viernes, 20 de septiembre de 2019

Fragmentos de Enunciado - Sergio Gaspar - España


El camarero ciego debe servir un güisqui de malta en la mesa 24. Se lo ha pedido el esposo de un matrimonio que lleva tres mil doscientos ochenta y siete días esforzándose por no divorciarse, un licoroso dúo que dura y permanece sentado en la mesa 21, una mesa a la que han viajado esta mujer y este hombre con la intención de celebrar, más o menos contiguos, menos y más aburridos, el aniversario noveno de su lance nupcial. El hombre del matrimonio lo ha intentado todo y-o-pero la mujer bebe agua con gas. Para ser más precisos, se ha pasado los nueve años de su matrimonio bebiendo agua con gas y observando sin entusiasmo a su marido, quien a su vez consumía los nueve años de su matrimonio bebiendo güisqui de malta y manejando con fracaso creciente el videojuego en el que su esposa ingería e ingiere, inmutable, hectolitros y más hectolitros de agua con gas durante la historia de su matrimonio líquido, tan líquido como la sociedad en la que ambos se insultan y-o-pero se besan como moléculas ágiles que se sospechan distintas, pagan hipotecas juntos pero-o-y viven alejándose, en un trueque complejo de salivas y de incertidumbres, mientras crece la hierba del miedo y continúan creciendo las metáforas, las cortadoras del césped, porque tal vez y quizás no hayamos hecho otra cosa que viajar de metáfora en metáfora en busca de la metáfora que nos resultase útil, porque muchas lo serán y todas dejaron de serlo, estuvimos en la caverna, en un barco borracho, en una catedral en ruinas y levantando una catedral, en un vertedero, en un burdel, en una noche oscura y en una casa sosegada, en un teatro o un sueño, en un río, en una película, en un ordenador, hemos viajado por tantos sitios únicamente procurando habitar el mismo sitio inhabitable ¿o simplemente incómodo? ¿cómo llamar inhabitable a la vida si no hacemos otra cosa que vivir? donde tendremos que habitar, buscando permanecer cómodos en esta casa demasiado grande para dibujarla si no es con una metáfora, me aburro de enumerarlas, como se aburre y bosteza esta mujer sentada en la mesa 21, luego junta sus labios de nuevo y se guarda el bostezo como un pintalabios en el bolso y bebe la quinta botella de agua con gas de la noche, me aburro de enumerar botellas y metáforas, me gustaría algunas veces que concluyese esta partida que no termina de terminar interminable, esta serie televisiva que no termina de terminarse, algunas veces se me ocurre que la sucesión de palabras

