucho visto enojos:
¡Dichoso si, al nacer, nazco sin ojos!"

                         59 
Estábamos al caso en Capobajo
que frente a Irlanda señorea la costa.
Diciendo así, de aquel peñasco abajo
lo vi saltar al mar con fuerza aposta.
Allí lo abandoné, y aquí a destajo
he andado para hacer del hecho posta-.
Ginebra, demudada y casi yerta,
quedó ante aquel anuncio medio muerta.

                         60 
¡Oh, Dios, cuánto hizo y dijo, cuando al nido
sola se halló de su secreto lecho!
Se arañó el seno, y se rompió el vestido,
y el pelo se arrancó y dejó deshecho,
gimiendo vez tras vez lo que había oído
que Ariodante dijera con despecho:
que la razón de aquel caso malquisto
era toda el haber él mucho visto.

                         61 
Corrió por el país el cuento de esto,
que por dolor se había dado la muerte.
No tuvo libre el rey de llanto el gesto,
ni hombre ni mujer de cualquier suerte.
Y fue de ellos Lurcanio el más funesto,
pues tantó lo hostigó un dolor tan fuerte
que a ejemplo de él, contra sí mismo habría
vuelto el metal y hecho compañía.

                         62 
Y entre sí de continuo repitiendo
que fue Ginebra quien le hurtó el hermano,
y que no fue sino su acto horrendo
quien lo empujó a final tan inhumano;
tan ciego de venganza fue viniendo
y tanto ira y dolor lo traen de mano,
que despreció cuanto el hablar reporte
y el odio del país y de la corte.

                         63 
Y así ante el rey, cuando era más de gente
la sala llena, habló de esta manera:
-Sabe, señor, que de nublar la mente,
tanto a mi hermano que morir quisiera,
tu hija es la culpable solamente;
pues tanto de razón y de sí fuera
quedó por ver que entrega cuerpo y viso,
que más la muerte que la vida quiso.

                         64 
Amante le era, y porque su deseo
deshonesto no fue, no más lo escondo:
por servicio y virtud sacro himeneo
de ti esperaba como premio mondo;
mas mientras, infeliz, era su empleo
el adorar las hojas, otro asondo3
que el árbol escaló vedado, y todo
el fruto vi que hurtó de sucio modo-.

                         65 
Y siguió hablando cómo había él visto
llegar Ginebra hasta el balcón, y cómo
lanzó a un amante escala que allí listo
estaba, aunque no dio del nombre asomo;
pues por celarlo bien, se había provisto
de extrañas calzas y de capa al lomo.
Y concluyó que con metal quería,
probar ser cierto cuando allí decía.

                         66 
Juzga, pues, tú, si al rey faltó el aliento
oyendo de Ginebra esta mancilla;
o ya porque al oír de ella este cuento,
que no pensó jamás, se maravilla;
o ya porque conoce el mandamiento
(si la defensa algún varón no pilla
y hace que Lurcanio se desdiga)
que a condenarla a ejecución obliga.

                         67 
No creo yo, señor, que te sea nueva
la ley que en mi país da fin penoso
a dueña o a doncella, que se prueba
que yazga con varón que no es su esposo.
Es muerta, si en un mes al juez no lleva
un hombre en su favor tan animoso
que contra el falso acusador sustente
que no debe morir y es inocente.

                         68 
Bando ha dictado el rey, por liberarla
(que aún piensa que es en falso ella acusada)
en que se ofrece con gran dote darla
a aquel que lo desmienta por la espada.
Que deba ser quien quiera desporsarla
guerrero es condición harto excusada;
que aquel Lurcanio en armas es tan fiero
que de él hasta hoy temió todo guerrero.

                         69 
La cruel suerte ha aguardado a que Zerbino*,
su hermano, de este reino se halle ausente;
que ha ya meses que vaga peregrino
mostrando su valor entre la gente:
que, hallándose en país a este vecino
el príncipe o lugar donde al corriente
fuese del mal que sobre el reino pesa,
no faltaría ayuda a la princesa.

                         70 
El rey, que en tanto de informarse trata
por otro medio que las armas, si era
o falsa o no la acusación ingrata
y es justo o tuerto que Ginebra muera,
ha hecho prender cuanta le fue azafata,
pues piensa que sabrán, si cierto fuera;
diligencia en que vi, si era prendida,
que el duque y yo arriesgábamos la vida.

                         71 
Y esto la noche misma de la corte
sacóme, y hasta el duque me condujo;
al cual le hice notorio cuanto importe
a la cabeza de ambos mi rebujo.
Loó él mi prudencia y mi reporte;
y luego, en su salud, a andar me indujo
a alcázar suyo que es de aquí no lejos,
escoltada por dos alguacilejos.

