Feigenbaum, seit wie lange schon ists mir bedeutend,
wie du die Blüte beinah ganz überschlägst
und hinein in die zeitig entschlossene Frucht,
ungerühmt, drängst dein reines Geheimnis.
Wie der Fontäne Rohr treibt dein gebognes Gezweig
abwärts den Saft und hinan: und er springt aus dem Schlaf,
fast nicht erwachend, ins Glück seiner süßesten Leistung.
Sieh: wie der Gott in den Schwan.
...... Wir aber verweilen,
ach, uns rühmt es zu blühn, und ins verspätete Innre
unserer endlichen Frucht gehn wir verraten hinein.
Wenigen steigt so stark der Andrang des Handelns,
daß sie schon anstehn und glühn in der Fülle des Herzens,
wenn die Verführung zum Blühn wie gelinderte Nachtluft
ihnen die Jugend des Munds, ihnen die Lider berührt:
Helden vielleicht und den frühe Hinüberbestimmten,
denen der gärtnernde Tod anders die Adern verbiegt.
Diese stürzen dahin: dem eigenen Lächeln
sind sie voran, wie das Rossegespann in den milden
muldigen Bildern von Karnak dem siegenden König.
Wunderlich nah ist der Held doch den jugendlich Toten. Dauern
ficht ihn nicht an. Sein Aufgang ist Dasein; beständig
nimmt er sich fort und tritt ins veränderte Sternbild
seiner steten Gefahr. Dort fänden ihn wenige. Aber,
das uns finster verschweigt, das plötzlich begeisterte Schicksal
singt ihn hinein in den Sturm seiner aufrauschenden Welt.
Hör ich doch keinen wie ihn. Auf einmal durchgeht mich
mit der strömenden Luft sein verdunkelter Ton.
Dann, wie verbärg ich mich gern vor der Sehnsucht: O wär ich,
wär ich ein Knabe und dürft es noch werden und säße
in die künftigen Arme gestützt und läse von Simson,
wie seine Mutter erst nichts und dann alles gebar.
War er nicht Held schon in dir, o Mutter, begann nicht
dort schon, in dir, seine herrische Auswahl?
Tausende brauten im Schooß und wollten er sein,
aber sieh: er ergriff und ließ aus –, wählte und konnte.
Und wenn er Säulen zerstieß, so wars, da er ausbrach
aus der Welt deines Leibs in die engere Welt, wo er weiter
wählte und konnte. O Mütter der Helden, o Ursprung
reißender Ströme! Ihr Schluchten, in die sich
hoch von dem Herzrand, klagend,
schon die Mädchen gestürzt, künftig die Opfer dem Sohn.
Denn hinstürmte der Held durch Aufenthalte der Liebe,
jeder hob ihn hinaus, jeder ihn meinende Herzschlag,
abgewendet schon, stand er am Ende der Lächeln, – anders.
SEXTA ELEGÍA*
Higuera: ha tiempo comprendí el significado
del exento frutecer con que cuajas sin alarde,
casi omitiendo toda floración,
tan puro secreto en el fruto oportunamente decidido.
Como la cañería de una fuente,
tu sinuosa ramazón
conduce hacia abajo y a lo alto
la savia que irrumpe desde el sueño,
sin despertar apenas,
en la felicidad de su realización más dulce.
Como en el cisne -míralo- el dios...
Nosotros, empero, solemos detenernos
jactándonos -ay- del florecer,
llegando rezagados
-traicionados así por la hojarasca-
al interior tardío
de nuestro fruto final.
En pocos asciende con tal reciedumbre
la urgencia, el acoso de la acción,
que se hallan erguidos ya en el incendio
de la plenitud del corazón
cuando la tentación del florecer,
suave como la brisa de la noche,
les llega finalmente a rozar
los párpados y la juventud de la boca;
en pocos, tal vez sólo en los héroes
y en los predestinados a desaparecer tempranamente,
a los que la muerte -jardinera solícita-
retuerce las venas
en distinta curvatura.
Ellos se arrojan por delante,
precediendo a la propia sonrisa,
como en los tiernos bajorrelieves de Karnak
la cuadriga al victorioso rey.
Próximo, extrañamente próximo el héroe
a los muertos juveniles.
No se preocupa por durar, por vivir un largo tiempo.
Su ascensión en existencia; se exalta sin cesar
y penetra en la constelación, de continuo renovada,
de su constante riesgo.
Allí pocos podrían encontrarlo.
Mas el destino,
que hoscamente nos cubre de silencio,
le canta con súbito entusiasmo
y lo arrastra a la tormenta de su mundo clamoroso.
Yo a nadie escucho como a él.
De pronto, en una corriente de aire torrencial,
me atraviesa su hondo canto ensombrecido.
Y entonces,
¡cuán gustosamente de ocultarme a mi nostalgia
de ser un niño todavía!
Oh, si yo fuera un niño,
si pudiera llegar a serlo aún
y resguardado en el seno maternal leyera,
acodado en los futuros brazos,
la historia de Sansón y de su madre-
que estéril al principio, al fin dio todo a luz.
¡Oh madre!
¿no fue ya en ti un héroe,
no inició ya en tu regazo su imperiosa elección?
Miles, hirviendo en tu seno pretendían ser él.
Pero mira: él tomó y rechazó, eligió y se impuso.
Y si un día derribó las columnas de aquel templo
fue sólo -madre- para irrumpir,
ya fuera del mundo de tu cuerpo,
en ese mundo más estrecho
donde continuaron su elección y su poder.
¡Oh madres de los héroes,
oh fuentes de ríos impetuosos!
Desfiladeros a los que, gimiendo,
se habían arrojado ya desde lo alto
del borde del corazón
las doncellas, futuras víctimas
destinadas a ofrendarse al hijo.
Porque el héroe se arrojó al asalto
a través de las treguas que brindara el amor,
y cada una de ellas,
cada latido que dio en su honor un corazón,
lo elevó aún más.
Pero él, ya distanciado,
se erguía al límite de las sonrisas
de distinto modo.
De Elegías de Duino, 1912-1922
Versión de Uwe Frisch
Rainer Maria Rilke
* Los versos 1 al 31 del poema original fueron escritos en Toledo o en Ronda, España, entre enero y febrero de 1913; los versos 42 al 44, en París, entre el final del otoño de 1913 y el comienzo del verano de 1914; los versos 32 al 41, en Muzot, el 9 de febrero de 1922.
No conozco otro poeta que se exprese mejor en alemán que este tipo.
ResponderEliminarEnvidia cochina es lo que siento, quien pudiera...
Debe ser difícil, sí, hacer poesía en alemán (el idioma europeo menos musical, tú mismo me los ha dicho en alguna ocasión). El alemán es muy adecuado para la filosofía, pero para la poesía... Doble mérito de Rilke.
ResponderEliminarLa vez pasada decías de tu Elegía preferida. Esta es la mía hasta el momento...
ResponderEliminarLa octava también es muy buena.
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