Capítulo primero
Viaje de un habitante del mundo
de la estrella Sirio al planeta de Saturno
En uno de esos planetas que giran alrededor de la estrella llamada Sirio había un joven de mucho ingenio a quien tuve el honor de conocer durante el último viaje que hizo a nuestro pequeño hormiguero; se llamaba Micromegas, nombre que conviene mucho a todos los grandes. Tenía ocho leguas de alto; por ocho leguas entiendo veinticuatro mil pasos geométricos de cinco pies cada uno.
Algunos algebristas, gentes siempre útiles al público, tomarán de inmediato la pluma y llegarán a la conclusión de que si el señor Micromegas, habitante del país de Sirio, tiene de la cabeza a los pies veinticuatro mil pasos, que hacen cientoveinticinco mil pies de rey, y nosotros, ciudadanos de la Tierra, apenas tenemos más de cinco pies, mientras que si nuestro globo tiene nueve mil leguas de perímetro, llegarán a la conclusión, digo, de que es absolutamente necesario que el globo que lo ha producido tenga exactamente veintiún millones seiscientas mil veces más circunferencia que nuestra pequeña Tierra. Nada es más sencillo ni más habitual en la naturaleza. Los Estados de algunos soberanos de Alemania o de Italia, que pueden recorrerse en media hora, no son, comparados con el Imperio de Turquía, de Moscovia o de la China, más que una debilísima imagen de las prodigiosas diferencias que la naturaleza ha puesto en todos los seres.
Por ser la talla de Su Excelencia de la altura que he dicho, todos nuestros escultores y todos nuestros pintores admitirán sin esfuerzo que su cintura puede tener cincuenta mil pies de rey de contorno; lo cual es una bonita proporción. [...]
Nuestro viajero conocía maravillosamente las leyes de la gravitación y todas las fuerzas atractivas y repulsivas. Las utilizaba de manera tan apropiada que, unas veces con la ayuda de un rayo de sol, otras gracias a la comodidad de un cometa, iba de globo en globo, él y los suyos, como un pájaro salta de rama en rama. Recorrió la Vía Láctea en poco tiempo [...] Micromegas, tras haber dado sus buenas vueltas, llegó al globo de Saturno. Por acostumbrado que estuviese a ver cosas nuevas, al principio, contemplando la pequeñez del globo y de sus habitantes, no pudo dejar de sonreír con esa sonrisa de superioridad que a veces se les escapa a los más sabios. Porque, a la postre, Saturno no es apenas más que novecientas veces mayor que la Tierra, y los ciudadanos de ese país son enanos que sólo tienen mil toesas de alto aproximadamente. [...] Trabó estrecha amistad con el secretario de la Academia de Saturno, hombre de mucho ingenio, que en verdad no había inventado nada pero que daba muy buena cuenta de las invenciones de los demás, y hacía pasablemente pequeños versos y grandes cálculos. [...]
Capítulo VII
Conversación con los hombres
"Oh, átomos inteligentes, en quienes el Ser eterno se ha complacido en manifestar su destreza y poder, sin duda debéis gustar de alegrías muy puras en vuestro globo; porque, teniendo tan poca materia y pareciendo todo espíritu, debéis pasar vuestra vida amando y pensando, que es la verdadera vida de los espíritus. No he visto en ninguna parte la verdadera felicidad, pero sin duda está aquí." A estas palabras todos los filósofos movieron la cabeza; y uno de ellos, más sincero que los demás, confesó de buena fe que, si se exceptúa un pequeño número de habitantes muy poco considerados, todo el resto es una reunión de locos, de malvados y de infortunados. "tenemos más materia de la que necesitamos para hacer mucho mal, dijo, si el mal viene de la materia, y demasiado espíritu si el mal viene del espíritu. ¿Sabéis, por ejemplo, que en el momento en que os hablo hay cien mil locos de nuestra especie, cubiertos con sombreros, que matan a otros cien mil animales cubiertos con turbantes, o que son matados por éstos, y que por casi toda la Tierra se hace así desde tiempo inmemorial?" El siriano se estremeció y preguntó cuál podía ser el motivo de esas horribles querellas entre animales tan frágiles: "Se trata, dijo el filósofo, de algunos montones de barro del tamaño de vuestro talón. No es que ninguno de esos millones de hombres que se hacen degollar pretenda un comino sobre esos montones de barro. Sólo se trata de saber si pertenecerá a cierto hombre que se llama Sultán, o a otro que se llama, no sé por qué, César. Ninguno de estos dos ha visto ni verá nunca el pequeño rincón de la tierra de que se trata, y casi ninguno de esos animales que se degüellan mutuamente ha visto nunca al animal por el que se degüellan.
"- ¡Ah, desdichados!, exclamó el siriano indignado, ¿puede concebirse ese exceso de rabia obligada? Me dan ganas de dar tres pasos y aplastar de tres pisadas todo ese hormiguero de asesinos ridículos.
- No os toméis la molestia, le respondieron; bastante trabajan ellos en su ruina. Sabed que al cabo de diez años no queda nunca la centésima parte de esos miserables; sabed que, aunque no saquen la espada, el hambre, la fatiga y la intemperancia dominan a casi todos. Además, no es a ellos a quienes hay que castigar, sino a esos bárbaros sedentarios que, desde el fondo de su gabinete, ordenan, mientras hacen su digestión, la matanza de un millón de hombres, y que luego van a dar las gracias solemnemente a Dios".
El viajero se sintió movido a piedad por la pequeña raza humana, en la que descubría tan sorprendentes contrastes. "Puesto que vosotros sois del pequeño número de sabios, dijo a aquellos señores, y aparentemente no matáis a nadie por dinero, decidme, por favor, ¡En qué os ocupáis? - Disecamos moscas, dijo el filósofo, medimos líneas, reunimos números, estamos de acuerdo en dos o tres puntos que entendemos, y disputamos sobre dos o tres mil que no entendemos." [...]