en en

                                                      no es una errata, un desliz que haya pasado desapercibido a quien corrige el texto, a veces pienso que es el texto que alguien y yo queríamos escribir exactamente, el lugar en el que detener el movimiento, sostenerlo entre las manos y con la mente, descansar contiguos de cansarnos, al menos durante un rato, ¿no recuerdas?, recuérdalo, sucedió hace un momento, estuvimos en la caverna, en un barco borracho, en una catedral en ruinas y levantando una catedral, en un vertedero, en un burdel, en una noche oscura y en una casa sosegada, en un teatro, en un sueño, en un río, estuvimos en. Entra ahora en este en. A veces creo que en este en termina el viaje. Luego me levanto, miro por la ventana, o por la página leída, o cierro los ojos, y continúo viajando. Lo mismo que esta mujer, aprovechando que su marido ha dejado vacía la mesa 21 para reclamar al camarero ciego su güisqui de malta, se levanta de la mesa 24 y se sienta en la 21. O se sienta en. Piénsalo. Si el lugar era en, estuvimos y no estuvimos al mismo tiempo en todas las escenas, en la mesa 24 y tampoco en la 21, estaremos y tampoco estaremos allí. Pero más vale que no pierdas demasiado tu tiempo pensando esas cosas, al menos por ahora, porque esta mujer y este hombre continúan despidiéndose del mundo de los sólidos, se aburren en una materia líquida, dentro de una gota de agua suspendida de un grifo mal cerrado, o nadando paralelos por el interior de una lágrima, o sumergidos en una de las bolas de mercurio del termómetro que rompió ayer uno de los nueve hijos de su matrimonio, porque hay que saberlo, aunque también reconozco que no sabría explicarte por qué debemos esforzarnos en saberlo, ni para qué sirve este dato, ni qué conocimiento funda, qué paradigma hunde, pero hay que saber de nuevo que el esposo de este matrimonio lo ha intentado todo durante estos tantos años líquidos, eso sí, sin perdonar ni un día su deber de beberse al menos media docena diaria de güisquis de malta, pero hay que saberlo, pese a todo, porque el hombre de este matrimonio la ha convertido con paciencia en nueve veces madre, porque tuvieron tres veces trillizos tras tres tratamientos de fecundación en vidrio, se hizo la vasectomía porque ella se lo pidió en un bar una tarde, entre la quinta y la sexta botella de agua con gas de la tarde, se deshizo la vasectomía porque ella se lo rogó en la cocina del hogar una mañana, entre la primera y la segunda botella de agua con gas del día naciendo, porque se circuncidó cuando ella se convirtió al judaísmo, porque se casó con otras tres esposas cuando su esposa se convirtió al islamismo, porque se vio forzado a contratar a un matón colombiano para librarse de sus tres mujeres musulmanas cuando su legítima mujer, cada vez más líquida, más informe a cada forma renovada, decidió regresar a la casa del padre. Creo que lo diré más adelante, o creo que diré algo parecido, o que repetiré palabras que otros ya repitieron: llegará al punto del que arrancó su viaje y pisará el lugar por primera vez. El lugar era en. Ahí está ella, bebiendo agua con gas, cada vez más gaseosa. Un globo detenido por el techo del cuarto en el que duerme un niño, por ejemplo. Las gotas minúsculas del ambientador en los cines de la infancia, otro ejemplo. El humo de los carajillos en los cafetines, cuando la idea del diluvio se disolvió en el aire, tercer ejemplo. El olor del tomillo aplastado por los cazadores. Me aburren también las enumeraciones. Es como rezar el rosario, o tirarse pedos o el idioma del culo o pájaros que vuelan, que parten de su puerto, naves en el aire, nubes sobre el agua. Me aburren las metáforas y las enumeraciones. No nos vamos a salvar, definitivamente, aunque nos olvidemos durante el juego de que no somos el indio montado en su caballo de plástico que empujas con la mano. No saldremos de en. Estamos en y las cosas son.

[…]

Y las cosas son. Igual que ahora está en la mesa 21 la cosaesposacadavezmasgaseosa, esa cosaesposa que enciende con parsimonia un cigarrillo mientras observa asumarido, sentado aún en la mesa 24, o tal vez caminando hacia la barra desde la que el camarero ciego deberá partir para servir un güisqui de malta en la mesa ocupada en contener su vacío. El camarero ciego se esfuerza, busca, se huele las manos y tantea, vuelve a olerse las manos, encuentra por fin la botella de malta, la que ha tenido la precaución de bañar en perfume Chanel 5 para distinguirla del resto de hogares en los que vive el universo de los líquidos. El camarero calcula el volumen que desciende al vaso, como el ángel de la anunciación, como un grupo de turistas japoneses bajando al metro por las escaleras mecánicas, el camarero deposita tres cubitos de hielo —antes, higiénico, los ha olido para comprobar que no tuviesen sabor a pescado o a hierba o a miedo—, rebusca en busca de un posavasos, de una servilleta, respira hondo, se siente bien al sentirse por un momento que no es un inútil, pese a serlo en todo momento, que no es un discapacitado, pese a serlo también, o un inútil otra vez cuando se disuelva el efecto narcotizante del eufemismo, cuando se evapore la magia de lo políticamente correcto, porque esta tarde he leído en el periódico occidentalprogresistademocrático o-y enemigoopresorherejedelislam de turno que algunos terroristas islámicos y-o soldados en la defensa del islam compran o-y salvan de la miseria en la que viven a ni- ños tarados y-o discapacitados con la malignaimpía o-y píabenigna intención de inmolarlos y-o reeducarlos como terroristas o-y soldados suicidas y-o mártires del islam, y he pensado, por un momento he creído que estas nuevas palabras podrían ser el comienzo de un enunciado distinto, de una distinta sucesión de palabras tal vez pero quizás menos inútiles que la sucesión de las anteriores, pero pronto comprendo que todo está siendo en realidad el mismo enunciado, como un truco de magia, como sacarse otra sucesión de palabras de la manga, o de detrás de la oreja del espectador que ha subido al escenario, un truco que aplaudirá la crítica durante un tiempo, con el que puede ganarse el Planeta, o el Pulitzer, o el Hermanos Argensola, hasta que el truco se gaste, como un sistema operativo que ya pocos usan, como un diseño de gafas que ha pasado de moda, como llevar patillas de hacha, como más tarde y tiempo no llevar patillas, o después volver a llevarlas, como el bikini abandonado en el armario, como cuando fuimos marxistas, como cuando esa cosaesposagaseosa guarda todos sus bañadores de una pieza en el armario y saca de una bolsa de Woman Secret un bikini de moda, qué más da, me aburren las enumeraciones.

