Introducción de 'Palinuro de México'
Ésta no es una obra de ficción.
La razón por la cual algunos
de sus personajes prodrían parecerse
a personas de la vida real,
es la misma por la cual algunas
personas de la vida real parecen
personajes de novela.
Nadie, por lo tanto, tiene derecho
a sentirse incluido en este libro.
Nadie, tampoco, a sentirse excluido.
6. Sponsalia Plantarum y el cuarto de la Plaza de Santo Domingo (Fragmento)
[...]
Fue ésta la tía Luisa -y ninguna otra tía Luisa del mundo- la responsable de haber tomado la primera fotografía de Estefanía bajo un árbol. Esto fue en Veracruz, cuando mi prima y yo coincidimos con el viaje que cada año hacía la tía Luisa para visitar el sepulcro de Jean Paul cuyo cuerpo por una razón o por otra ni se quedó en México ni llegó nunca a París. Desde entonces el destino de Estefanía -como el de las ninfas de los bosques- quedó unido al de un árbol. Es decir, al de cientos de árboles. De regreso a la ciudad de México, mi prima quiso que el tío Esteban la fotografiara debajo de un naranjo. Cuando fue a Berlin, muchos años después, se retrató bajo los tilos. En Oaxaca, bajo el árbol de Santa María del Tule. Luego, bajo un abedul en Rusia, bajo una higuera de Bengala en Palm Beach y bajo el árbol de la Noche Triste en Popotla. Soñó después con visitar un día el árbol de Woolsthorpe a cuya sombra Newton descubrió la ley de la gravitación universal, el plátano del Iliso que refrescaba las enseñanzas de Platón y los halodendros bajo los cuales murió el Buda. En un diccionario de mitología mi prima descubrió el Heom persa que brotó del cuerpo del primer hombre y el ciprés del que se ahorcó Helena, la esposa de Menelao. En las páginas de la Biblia, supo del cedro sagrado que corona la cima del monte Líbano y el espino del que salió la madera para construir la cruz de Cristo y las columnas del templo de Salomón. Y me hizo jurar que algún día iba yo a retratarla, o cuando menos a dibujarla, bajo éstos y todos los otros árboles famosos de la historia y la literatura, incluyendo el árbol sagrado de La Rama Dorada y los baobabs de El Principito.
Entre todos estos retratos y dibujos de Estefanía, mi favorito era una fotografía que mi prima me mandó desde los Estados Unidos cuando tenía diecisiete años y donde estaba sentada bajo un roble americano que le provocó una fiebre alérgica recurrente que desde entonces le repetía cada año en la misma época. Fue esta fotografía el primer objeto que llevamos a nuestro cuarto de la Plaza de Santo Domingo, después de mandarle hacer un paspartú de color índigo y un marco de hoja de oro. Después, y siempre en relación con la fotografía, fuimos adquiriendo y llevando al cuarto todos los objetos que aun sin proponérselo hacían juego con ella: los ceniceros, los cubrecamas -en realidad, uno solo: la colcha de retazos que nos regaló la tía Luisa y que le inspiró a Walter la idea de hacerse el famoso chaleco de rombos-, los libros -entre los que no faltaban Las cartas de una Monja Portuguesa, el Homenaje a Sextus Propertius y Las aventuras de Tyl Ulenspiegel-, las faldas y las medias de Estefanía, mis calzones y calcetines, las cartas de los amigos, una caracola de la Isla Verde, un huevo de cristal puesto especialmente por Brancusi para nosotros y mil cosas más.
Con el tiempo, mandamos hacer una pared especial para colgar la fotografía y más adelante, cuando habíamos ahorrado lo suficiente, mandamos hacer tres paredes más. La de enfrente con una ventana de modo que todas las mañanas el sol de otoño iluminara las hojas doradas del árbol y el sol de primavera las hojas verdes. A esta ventana llegaba, también todos los días, la paloma de Palinuro que más de una vez se apareció cuando mi prima lloraba por todos sus antepasados. Y es que a Estefanía, desde que descubrió en el cuarto de la abuela Altagracia los retratos de los muertos, le dio por llorar a los abuelos húngaros que nunca conoció, a los bisabuelos mexicanos que habían muerto muchos años antes de que ella naciera, a una tía lejana de la que no se acordaba y a tantos otros familiares o casi familiares como el desventurado Jean Paul, hasta que al fin un día le expliqué con números que no era difícil que tuviéramos hasta sesenta y cuatro mil antepasados, o muchos más, y que no era justo que llorara por unos y no lo hiciera por todos, y que para llorar a tanto muerto no le alcanzaría la vida entera. Desde entonces no lloró a ninguno.