El viajero se sintió movido a piedad por la pequeña raza humana, en la que descubría tan sorprendentes contrastes. "Puesto que vosotros sois del pequeño número de sabios, dijo a aquellos señores, y aparentemente no matáis a nadie por dinero, decidme, por favor, ¡En qué os ocupáis? - Disecamos moscas, dijo el filósofo, medimos líneas, reunimos números, estamos de acuerdo en dos o tres puntos que entendemos, y disputamos sobre dos o tres mil que no entendemos." [...]
Traducción de Mauro Armiño
Serendipia imitando a Jonathan Swift
Jonathan Swift, contemporáneo de Voltaire, publica Los Viajes de Gulliver en 1726, haciendo alusión a dos supuestas lunas que orbitaban Marte, dando sus distancias al planeta y sus períodos de rotación con gran precisión para la época. Hay que tener en cuenta que Jonathan Swiftt escribió la novela un siglo y medio antes del descubrimiento oficial de las dos lunas de Marte, Fobos y Deimos (Asaph Hall las descubre en 1877).
Voltaire, gran lector y admirador de Swift, escribe en su novela Micromegas (1752) haciendo mención a los dos satélites del planeta Marte:
Aunque siempre se ha querido ver en esto una suerte de misterio conspirativo, en ambos casos los dos autores parece que se estaban haciendo eco de una idea muy corriente en los ambientes intelectuales de la época, surgida de las primeras opiniones del astrónomo Johannes Kepler (previas a que enunciara sus famosas tres leyes), basadas a su vez en una teoría misticista relacionada con los sólidos perfectos. La precisión de los datos, en ambos casos, se debe a los cálculos mecánicos realizados a principios del s.XVIII con base en la ley de la Gravitación Universal, referidos a cuál sería el período de rotación y distancia a Marte de un supuesto cuerpo orbitante en torno a dicho planeta. Se trata por tanto de una serendipia, puesto que la óptica disponible durante la vida de ambos autores no permitía ver esos cuerpos celestes tan pequeños y que se separan tan poco de la esfera de Marte.
Debido a estas coincidencias, los dos mayores cráteres de Deimos (de unos 3 km. de diámetro cada uno) fueron bautizados como "Swift" y "Voltaire". (Wikipedia)
Jonathan Swift, contemporáneo de Voltaire, publica Los Viajes de Gulliver en 1726, haciendo alusión a dos supuestas lunas que orbitaban Marte, dando sus distancias al planeta y sus períodos de rotación con gran precisión para la época. Hay que tener en cuenta que Jonathan Swiftt escribió la novela un siglo y medio antes del descubrimiento oficial de las dos lunas de Marte, Fobos y Deimos (Asaph Hall las descubre en 1877).
Voltaire, gran lector y admirador de Swift, escribe en su novela Micromegas (1752) haciendo mención a los dos satélites del planeta Marte:
"...Al salir de Júpiter atravesaron un espacio de cerca de cien millones de leguas, y costearon el planeta Marte, el cual, como todos saben es cinco veces más pequeño que nuestro glóbulo, y vieron dos lunas que sirven a este planeta y no han podido descubrir nuestros astrónomos".
Aunque siempre se ha querido ver en esto una suerte de misterio conspirativo, en ambos casos los dos autores parece que se estaban haciendo eco de una idea muy corriente en los ambientes intelectuales de la época, surgida de las primeras opiniones del astrónomo Johannes Kepler (previas a que enunciara sus famosas tres leyes), basadas a su vez en una teoría misticista relacionada con los sólidos perfectos. La precisión de los datos, en ambos casos, se debe a los cálculos mecánicos realizados a principios del s.XVIII con base en la ley de la Gravitación Universal, referidos a cuál sería el período de rotación y distancia a Marte de un supuesto cuerpo orbitante en torno a dicho planeta. Se trata por tanto de una serendipia, puesto que la óptica disponible durante la vida de ambos autores no permitía ver esos cuerpos celestes tan pequeños y que se separan tan poco de la esfera de Marte.
Debido a estas coincidencias, los dos mayores cráteres de Deimos (de unos 3 km. de diámetro cada uno) fueron bautizados como "Swift" y "Voltaire". (Wikipedia)
Se dice, con liviandad o por decir, que seguramente la imaginación nos depara hallazgos y novedades y revelaciones futuras... Pero qué hay de todo lo que ya existe y que (de puro burro nomás en mi caso) desconocemos?
ResponderEliminarEsto de Micromegas, además de genial es inesperado, mejor dicho impensado para mí. Lo que me lleva a pensar que los imagineros por venir serán bienvenidos y necesarios pero sólo en la medida que conozcamos a los imagineros pasados en el tiempo pero no en la vigencia de sus obras.
Swift, Voltaire y un siglo después Lewis Carroll (con el que nos deleitaste anteayer), imagineros eternos, casi que me disparan dos cosas: una, que a veces no necesitamos nada nuevo, y dos, que tenías razón (y vuelvo a los fragmentos de Micromegas), las matemáticas son poesía.
Poesía, y hasta música.
ResponderEliminarSwift, Voltaire, Carroll y Verne (habrá que revisarle) tienen auténticas maravillas. Y se me ocurre ahora otro que también habrá que revisar: Luciano de Samosata.
Recuerdo La Travesía en la que Caronte se queja que son demasiados a llevar en una barca tan pequeña... de manera que lo "navegaré" porque hasta ahí llego con Luciano.
ResponderEliminarLo echaremos un vistazo a Luciano.
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