VIII. Visiones de Oxford
1. El palimpsesto
¿Qué es el cerebro humano sino un palimpsesto inmenso y natural? Mi cerebro es un palimpsesto y el tuyo también, lector. Innumerables capas de ideas, de imágenes, de sentimientos, han caído sucesivamente en tu cerebro tan suavemente como la luz. Parecía que cada una de ellas enterraba a la precedente. Pero ninguna ha perecido en realidad. No obstante, entre el palimpsesto que contiene, superpuestas una sobre otra, una tragedia griega, una leyenda monacal y una novela de caballería, y el palimpsesto divino creado por Dios que es nuestra memoria inconmensurable se presenta esta diferencia: que en el primero hay como un caos fantástico, grotesco, una colisión entre dos elementos heterogéneos; en tanto que en el segundo la fatalidad del temperamento pone forzosamente una armonía entre los elementos más dispares. Por incoherente que sea una existencia, la unidad humana no se perturba en ella. Si se los pudiera despertar simultáneamente, todos los ecos de la memoria formarían un concierto, agradable o doloroso, pero lógico y sin disonancias.
Con frecuencia personas sorprendidas por un accidente súbito, sofocadas bruscamente por el agua y en peligro de muerte, han visto que se iluminaba en su cerebro todo el teatro de su vida pasada. El tiempo ha quedado aniquilado y han bastado unos segundos para contener una cantidad de sentimientos y de imágenes equivalente a años. Y lo más singular de esta experiencia, que la casualidad ha provocado muchas veces, no es la simultaneidad de tantos elementos que eran anteriormente sucesivos, sino la reaparición de todo aquello que no conocía ya el ser mismo, pero que se ve forzado a reconocer como propio. El olvido es, por lo tanto, solamente momentáneo; y en algunas circunstancias solemnes, tal vez ante la muerte, y en general en las excitaciones intensas creadas por el opio, todo el inmenso y complicado palimpsesto de la memoria se despliega de golpe, con todas sus capas superpuestas de sentimientos difuntos, misteriosamente embalsamados en lo que llamamos el olvido.
Un hombre de genio, melancólico, misántropo y que quiere vengarse de la injusticia de su siglo, arroja un día al fuego todas sus obras todavía manuscritas. Y como le reprocharon ese horrible holocausto hecho al odio, el que, por otra parte, era el sacrificio de todas sus esperanzas, respondió: "¿Qué importa? Lo importante era que esas cosas fuesen creadas; fueron creadas y, por lo tanto, existen". Otorgaba a todo lo creado un carácter indestructible. ¡Cómo se aplica esta idea de un modo todavía más evidente a todos nuestros pensamientos y a todas nuestras acciones, sean buenos o malos! Y si en esta creencia hay algo que consuela infinitamente cuando nuestro espíritu se vuelve hacia esa parte de nosotros mismos que podemos contemplar con complacencia, ¿no hay también algo infinitamente terrible en el caso futuro, inevitable, en que nuestro espíritu se vuelva hacia esa parte de nosotros mismos que sólo podemos afrontar horrorizados? En lo espiritual, como en lo material, nada se pierde. Así como toda acción lanzada en el torbellino de la acción universal es irrevocable e irreparable en sí misma, prescindiendo de sus posibles consecuencias, así también todo pensamiento es imborrable. El palimpsesto de la memoria es indestructible.
Sí, lector, son innumerables los poemas de alegría o de pena que se han grabado sucesivamente en el palimpsesto de tu cerebro, y como las hojas de las selvas vírgenes, como las nieves indisolubles del Himalaya, como la luz que cae sobre la luz, sus capas incesantes se han ido acumulando y a cada una, a su turno, la ha cubierto el olvido. Pero a la hora de la muerte, o bien durante la fiebre, o mediante las búsquedas del opio, todos esos poemas pueden cobrar de nuevo vida y fuerza. No están muertos, dormitan. Se cree que la tragedia griega fue desechada y reemplazada por la leyenda del monje, y la leyenda del monje por la novela de caballería, pero eso no es cierto. A medida que el ser humano va avanzando en la vida, la novela que en su juventud le deslumbraba, la leyenda fabulosa que de niño le seducía, se marchitan y oscurecen por sí solas. Pero las profundas tragedias de la infancia —brazos de niños arrancados para siempre del cuello de sus madres, labios de niños separados para siempre de los besos de sus hermanas— siguen viviendo ocultas bajo las otras leyendas del palimpsesto. La pasión y la enfermedad carecen de una química lo suficientemente poderosa para quemar esas impresiones inmortales.
Traducción de Luis Echávarri
"Si se los pudiera despertar simultáneamente, todos los ecos de la memoria formarían un concierto, agradable o doloroso, pero lógico y sin disonancias..."
ResponderEliminarMaestro Baudelaire. Voz del aire. De lo inefable.
Baudelaire es uno de los que puede pintar cuando escribe, retratar lo inefable y hasta hacernos delinear cuando lo leemos.
El otro día, estudiando Van Gogh, leí que se descubrió, a través de un proceso lumínico de laboratorio que no viene al caso, que en muchos de sus cuadros, debajo de las cargadas capas de sustancia de pintura han quedado registros de cuadros anteriores, trazos despintados o que fueron raspados, ecos de viejas imágenes. La razón es muy sencilla: ante la falta de dinero Vincent solía repintar sobre obras anteriores en el voraz desesperado afán por capturar una puesta o una mueca del paisaje o cualquier detalle para que no se le perdiera y así poder plasmar lo que había detectado... Y entonces pensé, no son esos cuadros los palimpsestos de Van Gogh...?
Seguro, seguro, los palimpsestos de Van Gohg, los palimpsestos de tantos artistas.
ResponderEliminarPero aquí de lo que se trata es de la vida: la vida comno palimpsesto. Genial visión de Baudelaire para su época. La vida, sobre la vida, sobre la vida...