La pared del lado izquierdo de nuestro cuarto la diseñamos con dos puertas, de manera que el retrato de Estefanía tuviera un baño y una cocina que se llevaran con su blusa y sus ojos. Y en la pared de la derecha abrimos una puerta para que todos nuestros amigos pudieran entrar a ver la fotografía, para lo cual mandamos hacer una escalera luego de ordenar un edificio a la medida, cuidando que todos los detalles tanto de la fachada como del interior -o sea ventanas, instalaciones eléctricas y desagüe, corredores, cornisas, zaguán y arcadas-, armonizaran con el retrato de Estefanía. Por otra parte, nos pareció que lo más conveniente para la fotografía era que nuestro cuarto tuviera cuatro pisos abajo y arriba sólo el cielo que se transparentaba por un tragaluz que mandamos hacer especialmente a fin de que los pájaros, los gatos, los aviadores y sobre todo el pobre hombre que limpiaba el tragaluz, tuvieran oportunidad de ver el retrato.
No nos olvidamos de los habitantes del edificio: mandamos hacer una portera y unos vecinos -entre ellos el médico, el policía, la vecina loca y el burócrata-, que con el pretexto de espiarnos cuando hacíamos el amor o de pedirnos prestada una cebolla o media taza de harina, se extasiaban ante el retrato de Estefanía. A nosotros nos encantaba que nos espiaran, pero la portera comenzó a descuidar sus tareas hasta tal punto que un día, para ahuyentarla, le pedimos al general que nos prestara su ojo de vidrio y lo pegamos al ojo de la cerradura. Supimos después que la portera se había quejado con el policía de que la espiábamos cuando nos espiaba.
También mandamos hacer varios inquilinos indiferentes a nuestras vidas y al retrato mismo, que formaron parte de otros millones y millones de personas -tantas o más que todos nuestros antepasados y probables descendientes-, que mandamos hacer más adelante y que nos pareció adecuado que ignoraran nuestra existencia para que la fotografía no se sintiera agobiada por la curiosidad de tantos admiradores y comenzara a sospechar de sus propios atributos. Esta cifra, desde luego, cambiaba cada segundo según se morían o nacían miles de personas desconocidas, y cada semana, según mi prima caminaba por la ciudad haciéndose nuevos amigos y nuevos amantes.
Como es natural, mandamos hacer una ciudad alrededor de nuestro edificio y decidimos que fuera la ciudad de México por la simple y casi única razón que ya habíamos nacido en ella. Después mandamos hacer un país alrededor de la ciudad, un mundo alrededor del país, un universo alrededor del mundo, y una teoría alrededor del universo, cuidando que cada detalle: las iglesias, plazas, tiendas, calles y estaciones de bomberos de la ciudad de México y de todas la ciudades tentaculares que maldijo Verhaeren, y también el mal carácter de la abuela Altagracia, y la Guerra de los Bóers y los delirios a potu nimio y a potu suspenso del tío Austin y el terremoto de Lisboa, así como el estreno de Hernani, el nacimiento del psicoanálisis, la tragedia de Mayerling y el domingo de Pentecostés, cuidando que todos estos detalles, te decía, hicieran juego o contraste con el retrato de Estefanía.
En otras palabras, tuvimos que mandar hacer -también a la medida- un tiempo antes del retrato y un tiempo después. A Estefanía no le importó que la época de la creación se remontara millones y millones de años atrás y que el hombre tuviera seiscientos cincuenta mil de vivir, sufrir y morir sobre la Tierra. En otras palabras, le tuvo sin cuidado la edad del universo con la condición de que hubiera tenido un principio. Es decir, estuvo de acuerdo con el Doctor Seraphicus (San Buenaventura), en que cuando menos el tiempo antes no fuera infinito, porque al tener que transcurrir un infinito número de días antes de la aparición del retrato, nunca hubiera llegado el día de tal aparición y por lo mismo jamás hubiera existido un tiempo antes y un tiempo después. Esto nos habría hecho recurrir a un concepto distinto del tiempo y de la eternidad, y por lo tanto al Doctor Angelicus (Tomás de Aquino), por el cual el retrato de Estefanía nunca sintió mucha afición que digamos. [...]