[…]

Y, sin embargo, no tendremos más remedio que seguir enumerando, produciendo, coches, vestidos, textos, metáforas, hijos, deberemos seguir enumerando, el camarero ciego busca, se huele las manos, encuentra un posavasos, una correcta servilleta de papel, se siente bien porque no se siente inútil, tal vez espera oír el comienzo de los aplausos, como un mago ciego actuando en un teatro vacío, se inclina ante las butacas al terminar la sucesión de trucos, se inclina otra vez, y otra, hasta que al final se cansa, o comprende, o se cansa de comprender, pero el camarero ciego ha tenido su noche de suerte en Salamanca, se desencadena de pronto una tormenta en el bar y tres rayos, o cuatro, o cinco, fulminantes, líricos, aterrizan en su cuerpo tarado, o discapacitado, o cuerpo solamente, y lo dejan frito y tetrapléjico. Trece días más tarde, o catorce, o veinte, el esposo que intenta no divorciarse, harto de esperar, se aproxima a la barra. Su mujer, ocho días antes, o ahora mismo, aprovechando que la mesa 21 se ha quedado vacía, come, duerme, se peina, se levanta, se acerca, se sienta en la mesa vacía. ¿Cuál es la raíz de la tragedia? El marido acerca los dedos índice y corazón a los ojos del camarero ciego —recordemos que lleva trece días sin poder cortarse las uñas, seguramente quince, incluso tal vez veinte, esperando a que le sirvan un güisqui de malta— hasta hundirlos en ese par de charcos muertos. Recuerdo que una vez devolví una trucha al agua. Lo recuerdo como si todavía tuviese que suceder. La separé del anzuelo, con cuidado, la sostuve entre mis manos unos momentos, la devolví al agua. He olvidado todas las truchas de mi vida, pero aquel animal está ahora conmigo, en esta habitación de hospital: aquí. Aquí podría concluir este enunciado y estaría muy bien terminar. Sería necesario pero no sería necesario. Un aquí donde coincidiesen final y fin, un lugar que no existe y que está en todas partes.
De Once enunciados

2 comentarios:

  1. Un escritor que no te la hace fácil, Sergio Gaspar, y no porque escriba difícil, todo lo contrario, se lee como agua, fluye y quita el aliento e incita a releerlo cuando has concluído, tiene misterio o magia... porque detecta sitios o zonas previas del lenguaje, instancias que me gusta llamar insondables, donde los hechos se siguen repitiendo, volviendo sobre sus pasos, a ver si me explico, refiere sitios precisos, puntos exactos donde todo existe "en" antes que donde señalamos, existe "en" y además donde aludimos, como que el hecho existe dos o más veces, existe "en" y también donde identificamos, existe "en" esa instancia de donde todo sigue manando... No, no puedo explicarlo.

    La reseña que linkeas lo hace aún más interesante.

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  2. Joé, para no poder explicarlo lo haces extraordinariamente bien. Le añades significados. Yo sí que no puedo explicarlo, pero para mí ha sido todo un descubrimiento, porque no lo conocía.
    Será inevitable poner más cosas de S. Gaspar

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