                         72 
Las pruebas ya, señor, de mí has sentido
que a él mi amor hicieron manifiesto,
y si era o no deudor por lo ofrecido
de hacer corresponsión, lo has visto en esto.
Ve ahora el galardón que he recibido;
ve la merced que obtuve por mi gesto;
ve si mujer, por cierto enamorada,
debe esperar jamás de ser amada;

                         73 
porque el ingrato de que fui pelele,
vino a dudar de que mi fe se enzaine4,
y ha dado en sospechar que yo revele
su fraude finalmente y desenvaine.
Y así fingió, porque me esconda y cele
hasta que ya el furor del rey amaine,
querer mandarme a algún secreto fuerte,
cuando era su intención darme la muerte;

                         74 
pues a la escolta ordena, ¡oh cruel dislate!,
que en llegando a la selva aquí mediata
por digno premio de mi fe me mate.
Y habría cumplido su merced ingrata,
si tú a mis gritos no me das rescate.
¡Ve cómo Amor a quien lo sigue, trata!
Así narró Dalinda al paladino,
siguiendo a mismo tiempo su camino.

                         75 
Al cual sobre cualquier fortuna agrada
esta de haber hallado tal doncella,
pues le ha dado razón fundamentada
de la inocencia de Ginebra bella.
Y si ayudar pensaba, aunque acusada
fuese con la verdad, a su querella,
ahora con más pujanza al arma viene,
después que por traición el hecho tiene.

                         76 
Y así hacia San Andrés con esta guía,
donde se hallaba el rey, y se celebra
la singular batalla que tenía
que dar comienzo a causa de Ginebra,
marchó Reinaldo cuanto andar podía
hasta que cerca ya su ritmo quiebra,
cerca de la ciudad lo quiebra, donde
un paje halló que de la lid responde

                         77 
que un caballero extraño* se ofrecía
a defender Ginebra muy dispuesto,
con rara insigna, y nadie de él sabía,
porque nunca se hacía manifiesto;
y que, tras su venida, todavía
no había quien le hubiese visto el gesto;
y tanto era esto así que aun su escudero
juraba no saber del caballero.

                         78 
Poco después se muestra a la pupila
el muro y la ciudad de aquella fiesta.
Dalinda entrar en la ciudad vacila;
mas entra, pues Reinaldo lo amonesta.
Cerrado está el portón, y a quien vigila
Reinaldo preguntó: ¿Qué cosa es esta?
Y dice aquel: Que el pueblo todo asiste
a ver la conclusión de un caso triste;

                         79 
que entre Lurcanio e ignoto caballero
se hace en la otra punta de esta tierra,
donde en un espacioso y llano albero
ha poco que ha empezado ya la guerra.
Dicho lo cual, abrió al franco guerrero
aquel portillo, y luego tras él cierra.
Por la ciudad desierta el héroe pasa,
mas antes a Dalinda busca casa,

                         80 
y dice que se guarde allí segura
hasta que vuelva él, que será presto;
y al punto hacia aquel campo se apresura
donde los dos rivales golpe y resto
ya muchos se habían dado, y aún tal dura.
Lurcanio estaba airado y mal dispuesto
contra Ginebra; al otro en su defensa
punzaba bien la rica recompensa.

                         81 
Seis caballeros vio en el estacado
todos a pie, vestidos con coraza,
y el duque de Albanía, que montado
estaba en un corcel de bella raza.
Como gran condestable a él le fue dado
el seguro del campo y de la plaza,
y ya de ver en tal brete a Ginebra
alegra el gesto, y la ocasión celebra.

                         82 
Reinaldo se abre paso entre la gente,
soltándole la rienda al buen Bayardo*;
quien el estruendo de su trote siente
a darle paso no es cojo ni tardo.
Reinaldo comparece allí eminente,
que a todos les parece hombre gallardo,
y para frente a donde el rey se sienta.
Todos se acercan para oír que cuenta.

                         83 
Magno señor, rompió su voz la espera,
no dejes más que el arma aquí resuene,
porque de entre estos dos, muera quien muera,
sabe que a tuerto alguno a morir viene.
Tener cree uno razón, y es ella huera,
y dice el falso, y necio lo mantiene;
que el mismo yerro que mató a su hermano
le pone ahora a él el hierro en mano.

                         84 
No sabe el otro si hace bien o tuerto;
mas sólo por bondad y gentileza
en peligro se pone de ser muerto,
por no dejar morir tanta belleza.
Yo a la inocencia la salud oferto,
y lo opuesto al que usó de la vileza.
Mas primero, por Dios, la lucha parte;
despues atiende lo que quiero hablarte.

