Después de tanto amor y de tanto fracaso
Claudio Rodríguez
El destino se disculpa
Juan Carlos Rodríguez
y si amo el mundo sólo es
por su violento e ingenuo amor sensual,
así como, confuso adolescente,
lo odié un día, cuando en él me hería
el mal burgués que en mí -burgués- había
P. P. Pasolini
Lentamente, la vida
fue pasando en silencio como un invierno triste,
como un invierno lleno de gente solitaria
saliendo de los cines,
abrochando despacio sus abrigos, su miedo,
tal vez su indiferencia, quién sabe, sus recuerdos
ateridos de frío. Lentamente,
bajo un reloj de sol ficticio de domingo,
bajo estrellas puntuales que guiaban los sueños,
se iba alejando el mar,
mientras se sucedían los otoños, sus hojas
cayendo entre mis versos,
las semanas, los meses de lluvia en los cristales
de todas las ventanas que daban a la vida
y la tristeza era
un autobús lentísimo
que iba parando en medio de la noche.
Y ahora estás aquí. Qué claramente
puedo volver a ver tu cuerpo entre las sábanas.
Casi de madrugada, mientras duermes y alumbran
las farolas apenas la habitación, abajo
se confunden las luces de neón con la lluvia
y hay paraguas y coches y cazadoras negras,
gente que entra y sale de los últimos pubs,
un oscuro calor de ginebra y de olvido
o acaso esa manera de estar solos de noche.
Y parpadean las luces de colores, los rótulos
comerciales y brillan
en ese río negro
del asfalto los faros
de algún coche que arranca,
de algún taxi que pasa dejando estelas verdes
de luz. Puedo escuchar
vagamente una música lejana que me lleva
dulcemente al sonido
de tu respiración. Qué extraña ahora
esa ciudad oscura donde crecí, sus calles,
su latido cansado de historia detenida,
sus estaciones lentas, sus andenes de otoño,
sus trenes imposibles, sus sueños para nunca,
y aquella soledad
latiendo
como un pájaro,
como un miedo pequeño que cabía en las manos.
Y aquella luna triste de todos los armarios.
Esa ciudad que me hizo crecer tan solitaria,
que me enseñó a morir con los días de lluvia.
Y ahora estás aquí. Qué claramente
puedo volver a ver tu cuerpo entre las sábanas.
Casi de madrugada, mientras duermes y alumbran
las farolas apenas la habitación, me acerco
muy despacio a tu cuerpo desnudo que ahora duerme,
que ahora me hace pensar
en la vida, con esa sensación tan extraña
que nos presta la noche,
el alcohol o los labios que se acaban de amar.
Tus labios, que en un momento
beso muy suavemente,
muy levemente, casi
con miedo y con dolor,
y me escondo detrás de tu espalda dormida
para que la tristeza ya no pueda encontrarme.
Si bastara olvidar para empezar de nuevo.
Igual que cuando pasa una ambulancia
uno se siente en medio de sí mismo de pronto,
detenido un instante al borde de sí mismo,
así a veces me siento cuando cruza
esa ciudad oscura mi recuerdo.
Entonces,
acudo siempre en busca de alguna cosa tuya,
tu voz, ciertos momentos
de silencio, tu risa,
un beso tuyo que
aún guardo entre mis labios
y este reto de hacer
más hermosa la vida sobre todo.
Las mañanas de sol me recuerdan tu cuerpo.
Me hacen volver a ti, recién amanecida,
mi corazón cruzando casi en sueños la vida
de tu piel a mi piel.
Y aquella habitación, la luz aquella
primera del deseo
invadiéndolo todo. El mar de sábanas
y nosotros igual que naúfragos hermosos
abrazados en medio de la espuma.
Después, frente al espejo, acariciada
por el suave tacto de tu ropa,
a solas un instante, de puntillas,
recuerdo que la vida,
desde dentro
de la camisa azul de tu pijama,
se hizo de pronto clara, llena de sol, radiante,
impúdica y terrible
como nunca,
y me sentí más cerca que nunca de mí misma.
Si bastara olvidar.
Pero también aquí la vida es mentirosa.
Y a veces es la tarde que no acaba de irse,
su chantaje poético,
una red de nostalgia queriendo retenerla.
A veces son las noches lentas como el olvido,
los momentos en que uno
se busca inútilmente, la consciencia
de que te sigo amando, sobre todo.
Y está la resistencia de los días de lluvia,
las tardes de domingo, los sábados sin nadie,
las facturas que pasan el sueño o la memoria,
esas letras vencidas de las frases de amor.
La soledad, el cierre
por defunción de todo,
cuando todo parece, como hoy, tan ajeno.
Y duele esta manera de andar sola, hace daño
como un invierno triste
tanta espera,
después de tanto amor y de tanto fracaso.
Quién sabe si después de tanto desencanto
no volverá el destino a disculparse.
fue pasando en silencio como un invierno triste,
como un invierno lleno de gente solitaria
saliendo de los cines,
abrochando despacio sus abrigos, su miedo,
tal vez su indiferencia, quién sabe, sus recuerdos
ateridos de frío. Lentamente,
bajo un reloj de sol ficticio de domingo,
bajo estrellas puntuales que guiaban los sueños,
se iba alejando el mar,
mientras se sucedían los otoños, sus hojas
cayendo entre mis versos,
las semanas, los meses de lluvia en los cristales
de todas las ventanas que daban a la vida
y la tristeza era
un autobús lentísimo
que iba parando en medio de la noche.