En otras palabras, tuvimos que mandar hacer -también a la medida- un tiempo antes del retrato y un tiempo después. A Estefanía no le importó que la época de la creación se remontara millones y millones de años atrás y que el hombre tuviera seiscientos cincuenta mil de vivir, sufrir y morir sobre la Tierra. En otras palabras, le tuvo sin cuidado la edad del universo con la condición de que hubiera tenido un principio. Es decir, estuvo de acuerdo con el Doctor Seraphicus (San Buenaventura), en que cuando menos el tiempo antes no fuera infinito, porque al tener que transcurrir un infinito número de días antes de la aparición del retrato, nunca hubiera llegado el día de tal aparición y por lo mismo jamás hubiera existido un tiempo antes y un tiempo después. Esto nos habría hecho recurrir a un concepto distinto del tiempo y de la eternidad, y por lo tanto al Doctor Angelicus (Tomás de Aquino), por el cual el retrato de Estefanía nunca sintió mucha afición que digamos. [...]
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Inopia
He despilfarrado el arcoíris.
Las golondrinas que tenía destinadas a varios poemas
están en números rojos.
Mi cuenta de atardeceres está congelada.
Le debo al fisco tres mil quinientas mariposas.
La palabra no es vieja,
por fortuna.
Yo no soy la palabra,
por desgracia.
Cuando la palabra me dice,
la palabra me retrata.
Cuando digo a la palabra,
la palabra se espanta.
La palabra es un río cuando el río es un cometa.
Un cometa es la nube cuando la nube llueve,
la nube llueve cuando en mi cuaderno
escribo la palabra "lluvia" mil veces.
Yo no soy la palabra
pero quisiera serlo
para volar con ella
de tiempo en tiempo,
de boca en boca.
El viaje como imagen de la vida
El viaje como imagen de la vida y como aventura de la [imaginación
han sido dos constantes de nuestro pensamiento.
La vida es un viaje de la luz a la oscuridad.
La vida es siempre el viaje del héroe de las mil caras,
del millón de caras, y cada día viajamos de la mañana a la [noche;
de noche viajamos en nuestros sueños;
de día viajamos por los sueños que tenemos con los ojos [abiertos.
Y no tenemos que ir muy lejos.
Viajamos en nuestros recuerdos y podemos viajar en los [recuerdos de otros,
en las memorias y las autobiografías de Zweig, Neruda, [Casanova.
Leer a Balzac es viajar a la Francia del siglo XIX,
leer a William Faulkner es viajar al sur profundo de Estados [Unidos de los años treinta,
leer a Mariano Azuela es viajar a las entrañas de la Revolución.
Vámonos con Martín Luis Guzmán y Pancho Villa a la toma de [Zacatecas.
Vámonos con Alejo Carpentier al siglo de las luces.
Vámonos con Rafael F. Muñoz a Bachimba.
Vámonos con Borges de ida y vuelta al infinito.
Vámonos con Alicia al otro lado del espejo.
¿Por qué no decirle a nuestros niños que cuando abrimos un libro,
sus páginas se transforman en velas, y con ellas desplegadas
podemos navegar a los rincones más lejanos de nuestro país,
a los recovecos más misteriosos de nuestra historia,
a las tierras más altas de la imaginación?
Fueron viajeros Robinson Crusoe y Arthur Gordon Pym.
Viajó Gulliver, viajó Simbad, viajó Tartarín y el capitán Ahab.
¿Por qué no decirle a nuestros niños y a nuestros jóvenes
que con los libros pueden viajar por el dolor y la alegría de los [seres humanos,
y por sus esperanzas, por su soledad, su amor y sus pasiones?