                         85 
Fue por la autoridad de hombre tan digno
como Reinaldo parecía al semblante,
que accedió el rey, y dijo e hizo el signo
de no seguir la lid más adelante;
al cual dio él testimonio fidedigno,
y a los nobles y al vulgo allí expectante,
de cómo aquel engaño cruel y avieso
urdido había a Ginebra Polineso.

                         86 
Y luego se ofreció a querer con brega
probar que era verdad lo relatado.
Se llama a Polineso, y éste llega;
mas, todo en la figura conturbado,
cuanto se escucha con audacia niega.
Reinaldo arguye: Al hierro sea probado
Armados son los dos, el campo hecho,
así que sin tardar vienen al hecho.

                         87 
¡Oh cuánto el rey y el pueblo juzgan caro
que pueda ser Ginebra ahora inocente!
Todos esperan que Dios muestre claro
que fue impúdica dicha injustamente.
Cruel, soberbio, y reputado avaro
fue Polineso, e inicuo, y fraudulente;
y así no juzgan peregrina idea.
que aquel engaño de él urdido sea.

                         88 
Aguarda Polineso con faz triste,
tremoso corazón y poca holganza,
y al tercer son con asta al frente embiste.
Igual Reinaldo contra él se lanza,
que, deseoso de que acabe el chiste,
mira pasarle el pecho con la lanza.
No anduvo lejos del deseo el hecho,
y media lanza le metió en el pecho.

                         89 
Hincado al leño lo conduce a tierra
y a seis brazos del bruto lo descalza.
Desmonta el franco súbito, y le aferra
el yelmo, aún en el suelo, y se lo alza.
y aquel, que no ya puede hacerle guerra,
merced le pide con la voz descalza;
y, oyendo el rey y la corte, allí confiesa
la fraude que la vida le atraviesa.

                         90 
No acabó, cuando a mitad del parlamento
el aliento y la vida le abandona.
El rey, que ve Ginebra del tormento
libre y la deshonra a su persona,
más se solaza y más toma contento
que, si habiendo perdido la corona,
se la viese otra vez sobre la frente;
así que honra al francés singularmente.

                         91 
Y ya, cuando sin yelmo, conocido
le fue, porque otras veces lo había visto,
las manos alzó a Dios, porque afligido
lo hubiese de una ayuda tal provisto.
El otro campeón que, socorrido
había a Ginebra en caso así imprevisto,
y armádose por ella de aquel modo,
estaba aparte de ellos viendo todo.

                         92 
Rogóle el rey que diese al fin respuesta,
y se dejase ver al descubierto;
a fin de que él hiciese premio y fiesta
a aquel que a riesgo estuvo de ser muerto.
Y él, tras largos ruegos, de la testa
se alzó el yelmo, y mostró evidente y cierto
todo cuanto en el otro canto cuento,
si os es de agrado el proseguir el cuento.

* Ginebra, hija del rey de Escocia, es prometida en matrimonio a Ariodante. Polineso, un celoso rival de Ariodante, se gana la simpatía de Dalinda, amiga de Ginebra. Con la ayuda de Dalinda, Polineso engaña a Ariodante y le hace creer que Ginebra es su amante.
El rey, al oír la supuesta infidelidad de Ginebra la repudia mientras llegan noticias de que Ariodante se ha suicidado. Polineso envía entonces a sus agentes a matar a Dalinda, la única que puede desvelar la trama. Pero Ariodante, que encuentra a Dalinda mientras vaga por los bosques, derrota a los asesinos y le salva la vida a la amiga de Ginebra.
Polineso, buscando ganar el favor del monarca, se ofrece para defender el honor de Ginebra en un torneo. En el combate, cae mortalmente herido por el vengativo hermano de Ariodante, Lurcanio. Ariodante, a quien Dalinda ha contado lo realmente ocurrido, aparece en ese momento y se ofrece como campeón de Ginebra. Con sus últimos alientos Polineso confiesa sus culpas y Ginebra es perdonada por el rey.

1 Megera: Μέγαιρα, "La de los celos" o "La celosa", es un personaje de la mitología griega. Es una de las tres Erinias, diosas infernales del castigo y la venganza divina. Se considera que Megera es la más terrible de las tres Erinias, pues es ella la encargada de castigar todos aquellos delitos que se cometen contra la institución del matrimonio, especialmente los de la infidelidad.
2 Quillotro: Excitación, incentivo, estímulo. Indicio, síntoma, señal. También, amorío, enamoramiento. Adorno, gala. Amigo favorito. Voz con que se daba a entender aquello que no se sabía o no se acertaba a expresar de otro modo.
3 Asondo: de asondar, sondear.
4 Enzaine: de enzainar, ponerse a mirar a lo zaino. Otro significado es también ser traidor, falso o poco seguro en el trato.

lunes, 28 de agosto de 2017

Tercera crónica del guardián (El Hechicero) - Enrique Gracia Trinidad - España


“... Ma se senza ingiuria vostra io potessi fruirlo, rendetevi certo   
             che saria in me quella letizia ch'essere in alcun uomo sia possibile."  

