Hay poetas que escriben
sus poemas
como si fuesen a pasar directamente
a las páginas amarillas
de la eternidad.
En cada verso echan el resto
y, claro, lo poco que les queda
no lo pueden echar en ningún sitio
porque les da una pájara.
La verdad es que apestan a Literatura.
Y que de allí a donde ellos entran
todo dios sale por piernas.
Ojo avizor
Ojo avizor,
poeta.
No vayas a caer
en la vulgaridad
de escribir
un poema divertido;
esto es muy serio,
a este club sólo acceden
las eminencias
en martirología.
No vengas ahora tú
a jodernos el invento
con la vida.
Algo, lo que sea, pero ya
Si al menos
sucediese algo
distinto.
Si, por ejemplo,
alguien tuviera la feliz idea
de subirse a la barra
y recitar a Homero.
O me pidiese fuego
una mujer,
mirándome a los ojos,
fijamente.
Algo, no sé.
Que el camarero
me confesase al fin
entre sollozos
que es maricón perdido.
La mujer de mis sueños
En todas las ciudades
que he pisado,
me ha parecido verte:
un autobús que arranca
y que no cojo,
o un ascensor cerrándose,
o doblando una esquina hacia
la noche,
o al fondo,
entre humo y voces,
de un bar de madrugada…
En cualquier sitio, siempre,
tu imagen que aparece
y que desaparece.
Fax a los poetas
No se preocupen.
Ustedes sigan
adornando
sus jodidos arbolitos
de Navidad.
Yo haré
el trabajo
sucio.
Se acabó el cuento
Se acabó el cuento,
amigo: esto es la vida.
Todos los grandes sueños
con los que hasta ahora
te has entretenido,
puedes dejarlos a la entrada.
Aquí no sirven de nada.
Cosas de poetas
Un joven poeta que quiere
conocerme. Quedamos
en un bar. Hablo yo,
él me mira y escucha:
no bebo, no fumo, no creo
en la salvación del mundo…
Y luego un poco de literatura.
Pasan las horas. La euforia
inicial languidece. Le acompaño
hasta su hotel. Me ha encantado
conocerte -dice-, aunque... no sé...
te imaginaba de otra forma.
No pasa nada -le digo-,
hace unos años yo también.
La calle
He recorrido esta ciudad
de punta a punta
casi todos los días
durante más de treinta años.
Abriéndome paso a codazos
en las vísperas de fiesta,
o a través de las madrugadas
fantasmagóricas
de los días laborables de invierno,
o solo y borracho y mojado
hasta los cuernos,
o en compañías que mejor ni recordar.
Estas calles no guardan secretos para mí.
Conozco sus plazas, sus antros,
sus mujeres, el brillo
de una navaja al doblar una esquina,
el calor de una mirada
desde el fondo de un bar.
Hubo un tiempo en que el cielo
se miraba en ellas.
Yo formé parte de aquello.
Eso ya nadie me lo puede arrebatar.
Así es la puta vida
Yo también, como Baroja,
hubiese preferido
ser un hombre de acción:
no sé...
pilotar un mercante,
por ejemplo,
o atracar bancos,
o montar una guerrilla en algún sitio,
o, en fin, cualquier cosa,
salir en la tele
con el Wanted debajo.
Pero no:
ni guerrillas ni bancos
ni mercantes ni guantes ni hostias.
Padre de familia, camarero y poeta.
Así es la puta vida.
Como buen poeta observador Karmelo fluctúa entre su melancolía y una crítica, ácida mirada...
ResponderEliminarDe la estirpe de un Bukowski, o aquí en España de Roger Wolfe.
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