lunes, 11 de agosto de 2014

Fragmento de Thomas el impostor / Fragmentos de Opio - Jean Cocteau - Francia


    Extrañas setas crecían entre las rendijas de ese patio.
    La tempestad de la guerra tuvo su fauna y su flora, extinguidas en cuanto llegó la paz.
    La señora Valiche fue un ejemplar de ellas.
   Ávida de tragedias, por otros motivos que la princesa, se había ofrecido al convoy como enfermera mayor. Traía consigo a un mal dentista, el doctor Gentil, que ella hacía pasar por cirujano de hospitales. Era tan fea, vulgar y rapaz como la señora Bormes era hermosa, noble, desinteresada. Las dos mujeres se enfrentaban en el campo de la intriga. Pero una intrigaba por gusto y la otra por interés.
   La señora Valiche veía en esta confusa guerra una excelente agua turbia, una pesca milagrosa de recompensas. Le gustaba el doctor Gentil y lo estimulaba. Añadía a este móvil un gusto enfermizo por lo atroz.
   La princesa confundía este entusiasmo con el suyo. Pronto habría de darse cuente de sus profundas diferencias.
    La señora Valiche era viuda de un coronel muerto de las fiebres en Tonkín. Explicaba esa muerte y las peripecias del ataúd que se trajo consigo a Francia. El ataúd, mal atado a la grúa que lo desembarcaba, había caído finalmente al agua. Se consolaba con el dentista que tenía una barba negra, una cara amarilla y unos ojos de bailarina oriental.
   La pareja vivía en bata blanca y gorra de policía. La señora Valiche había cosido galones sobre su amante y sobre sí misma. Seguía a Clémence por los despachos donde su aplomo y sus brazales causaban impresión.
    Pero, a pesar de tanta gracia por una parte y tanta astucia por la otra, el convoy seguía siendo un convoy ideal que fastidiaba a los enfermos y daba al hospital un aspecto de ministerio. [...]

Traducción de Ramón Camps Salvat
De Thomas el impostor


    En 1915 nuestro furor aventurero organizaba el más divertido de los convoyes de la Cruz Roja. Una noche, en R... llovía sobre el corral de una granja. Aquel corral fétido, el estiércol, los pesebres, estaban llenos de heridos graves, alemanes, con su ambulancia prisionera.
    De pronto, en un rincón oscuro lleno de escaleras y fantasmas, topé con este espectáculo: el hijo de la señora de R..., boy-scout de once años, se había escondido en una ambulancia, nos había seguido y, agazapado allí, alumbrado por una linterna, armado de una tijera de uñas, sacando la lengua, demasiado atareado para verme, cortaba los botones de un oficial amputado de una pierna. El oficial, con sus ojos de estatua entreabiertos, contemplaba al atroz muchacho que proseguía su recolección de recuerdos, como si estuviera en un árbol. [...]

    Abandoné la guerra cuando una noche comprendí en Nieuport que "me divertía". Aquello me asqueó. Había olvidado el odio, la justicia y demás pamplinas. Me dejaba llevar por las amistades, los peligros, las sorpresas, una estancia en la luna. [...]

Tradución de Julio Gómez de la Serna
De Opio, diario de una desintoxicación

8 comentarios:

  1. Es buena hasta la litografía, que jodío...

    ResponderEliminar
  2. "...Había olvidado el odio, la justicia y demás pamplinas..." Este fragmento me encantó.

    ResponderEliminar
  3. Jean Cocteau es referencia obligada para gran parte de lo que ha venido después en literatura, si no que se lo pregunten a Cortázar.

    ResponderEliminar
  4. Leía sobre esa influencia ayer. Todo a partir de algo que me salió (y que ya subiré) para Jacques Vaché a quien Cortázar evoca en Rayuela.

    ResponderEliminar
  5. Esto engancha, eh. Que apetece leerlo entero, quiero decir.

    ResponderEliminar