"...Pero si yo pudiera disfrutarlo sin ofenderos, estad seguros de
que sería dueño de la mayor alegría que hombre alguno pueda poseer."
Ludovico Ariosto - El Nigromante

El hechicero acaba su tarea,
acaricia su barba satisfecho
y sus labios se curvan en lánguida sonrisa
-la que debe tener todo alquimista que aprecie su trabajo-.
La luna se despide como un guiño
de los últimos juegos de la noche.
La lechuza es un bus que aún lleva luces
y susurra un final, como Louis Armstrong, de Jazz expresionista.

Recoge los papeles, guarda todas las fórmulas en verso
tras el aparador de palisandro
mientras un gato insomne y circunspecto,
con el lomo de azúcar y de miel, afirma silencioso
que él ya lo sabe todo
Va tapando los frascos uno a uno,
los matraces de esencia,
las redomas con uña de lagarto y ese polvo amarillo de mandrágora
que hace azules los sueños.

El horizonte empieza a recitar
una canción de cuna para la espalda de la noche.
Es hora de acabar los sortilegios,
que descanse el mercurio en su probeta y el ala de murciélago en el aire.
Los Rolling sustituyen al Cármina Burana.

El hechicero cuelga el mandilón,
se cambia de zapatos, deja su gorro frigio en un estante,
anuda su corbata de seda milanesa,
y se va a la oficina como todos los días.
Sympathy for the Devil - The Rolling Stones

sábado, 26 de agosto de 2017

Bestiario íntimo - Mirta Rosenberg - Argentina


Si alguien querría ser una tortuga
sería yo:
hacer de una sección cónica
mi propia sede prehistórica
alojada en la espina dorsal.

Ser tortuga
tiene algo de ideal:
desde joven luce arrugas
y en sentido literal
se hace mayor con los años
-a más edad
más tamaño.
Post-matrimonial,
sin lazos familiares
después de desovar,
igual a todas y cada una,
naturalmente hija de la luna,
sin embargo
no hay cisma
entre ella misma y sus lares.

Entre tantos avatares,
para mí
que estoy en mí
-puro apremio sin molicie-,
poco cuenta que sea lenta
su marcha en la superficie:
eso
me haría durar
y capaz de entrar al mar,
-que cubre dos tercios del mundo-
sabiendo que si me hundo
gano velocidad.

jueves, 24 de agosto de 2017

Canción 1 - José Mateos - España


Todavía casi un niño
y te sentaste a esperar
a orillas del gran silencio.

Pensabas que estando a solas
con tu voz quizás pudieras
robarle al mar su secreto.

Se te fue la juventud
Mudos pasaron los años
y ahora estás hueco por dentro.

¿Podrías, si al fin sonara
del gran silencio el acorde,
llegar a cantar su eco?
De Canciones, 2000

domingo, 20 de agosto de 2017

¿Y ahora quién pintará este Guernica? - Juan Cruz / Versos y palabras de Joan Margarit - España


El pasado son símbolos. El Guernica. Los bombardeos de Barcelona. El 11-S. El 11-M. Berlín, Chile. El 17-A, La Rambla ensangrentada. ¿Quién pintará ahora este Guernica? ¿Qué poeta recoge ahora estos pedazos helados de la historia antinatural de nuestro tiempo, el terrible suceso que oscureció la más luminosa vía de Barcelona?

Y, de pronto, una calle sin salida,/ un golpe seco en los cristales: alguien sin un pasado aún, ya sin mañana. Lo escribió hace tres o cuatro años Joan Margarit (Sanaüja, 1938, último premio internacional Pablo Neruda de Poesía Iberoamericana). En su libro Barcelona amor final (Edicions 62, 2014). Parece hecho para ser leído ahora. Comienzan así sus versos: Ternura de la tarde, acompañada/ por música ambulante entre los plátanos./ De pronto un brillo rápido y fugaz/ y un golpe seco en los cristales./ Al pie del ventanal, sobre la acera,/ con su plumaje gris, una paloma muerta.

Da escalofrío imaginar esa calle de flores y sangre ahora, la calle que el poeta contemplaba cuando escribió Barcelona amor final. Me siento ligado a La Rambla, amparado por La Rambla. Donde sea que vaya, cierro los ojos, puedo sentir, abajo, la multitud avanzando lentamente entre las dos hileras de plátanos y, arriba, entre las hojas, el estrépito de la otra multitud, la de los estorninos del crepúsculo.

