Entre los 300 poesías atribuidas a Miguel Ángel, hay sonetos y madrigales decidados a Vittoria Colonna, a la que retrató en el fresco del techo de la Capilla Sixtina (la Sibila) y en unos cuantos dibujos, como el que preside esta página.
Hasta donde sabemos, la relación entre ellos fue platónica. A la muerte de Vittoria, Miguel Ángel escribió: no había tenido dolor más profundo en este mundo que haberla dejado partir de esta vida sin haberle besado la frente, ni el rostro, como le besé la mano cuando fui a verla en su lecho de muerte.
A Vittoria Colonna
Imposible parece y nos lo advierte
empero la experiencia, que más dura
de mármol insensible una figura
que su autor, presa en breve de la muerte.
Más que la causa es el efecto fuerte,
por el arte es vencida la natura:
lo sé yo a quien da gloria la escultura,
y ya me acerco a la vejez inerte.
Tal vez a ti y a mí dar larga vida
puedo con el cincel o los colores,
adunando mi amor y tu semblante.
Y mil años después de la partida,
se verán tus hechizos vencedores,
y cuánta razón tuve en ser tu amante.
Michelangelo Buonarroti
Vittoria Colonna, hija de la familia noble romana de los Colonna y descendiente de los duques de Urbino, fue una extraordinaria mujer renacentista. Casó (la casaron, niña todavía) con Francisco Fernando de Ávalos, noble napolitano de origen español. Poseedora de una cultura refinada, escribió poemas de amor (dedicados sobre todo a su marido) influenciada por el gran renovador de la poesía, Francesco Petrarca, y prosa intelectual sobre cuestiones religiosas o espirituales. Cantaba muy bien acompañada por el laúd y contó con la admiración de hombres como Castiglione o Leonardo de Vinci.
La Inquisición la estuvo rondando, quizá debido a su influencia sobre conocidos reformadores, como Pietro Camesecchi, Juan de Valdés y Bernardino Ochino, que participaban en los círculos intelectuales de los que ella era el centro.
Una de las pocas poesías de Vittoria en español, idioma materno de la casa napolitana de su marido, es la siguiente:
Recuerdos de su esposo
De mi sol claro, con la muerte ciego,
aquí miro doquier las dulces huellas;
ciego no; más allá de las estrellas
arde con luz más clara y vivo fuego.
Aquí vencido de mi amante ruego,
él me mostró sus cicatrices bellas,
y yo mis labios estampaba en ellas,
y las bañaba de mi llanto el riego.
Sus brillantes victorias me contaba
y el modo y la ocasión con la serena
faz con que abría la contienda brava;
de llanto rompo en dolorosa vena,
pues lo mismo que un tiempo me alegraba
me causa ahora inconsolable pena.
Vittoria Colonna
Vittoria narra así su relación con Miguel Ángel:
Cuando le conocí ninguno de los dos estábamos ya en esa edad en que los corazones corren libres sin sentir las férreas ligaduras de la razón, su lastre, su efecto disolvente, su injerencia disuasoria, su prudencia, o su miedo suma de todos los miedos incrustados en la experiencia... No, nada de eso. Yo, ya desgraciadamente viuda -pues amé a mi esposo Ferrante (Fernando), el batallador, el valiente y aguerrido general de Carlos V, más de lo que yo misma pude imaginar-, aún estoy de duelo por aquella pérdida inconsolable; sé que le puede resultar algo relativamente lógico a quien no me conozca: una mujer joven, casada niña por poderes, que va descubriendo el amor junto a su esposo del que acaba profunda y felizmente enamorada, y que, al perderlo cuando más fuerte, firme y satisfactorio es ese amor, siente tal desgarro que ya nunca curará, herida abierta de la que mana el deseo a borbotones, y que, recogida en sí misma, envuelta en su propia desesperación, no siente ya un motivo para seguir viviendo, salvo la total entrega y dedicación a un consuelo mayor: el que Dios la proporciona, su promesa de vida futura, y con ella, la ilusión de recuperar un día a aquél a quien se amó hasta el extremo del llanto jubiloso; pero, para aquel que me conozca, le será difícil conciliar la impresión que sobre mi tiene, mi perspectiva dialéctica de la vida, mi lucidez inquisitiva, mi espíritu polemizador e irremediablemente curioso... con la de una mujer aparentemente convencional en quien ha hecho presa esa enfermedad de la razón que es el amor; sí, sé que es inverosímil; no obstante, aquellos que me frecuentan saben que la paradoja es aparente, pues mi pasión por la vida, por el conocimiento, por la belleza, no me impide, dado mi innato carácter romántico, esta veleidad contradictoria que, en mí, se resuelve e ilustra más que con ningún esfuerzo introspectivo y analítico, con el ejemplo vivo de mi relación con Él, con Michelangelo, il mio bambino eternamente adolescente, ese hombre, que si lo fue, participó más que ninguno de lo divino, de esa divinidad clásica, olímpica (que Cristo, en quien creo y a quien busco, me perdone).
Por supuesto no conocía ni la poesía de Michelángelo (excepto su poesía escultórica) ni su relación con Vittoria que la siento, a la vez, como una "historia de amor de arte" entre ambos, con rasgos y elementos de historia de amor y al mismo tiempo obra de arte. Ella una mujer absolutamente atípica e inesperada para su época (prejuicios míos aparte) y a la vez enamorada en secreto de un "hombre que participó más que ninguno de lo divino". Si tuvieron o no que ver entre ellos? Yo diría que sí, los pensamientos que se dedican así lo prueban, aunque efectivamente no haya pasado nada entre sus cuerpos, excepto "haberla dejado partir de esta vida sin haberle besado la frente, ni el rostro, como le besé la mano cuando fui a verla en su lecho de muerte..."
ResponderEliminarUna obra de arte del amor la historia entre ellos.
¿Qué se puede añadir a eso?
ResponderEliminarVittoria debía de ser (fue, por lo que cuentan sus contemporáneos) una mujer fuera de lo normal para su época, y por lo visto muy bella. No me extraña que Miguel Ángel se "colgase" por ella.
No conocía esta historia, tampoco que ella era La Sibila de M.A.
ResponderEliminarEstos "cotilleos culturales" sí merecen la pena.
"Cuando le conocí ninguno de los dos estábamos ya en esa edad en que los corazones corren libres sin sentir las férreas ligaduras de la razón, su lastre, su efecto disolvente, su injerencia disuasoria, su prudencia, o su miedo suma de todos los miedos incrustados en la experiencia..."
(Qué comienzo)
Cambiando de tema, menos mal que el presidente de Irán no visitó la Capilla Sixtina.
ResponderEliminar"Cotilleos culturales". Me encantan los cotilleos culturales, mucho más que los cotilleos propiamente dichos de la caja tonta, donde va a parar...
ResponderEliminarSi el presidente de Irán visita la Sixtina le da un yu-yu. Calla, que le ha pedido a Francisco que rece por él (¿?).
Qué avaricioso:)
ResponderEliminarParece que las estatuas se debieron tapar solas, porque nadie ha sido.