Y ahora estás aquí. Qué claramente
puedo volver a ver tu cuerpo entre las sábanas.
Casi de madrugada, mientras duermes y alumbran
las farolas apenas la habitación, abajo
se confunden las luces de neón con la lluvia
y hay paraguas y coches y cazadoras negras,
gente que entra y sale de los últimos pubs,
un oscuro calor de ginebra y de olvido
o acaso esa manera de estar solos de noche.
Y parpadean las luces de colores, los rótulos
comerciales y brillan
en ese río negro
del asfalto los faros
de algún coche que arranca,
de algún taxi que pasa dejando estelas verdes
de luz. Puedo escuchar
vagamente una música lejana que me lleva
dulcemente al sonido
de tu respiración. Qué extraña ahora
esa ciudad oscura donde crecí, sus calles,
su latido cansado de historia detenida,
sus estaciones lentas, sus andenes de otoño,
sus trenes imposibles, sus sueños para nunca,
y aquella soledad
latiendo
como un pájaro,
como un miedo pequeño que cabía en las manos.
Y aquella luna triste de todos los armarios.
Esa ciudad que me hizo crecer tan solitaria,
que me enseñó a morir con los días de lluvia.
Y ahora estás aquí. Qué claramente
puedo volver a ver tu cuerpo entre las sábanas.
Casi de madrugada, mientras duermes y alumbran
las farolas apenas la habitación, me acerco
muy despacio a tu cuerpo desnudo que ahora duerme,
que ahora me hace pensar
en la vida, con esa sensación tan extraña
que nos presta la noche,
el alcohol o los labios que se acaban de amar.
Tus labios, que en un momento
beso muy suavemente,
muy levemente, casi
con miedo y con dolor,
y me escondo detrás de tu espalda dormida
para que la tristeza ya no pueda encontrarme.
Si bastara olvidar para empezar de nuevo.
Igual que cuando pasa una ambulancia
uno se siente en medio de sí mismo de pronto,
detenido un instante al borde de sí mismo,
así a veces me siento cuando cruza
esa ciudad oscura mi recuerdo.
Entonces,
acudo siempre en busca de alguna cosa tuya,
tu voz, ciertos momentos
de silencio, tu risa,
un beso tuyo que
aún guardo entre mis labios
y este reto de hacer
más hermosa la vida sobre todo.
Las mañanas de sol me recuerdan tu cuerpo.
Me hacen volver a ti, recién amanecida,
mi corazón cruzando casi en sueños la vida
de tu piel a mi piel.
Y aquella habitación, la luz aquella
primera del deseo
invadiéndolo todo. El mar de sábanas
y nosotros igual que naúfragos hermosos
abrazados en medio de la espuma.
Después, frente al espejo, acariciada
por el suave tacto de tu ropa,
a solas un instante, de puntillas,
recuerdo que la vida,
desde dentro
de la camisa azul de tu pijama,
se hizo de pronto clara, llena de sol, radiante,
impúdica y terrible
como nunca,
y me sentí más cerca que nunca de mí misma.
Si bastara olvidar.
Pero también aquí la vida es mentirosa.
Y a veces es la tarde que no acaba de irse,
su chantaje poético,
una red de nostalgia queriendo retenerla.
A veces son las noches lentas como el olvido,
los momentos en que uno
se busca inútilmente, la consciencia
de que te sigo amando, sobre todo.
Y está la resistencia de los días de lluvia,
las tardes de domingo, los sábados sin nadie,
las facturas que pasan el sueño o la memoria,
esas letras vencidas de las frases de amor.
La soledad, el cierre
por defunción de todo,
cuando todo parece, como hoy, tan ajeno.
Y duele esta manera de andar sola, hace daño
como un invierno triste
tanta espera,
después de tanto amor y de tanto fracaso.
Quién sabe si después de tanto desencanto
no volverá el destino a disculparse.
De Los días laborables
Una maravilla, es como una película en la que van sucediéndose muy nítidas escenas versos imágenes de "sus sueños para nunca", tiene versos como tangueros, escritos evocados como a través de una neblina de melancolía, tienen atmósfera tanguera su poesía, olvidada en la soledad de sus recuerdos, condenada y a la espera de alguna redención...
ResponderEliminarSí, atmósfera tanguera, nostalgia por el tiempo y las ilusiones perdidas.
ResponderEliminarPero al mismo tiempo ligera esperanza:
"Quién sabe si después de tanto desencanto
no volverá el destino a disculparse."
Esto también es tanguero.
Muy.
ResponderEliminarMe gusta particularmente este fragmento, ya casi de memoria,,,
ResponderEliminar"Las mañanas de sol me recuerdan tu cuerpo.
Me hacen volver a ti, recién amanecida,
mi corazón cruzando casi en sueños la vida
de tu piel a mi piel.
Y aquella habitación, la luz aquella
primera del deseo
invadiéndolo todo. El mar de sábanas
y nosotros igual que naúfragos hermosos
abrazados en medio de la espuma..."
El cuelgue de un amor sensual o erótico con demasiada autocompasión, pero me gusta cómo lo va contando, las descripciones (por ellas merece la pena releerlo).
ResponderEliminarCuelgue... autocompasión..., por ahí van los tiros, como en los tangos.
ResponderEliminarSensualidad, soledad, tiempo, nostalgia, miedo, tristeza, destino...
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