Un golpe seco, el plumaje gris, la paloma muerta, la multitud, los estorninos, el crepúsculo. Alguien sin un pasado aún, ya sin mañana. Ahora se leen los versos como si hubieran pasado este jueves, juntas, todas esas metáforas. ¿Quién pintará ahora este Guernica, qué versos ponerle a este drama que junta La Rambla a otros símbolos oscuros de la historia? Responde Joan Margarit, arquitecto, catedrático, poeta, que vive en la ruta sangrienta de los autores de la matanza, Sant Just Desvern. ¿Qué halla el poeta en el desastre?

El poeta, dice Margarit, busca belleza y verdad. Y hay verdades que no comportan belleza. El poeta necesita verdad. Y aquí hay dolor. Pero sin dolor no hay amor. Sin dolor no nos querríamos tanto. No es verdad que La Rambla sea solo sea una bella vía de Barcelona. En esa avenida de flores hay mucho dolor. La bomba del Liceo, la Setmana Trágica, el tifus, los bombardeos de la guerra civil, asesinatos…, por ahí pasa la historia siniestra de Barcelona.

¿Y ahora? Ahora se suma a esa historia esta tragedia… A la emigración le pueden pasar dos cosas: una, que sea sencilla, que tenga un buen recibimiento, que el que llegue esté dispuesto a entender también. Pero puede haber choques, puede asimismo que el que llegue traiga el odio. Las ciudades no son edificios, son multitudes, y hay choques, es durísima la emigración si no funciona. Hay dolor. Y aquí hay mucho dolor ahora. Pero hay que saber algo: no se puede borrar el dolor de nuestras vidas; pagaremos cara esta obsesión por borrar el dolor. El dolor se necesita para amar.

La inmigración es central en esos poemas de Margarit. Siento La Rambla hostil: está ahí/ en el hedor de los restos de La Boquería,/ un rebaño que marca la pobreza,/ un ganado cubierto por las moscas,/ el barro, religiones pavorosas./ Todo es oro sucio: el suelo de La Rambla/ como una tumba de la multitud, fachadas con estuco y luz de mar./ No se echarán atrás (…). Es de 1997. Y este de 2013 es Barcelona, su canto de amor y dolor a la ciudad en la que vive el poeta: Su nombre es un refugio todavía,/ la civil santidad de la codicia/ y el exabrupto generoso/ de Montjuïc, los muertos frente al mar.(…) Pero, en Montjuïc tengo dos hijas,/ y ahora me ofende un gentío extraño/ que se ciega en la fiesta innecesaria/ de gélidos hoteles, de superfluos/ escaparates. Suele, en los refugios,/ hacer más frío que en ninguna parte,/ desolada ciudad que haces de puta.

¿Quién pintará ese Guernica, qué ha de decir el poeta? El Guernica nos llegó tarde a Barcelona, aquello fue en Bizkaia. Supimos de aquel dolor tan tarde. ¿Y este, cómo pintar este que viene ahora? Con palabras de verdad; el poeta busca siempre salvar las palabras, los políticos las malgastan, las desactivan, las dejan medio muertas. En ese poema de Barcelona están el amor y el dolor por Barcelona. Esa ciudad 'que haces de puta' es mi ciudad, que amo, y en Montjuïc tengo enterradas dos hijas. Sin dolor yo no hubiera amado tanto Barcelona.

Así pintaría La Rambla, pues, Joan Margarit, con amor, con dolor, con esas dos pinturas juntas.

No quiero, pese a todo... - Fabio Morábito - Egipto-Italia-México


No quiero, pese a todo,
muros gruesos,
tan gruesos que no oiga
el silencio de los otros,
hecho de algunas voces y ruidos
que se filtran por los muros,
avisos de la vida
que transcurre al lado,
abajo, arriba,
en contra mía;
quiero unos muros que me aislen
levemente,
contar con el silencio
que los otros tienen,
saber que es frágil,
que sin hacer ruido es como
estamos juntos
y estamos en contacto.
No quiero nada grueso
que me impida oír
que hay otros que desean de mí
que no haga ruido
y que a través de las paredes
que nos unen y dividen
escuchan mi silencio y lo agradecen.