¿Por qué no decirles que con los libros podrán viajar al centro de [sí mismos,
por los mares de sus conciencias, por las profundidades de sus [pensamientos?
Es tan blanca, tu piel, como la nieve
La rosa es una rosa es una rosa
Como el oro, por rubio, es tu cabello
Tus ojos son azules como el cielo
El publicista, locutor de la BBC, diplomático, académico, pintor, poeta, novelista y ensayista mexicano Fernando del Paso acaba de ser galardonado con el Premio Cervantes en su XXX edición, por su aportación al desarrollo de la novela aunando tradición y modernidad, como hizo Cervantes en su momento. Sus novelas llenas de riesgos recrean episodios fundamentales de la historia de México, según el acta del jurado. Es el sexto escritor mexicano que consigue el premio, tras Octavio Paz (1981), Carlos Fuentes (1987), Sergio Pitol (2005), José Emilio Pacheco (2009) y Elena Poniatowska (2013). Como saben, el premio se entrega en la Universidad de Alcalá de Henares el 23 de Abril de 2016.
A Fernando del Paso, autor de novelas emblemáticas como José Trigo, Palinuro de México o Noticias del Imperio, se le puede encuadrar dentro del grupo del boom latinoamericano (Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez...), aunque él mismo diga: Soy parte de la cola del boom.
Entre sus influencias literarias cita a Joyce, Dos Passos, Faulkner, Sterne, Rabelais, Flaubert, Sófocles... Y entre los latinoamericanos se declara admirador de Jorge Luis Borges, Alejo Carpentier y García Márquez; amigo de Carlos Fuentes y conocido de Cortázar.
Sobre su país, México, dice entre otras cosas:
México se ha vuelto un país peligroso y estamos consternados una enorme mayoría de personas. Además, me preocupa mucho la corrupción de mi país.
Todavía hay una discriminación racial y social. Es un fenómeno, y una lucha por el poder que el blanco siempre ha ganado. Es una situación que se estaba superando, pero se ha acentuado en los últimos años.
A los ochenta años de edad me da pena aprender los nombres de los pueblos mexicanos que nunca aprendí en la escuela y que hoy me sé sólo cuando en ellos ocurre una tremenda injusticia; sólo cuando en ellos corre la sangre: Chenalhó, Ayotzinapa, Tlatlaya, Petaquillas...¡Qué pena, sí, qué vergüenza que sólo aprendamos su nombre cuando pasan a nuestra historia como pueblos bañados por la tragedia!
Me casé con la literatura, pero mi amante es la historia.
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Actualización: 23 de abril de 2016
Fragmentos del discurso de aceptación del Premio Cervantes
Majestades, Señor Presidente del Gobierno, Señor Ministro de Educación, Cultura y Deporte, Señor Rector de la Universidad de Alcalá, Señora Presidenta de la Comunidad de Madrid, Señor Alcalde de esta ciudad, autoridades estatales, autonómicas, locales y académicas, querida esposa –oíslo- e hijos, queridos parientes y amigos que me acompañan, queridos todos, Señoras y Señores:
La del alba sería, cuando timbró el teléfono de mi casa y yo pensé que si no era una tragedia la que me iban a anunciar, sería la malobra de un rufián que deseaba perturbar mis buenas relaciones con Morfeo, o quizás el mago Frestón. Pero no fue así, por ventura: era mi hija Paulina quien desde Los Cabos, Baja California, me anunciaba haberse enterado que me habían otorgado este premio, lo cual colmome de dicha pese a que desde ese instante las múltiples llamadas telefónicas que recibí por parte de amigos, parientes y periodistas, incluyendo los de España, para ratificar la gran nueva, no me dejaron volver a pegar el ojo. Yo, ni tardo ni perezoso acometí de inmediato la empresa de despertar a cuanto amigo y pariente tengo para informarles lo que me habían comunicado.
En marzo del año pasado, cuando tuve el honor de recibir en la ciudad mexicana de Mérida el Premio José Emilio Pacheco a la Excelencia Literaria, hice un discurso que causó cierto revuelo. Sé muy bien que esas palabras despertaron una gran expectativa en lo que se refiere a las palabras que hoy pronuncio en España. Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la discriminación, lo abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo. Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza. Pues bien, me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacional para denunciar a los cuatro vientos la aprobación en el Estado de México de la bautizada como Ley Atenco, una ley opresora que habilita a la policía a apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas. Subrayo: es a criterio de la autoridad, no necesariamente presente, que se permite tal medida extrema. Esto pareciera tan solo el principio de un estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí que me daría aún más vergüenza.
