CAPÍTULO XI
De lo que sucedió a Don Quijote con unos cabreros
[...] Después que don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y, mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:
–Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes; a nadie le era necesario, para alcanzar su ordinario sustento, tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes1 alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester para cubrir honestamente lo que la honestidad quiere y ha querido siempre que se cubra; y no eran sus adornos de los que ahora se usan, a quien la púrpura de Tiro y la por tantos modos martirizada seda encarecen, sino de algunas hojas verdes de lampazos y yedra entretejidas, con lo que quizá iban tan pomposas y compuestas como van agora nuestras cortesanas con las raras y peregrinas invenciones que la curiosidad ociosa les ha mostrado. Entonces se decoraban2 los concetos amorosos del alma simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezcládose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus proprios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje3 aún no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar, ni quién fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, solas y señeras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento les menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad. Y agora, en estos nuestros detestables siglos, no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto, como el de Creta; porque allí, por los resquicios o por el aire, con el celo de la maldita solicitud, se les entra la amorosa pestilencia y les hace dar con todo su recogimiento al traste. Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos cabreros, a quien agradezco el gasaje4 y buen acogimiento que hacéis a mí y a mi escudero; que, aunque por ley natural están todos los que viven obligados a favorecer a los caballeros andantes, todavía, por saber que sin saber vosotros esta obligación me acogistes y regalastes, es razón que, con la voluntad a mí posible, os agradezca la vuestra.
Toda esta larga arenga –que se pudiera muy bien escusar– dijo nuestro caballero porque las bellotas que le dieron le trujeron a la memoria la edad dorada y antojósele hacer aquel inútil razonamiento a los cabreros, que, sin respondelle palabra, embobados y suspensos, le estuvieron escuchando. Sancho, asimesmo, callaba y comía bellotas, y visitaba muy a menudo el segundo zaque5, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un alcornoque. [...]
1 Grandes.
2 Se recitaban de memoria.
3 Resolución arbitraria tomada por un juez.
4 Agasajo.
5 Odre pequeño.
Leyendo esta maravilla, de la que capté bastante más que en intentos anteriores, cosa que me alegra y mucho, no sé por qué y creo no estar delirando, sentí algo del espíritu que emana coincidente del recitado de "El día que me quieras..." que seguramente fue escrito con influencias de textos como éste en el que El Quijote evoca los dorados tiempos.
ResponderEliminar"...El día que me quieras
no habrá más que armonías,
será clara la aurora
y alegre el manantial.
Traerá quieta la brisa
rumor de melodías
y nos darán las fuentes
su canto de cristal.
El día que me quieras
endulzará sus cuerdas
el pájaro cantor,
florecerá la vida,
no existirá el dolor…"
No deliras, ni mucho menos. Enlazas cosas que pueden enlazarse sin forzar, sólo hay que tener sensibilidad y buen oído. Todo viene de todo. O dicho de otra forma, somos los mismos que fuimos en el inicio de los tiempos.
ResponderEliminarEs que es Alonso Quijano es para cómerselo. Es un cielo, con un corazón de oro.
ResponderEliminarAsí le fue, pobrecillo.
ResponderEliminarPero nos ha definido a los españoles, no sé si lo merecemos.
ResponderEliminarAcabó... desengañado, como era de esperar. Pero sin Quijotes, el mundo marcharía peor.
ResponderEliminarEso no hay ni que dudarlo.
ResponderEliminarY, por cierto, nadie se crea lo de las dos Españas: Izquierdas - Derechas. ¿Qué tontería es esa, que nos ha costado tanto sudor y tantas lágrimas?
Las dos Españas, queridos míos, son la quijotesca y la sanchopancesca, no hay otras. He dicho!
A mí tampoco me hacen gracia los términos, pero al final, tanto por abreviar o como crítica, los utilizo, porque además existen, nos guste o no.
ResponderEliminarHas dicho bien, pero no olvidemos que son dos símbolos universales, y eternos (esto le va a gustar a Carlos:)
De eternos nada, Marian, son de antes de ayer, usted perdone.
ResponderEliminarMe refería a... Don Quijote y Sancho Panza. (Que tengo que tener una paciencia:)
ResponderEliminarVale, no leí bien, o leí rápido... En todo caso, y refiriéndonos a lo que dije, sigue valiendo :-)
ResponderEliminarAlgo más eterno que Don Quijote?
ResponderEliminarY conste que desde que Juan dijo hoy "todo viene de todo" estoy dándole vueltas a un haiku que tengo como en la punta de la lengua y que ojalá termine de salir.
Lo esperamos.
ResponderEliminarÍdem.
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