viernes, 18 de agosto de 2017

Certezas I - Jorge Fondebrider - Argentina


Después de varios días,
al tomate le sale una corona de inmundicia.
Las ballenas emigran hacia el norte.
Espera el cocodrilo hundido entre las cañas.
Los cactos del desierto florecen cuando llueve.
El berro siempre crece al lado de las zanjas. Cede el lodo
y arrastra a la montaña, con piedras y con palos, cuesta abajo.
Los restos del naufragio yacen muertos
perdidos en el fondo de mares solitarios. La madera
se pudre. Y en la nieve
hay un conejo blanco al que persigue un puma.
Ambos corren en silencio. Saben
qué hace cada uno en ese drama:
seguir, acelerar, cambiar de dirección,
quién estira la zarpa,
a quién se le quiebra el espinazo.
Todos saben qué hay que hacer.
Yo, no.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Ayer - Ángel González - España


Ayer fue miércoles toda la mañana.
Por la tarde cambió:
se puso casi lunes,
la tristeza invadió los corazones
y hubo un claro
movimiento de pánico hacia los
tranvías
que llevan los bañistas hasta el río.

A eso de las siete cruzó el cielo
una lenta avioneta, y ni los niños
la miraron.
Se desató
el frío,
alguien salió a la calle con sombrero,
ayer, y todo el día
fue igual,
ya veis
qué divertido,
ayer y siempre ayer y así hasta ahora,
continuamente andando por las calles
gente desconocida,
o bien dentro de casa merendando
pan y café con leche, ¡qué
alegría!

La noche vino pronto y se encendieron
amarillos y cálidos faroles,
y nadie pudo
impedir que al final amaneciese
el día de hoy,
tan parecido
pero
¡tan diferente en luces y en aroma!

Por eso mismo,
porque es como os digo
dejadme que os hable
de ayer, una vez más
de ayer: el día
incomparable que ya nadie nunca
volverá a ver jamás sobre la tierra.

lunes, 14 de agosto de 2017

Soledades - Mario Benedetti - Uruguay


Ellos tienen razón
esa felicidad
al menos con mayúscula
no existe
ah pero si existiera con minúscula
seria semejante a nuestra breve
presoledad.

Después de la alegría viene la soledad
después de la plenitud viene la soledad
después del amor viene la soledad.

Ya sé que es una pobre deformación
pero lo cierto es que en ese durable minuto
uno se siente
solo en el mundo.

Sin asideros
sin pretextos
sin abrazos
sin rencores
sin las cosas que unen o separan
y en esa sola manera de estar solo
ni siquiera uno se apiada de uno mismo.

Los datos objetivos son como sigue.

Hay diez centímetros de silencio
entre tus manos y mis manos
una frontera de palabras no dichas
entre tus labios y mis labios
y algo que brilla así de triste
entre tus ojos y mis ojos
claro que la soledad no viene sola.

Si se mira por sobre el hombro mustio
de nuestras soledades
se verá un largo y compacto imposible
un sencillo respeto por terceros o cuartos
ese percance de ser buena gente.

Después de la alegría
después de la plenitud
después del amor
viene la soledad.

Conforme
pero
que vendrá después
de la soledad

A veces no me siento
tan solo
si imagino
mejor dicho si sé
que mas allá de mi soledad
y de la tuya
otra vez estas vos
aunque sea preguntándote a solas
que vendrá después
de la soledad.

sábado, 12 de agosto de 2017

Salutación del optimista - Rubén Darío - Nicaragua


Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!
Porque llega el momento en que habrán de cantar nuevos himnos
lenguas de gloria. Un vasto rumor llena los ámbitos;
mágicas ondas de vida van renaciendo de pronto;
retrocede el olvido, retrocede engañada la muerte,
se anuncia un reino nuevo, feliz sibila sueña,
y en la caja pandórica de que tantas desgracias surgieron
encontramos de súbito, talismánica, pura, riente,
cual pudiera decirla en sus versos Virgilio divino,
la divina reina de luz, ¡la celeste Esperanza!

Pálidas indolencias, desconfianzas fatales que a tumba
o a perpetuo presidio, condenasteis al noble entusiasmo,
ya veréis el salir del sol en un triunfo de liras,
mientras dos continentes, abandonados de huesos gloriosos,
del Hércules antiguo la gran sombra soberbia evocando,
digan al orbe: la alta virtud resucita,
que a la hispana progenie hizo dueña de siglos.

Abominad la boca que predice desgracias eternas,
abominad los ojos que ven sólo zodíacos funestos,
abominad las manos que apedrean las ruinas ilustres
o que la tea empuñan o la daga suicida.
Siéntense sordos ímpetus en las entrañas del mundo,
la inminencia de algo fatal hoy conmueve la tierra;
fuertes colosos caen, se desbandan bicéfalas águilas,
y algo se inicia como vasto social cataclismo
sobre la faz del orbe. ¿Quién dirá que las savias dormidas
no despierten entonces en el tronco del roble gigante
bajo el cual se exprimió la ubre de la loba romana?
¿Quién será el pusilánime que al vigor español niegue músculos
y que al alma española juzgase áptera y ciega y tullida?
No es Babilonia ni Nínive enterrada en olvido y en polvo
ni entre momias y piedras, reina que habita el sepulcro,
la nación generosa, coronada de orgullo inmarchito,
que hacia el lado del alba fija las miradas ansiosas,
ni la que, tras los mares en que yace sepulta la Atlántida,
tiene su coro de vástagos, altos, robustos y fuertes.