Quizá debí haber comenzado este discurso de otra forma y decirles que yo nací en el ámbito de la lengua castellana el 1º de abril de 1935 en la ciudad de México. "Felicidades señora, es un niño", dicen que dijo el médico que estaba exhausto de maniobrar una y otra vez con los fórceps, antes de ponerme no de patitas sino de orejitas en el mundo y quien al ver por primera vez mis entonces diminutos órganos reproductores, coligió con gran perspicacia que yo era un varón, rollizo no, pero tampoco escuálido: yo no quería nacer y a veces todavía pienso que no quiero nacer.
Me cuentan que lloré un poco y ¡Oh, maravilla! lloré en castellano: y es que desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo, toso y estornudo en castellano. Eso no es todo: también hablo, leo y escribo en castellano.
Pancho y Ramona, el Príncipe Valiente, Lorenzo y Pepita, Tarzán y Mandrake, fueron mis primeros personajes favoritos, y yo no podía esperar a que mi padre despertara para que me leyera las historietas dominicales a colores, de modo que me di priesa en aprender a leer en lapre-primariaen la que me inscribieron mis padres, dirigida por dos señoritas que no eran monjas pero sí muy católicas y tan malandrines que me daban con grandes bríos y denuedo reglazos en la mano izquierda –yo soy zurdo- cuando intentaba escribir con ella, sin obtener su objetivo: no soy ambidextro, soy ambisiniestro. Más tarde mi mano izquierda se dedicó a dibujar y fue así como se vengó de la derecha. Pero aprendí a leer con los dos ojos, y con los dos ojos y entre los rugidos de los leones me las vi con don Quijote de La Mancha. [...]
Recuerdo que hace algunos años en una universidad francesa, cuando comencé a dar una lista de los escritores que según yo me habían influido, una persona del público señaló que yo no había mencionado a ningún escritor español y me dijo que cómo era posible. Yo le contesté: los españoles no me han influido, a los españoles los traigo en la sangre, y agregué a la enumeración aquellos latinoamericanos que son parte de mis lecturas más importantes y por lo tanto de mi vida como Borges, Onetti, Carpentier, Lezama Lima, Cortázar, Asturias, Vargas Llosa, García Márquez, Neruda, Huidobro, Gallegos, Guimarães Rosa y César Vallejo y entre los mexicanos Juan Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán, sin olvidar a Fernández de Lizardi y a nuestra amada monja Sor Juana Inés de la Cruz.
Los maravillosos sonetos de Miguel Hernández me motivaron a escribir Sonetos de lo diario, publicados por Juan José Arreola en "Cuadernos del Unicornio" en 1958. Pero en realidad mi primera incursión en el mundo castellano tuvo lugar cuando era yo muy peque: "Nano Papo quiee cuca pan quiquía", que mi madre interpretaba fielmente: "Nano Papo" era: "Fernando del Paso", "quiee cuca pan quiquía" quería decir "quiere azúcar pan y mantequilla". Algunas tías malhumoradas, pronosticaron que yo no iba a dar pie con bola con el lenguaje. Se equivocaron de palmo a palmo. Poco después, al parecer insatisfecho con el eufemismo familiar que se le asignaba a los glúteos, los llamé "las guinguingas" y pronto este neologismo fue adoptado por toda la familia. La publicación de los Sonetos me sirvió para conocer a Arreola y a Juan Rulfo, quien sabía todo lo que había que saber sobre novela mexicana, española, rusa, inglesa, italiana, alemana, y, en fin, sobre novela mundial. Comencé entonces a escribir José Trigo, un libro reflejo de mi obsesión por el lenguaje, mi fascinación por la mitología náhuatl y que obedecía a tantos otros propósitos, que lo transformaron casi en un despropósito. Pero ahí está, tan campante, a sus 50 años de edad: fue publicado en 1966. Seguí después con Palinuro de México, una especie de autobiografía inventada, una recreación literaria de mi vida como niño y adolescente, conjugada en varios tiempos verbales: lo que fui, lo que yo creí que era, lo que no fui, lo que hubiera sido, lo que sería, etc. Y después vino Noticias del Imperio, la novela sobre los emperadores Maximiliano y Carlota en la que me propuse darle a la documentación el papel de la tortuga y a la imaginación el de Aquiles. Desde muy peque el melodrama de estos dos personajes, el saber que habíamos tenido en México un emperador austriaco de largas barbas rubias al que fusilamos en la ciudad de Querétaro y una emperatriz belga que vivió, loca, hasta 1927, cuando Lindbergh cruzó el Atlántico en avión, me había fascinado. Por supuesto, en cuanto ganó Aquiles la novela quedó terminada. He escrito también libros de poesía, libros para niños y dos obras de teatro. Una de ellas que he soñado que algún día se represente o se lleve a escena en este país: La muerte se va a Granada, sobre el asesinato de Federico García Lorca.
