Según las anotaciones en su diario íntimo, Casanova tardó cuarenta y cuatro días en escribir la novela El don de Vorace: entre el 9 de junio y el 23 de julio de 1974. Tenía 17 años.
Capítulo 1
De repente me encuentro de pie, temblando intento asirme a la cómoda, pero ya no hay cómoda sino un pequeño taburete con frascos medicinales. Atrapo uno que tiene forma de botella y lo alzo hasta mis ojos, pero no consigo unir más de dos sílabas. ¡Rayos, esto es indescifrable! [...] Con tenaz esfuerzo devuelvo el frasco al taburete y noto estar erguido, sin apoyarme en objeto alguno. [...] Es preciso saber cuánto tiempo he delirado en ese horrible camastro, así es que acudo a la última página escrita. Una fecha: 2-diciembre y, con letra que cualquier grafólogo calificaría de melancólica y pesimista, leo: "Hoy es mi último día con vida (ojalá). Esta noche bajaré el telón... El demonio quiera que no se vuelva a subir". Luego vienen toda clase de detalles sobre el revólver con que me ejecuté y algunas estrofas sarcásticas referidas a lo que en realidad ha ocurrido y que ya intuía con cierta seguridad. Más adelante, una serie de recuerdos mal hilvanados, mis libros, padres, infancia... Un beso final para Marta y la firma completa, con letra de molde: BERNARDO VORACE MARTÍN.
No puedo por menos que carcajearme de este nuevo intento fallido o llorar como sólo yo he llorado. Opto por enmudecer los pensamientos y andar sonámbulo. El demonio alzó el telón.
Debo destruir a todos los que conocen mis flaquezas, todo vestigio con el pasado. Bañándome en el mar en calma bajo la luna. Borrar de la faz de la vida a cuantos conocen mis imperfecciones, testigos de mis anteriores torpezas humanas. Recomenzar.
Del prólogo de Fernando Aramburu, reciente autor de Patria, novela aclamada por lectores y crítica
Se advierte en Casanova la gracia, el desparpajo, la propensión lúdica de un ángel con rasgos diabólicos, todo lo cual exime a su arte de las esperables convenciones del oficio [...]
El parangón con Rimbaud es pertinente. Acaso hermane a ambos escritores con mayor motivo la naturaleza rebelde y visionaria de sus respectivas obras, tan distintas por otros conceptos. [...]
La relectura me afirma en el convencimiento de que El don de Vorace representa, junto con cierto número de poemas donde se insinúan pequeños relatos, la parte más valiosa de su trabajo. El libro, abiertamente inverosímil, es de principio a fin una parodia. Construida sobre la estructura de un monólogo que admite la reproducción de conversaciones, alberga en sus páginas una sucesión de episodios macabros, escenas de violencia, actos irracionales, pesadillas y visiones que denotan un esfuerzo imaginativo poco común. Sabemos por el padre del autor, que contribuyó a la redacción del libro en funciones de mecanógrafo, que no pocos capítulos fueron repentizados a viva voz por Casanova, a quien apremiaba la cercanía del plazo de entrega de un concurso literario, uno de tantos que ganó. Un libro de esa índole no se planea. Se escribe en trance, se improvisa al calor de una inventiva ágil o simplemente le sale a uno.
Su protagonista, Bernardo Vorace, constata, tras varios intentos frustados de suicidio, que es un hombre inmortal. El descubrimiento lo lleva a cabo en la primera página de la novela, tras despertarse con un agujero de bala en la sien. El resto del relato consiste en la deriva criminal de un hombre a quien la imposibilidad de morir ha despojado de principios morales [...].
Del prólogo de Fernando Aramburu sólo puedo decir que me incita a leer el libro de Casanova...
ResponderEliminarDe lo que leí de Félix Francisco parece escrito a la luz de la oscuridad de su alma. Cuánto talento...
Talento inmenso, desgraciadamente malogrado. ¿Qué habría podido hacer si hubiese seguido viviendo?
ResponderEliminarLo dicho, resplandece su oscuridad hasta en esa potencialidad.
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