Únanse, brillen, secúndense, tantos vigores dispersos:
formen todos un solo haz de energía ecuménica.
Sangre de Hispania fecunda, sólidas, ínclitas razas,
muestren los dones pretéritos que fueron antaño su triunfo.
Vuelva el antiguo entusiasmo, vuelva el espíritu ardiente
que regará lenguas de fuego en esa epifanía.
Juntas las testas ancianas ceñidas de líricos lauros
y las cabezas jóvenes que la alta Minerva decora,
así los manes heroicos de los primitivos abuelos,
de los egregios padres que abrieron el surco prístino,
sientan los soplos agrarios de primaverales retornos
y el rumor de espigas que inició la labor triptolémica.

Un continente y otro renovando las viejas prosapias,
en espíritu unidos, en espíritu y ansias y lengua,
ven llegar el momento en que habrán de cantar nuevos himnos.
La latina estirpe verá la gran alba futura:
en un trueno de música gloriosa, millones de labios
saludarán la espléndida luz que vendrá del Oriente,
Oriente augusto, en donde todo lo cambia y renueva
la eternidad de Dios, la actividad infinita.
Y así sea Esperanza la visión permanente en nosotros,
¡ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda!

jueves, 10 de agosto de 2017

Disyuntiva - Rafael Cadenas - Venezuela


La naturaleza de la poesía
es inintencionada.
                                                                     Goran Palm
Yo quería escribir
un poema,
luego tuve la intención
de no tener intención
y el poema se quedó allí
detenido,
atrapado,
carbonizado entre la chispa
de las dos intenciones
y aquí
lo dejo.

martes, 8 de agosto de 2017

Literatura y ciencia/ 27 - Hidrógeno - Eduardo Jordá - España


Del dolor y del tiempo, ¿qué saben las estrellas?
En su yerta sustancia de ceniza
no hay finitud ni angustia, día y noche.
¿Cómo van a poder guiar nuestros pasos?
Nada ansían ni temen, nada sueñan.
Su principio vital es el hidrógeno
con una porción de helio. Y eso basta.
Todo es allí perfecto, indestructible:
la alegría es tiniebla; el fin, aurora.

Nuestro hidrógeno es tiempo y es dolor,
dos sustancias que nunca hallará un físico.
Nuestro helio es la estrella fugaz de los deseos
y ese vencejo gris que ahora pasa.
Y quizá algunas cosas que nos siguen
y a las que perseguimos, sin saber bien por qué.
Una mujer desnuda, el susurro de un maizal.
Las nubes fugitivas, el agua transparente.
Y una sonrisa, un plástico, una foto.
Cosas que nos explican porque existen
más allá de nosotros, sin nosotros.
Cosas que dejaremos a los desconocidos.
Cosas que todo el mundo olvidará.
Cosas que existirán, tercas, leales,
cuando nadie se acuerde de nosotros.

domingo, 6 de agosto de 2017

Paisaje con ruina y cabaret - Juan Manuel Roca - Colombia


I.
En este poema
Hay una ciudad.
En la ciudad hay un abismo,
En el abismo hay una ruina,
En la ruina hay un herido,
En el herido estoy yo.

II.
En este poema es de noche.
En la noche hay una calle,
En la calle un cabaret,
En el cabaret una cantora,
En la cantora un corazón,
En el corazón un muerto.
De La hipótesis de Nadie, 2005

viernes, 4 de agosto de 2017

Sobre la poesía - Juan Gelman - Argentina


habría un par de cosas que decir/
que nadie lee mucho/
que esos nadie son pocos/
que todo el mundo está con el asunto de la crisis mundial/ y

con el asunto de comer cada día/ se trata
de un asunto importante/ recuerdo
cuando murió de hambre el tío juan/
decía que ni se acordaba de comer y que no había problema/

pero el problema fue después/
no había plata para el cajón/
y cuando finalmente pasó el camión municipal a llevárselo
el tío juan parecía un pajarito/

los de la municipalidad lo miraron con desprecio o desdén/
murmuraban
que siempre los están molestando/
que ellos eran hombres y enterraban hombres/ y no
pajaritos como el tío juan/ especialmente