Toda mi vida ha continuado la riña entre mi mano izquierda y mi mano derecha. Ninguna de las dos ha triunfado y esto ha significado para mí un conflicto muy profundo. Sin embargo mi mano derecha se ha impuesto, no sé si soy escritor, pero sé que no soy pintor, nunca he dejado de escribir para dibujar y siempre he dejado de dibujar para escribir. [...]
Tan mal he estado en los últimos tiempos que cuando alguien me vio me dijo: "pero hombre, ¿así va usted a ir a España?" y yo le contesté: "yo a España voy así sea en camilla de propulsión a chorro o en avión de ruedas".
¿Dije antes que "todavía pienso que no quiero nacer"? ¡Pamplinas! Fue una bravuconada. La vida ha sido bastante cuata conmigo. Quise escribir y escribí. Nunca escribí para ganar premios, pero ya ven ustedes, aquí estoy. Quise casarme con Socorro y me casé con ella. Quisimos tener hijos y tuvimos hijos. Quisimos tener nietos y tuvimos nietos. Y desde hace unos dos años tenemos una bisnieta: Cora Kate McDougal del Paso. Espero que algún día sus padres le recuerden que su bisabuelo le deseó que ella agradezca haber venido al mundo a compartir la vida con todos nosotros, aunque no sé en que lengua lo hará, puesto que nació en la tierra de James Joyce, Irlanda, y parece destinada a vivir en ese país. También desde aquí le mando mil besos a nuestra otra casi bisnieta, Ximena, a quien le digo casi bisnieta porque es la nieta de un casi nuestro hijo, Arturo. Hay más, les voy a contar una historia. Seré breve, es la misma historia que conté en la Caja de las Letras: Hace mucho tiempo el joven poeta mexicano tabasqueño, José Carlos Becerra, obtuvo una beca Guggenheim y con ella se fue a Londres con el propósito de comprar un automóvil con el cual recorrer toda Europa. Una madrugada, camino a Bríndisi, en Italia, no se sabe qué sucedió: tal vez se quedó dormido al volante, el caso es que se desbarrancó y se mató. Yo llegué también con mi beca Guggenheim a Londres pocos meses después y me alojé en la casa del mismo amigo mutuo, Alberto Díaz Lastra, en donde él se había alojado. Allí, José Carlos olvidó una camisa que yo heredé. Desde entonces, cada vez que yo sentía pereza de escribir, desánimo o escepticismo, me ponía la camisa y comenzaba a trabajar. Consideré que yo tenía un deber hacia aquellos artistas, hombres y mujeres, cuya muerte prematura les impidió decir lo que tenían que decir. Por eso esa camisa tiene tanta importancia en mi vida. Depositarla en la Caja de las Letras no significa que no vuelva yo a escribir: la magnificencia e importancia del Premio de Literatura Española Cervantes, me obliga moralmente a hacerlo y así lo haré: me pondré la camisa, así sea metafóricamente, una y otra vez, hasta que se acabe (no la camisa sino mi vida). [...]
Por cierto, también sueño en español.
Vale.