porque el tío estuvo cantando pío-pío todo el viaje hasta el crematorio municipal/
y a ellos les pareció un irrespeto y estaban muy ofendidos/
y cuando le daban un palmetazo para que se callara la boca/
el pío-pío volaba por la cabina del camión y ellos sentían que les hacía pío-pío en la cabeza/ el

tío juan era así/ le gustaba cantar/
y no veía por qué la muerte era motivo para no cantar/
entró al horno cantando pío-pío/ salieron sus cenizas y piaron un rato/
y los compañeros municipales se miraron los zapatos grises de vergüenza/ pero

volviendo a la poesía/
los poetas ahora la pasan bastante mal/
nadie los lee mucho/ esos nadie son pocos/
el oficio perdió prestigio/ para un poeta es cada día más difícil

conseguir el amor de una muchacha/
ser candidato a presidente/ que algún almacenero le fíe/
que un guerrero haga hazañas para que él las cante/
que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro/

y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron las muchachas/ los almaceneros/ los guerreros/ los reyes/
o simplemente los poetas/
o pasaron las dos cosas y es inútil
romperse la cabeza pensando en la cuestión/

lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío
en las más raras circunstancias/
tío juan después de muerto/ yo ahora
para que me quieras/

miércoles, 2 de agosto de 2017

Microrrelatos/ 22 - Sueño marino / Poemas - Sam Shepard - Estados Unidos


SUEÑO MARINO

La cama era para él un océano, incluso cuando estaba despierto. Las mantas se ondulaban como las olas. Las sábanas espumeaban como las rompientes. Las gaviotas caían en picado y pescaban a lo largo de su espalda. Hacía bastantes días que no se levantaba y todo el mundo estaba preocupado. No quería hablar ni comer. Sólo dormir y despertarse y volver a dormirse. Cuando fue a verlo el médico, se le meó encima. Cuando fue a verlo el psiquiatra, le lanzó un escupitajo. Cuando fue a verlo un cura, le vomitó. Finalmente lo dejaron en paz y se limitaron a pasarle zanahorias y lechuga por debajo de la puerta. Era lo único que quería comer. Los demás habitantes de la casa bromeaban diciendo que tenían un conejito, y él les oyó. Cada vez se le aguzaba más el oído. De modo que dejó de comer. Empujó la cama hasta ponerla contra la puerta, para que nadie pudiera entrar, y luego se durmió. Por la noche los demás habitantes de la casa oían el silbido de los huracanes al otro lado de la puerta. Y truenos y relámpagos y sirenas de barcos en una noche de niebla. Aporrearon la puerta. Intentaron derribarla, sin conseguirlo. Aplicaron la oreja a la puerta y oyeron gorgoteos subacuáticos. En la cara exterior de las paredes de esa habitación empezaron a crecer algas y percebes. Comenzaron a asustarse. Decidieron encerrarlo en un manicomio. Pero cuando salieron por el coche descubrieron que toda la casa estaba rodeada por un océano que se extendía hasta donde alcanzaba su vista. Océano y nada más que océano. La casa se balanceaba y cabeceaba toda la noche. Ellos se quedaron apretujados en el sótano. Desde la habitación cerrada les llegó un prolongado gemido y la casa entera se sumergió en el mar.


POEMAS

El insomnio es una cadena

El insomnio es una cadena
El insomnio es un lazo
El insomnio es un círculo vicioso

Ahora mismo
Dentro de mi cabeza
Dentro de los huesos

Gira mi cuello
Se mueve el cartílago
Me gusta el ruido de mis huesos

En medio de esta emergencia
Pienso en ti
Y sólo en ti

En medio de esta sangre insomne
Tus labios rosados
Tus brazos extendidos hacia arriba

No puedo respirar sin ti
Pero este círculo de costillas
Sigue funcionando por su cuenta


A ver si lo entiendo

¿Dices
Que te tortura el no poder escribir
O que
No puedes escribir porque estás torturado?

¿Dices
Que estos tiempos te han convertido en un escéptico
O que
Estos tiempos confirman tu escepticismo?

Mira, voy a decirte una cosa
Preferiría tener que echarles el lazo a las reses
Que hablar de política contigo

Preferiría caer borracho perdido
Debajo de un camión de remolque

Tu desesperación es más aburrida
Que el Merv Griffin Show

Tu gimoteante lloriqueo
Tus grandes soluciones baratas para la delincuencia

Levanta el culo y ponte a cocinar
Haz con tu tiempo
Lo que quieras
Pero no malgastes el mío
Brownsville Girl (Bob Dylan - Sam Shepard)
Del álbum Knocked Out Loaded - Bob Dylan, 1986.