Fernando del Paso
Wow, qué gran descubrimiento. Siempre sentí una conexión especial con México. Será porque en el camino conocí a mexicanos extraordinarios, amigos que siguen hoy siendo parte de mi vida. Y uno de mis grandes deseos es ir a pasear por la Casa Azul de Frida Kahlo.
ResponderEliminarla nube llueve cuando en mi cuaderno
escribo la palabra "lluvia" mil veces.
Qué unión entre vida y poesía. Inseparables.
Y qué decir de El viaje como imagen de la vida. Nos remite a los espejos. Vaya si la vida es un viaje, y qué más lindo que viajar, y qué más lindo que vivir...
De los últimos post, quizá sea éste el que más me ha interesado poner, porque tengo que decir que hasta ahora sólo conocía a del Paso de nombre. Desde que le concedieron el Cervantes he estado leyendo cosas de él, y realmente no es extraño que lo consideren uno de los grandes. Impresionante, como poeta y como novelista.
ResponderEliminar6 cosas para decir de las que estoy seguro:
ResponderEliminar1. Esta no es una entrada más, Juan. Es un faro de aquí en más.
2. Lo felíz que debés estar, Juan, luego de haber dispuesto una entrada así.
3. No recuerdo premio más justo como éste (y que venía demorado) incluso entre los premios entregados con toda justicia en los últimos tiempos.
4 Qué tipo tan poco presente Fernando del Paso (hace años que no recuerdo que siquiera se lo mencionara, tal vez por su humildad de gigante) y a la vez qué tipo imprescindible de la literatura latinoamericana.
5. “…Con el tiempo, mandamos hacer una pared especial para colgar la fotografía y más adelante, cuando habíamos ahorrado lo suficiente, mandamos hacer tres paredes más. La de enfrente con una ventana de modo que todas las mañanas el sol de otoño iluminara las hojas doradas del árbol y el sol de primavera las hojas verdes…” Qué gigante capaz de imaginar “que la época de la creación se remontara millones y millones de años atrás y que el hombre tuviera seiscientos cincuenta mil de vivir, sufrir y morir sobre la Tierra…”
6. Y paro acá o debería copiar y pegar Inopia, Cuestión de Identidad y toda la entrada con el comentario de Agostina incluido y que me obliga a recordarle la falta que nos sigue haciendo su blog.
Pues muchas gracias, Carlos, Agostina, la verdad es que he disfrutado enormemente trabajando el post. Realmente no recuerdo cuándo fue la última vez que un escritor me deslumbró. Del Paso lo ha hecho, por lo que le estaré eternamente agradecido. No sé por qué no leí antes. Tal vez, como diría Cortázar: "se da o no se da, igual los libros que las carreteras..."
ResponderEliminarYa verás cómo Agostina nos sorprende cualquier día con su blog.
Es como dice Cortázar, pero no hay nada más bello que disfrutar como un niño con un descubrimiento. Aprender sigue siendo lo más mágico de la vida, lo que no nos oxida. A ver, a ver si se viene el blog;-)
ResponderEliminarJuan, Carlos, les dejé una data interesante sobre el fileteado porteño en el post inagotable de Anacreonte. A ver qué les parece.
ResponderEliminarAprender no es que sea mágico, sino que es básico, si no ¿para qué estamos aquí? Esperamos ese blog.
ResponderEliminarEcharemos un vistazo a ese fileteado porteño, que seguramente nos dará para alguna cosa en la serie de tangos de La Taberna.
Anacreonte debe de estar abrumado a estas alturas.
Tenés razón, rectifico, aprender es lo más básico de la vida. Oye, suena mejor;-)
ResponderEliminarSí, Agostina, otro gran aporte tuyo el arte del fileteado para ese otro gran blog que tiene Juan: El mito de la Taberna, donde te encontrarás entre tangos y celtas de este y del otro lado del universo.
ResponderEliminarQué doble entrada, la entrada en sí y esa introducción de "Palinuro de México" (que ya he descargado).
ResponderEliminarSe nota que la has vivido al hacerla, trabajo que te agradecemos porque no lo has servido en bandeja.
(nos lo has servido)
ResponderEliminarEl mito de la Taberna, tengo que ver ese blog;-)
ResponderEliminarDe verdad que ha sido un placer montar esta entrada, Marian.
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